Los secretos del jardín

01 de Junio de 2004, a las 00:00 - Melîreth
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Capítulo XLVII La hora exacta

Esa noche no dormí; Amarië llegaría apenas el alba llamara a Rivendel. Le vi entrar desde mi alcoba, usaba una capa élfica que apenas la dejaba notar. Me apresuré para bajar a la explanada; estaba serena, sabía que hacía lo correcto. Cogí a Calmacil y el carcaj, aunque sabía que no podría usarlos. Bajé aprisa, un silencio total reinaba en Rivendel esa mañana.

-Estamos a tiempo-dijo Amarië a guisa de saludo al verme.

Vi a Frodo que miraba la escena anonadado, Amarië no podía verlo o eso asumí yo en el momento.

-Empecemos-dije.-Y no olvidéis el trato.
-Soy hija de un Nazgûl pero no una traicionera-dijo ella.

Se acercó hasta mí y empezó a balbucir palabras en lenguaje oscuro que me estremecieron de pies a cabeza. En ese momento, Frodo corrió a buscar a los demás, ignorando lo que yo le había pedido. Amarië tomó mi arco, el carcaj y a Calmacil y los tiró a un lado. Sus ojos brillaban excesivamente con un ligero color rojo. Sacó la daga de su padre y recitando su conjuro, empezó a clavarla en mi corazón. Aragorn fue el primero en llegar.

-¡Dejadla!-gritó Aragorn. Iba a acercarse pero se lo impedí con la frialdad de una mirada.

Legolas, Gandalf, Gimli y por último los hobbits, llegaron en ese orden. Amarië clavaba la daga con lentitud en mi corazón.

-Gandalf, ¡haced algo!-gritó Legolas.
-No puedo, ella no me lo permite-dijo Legolas.
-Amarië no es tan poderosa como vos-dijo Éomer.
-No es ella quien no me lo permite, es Ireth-dijo el mago.

La compañía se quedó muda al escuchar las palabras de Gandalf. Amarië disfrutaba lo que estaba haciendo, entonces usé ósanwë-centa, le dije a Amarië que trajera a Arwen.

-Ella está en camino-musitó Amarië.

Las lágrimas caían inevitablemente sobre mis mejillas, cuando una luz blanca apareció cerca de mí, recordé ese olor. El olor a pétalos de flores blancas. La compañía entera dio un paso atrás. Amarië no llevaba la mitad de la daga clavada en mí, sus oscuras palabras me golpeaban como copos de nieve en el rostro.

-¿Por qué no podemos hacer nada?-preguntó Gimli.
-Porque no nos corresponde; había sólo cuatro personas capaces de acabar con ese monstruo y una de ellos está...
-Muriendo-interrumpió Legolas llorando.
-Así es, Legolas. Vuestra princesa eligió y me parece que no fue a vos-dijo Amarië.

Legolas miró a Aragorn dubitativo. ¿Por qué Amarië le decía eso? Gandalf pensaba en la forma de penetrar el escudo que yo misma había puesto entre ellas y nosotros, pero no podía.

-¡Ireth, no os dejéis, luchad!-gritaba Aragorn.

La luz blanca se hacía más poderosa, y el olor llegaba a mi compañía. Gandalf creyó entender lo que estaba sucediendo, pero no quiso adelantarse a los hechos. Aragorn también recordaba ese olor, más no lo relacionaba con nada en ese momento. Legolas apuntaba con su arco pero algo le impedía tirar. Un empujón más de la daga y la luz era más fuerte.

Legolas apuntaba de nuevo, sin embargo bajaba el arco con rabia y secaba sus lágrimas.

-¿Qué está haciendo?-preguntó Sam.
-No lo sé-contestó Pippin, mirando aterrado.
-Está dejándose matar, sin luchar-dijo Legolas que de nuevo apuntaba con el arco a la cabeza de Amarië.

Miré hacia la luz, necesitaba saber que Amarië no me mentía; la luz central deslumbraba poderosamente y entonces vi las manos de Arwen acunando los pétalos blancos.

