Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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14. Ost-in-Edhil y la construcción del Mírdaithrond




Por fin el sueño de Galadriel se hacía realidad, por fin tenía un reino que gobernar. Las llanuras de Eregion se llenaban de campos cultivados y villas, mientras la capital, Ost in Edhil, crecía en belleza y poder.

No obstante, el haber empezado a comerciar con los enanos de Kazad-dûm había empeorado aún más si cabe la relación entre Celeborn y Galadriel. Por primera vez el sinda no cedería en su postura y Galadriel era demasiado orgullosa como para disculparse, así, cada día que pasaba, el enfado crecía y crecía, hasta el punto de no poder hablar sin acabar discutiendo.



- Sí, una cacería -.

- No es un buen momento -.

- Nunca lo es – Galadriel frunció el ceño al mirar a su esposo – Necesito salir un poco de la ciudad, cabalgar y distraerme, la ciudad no se hundirá en mi ausencia -.

- De acuerdo, haz lo que quieras, Finrod tenía razón, siempre te sales con la tuya -.

La Dama Blanca no respondió. Recogió el arco, el carcaj y salió de casa sin despedirse. Llegó a las cuadras situadas extramuros de la ciudad, montó en Alqua y se reunió con su pequeña partida de caza.

Desde que llegara a Eregion había puesto todo su empeño en ser feliz y lo era, al menos la mayor parte del tiempo. Algo empezaba a oscurecer su alegría, su nombre era Celeborn. La muerte de Thingol a manos de los naugrim, la ruina de Doriath y la de Arvernien le habían afectado profundamente, su corazón se había aferrado al dolor y el odio haciendo de ellos sus compañeros, y se lo estaba haciendo pagar a Galadriel o, al menos, así es como ella lo sentía. Ella se había enamorado de un elfo de serena alegría, que sonreía constantemente, inteligente, sabio, prudente, reservado, de una ternura como Galadriel no la conociera antes, pero aquel elfo había desaparecido tras aquella terrible discusión.

- Pareces especialmente melancólica hoy, tarinya -.(mi reina)

- Es por las preocupaciones, Mírwen – sonrió a la noldo de cabellos oscuros y eterna expresión de picardía en su rostro de ojos verdes.

- Queréis abarcarlo todo y es imposible, deberíais buscar alguien que os ayudara -.

- Tengo a Celeborn -.

- Mi señora, en confianza, sé que vuestro esposo no apoya vuestros intentos de mejorar las relaciones con los enanos de Kazad-dûm - Mírwen miró en torno suyo, asegurándose que nadie la oiría - Ni siquiera podéis hablar, siempre que estáis en la misma habitación parece que fuese a estallar una tormenta -.

- Pero se encarga de distribuir y organizar las tierras para los colonos que van llegando, trabajo harto arduo últimamente, hace muy poco que se ha fundado el Reino de Eregion y la gente viene en busca de oportunidades tras las guerras contra Morgoth – contempló con orgullo los alrededores de la ciudad – Si seguimos así podremos rivalizar en grandeza con Lindon -.

- Dama Galadriel, ¿dónde queréis ir hoy? – preguntó uno de los nobles interrumpiendo la conversación de las elfas.

- Al Este, hoy cazaremos osos -.

Eso implicaba pasar todo el día, y casi seguro que el siguiente también, fuera de la ciudad. Espolearon sus monturas élficas y atravesaron rápidamente la llanura que les separaba de los bosques cercanos a las Montañas Nubladas.

Buscaron el río. Los osos basaban la mayor parte de su alimentación en pescado y bayas, si no encontraba allí alguno siempre podrían dar con un rastro que les condujera a su guarida. Y si no encontraban nada de nada, cosa poco probable, al menos disfrutarían de uno de los rincones más hermosos del reino.

- Mírwen, Lindir y Caradan vendrán conmigo, los demás dividios en dos grupos, avisad si encontráis algo -.

Galadriel remontó el río seguida por sus compañeros. Tenía un presentimiento. Un par de horas después se toparon, prácticamente de bruces, con un gigantesco oso preocupado en conseguirse el almuerzo.

La Dama Blanca les ordenó bajar los arcos. Acababa de descubrir dos cachorros jugando en la orilla, no podían matar a la madre.

