Los secretos del jardín

01 de Junio de 2004, a las 00:00 - Melîreth
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Capítulo XVII La pérdida de los anillos


Empecé a arreglarme muy temprano. Quería tener cada detalle listo. Los anillos de Arwen y Aragorn, descansaban en mi tocador. Había flores por toda la alcoba. Antes de tomar un baño, fui a buscar a Cirnellë.

-Buen día, querida-la saludé.
-Buen día-me sonrió Cirnellë.
-¿Tenéis ilqua (todo) listo para ésta tarde?-pregunté.
-Casi ilqua (todo)-dijo Cirnellë sonriente.
-Yo también-dije.
-Ireth, después de la boda, volveré al Bosque Negro con Lenwë, Gandalf y los medianos, los hemos invitado a nuestra boda-dijo Cirnellë.
-¡Perfecto! No es que quiera que os vayas, pero me hace mucha ilusión veros feliz-le dije.
-Gracias hermana. Como sabéis, os esperaremos en Bosque Negro. Nuestros nostari (padres) tienen mucha ilusión de veros-dijo ella.
-Iré una semana después. Por nada del mundo me perdería vuestra boda-le aseguré.
-Elrond, Arwen y Aragorn, vendrán también y, por supuesto Legolas-recalcó el nombre de él.
-Entiendo-dije.
-Ireth, tenéis que recapacitar. Legolas os ama más que a nadie-dijo Cirnellë.

Iba a preguntarle qué por qué si me amaba tanto, había invitado a Amarië a la boda. Pero habría quedado como una celosa y preferí callar. Hablé un rato más con ella y después volví a mi alcoba. Allí encontré a Frodo, traía un mensaje de Aragorn. Era necesario que lo viera en ese mismo momento.

-¿Me acompañáis?-le pedí.
-Claro, con todo gusto-dijo él.

Caminamos con mucho entusiasmo. Ambos estábamos ilusionados con la boda. Frodo me entregó una pequeña cajita sin detenerse. Y me advirtió que la abriera hasta que él estuviera en camino al Bosque Negro. Lo guardé en mi bota y me despedí de él en la puerta de Aragorn. Llamé una sola vez y ya estaba adentro.

Aragorn me tomó del cuello y me llevó hasta la ventana.

-¿Vais a permitir eso?-preguntó el dúnadan.

Abajo Legolas conversaba animosamente con Amarië, incluso a veces llegaban hasta ahí sus risas.

-No hay nada que pueda hacer. Legolas la invitó a vuestra boda-dije sin entonación.
-Eso es porque vos vais con Éomer-dijo él.
-Pero, no puedo hacer nada. Él me lo pidió hace mucho-dije.
-¡Patrañas! sabéis que si habláis con Éomer. Él  entenderá-dijo Aragorn.
-Bueno basta, no quiero hablar de mí-dije.
-Y, ¿de qué queréis hablar?-preguntó Aragorn.
-Quiero deciros que os deseo lo mejor a vos y a Arwen. Sé que serán muy felices. Os quiero mucho, señor de Gondor-concluí.
-Lo sé y yo a vos también os quiero-dijo y me abrazó.

La charla con Aragorn me retrasó un poco pero había valido la pena. Me bañé con agua de rosas. Me encajé el colla (vestido), me puse mis joyas. El perfume no podía faltar. Éomer llegaría pronto. No me faltaba nada. Bueno sí, los zapatos. Me lo estaba calzando írë (cuando) llamaron a mi puerta. Abrí con lentitud.

-Estáis hermosa-dijo Éomer.
-Hantale, vos estáis guapo también-contesté.

Me tomé de su brazo y no dimos ni diez pasos cuando me acordé de los anillos.

-Esperad-dije y corrí a buscarlos en mi alcoba.

Volví con la cara desencajada.

-¿Qué os sucede?-preguntó Éomer.
-No están-dije.
-¿Quiénes?-preguntó él sin entender nada.
-¡No están! ¡Los anillos, no están!-y estallé en llanto.
-Tranquila, pensad un poco dónde os pusisteis-dijo Éomer.

