NARRACIÓN 11ª - (GRUPO 1º) (02 de Febrero de 2007, a las 15:16)
Serke se frotó los ojos confuso y molesto, y los abrió para intentar ver donde se encontraba. Cansado su cara torció el gesto al ver que solo tenía ante él una creciente oscuridad, nada más. La oscuridad envolvía el lugar y no lograba ver nada. Pudo notar con el tacto que estaba bien arropado en una cama, y que tenía vendajes en ciertas partes del cuerpo, cubriendo sus heridas. Pero le pudo más la curiosidad, y temiendo encontrarse en una cárcel orca, se levantó para intentar encontrar su espada con la que defenderse. Fue entonces cuando algo o alguien cayó sobre él.
- ¡Ah! ¡El dragón! ¿Dónde demonios está?
Serke reconoció aquella voz que confusa gritaba. Solo acertó a decir una cosa mareado por el golpe.
- ¡Inglor, que me aplastas, quítate de mi espalda!
- ¿Serke? ¡Discúlpame pero…!
Inglor se levantó enseguida en la completa oscuridad, y ayudó a Serke a levantarse también. El silencio era total.
- ¿Dónde demonios estábamos?
- No lo sé- contestó Inglor en un tono bastante preocupante.
Ambos estaban muy preocupados, y sentían cierto miedo en aquella oscuridad, pues ni si quiera una pizca de luz alumbraba el lugar. Podían caerse a un gran abismo para morir sin darse cuenta, o peor aún. Serke e Inglor sintieron con temor que una mirada los atravesaba y los espiaba en aquella oscuridad, y que los acechaba. Quizás fuese su imaginación, pero debían de intentar salir de aquel lugar. En ese momento, Serke pisó algo que parecía una antorcha, e Inglor le sugirió que hicieran fuego para arrojar luz en aquel oscuro lugar. Serke sacó su yesca que afortunadamente y de pura casualidad, tenía en el bolsillo. Pero no hizo falta encenderla, pues en cuanto Inglor la cogió, ante su perpleja mirada de esta surgió una gran llama azul que iluminó el lugar y les permitió ver el lugar donde se encontraban para su asombro.
Serke e Inglor cruzaron miradas, estupefactos. Aunque el lugar no era muy grande, tampoco era pequeño, pero el techo era tan bajo, que con alargar el brazo un poco lo tocaban. Parecía una pequeña mazmorra orca. Celdas oxidadas contenían esqueletos, a la vez que por el lugar se encontraban dispersados restos de esqueletos y extraños instrumentos metálicos, que seguramente no eran para causar felicidad al prisionero. Pero lo más asombroso, es que en el centro de la estancia, sobre lo que parecían dos duras camas de piedra, se hallaban los cuerpos de Abârmil y Dimasalang. Serke e Inglor se acercaron con rapidez, y se apresuraron a verles más de cercas. Al igual que ellos, tenían multitud de heridas tapadas con vendas. Un ronquido que ambos lanzaron al unísono les tranquilizó y les confirmó que estaban vivos. Pero en ese momento, con gran estupefacción, Serke miró la sala asustado. Inglor se dio cuenta y le preguntó extrañado.
- ¿Qué es lo qué te pasa? ¿Son esos armarios del lateral, plagados de pócimas? ¿O acaso ves algo más?
- No. Eso es lo malo. No veo salida.
Inglor tragó aire con dificultad. Estaban atrapados. No podía ser verdad. Pero enseguida se dio cuenta de que Serke tenía razón. En ese momento, Abârmil despertó confusamente.
- ¡Hola compañeros! ¿Eh, donde estamos?- dijo feliz, aunque según fue viendo el lugar y dándose cuenta de la situación su tono declinó en mucha más preocupación que felicidad. En ese momento, Dimas despertó sobresaltado.
- ¡Muere maldito orco! ¡Ah, ahora no me sujetéis! ¡Ah…! ¿Compañeros? ¿Qué demonios hago aquí? Yo estaba luchando con un dragón…
- Sí, eso es lo que estábamos haciendo todos antes de aparecer dormidos aquí.- dijo Inglor preocupado- estaba luchando contra el dragón… de repente un resplandor… y despierto aquí…
- No podemos aparecer en un lugar así porque sí… y con vendas, totalmente curados… debe de haber una salida, o alguien que nos explique esto…- dijo Abârmil a la par que se levantaba y cruzaba la mirada por toda la estancia.
- No hay salida- dijo Dimas mientras se levantaba y miraba por todo el lugar, hasta que asombrado, se acercó a un lugar de la pared. Con un tono de alegría renovada dijo- ¡Esto es un calabozo enano! ¡Mirad estas runas desgastadas! ¡Casi no se ven! ¡Inglor, acerca aquí esa antorcha para que puedas leerlas! ¿Por cierto, como la has encendido?