- Son tan simpáticos – susurró Mirwen.

- Intenta llevarte uno a casa, seguro que tu padre estará encantado – comentó Lindir. Todos sabían lo poco que le gustaban al capitán Rasadan los animales, algo de lo más extraño en un elfo.

- Dejaos de bromas y marchémonos, no quiero que la madre se enfade – ordenó Galadriel.

Apenas habían dado dos pasos cuando escucharon el primer aullido.

- Eso no ha sonado como un lobo – observó Caradan.

- No lo era – ratificó Lindir.

- ¿Huargos? -.

- Probablemente – Galadriel cerró los ojos y empleó su poder – Están muy cerca -.

No necesitaron más indicaciones. Se desplegaron por la zona, cada uno trepó a un árbol y preparó el arco. Esperaron. La osa siguió pescando para sus crías. Rumor de agua. El viento entre las ramas. Pájaros. Las sombras se alargaron en el bosque.

Algo cambió. La osa levantó la cabeza, alerta. Galadriel tensó el arco y disparó. Un animal
semejante a un lobo de pelaje gris oscuro, pero el triple de grande, se derrumbó muerto a poca distancia de la osa. Dos proyectiles blancos clavados en su cuello y lomo.

Las flechas élficas volaron y en pocos minutos tenían a ocho fieras muertas, diseminadas por la orilla. Cuando los cuatro noldor bajaron de sus atalayas arbóreas, hacía rato que la osa se había llevado a sus cachorros.

- No son osos pero no está mal del todo – sonrió Lindir – Deberíamos llamar a los demás y hacer una batida por la zona, en previsión de que hubiera más huargos -.

- Es una buena idea, no quiero tener a estos monstruos asolando las villas como hace cinco inviernos -. Galadriel recuperó sus flechas – Démonos prisa, quiero a toda la partida de caza reunida antes de que termine de caer la noche, estos engendros pueden resultar peligrosos en la oscuridad -.

El sonido de un cuerno resonó en el bosque.



Una comitiva de cerca de trescientos elfos atravesaba los campos de Eregion. Venían del Oeste, desde Lindon y otras regiones de alrededor, su meta era Ost-in-Edhil. La mayor parte de ellos eran importantes herreros, orfebres y artesanos que buscaban el comercio con Kazad-dûm y llevaban a sus familias con ellos.

A la cabeza del grupo iba el mejor artesano de toda la Tierra Media después de Fëanor, Celebrimbor. Éste poseía los rasgos característicos de su Casa, una altura imponente, cabellos oscuros largos hasta los hombros, mirada penetrante color gris plateado y una gran inteligencia y orgullo. Sin embargo en él no anidaban las envidias y odios que habían inflamado a su padre, tíos y abuelo, buena prueba de ello había sido el tiempo que había pasado viviendo junto a Finrod en Nargothrond y, tras su muerte, con Gil-galad en Lindon.

Celebrimbor sabía que la reina de Eregion era Galadriel, hija de Finarfin, y que no sentía ningún aprecio por la Casa de Fëanor. Esperaba poder convencerla de permitirle a él y su gente instalarse en la capital, o cuando menos en un lugar que le permitiera comerciar con los enanos. Le daba cierta esperanza el saber que su esposo era Celeborn, ese príncipe sinda que conoció en Nargothrond y que resultó ser un buen amigo.

- Tierra llamando a Celebrimbor -.

El príncipe noldorin parpadeó y miró a su compañero, Aegnor, que sonreía de oreja a oreja. Teniendo en cuenta el carácter severo del noldo, eso no presagiaba nada bueno.

- ¿Qué ocurre? -.

- ¿A parte de que llevas desde que salimos de Lindon sumido en tus pensamientos? -.

- Me preocupa que los reyes de Eregion no nos acepten -.

- Alto ahí, no pienso volver a iniciar esta discusión por decimonovena vez – Aegnor agitó efusivamente las manos en un gesto que decía “basta”.

- Como sigas gesticulando de esa manera terminarás cayéndote del caballo – a la conversación se unió Fendomë, haciendo gala una vez más de su cáustico humor.

- Entonces dile a nuestro señor que deje de preocuparse tanto o no va a llegar vivo a Ost-in-Edhil -.