Traté de recordar, pero lo último que recordaba era que los había dejado sobre el tocador. Decidimos ir a decírselo a Gandalf y a Elrond.

-¿Qué os pasa, mi niña?-preguntó Gandalf.
-¡Ay! Mithrandir, Elrond, perdí los anillos-dije angustiada.
-¡¡ ¿Qué?!!-se exaltó Elrond.
-Lo siento, yo...-no encontraba que decir.
-Es una total desatención, Ireth...-Elrond estaba furioso.
-Tranquilicémonos-recomendó el mago.

Aragorn al vernos allí, se acercó. Él me quería mucho, pero aplazar la boda por un descuido mío era una pena y me lo hizo saber con un reproche de su rostro. Pronto estaban todos allí, menos Arwen. Cirnellë trataba de consolarme y Lenwë no entendía nada.

-¿Qué os pasa a todos ustedes?-preguntó Legolas que llegaba con Amarië.
-¿Estáis preocupados por esto?-dijo Amarië mostrando la cajita de los anillos.

Salté sobre ella y se la arrebaté.

-¿Dónde los habéis encontrado?-le pregunté.
-Los encontré cerca del río, enterrados-dijo Amarië con una sonrisa que sólo yo califiqué de maliciosa.

Todos me miraban con reproche.

-¡Es mentira! ¡Estaban en mi alcoba!-me exalté.
-Basta; lo importante es que han aparecido y vuestro descuido, Ireth, no se notará-dijo el mago blanco.

Eso era demasiado para mí. Incluso Gandalf pensaba que los había perdido. Yo sabía perfectamente que alguien los había sacado de mi alcoba. Levanté mi vestido y eché a correr. Legolas intentó ir tras de mí, pero Amarië le sostuvo. Los demás tenían que presentarse ya, en la sala de fuego y no podían ausentarse. Sólo Éomer vino tras de mí.

-¡Ireth!-gritaba Éomer.

La herida parecía abrírseme con cada paso que avanzaba, hasta que caí. Lloraba como un bebé, tenía mucha rabia y no sabía muy bien por qué. Éomer se arrodilló a mi lado y me abrazó.

-Llorad, llorad, os hará bien-decía casi susurrando.

 



Capítulo XVIII Hora de volver a la fiesta

Éomer me consoló largo rato. Adentro, los planes habían cambiado. Cirnellë tomó mi lugar para entregar los anillos y ser la madrina. El enlace estaba sellado. La sala de fuego había sido arreglada con flores de todos los tipos. Aragorn vestía como un rey y Arwen con un vestido verde agua y con la estrella de Eärendil en su cuello, era una reina también. Los hobbits se veían muy elegantes e incluso el enano. Legolas vestía de verde y su cabellera irradiaba luz.

-Ireth, vayamos a esa yulmë (fiesta)-dijo Éomer.
-Pero..., lamento hacerte esto-dije.
-No os preocupéis por mí. Yo entiendo todo. Hasta lo de vuestro amor por Legolas-dijo Éomer.

Me sorprendí que supiera tanto.

-¿Ha sido Pippin?-pregunté.
-El mismo, mi señora-contestó él.
-¡Peregrin Tuk! ¿Cuándo aprenderéis a cerrar la boca?-dije emulando a Gandalf y ambos reímos.
-¿Vamos?-preguntó Éomer.
-Sí, vamos-dije sonriendo.

En la sala nadie parecía extrañarnos, excepto Frodo que iluminó su cara con su bonita sonrisa írë (cuando) me vio entrar. Todos los demás bailaban. Gandalf fumaba su pipa al lado de Elrond. Traté de no mirarlos.

-¿Bailamos?-preguntó Éomer.
-Por supuesto, mi lord-dije.

Aragorn me miró y en sus ojos había un pedido de perdón. Arwen me sonreía. Cirnellë me tocó el hombro y me guiñó un ojo. Legolas bailaba un poco más allá con esa elfa embustera. No quise pensar en ellos.