- Se ha encendido sola- dijo Inglor con cierta indiferencia, mientras todos se acercaban al lugar donde el enano miraba sonriente las runas. A nadie le había pasado desapercibido las ganas que Dimas tenía de ver minas, ruinas enanas, y de cómo contó con entusiasmo la historia de Frar y Blor. Aquel descubrimiento lo entusiasmó bastante a pesar de la mala situación. En cuanto Inglor acercó la antorcha más al lugar, Dimas leyó las runas con dificultad, pues algunas estaban tachadas y destrozadas por el paso del tiempo.
- Para salir… encontrar… esto no lo entiendo… a ver… para salir… encontrar… ¿Celda con vida? ¿Secreto? ¡Arg! ¡Malditos trasgos! ¡Ellos deben de haber profanado esto y utilizarlo como mazmorra para sus prisioneros! ¡Por eso el lugar está tan desgastado y no parece enano! Desde luego, este lugar no tiene la pinta de ser un calabozo enano… esto debió de ser la cámara de los…
Dimas calló solemnemente y expiró fuertemente. Los demás lo miraron con cierta extrañeza.
- No es posible- dijo mientras negaba con la cabeza e intentaba encontrarle un nuevo significado a las runas- no puede ser este lugar.
- ¿Dimas, qué pasa?- le preguntó extrañado Inglor.
- Mis señores, creo que nos encontramos en la cámara de los sacrificios.
El silencio sepulcral se propagó por la estancia.
- ¿Los enanos hacéis sacrificios?- preguntó Abârmil sorprendido.
- No. Los enanos normales no. Pero sí los enanos mezquinos.
El silencio se volvió a propagar por el lugar, y Abârmil, Inglor y Serke abrieron sus bocas asombrados ante lo dicho por el enano.
- Os lo explicaré- dijo en un tono serio- todos habréis oído las leyendas que circulan sobre los enanos mezquinos, os acordaréis de Mîm. Bien, ahora, os voy a revelar uno de los secretos y leyendas más antiguas de los enanos. Os lo diré resumido, pues todavía hay muchas especulaciones, y es, al fin y al cabo, una leyenda. ‘’Dicen que Mîm no fue el último enano mezquino. Dicen, que antes, este engendró dos bastardos. Estos bastardos, fueron conocidos como Fraud y Darlîanna, respectivamente, uno hombre, otro mujer. Dicen que Mîm, los mandó a esconder, y estos, supieron esconderse también, que jamás fueron descubiertos. Sin embargo, Fraud y Darlîanna siguieron escondiéndose y con los años, Fraud temía que los enanos mezquinos desaparecieran de su historia, así que un día, cogió a su hermana y la violó. Eso dicen, aunque otras crónicas dicen que se disfrazó de humano, cada cuál más inverosímil, pero sabiendo lo cruel y malévolo que era Fraud, lo que he dicho quizás sea lo más probable. Dicho esto, Darlîanna dio más de diez hijos a Fraud en menos de dos años, aunque cuando iba por el tercer parto, murió de pena. Fraud vio como los hermanos seguían el ejemplo de su padre, y se casaban con sus hermanas. Pero de los muchos enanos que nacían, la mayoría, al ser fruto de la unión entre hermanos, eran… dejémoslo en fuera de lo normal. Así que Fraud, aquí, en Ered Mithrin, el lugar donde permanecían escondidos, mandó hacer un altar de los sacrificios, para matar a todos los niños que naciesen malformados. Una completa barbarie. Con Fraud, los enanos mezquinos perdieron su última pizca de bondad, ya que él y su familia eran malvados como los orcos, y de poco se diferenciaban de ellos. Ahora es sabido, que esta leyenda, los que creen que es cierta, pasó hace milenios. Los que creían en ella dicen que cuando los orcos y los dragones poblaron las montañas intensamente, masacraron fácilmente en un auténtico genocidio a toda la población de enanos mezquinos. Aunque se rumorea que algunos siguen viviendo en sus oscuros y profundos escondites, es, solo una leyenda. Tiene parte de verdad y parte de falsa, así que no se si es cierta. Pero por Aulë todo poderoso, que hoy nos encontramos en la cámara de sacrificios donde Fraud y sus malvados progenitores masacraban a sus hijos malformados. En la cama donde nosotros hemos estado durmiendo, quemaban o degollaban a sus bebés. Y en aquellas runas pone la forma para salir. Es evidente que los orcos acabaron con los enanos mezquinos aquí presentes y han utilizado esto como mazmorra’’.
Aquella leyenda, contada con el tenebroso y serio tono de Dimas, asustó a todos los presentes.
- No tenía ni idea de eso…- masculló Abârmil ahora mucho más preocupado.
- Son solo leyendas. Hasta ahora, jamás la hubiera creído. Pero la descripción, las runas enanas… todo parece estar a favor. De todos modos, debemos apresurarnos a encontrar la salida.
- ¿Dónde es?
