Ya estaba decidido: Rúmil. Peregrino Gris y yo exploraríamos la senda. Trabajo arduo, pues la ventolera no daba tregua y el silbido del aire entre los altos picachos ahogaba por momentos nuestras voces.
–Cuidaos – aconsejó el prudente Inglor
Y luego él, la señora Sárelle y Barin se dedicaron al cuidado de Alión, la palomilla, quién parecía de veras aterida.
Rúmil, a todo esto, guardaba una actitud expectante, inclinándose a cada paso sobre el camino, si se podía llamar así a eso que la nieve sólo dejaba ver de a trechos.
El peregrino mencionó a Angmar, dijo que nuestras aventuras bien podían llevarnos al mismo. Yo me limité a paladear aquel nombre fatídico: sabía bien que muchos de los míos, que no habían renunciado al mal, moraban en el norte sombrío.
Al fin llegamos a la cima desde la cual el panorama se precipitaba: el camino seguía, en picada descendente, encontrando fin en lo que parecía ser una puerta oscura y desagradable.
-¿Qué hacemos?- pregunté, mi voz mezclada con el lamento lúgubre del viento ululando entre los riscos.
Creí que Gandalf se aprestaba a contestarme, pero en ese mismo instante la portezuela rechinó y se abrió por si sola.
–Tan solo el viento, que se arremolina –dije, pero bien sabía que la dirección del mismo no daba para abrirla.
A todo esto la compañía ya había alcanzado la loma y nos dirigía gestos interrogativos.
Yo me limité a indicarles que se acercaran.
Conferenciamos algo y al fin decidimos entrar, con pasos cavilosos.
El interior mostraba una cueva de respetables proporciones, de techo alto y abovedado y paredes inclinadas y horadadas a cierta altura por cuevas. Todo aquello se perecía a algunos arrabales de mi natal Minas Morgul, me dije, pero aquí había algo inquietante que llenaba el aire, tornándolo casi irrespirable.
Los enanos bromeaban, pero yo aguzaba el oído tanto como el olfato: aquello olía a uruks...
Estaba por decirlo cuando algunos acordes disonantes producidos por cuernos de guerra llenaron el vacío. De inmediato sonaron redobles de botas
-¿Qué hacemos?- dijo Sárelle tomando el cabo de su arma.
Algunos adoptaron poses de combate, mas Abârmil nos alertó acerca de lo que podía ser una trágica encerrona, dado que la única salida al exterior podía ser fácilmente obstruida, y me sugirió algo que acepté de inmediato: trepar por las paredes en pos de alguna de las cuevas laterales.
- Allí nos guiarás, aún en la oscuridad.- me dijo, y yo puse manos a la obra
Trepé con todas mis fuerzas, una soga atada a mi cintura. No me costó alcanzar una meseta que se abría ante una entrada sombría y rezumante de olor a humedad ¿sería conveniente tomarla? ¿dónde nos llevaría?
No obstante y al bajar la vista hacia mis camaradas advertí que el tiempo para las decisiones nos sería escaso...
Umbrías son las montañas, mas la ciudad brilla:Se diría una gran mortaja flotando entre el cielo y la tierra.
Quién se adelante hacia ella procedente de Ithilien la verá brillar cuando aún le resten millas para arribar la misma.
Quién llegue a ella desde el interior de Mordor la advertirá contenida en el valle como una gema de ominosa belleza.
Quien se acerque con oído atento se asombrará del rechinar de la portentosa maquinaria (ingenio de alta relojería) que mueve tu gigantesca torre.
Pensar que (ay!)muchos piensan que la ciudad sólo cobija dolor y miedo.
Ya sabrán la verdad.
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