-No os mentí, voy a traerla pero es un proceso lento y doloroso-dijo Amarië.

Intenté sonreír y entonces vi el rostro de Arwen, ella lloraba pero no dejaba de soplar sus pétalos. La compañía tardó un poco más en verla. Aragorn tomó a Andúril al escuchar otro de mis quejidos y al acercarse, cayó de rodillas. Vio a Arwen, estaba transparente pero parecía teñirse de color cada vez que Amarië blandía su daga en mí.

Gandalf no salía de su asombro y los hobbits tampoco. Ahora entendía todo, yo me iba para traer a Arwen de vuelta. Legolas lo pensó también, sin embargo creía que Amarië tenía razón: le dejaba a él, para hacer feliz al dúnadan, pensó que yo había elegido a Aragorn. Su impotencia lo hacía cargar y descargar el arco. Se acercó a Gandalf.

-¡Gandalf, por Eru! Sacadla de allí-dijo Legolas.
-No puedo, maese Legolas. En este momento, de hacer algo, las perderíamos a las dos-dijo Gandalf preocupado.

Yo estaba casi desmayada, pero no iba a hacerlo hasta no ver a Arwen del todo bien entre los míos. Amarië miraba a todos, uno por uno para disfrutar su dolor. Amarië clavó la daga un poco más, me tenía levantada unos centímetros por encima del piso. Me sorprendió su fuerza, estaba aterrada, ansiosa por terminar con aquella tortura y musité.

-Hacedlo de una vez, no lo hagáis durar tanto-supliqué.

Amarië sonrió y en lugar de clavar más el arma, la hizo retroceder un poco.

-Os dije que iba a ser sencillo-dijo con sarcasmo.

Me juré que no volvería a pedir clemencia por más dolor que sintiera.

-Eso es lo que hace ella por vos-le dijo Legolas a Aragorn.

Aragorn no contestó, no sabía qué hacer, qué pensar. Gandalf se puso entre ellos.

-Cuando os diga, atacaremos-dijo Gandalf.

Legolas, Aragorn y Gandalf atacaron a Amarië, ella me soltó y yo caí. Aún necesitaban de mí y de Frodo para terminar con ella. Frodo corrió hasta mí llevando a Calmacil con él. La teníamos rodeada y Frodo me pidió un último esfuerzo.

-Vamos, Ireth. ¡Hacedlo por Legolas!-dijo el hobbit.

Me arrastré un poco ayudada por Frodo y era nuestra. Gandalf comenzó a pronunciar:

-¡Iros ahora a donde pertenecéis!

Legolas, Aragorn, Frodo y yo, repetíamos al unísono las palabras del mago.

-¡Iros ahora a donde pertenecéis! ¡Iros ahora a donde pertenecéis! ¡Iros ahora a donde pertenecéis!

Amarië no se rendía, entonces Arwen tomó su espada y la clavó en el corazón de Amarië.

-¡Iros ahora a donde pertenecéis!-grité con toda la fuerza que me quedaba.

Amarië cayó desplomada, muerta. Por fin habíamos acabado con ella. Vi como Arwen abrazaba al dúnadan y se regalaban un beso. Legolas se acercó a mí llorando como un niño, diciéndome cuánto me amaba.

-Os amo también-dije y perdí el conocimiento.

Aragorn corrió hasta mi cuerpo y lloró amargamente. Frodo aún sostenía mi mano y Legolas no permitió que Aragorn me abrazara. Ahora Legolas entendía por qué yo lloraba la noche que no pude ser suya.



Capítulo XLVIII Buscando una cura

Legolas me tomó en sus brazos y caminó hasta la sala de fuego, allí me puso frente al fuego. Los demás le siguieron después de abrazar a Arwen, sabían que me estaban perdiendo pero no dejaban de estar felices por el regreso de Arwen. Legolas ya no lloraba, sólo repetía sin cesar:

-Habéis elegido sin pensar en cuánto os amo.