-Tenéis que bailar con la novia, Éomer-dijo el dúnadan.
-Será un honor-dijo y pasó a bailar con Arwen.

Aragorn se acercó a mi oído.

-Lo siento-dijo.
-No os preocupéis, no tenéis que disculparos-dije con un nudo en la garganta.
-Sí, tengo que hacerlo. Os traté muy mal, no pensé en vos. Estaba nervioso, perdonadme. Todos os debemos una disculpa-dijo Aragorn.
-No, no quiero que nadie se disculpe. Cometí un error y debo aceptarlo-dije a punto de llorar.
-Sé que Gandalf se siente muy mal por esto, incluso Gimli. Y  Legolas no sabe qué pensar-admitió el dúnadan.

La música se detuvo y aproveché para sin contestarle, alejarme de él. Mientras Éomer charlaba con los esposos, yo empecé a beber vino. No me di cuenta que bebía copa tras copa, sin parar.

-Es rico, ¿no?-preguntó Gimli.

Asentí con la cabeza sin dejar de beber.

-Sé que no nos llevamos bien y siento mucho lo que habéis pasado...-dijo Gimli.
-No me interesa casar (enano), no quiero escucharos-dije de mala gana.

Tomé una botella de la mesa y caminé por el pasillo que conducía a las alcobas de todos. Veía una sombra al final del corredor, pero los efectos del alcohol no me dejaban enfocar mi vista. Bebí de la botella y cuando me acerqué más pude distinguir, era una pareja besándose, Legolas y Amarië. Giré sobre mis pasos y fui hasta mi habitación. Me quite las joyas. Tomé el carcaj, la espada corta, la larga, la capa y salí de allí. Fui hasta el establo, acicalé un poco a brisa. Monté enseguida y me fui. ¿A dónde? No lo sabía aún. Pasé las puertas de Rivendel silenciosamente y aún bebiendo de la botella de vino.

-¿Dónde está vuestra acompañante?-preguntó Aragorn a Éomer.
-No lo sé, quizá fue a descansar, no se sentía muy bien-le contestó.
-¿Estáis seguro?-intervino Gandalf.
-No Mithrandir-confesó apenado Éomer.
-Yo la vi caminar por el pasillo-dijo Pippin.
-Ahí tienen, habrá ido a dormir. Después del ridículo que hizo, la entiendo-dijo Amarië.

Legolas la miró de reojo y el resto hizo como que no la oyó. Los nuevos esposos se despidieron, algunos elfos quedaron en la sala de fuego. Los hobbits cayeron rendidos también. La boda, a pesar del incidente de los anillos, había sido todo un éxito. Por fin casi todos se fueron a dormir, menos dos.

-¿Qué hacéis ahí, Frodo?-preguntó Gandalf.
-Pensando-contestó Frodo.
-Pero está por amanecer, debéis descansar un rato-agregó el mago.
-No puedo, estoy preocupado-dijo Frodo.
-¿Por qué lo estáis?-preguntó Gandalf.
-Ireth se fue y nadie le dio importancia. Todo por dos estúpidos anillos-dijo Frodo.
-¿Qué? ¿Cómo lo sabéis?-inquirió el mago.
-No lo sé, sólo lo presiento. La herida me duele mucho y no me atrevo a ir a su alcoba a buscarle-Frodo miraba fijo al fuego y hablaba con gran esfuerzo.
-Entonces, quizás os estáis equivocando-dijo Gandalf, aunque sabía que había muchas posibilidades de que lo que decía Frodo, fuera cierto-Venid, vayamos a su alcoba.

Cuando entraron en ella, descubrieron lo que ya sospechaban. Gandalf encontró sus joyas en el tocador y Frodo no vio su cajita por ningún lado. Al menos eso le deba una esperanza.

-¿Se lo dirás a los demás?-quiso saber Frodo.
-En cuanto despierten lo haré-contestó él.



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