- Calmaos, ¿no querréis dar otro espectáculo como el de la semana pasada? – suplicó Celebrimbor.

- Tú eres el único que no se lo pasó bien -.

- Aegnor está en lo cierto – asintió Fendomë.

- No me parece una actitud propia de unos nobles noldorin el acabar peleándose en medio de un charco de barro -.

- Nadie te obligó a participar –.

- Es un poco difícil no participar cuando te arrojan una bola de barro en plena cara – apuntó el príncipe.

- Hay que reconocer que o Fendomë tiene una puntería excepcional o tú estás perdiendo facultades, mi noble señor noldorin – rió Aegnor.

Al final los tres amigos estallaron en carcajadas.

- ¿Qué haría yo sin vosotros dos? -.

- Aburrirte como una ostra Celebrimbor, a veces te metes tanto en tu trabajo que se te olvida divertirte – apuntó Fendomë.

- Mira quién fue a hablar -.

Un joven noldo de cabellos rubios les interrumpió.

- ¿Sucede algo Danil? -.

- Nada grave mi señor, unos elfos desean hablar con vos, entre ellos hay una noble dama de Ost-in-Edhil -.

- Hazles venir -.

Según observó Celebrimbor, era una partida de cazadores, aproximadamente una docena de elfos. Hasta él se acercó una doncella de cabello negro y ojos verdes, irradiaba alegría y entusiasmo.

- Mae govannen, señores, a las tierras de Eregion, mi nombre es Mírwen -.

- Alassëa omentie – sonrió el príncipe – Ellos son Aegnor y Fendomë, a mí llamadme Celebrimbor -.(Feliz encuentro)

- Hemos oído hablar de vos en nuestra ciudad, ¿os dirigís a Ost-in-Edhil por casualidad? -.

- Así es, vamos a solicitar el permiso de los reyes para establecernos -.

- Os deseo buena suerte en vuestra empresa, nosotros debemos volver rápidamente pues llevamos fuera casi una semana y hay gente que estará preocupada -.

- Namarië entonces, espero volver a veros -.

- Annali len -.(Suerte!)
Mírwen se reunió con su gente y continuaron su frenética cabalgada. Durante un instante Celebrimbor tuvo la fugaz visión de unos brillantes ojos azules enmarcados por rayos de sol.

- Hermosa joven, y amable, esperemos que se parezca a su reina – comentó Fendomë.

- Celebrimbor, ¿te pasa algo? -.

- Déjale Aegnor, ya se le ha vuelto a ir el alma a dar un paseo -.

- En ese grupo había alguien... – el maestro herrero cerró los ojos y recordó el rostro de la hermana de Finrod, esa belleza que se había grabado a fuego en su memoria y su corazón – ¿Podía ser ella? -.

- Sigo creyendo que si Celebrimbor tuviera a bien escribir un diccionario que nos ilustrara acerca de su peculiar forma de hablar cuando le viene la inspiración vivir con él sería mucho más fácil – Aegnor se veía irritado.

- Celebrimbor, explícate -.

- He creído ver una diosa del mundo antiguo -.

Sus amigos prefirieron no seguir interrogándole.



Nada más llegar a su pequeño palacete, Galadriel dejó sus pertrechos en manos de un sirviente y fue a saludar a su esposo. Había gritos en perspectiva.

Llamó suavemente a la puerta de su despacho.

- Celeborn, soy yo, he vuelto y... -.

La puerta se abrió de golpe. Celeborn se veía verdaderamente enojado, sin embargo habló con voz mesurada en lugar de gritar.

- Aiya, vanimalda, os habéis retrasado un poco -.

- Encontramos huargos y decidimos hacer una batida, no quería tener a esos animales molestando a los granjeros -.

- Podrías haber enviado a alguien para que me informara, he estado preocupado, se suponía que sólo estaríais ausentes un par de días -.

- Soy capaz de defenderme y mis compañeros también, no hay ninguna amenaza en las tierras de Eregion -.

- Lo sé – musitó él.

- Una última cosa, vamos a tener una importante visita, llegará más o menos al atardecer, así que prepara tus mejores galas -.

- ¿Quién es? -.

- El nieto de Fëanor -.