Gandalf fue el primero en hablarle.

-Legolas, debemos intentar...
-¿Podéis salvarla?-interrumpió Legolas emocionado.
-No lo sé, la herida es profunda. No puedo asegurarlo-dijo Gandalf.
-¡Devolvedle a Eärendil!-dijo Éomer.
-No la tengo-dijo Gandalf apenado.-Fue consumida por la luz que trajo a Arwen.
-Es todo por causa de él-dijo Legolas señalando a Aragorn.

Arwen miró extrañada al dúnadan, ella no entendía nada.

-Hagan algo, por favor-pidió Frodo.
-Lo haremos, no os preocupéis-dijo Gimli.
-¡Busquen entre las ropas de Amarië!-dijo Gandalf de pronto.
-¿Qué buscamos?-preguntó Pippin.
-Lo que sea, mientras sacaré la daga y Aragorn, vos le lavareis con athelas-dijo Gandalf.


Los hobbits salieron junto con Éomer y Gimli. Aragorn y Arwen fueron a preparar las athelas, Gandalf se dispuso a sacar la daga mientras Legolas cantaba para mí. Gandalf sacó la daga de una sola vez, yo apenas me moví. Los hobbits, Éomer y Gimli volvieron, sólo habían encontrado una pequeña bolsita con un polvo muy brillante. Gandalf lo tomó entre sus manos y lo observó detenidamente por un minuto, mientras Éomer presionaba el lugar de mi herida.

-¿Saben lo qué es esto?-preguntó Gandalf.

Ninguno contestó.

-Bien, esta es el alma de Ireth, un poco, el resto está aún en su cuerpo-dijo Gandalf.-En cuanto Aragorn lave la herida...
-¡Aragorn no tocará a Ireth!-gritó Legolas.
-No es momento para celos tontos-dijo el dúnadan que aparecía en ese momento.
-Aragorn tiene razón, Legolas-dijo Gimli.
-Así es-dijo Gandalf.-Aragorn es el único que puede usar las hojas de reyes y es la única posibilidad de Ireth.
-¿Qué sucederá después?-preguntó Éomer al ver que Legolas no reaccionaba.
-Por la misma herida, depositaré el polvo de su alma en ella. Sólo Eru sabe, si Ireth lo soportará-dijo Gandalf.
-Démonos prisa, el tiempo se acaba-dijo Aragorn al ver que mi piel se tornaba morada.
-¡He dicho que no la tocaréis!-le dijo Legolas al dúnadan cuando se acercó a mí.
-Con vuestro consentimiento o sin él, voy a lavarle esa herida-dijo Aragorn en tono firme.

Legolas estuvo cerca de golpear a Aragorn cuando éste se acercó más a mí, pero Éomer y Gimli lo detuvieron. Gandalf miraba a Legolas con indignación. Por fin todos se tranquilizaron. Mientras Aragorn lavaba mi herida, Arwen cantaba para todos; Gandalf ideaba un plan para devolver ese polvo brillante a mi cuerpo. Los hobbits estaban en el piso guardando silencio. Frodo se acordó de algo que pensó, podría aclarar las dudas, no lo sabía pero quizá así fuera. Tomó la carta que le di para Legolas y se la entregó.

-Es de Ireth, anoche me pidió que os la diera-dijo Frodo.

Legolas tomó la carta.

-¿Vos sabíais?-preguntó Gandalf a Frodo.
-Ella me dijo que se iría, pero no me dio detalles-dijo Frodo entristecido.

Gandalf asintió y Legolas se apartó en una esquina para leer la carta. Al abrir el sobre reconoció mi olor en él y se quebró de nuevo. Arwen le miraba desde el otro lado de la alcoba; ella no sabía que pasaba pero lo averiguaría en cuanto las cosas estuvieran mejor. Legolas empezó a leer la carta.

