Los secretos del jardín

Yo caminaba ágilmente para llegar a mi alcoba. Deseaba estar a solas con Legolas. En el camino tropecé con Gandalf, quería decirme algo; entretenerme pero me disculpé y me fui. Faltaban algunos pasos más para llegar, seguro que Legolas ya estaba en mi alcoba, él era más rápido que yo. El dúnadan salió de la nada.

-Ireth, ¿conversamos un rato?-preguntó él amablemente y tomándome del brazo.
-No puedo ahora, mi señor-dije.-Debo hacer algo importante, lo siento-dije.

Iba a correr pero él me detuvo.

-Esto es importante también-dijo Aragorn serio.-Calmacil, ha dejado de ser un simple presente. Ahora que lo sabéis, podéis iros.

Yo quería rehusar esa declaración pero no tenía tiempo, si Legolas  se aburría de esperar, se iría. Ya tendría tiempo de arreglar eso con el dúnadan. Caminé un poco más aprisa y por fin abría la puerta de mi alcoba. Legolas miraba por el balcón.

-Le ab-dollen (Llegáis tarde) -dijo.
-Lo sé, todo el mundo quería hablar conmigo hoy-dije.
-Venid, amor mío-dijo Legolas.

Me acerqué a él, temblorosa. Yo sabia que si algo sucedía entre nosotros y no podíamos guardar el secreto, no estaría bien visto. Legolas era un príncipe, yo una dama. No era correcto entregarnos hasta estar casados. Legolas no sabía que eso nunca sucedería, pero yo sí y no quería dejar de ser suya. Me abrazó desde atrás, recargó su barba en mi cabeza. En ese momento sólo existían dos seres en toda la tierra media; él y yo.

-Esperé tantos años por este momento-dijo él.
-Nunca lo dijisteis-dije.
-Éramos jóvenes, nadie lo habría tomado en serio-dijo Legolas.

Anar se iba, dejándonos ese nostálgico color naranja que bañaba todos los días mi alcoba. Miré a Legolas a los ojos, sus hermosos ojos azules me reflejaban a mí. Lo besé como nunca antes lo había hecho; me sentí suya por primera vez. Acaricié su rostro y él correspondió con otra caricia igual.

-Bebamos algo-dije.-Me muero de sed.
-Sí, yo también. Deben ser los nervios-dijo Legolas.
-Así que, ¿estáis nervioso, elfo obstinado?-pregunté sonriéndole.
-No...Bueno... Sí. No importa-dijo Legolas.
-Ja ja. Sois muy gracioso-dije.
-Lo sé. Tengo una duda. ¿Cuándo dejareis de decirme elfo testarudo?-preguntó mirándome dulcemente.
-Es obstinado-corregí yo.-Y no lo haré nunca-dije sonriendo.
-Venid acá, elfa sensible-dijo mientras me perseguía por la alcoba.
-¡Alcanzadme!-dije corriendo hacia el balcón.

Me alcanzó antes que pudiera ponerme a la vista de alguien. Me cargó y me llevó hasta la cama. Se veía como todo un rey y eso era lo que sería pronto. Sus ojos tenían un brillo especial esa noche. Me dejó en la cama y corrió a poner el pasador en la puerta. Se acostó a mi lado y acaricié su cabello; Legolas cantaba o recitaba poemas. Me dije que después de esa noche, Amarië podría venir a buscarme, yo me iría tranquila.

-¿Qué dijisteis?-preguntó Legolas.
-Nada...
-Si, recibí ese mensaje, aunque no fue muy claro-dijo él poniéndose de rodillas en la cama.
-¿Qué mensaje?-pregunté tratando de despistarlo.
-No os iréis, ¿o sí?-dijo él consternado.
-No, no seáis tonto. Nunca os dejaría-dije tratando de calmarlo.
-Por un momento creí que...-calló enseguida porque lo besé.

Nos envolvimos mutuamente en un abrazo, sentíamos que la ropa nos estorbaba. Abrí los ojos para conservar esa imagen de Legolas abrazándome y besándome.

Afuera Aragorn y Gandalf, ajenos a lo que sucedía en mi alcoba, conversaban.