Dimas no respondió a Inglor, sino que salió corriendo hacia una de las celdas. La intentó abrir, pero tras intentarlo le pegó una fuerte patada, con lo que la puerta de la celda se abrió. En ese momento se puso a mirar en el suelo, y para sorpresa de todos los presentes, descubrió una especie de tapadera que retiró. Debajo, había un gran y estrecho agujero, donde estaba un esqueleto humano.
- Los enanos mezquinos no sacrificaban humanos. Esto debe de haber sido invención de los crueles orcos. Ellos solo utilizaban estos agujeros para dejar los cadáveres de los bebes. Cuando se llenaban, los vaciaban y los arrojaban al agua.
Aquellas viejas y macabras historias no agradaron mucho a Abârmil, ni a Inglor, ni a Serke. Aquel pasado lleno de matanzas infantiles por una raza de enanos muy malvadas les impresionó mucho. Aunque Dimas también se sentía asustado, él no estaba tan acongojado como sus compañeros. Para él, eso era un gran descubrimiento, descubrir que aquellas viejas leyendas eran ciertas. Se sentía como un viejo arqueólogo del futuro, descubriendo una historia pasada. Al fin y al cabo, los enanos mezquinos eran parte de los enanos, una raza de enanos llena de misterios y enigmas. Dimas, hijo de Thranios, en aquellas oscuras estancias, no solo intentaba buscar la salida, sino también cierto secreto que los enanos mezquinos contenían en aquella estancia que se había olvidado de comentar con sus amigos. Pero si aquello era cierto, en algunas de esos pequeños túneles, no solo se encontraban huesos de prisioneros orcos, sino también el… ¡Oh, era inútil, los orcos ya se lo habrían llevado si eran lo suficientemente inteligentes!
- ¡Venga, poneros a buscar por el resto de celdas!- les increpó Dimas a sus compañeros- ¡Tenemos poco tiempo!
Sus amigos se dispusieron a buscar rápidamente y para su sorpresa, Abârmil encontró tres túneles, uno con un cadáver humano, y los otros dos contenían algo que no se esperaban. Gandalf salió de uno confuso mientras que otro elfo malherido salió del otro. Ante sus perplejas y asombradas miradas, Inglor sacó de otros túneles a unos montaraces. Dimas sacó de otro pequeño túnel a una famélica mujer de guerrero aspecto. Uno de los montaraces le era familiar a Dimas y a Abârmil:
- ¡Farahir!
- ¡Increíble! ¡Vives lo suficiente para ayudar aquello que te ayudaron, y henos aquí, ambos prisioneros de los orcos!- dijo Farahir riendo- ¡Finfuingil Entaguas, veo que no los lograste salvar!
- Gârchot es un viejo perro que aún muerde, pero más mordían los orcos. Uno me mordió el pie mientras cargaba con el rohirrim- dijo el elfo confuso mientras señalaba a Serke.
- ¡Basta ya!- dijo Gandalf en un tono severo- ¡Debemos irnos!
- Gandalf, ¿qué demonios está pasando?
- No hay tiempo para explicaciones. Cuando estemos a salvo os lo explicaré todo sin omitir ningún detalle. No podemos entretenernos en contar historias largas cuando esos orcos estarán llegando para sacrificarnos en sus paganos sacrificios a la nueva sombra.
- ¿Qué?
- ¡Al suelo todos!- gritó Gandalf sin hacer omiso de las preguntas de sus compañeros. En ese momento, Gandalf arrebató la antorcha de las manos de Inglor y la arrojó contra la pared.
Todos se tiraron al suelo, y en ese momento, como por arte de magia, la pared se deshizo sin hacer ningún ruido. En ese momento, el elfo Entaguas y el montaraz Farahir, se colaron por el agujero de la pared y les indicaron que les siguiera. Los dos montaraces restantes cogieron a la guerrera mujer rápidamente y les siguieron. La mujer intentó morderles salvajemente, pero ellos la amordazaron, además, dieron sus armas y equipajes a los aventureros. El aspecto de la mujer era bastante guerrero y salvaje, pues tatuajes azules y curvos cubrían su pintada piel, y su ropa estaba bastante desgarrada. Sin perder nada de tiempo, todos atravesaron aquel agujero de la pared y enseguida vieron el paisaje que se abría ante ellos. Gandalf, Entaguas y Farahir descendían por una escalera que caía en picado a un vacío que la vista no lograba alcanzar.
- Vamos a descender a las ruinas de los enanos mezquinos. Procurad no caeros, sería desastroso- les sugirió uno de los montaraces.
En ese momento, todos descendieron en picado, mientras a la lejanía, tambores y gritos de guerra se oían, y todos instintivamente apresuraron el paso. Serke no podía creérselo. El tenía vértigo, y le entraron unas ganas tremendas de vomitar, aunque se contuvo y avanzó en esas escaleras rápido como el que más.
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!
¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!
Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:
¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!
Oh fresno muerto, tu cabellera es seca y gris;
tu corona ha caído, tu voz ha callado para siempre.
¡Oh orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
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