"Melda (Querido) mío:

Si estáis leyendo ésta carta, es porque Frodo hizo su parte, agradecedle de mi parte. Sé que quizás no entendéis lo que hice y que quizás vuestro corazón se sienta traicionado; más creedme, no ha sido así. Vos seréis siempre mi amor, mi único amor, aún si no estoy en cuerpo con vosotros.

Quise haceros felices a todos, en este momento, vos no lo estáis, pero seguro que Aragorn, Arwen, Gandalf, Gimli, los hobbits, si lo están. Os suplico que aprendáis a vivir sin mí, sé que podéis.

No fue sólo traer a Arwen lo que me llevó a esto, no os equivoquéis; Amarië los dejará en paz a vosotros también y eso me llena de paz. No os dije nada porque me habríais detenido.

Ahora, melda (querido) mío, haced de Rivendel el más hermoso de los reinos. Casaros pronto, tened hijos. Cuidad de los míos en Bosque Negro, pero sobre todo, no olvidéis que os amo, que nunca dejé de hacerlo.

Os ama
Ireth Tinúviel Anárion"

Legolas apretó la carta contra su pecho y lloró con amargura. Arwen se acercó a consolarlo.

-¡Oh Legolas! Lo siento mucho-dijo Arwen.

Legolas no contestaba, sólo lloraba con impotencia. Por fin se fue calmando. Aragorn rompió el silencio en la sala de fuego.

-El trabajo está hecho, es vuestro turno, Gandalf-dijo el dúnadan.

El mago se puso en cuclillas y vaciando el polvo en su mano con mucho cuidado, empezó a depositarlo por mi herida. Ésta se fue tiñendo  de rojo al conjugarse con la sangre. Gandalf hablaba en voz muy baja, cuando terminó de poner mi alma en su lugar; con mucho cariño acarició mi frente y me besó ahí mismo. Los demás no lo notaron pero el mago estaba al borde de las lágrimas. Cuando Gandalf se levantó, Legolas corrió a mi lado. No decía nada sólo me observaba. Tomó la carta que había puesto en su carcaj y se la entregó a Aragorn.

-Mirad, tal ves interese leer esto en voz alta-dijo Legolas refiriéndose a Aragorn.
-Esa carta es vuestra, no creo que debamos-dijo Gandalf.
-Yo quiero que lo hagan, me gustaría que su alteza estuviera al tanto-dijo Legolas.

El dúnadan al ver tan exaltado a Legolas prefirió leer la carta, para que no siguiera poniéndose tenso. Él también pudo reconocer mi olor al desdoblar la hoja y se le hizo un nudo en la garganta, más empezó con la lectura. La compañía entera escuchaba en silencio, Frodo sollozaba y Gandalf hacía un esfuerzo supremo por contener el llanto. Aragorn terminó de leer  con mucha dificultad. La compañía se miraba sin poder hablar.

-Sí (Ahora) sabemos por qué lo hizo. Yo estaré eternamente agradecida con ella-dijo Arwen.-Y haremos hasta lo imposible por salvarla.
-No quiero que muera-dijo Sam.
-Ninguno quiere eso y sabiendo como es Ireth y como se ha salvado de tantas otras, ésta vez, tampoco nos fallará-dijo Gandalf.-Sí (Ahora) dejémosla descansar y vayamos al comedor.

Legolas tomó a Calmacil y se puso delante de Aragorn, antes que este saliera. Mostrando las iniciales, la puso frente a su rostro. Calmacil brilló con la poca luz de Anar que quedaba.

-Tomad, ella no necesitará vuestro regalo-dijo Legolas indignado.-Llevádsela.

Gandalf se interpuso entre los dos.

-Legolas, la única que puede devolver esa espada y en contra de la voluntad de Eru, es Ireth-dijo el mago bajando a Calmacil.

Aragorn salió aprisa. Ahora debía hablar con Arwen. Estaba feliz de que ella hubiera vuelto, sin embargo se sobrecogía al pensar en mí. Todos salieron de la sala de fuego, menos Legolas que decidió quedarse. Antes le pidió a Gandalf que se llevara a Calmacil. El mago aceptó de mala gana.



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