-Se está muy en paz aquí, ¿no os parece, Gandalf?-preguntó Aragorn.
-Sí, lo he notado desde hace unos días. No me molestaría que fuera así de no ser porque me parece antinatural-dijo Gandalf.
-Lo sé, a mí también me lo parece-dijo Aragorn.-Gandalf, debo deciros algo-dijo el dúnadan muy serio.
-Me asustáis, Aragorn, ¿qué sucede?-preguntó Gandalf.
-Le dije a Ireth que Calmacil ha dejado de ser un simple regalo para...
-Convertirse en un presente de compromiso-interrumpió Gandalf.
-Así es-dijo Aragorn.-Quería que lo supierais.
-¿Os parece correcto? Ella os ha hecho saber que no puede ser-dijo Gandalf.
-Ya sé lo que Ireth dijo, pero ella puede cambiar de opinión-dijo Aragorn.
-Ya sabéis lo que opino al respecto. Sólo espero que las cosas terminen bien-concluyó el mago.

Legolas y yo continuábamos encerrados en mi alcoba. Legolas quitaba mi vestido y yo hacía lo mismo con su ropa. Mis manos temblaban. La emoción que nos embargaba se traspasaba al nerviosismo de saber que hacíamos algo prohibido. Nos amábamos pero por nuestras costumbres lo mejor era esperar. Legolas me besó dulcemente y acarició mi piel desnuda.

-Es hermosa vuestra piel-dijo Legolas

Yo sólo sonreí. Pronto un sueño de años se haría realidad.

-No dudéis más-le pedí a Legolas.
-No lo hago, mi lady-dijo él.

Nuestros cuerpos estaban a punto de unirse para sellar nuestro amor. Legolas dio un salto y salió del lecho.

-Lo siento, amor mío-dijo en un susurro.
-¿Qué os pasa?-pregunté evitando mirar su desnudez.
-No puedo haceros esto-dijo Legolas.-Sois importante para mí.
-Y vos para mí-dije.
-Entonces deberíamos esperar-dijo Legolas cubriéndose con una sábana.
-¿Eso queréis?-pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
-En este momento no, en este momento deseo conocer vuestro cuerpo. Haceros mía-dijo Legolas.-Pero no puedo, no hasta que seáis mi esposa.
-Lo entiendo. Sé que no estábamos haciendo las cosas bien-dije, sabiendo que nunca más tendría la oportunidad de ser suya.
-No os sientas mal, haremos bien las cosas. Os entregaré pronto ese presente de compromiso y una vez que aceptéis, nos casaremos-decía Legolas con entusiasmo.
-Lo sé-dije y rompí a llorar.
-Oh no, princesa de mis sueños. ¿Por qué lloráis?-preguntó él.
-Es que habéis tenido un gesto hermoso y noble-dije.
-Seréis mía, mi amiga, mi esposa, mi elfa. No lloréis más-dijo ignorando el verdadero motivo de mis lágrimas.
-Legolas, prometedme una cosa-dije calmándome un poco.
-Lo que sea-contestó él.
-Si no puedo estar con vos, tratareis de ser feliz-dije.
-No digáis esas cosas. Estaréis conmigo siempre-dijo Legolas.
-Prometedlo-dije.
-Lo prometo, pero no penséis en esas cosas, mi lady-dijo y me cubrió con su cuerpo.

Nos dormimos abrazados, respirando al mismo tiempo. Esa noche no bajamos a cenar. Ese sería el momento que mas cerca estaría de ser suya. No habría una segunda oportunidad; porque no habría boda, no habría tiempo siquiera para ese presente de compromiso. Con 130 años sólo tenía un presente de ese tipo y era el de mi mejor amigo, algo que no podía aceptar. Desperté y observé a Legolas dormir. Estuve mirándole durante un largo rato y luego me levanté y fui hasta el balcón. Vi a Aragorn sentado en la escalinata, mirando hacia las cascadas. Le vi tan triste que no me arrepentí del trato que había hecho con Amarië. Cerré los ojos y lancé un beso al viento para el dúnadan; él volteó instantáneamente y permanecimos mirándonos a los ojos por un momento, le sonreí; di la vuelta y me metí en la cama con el amor de mi vida.

-¿A dónde habéis ido?-preguntó adormilado.
-Hablaba con Isil-dije abrazándolo.
-Dejadla dormir y quedaros conmigo-dijo volviéndose a dormir.
-Eso hago, melda (querido), eso hago-dije besando su cabello.

Me dormí enseguida, tenía una seguridad total al lado de Legolas. Su respiración me arrullaba y su olor se mezclaba con el mío.