Celeborn enarcó las cejas sorprendido, se suponía que su esposa odiaba a la Casa de Fëanor. Aunque después de pensarlo bien, y sabiendo como se las gastaba Galadriel, seguramente las mejores galas para la recepción iban a ser una cota de malla y un resistente escudo.



- Es magnifica -.

- Y eso que está a medio construir -.

Celebrimbor la contempló en silencio a medida que avanzaban. La resplandeciente Ost-in-Edhil, situada sobre un macizo rocoso en la confluencia de los ríos Sirannon y Glanduin, recordaba la forma de un navío al que hubieran construido en piedra con las torres surgiendo como mástiles.

- Fijaos -.

Aegnor señalaba unas obras a las afueras de la ciudad. Unos elfos silvanos estaban a medio camino de construir un amplio anfiteatro y lo que parecían instalaciones deportivas.

Como no resultaba aconsejable que más de doscientos elfos entrasen sorpresivamente en la ciudad, Celebrimbor ordenó que su hueste acampara mientras él, acompañado de Fendomë y Aegnor, se entrevistaba con los monarcas.

Los tres atravesaron unos hermosos jardines antes de llegar a la Puerta. Allí dos guardias le interrogaron amablemente acerca de su visita y se hicieron cargo de sus monturas.

- Está prohibido entrar con animales de monta o tiro en la ciudad – respondió uno de ellos a la pregunta de Aegnor – Las calles están pavimentadas con mármol -.

Por fin pasaron la Puerta. A los pies de la interminable escalinata que conducía a la ciudad, se hallaba sentado un elfo de corto cabello rubio, chispeantes ojos grises y túnica gris con bordados en color burdeos.

- Elen síla lúmenna omentielvo, grandes señores – el curioso personaje se levantó revelando una sorprendente baja estatura, no más de 1´70 – Valglin el Astrólogo, a vuestro servicio -.(Una estrella brilla en nuestro encuentro)

- ¿Nos esperabas? – interrogó Fendomë.

- Así es, la doncella Mírwen tuvo a bien informar a nuestros reyes de vuestra llegada – Valglin sonrió – Acompañadme, os llevaré hasta ellos -.

Los tres noldo observaron desconcertados como su pintoresco guía se metía en una especie de rectángulo de cristal situado junto a las escaleras, hubiera pasado desapercibido de no ser por la lamparita que colgaba de su techo.

- Por favor, señores, vengan o no llegaremos nunca -.

- ¿Qué es? – preguntó Celebrimbor, examinando la jaula de cristal al tiempo que entraba.

- Un ortan -.

Valglin accionó una palanca y la jaula comenzó a elevarse pegada a la roca.

- Ingenioso – sonrió el nieto de Fëanor - ¿Hay más como éste por la ciudad? -.

- Sólo tres de momento pero la dama Galadriel desea instalar otros cuatro, son muy útiles a la hora de salvar las grandes alturas que separan unos niveles de la ciudad de otros, sobre todo se agradece el que hay en el puerto para subir mercancías -.

Una vez en la ciudad el asombro de los herreros iba en aumento. Calles pavimentadas con mármol, edificios de dos a cuatro pisos con estructuras atrevidas en las que se combinaban los arcos, terrazas y grandes ventanales con vidrios coloreados dando una gran sensación de ligereza y lujo. Las mansiones se alternaban en perfecta armonía con jardines, tiendas y posadas.

- Ésta es la Ciudad Alta, es la sección rica, aquí viven principalmente elfos noldo – explicaba Valglin – En el centro de la ciudad, un poco más abajo, se encuentra la Ciudad Media, el área comercial por excelencia. Más abajo, al Norte, está el puerto y, hacia el Este, la Ciudad de Madera, dónde viven los Sindar y Silvanos. Ah, y en la proa y popa de Ost-in-Edhil encontraréis el Jardín Occidental y el Jardín Oriental, nosotros vamos al primero, la casa de los Reyes se levanta a su lado -.

- Cuando terminen Ost-in-Edhil va a poder rivalizar con Tirion – suspiró Fendomë, nostálgico - ¿A quién se debe el diseño de la ciudad? -.

- A la Dama Blanca -.

- Aquí manda Galadriel – meditó en silencio Celebrimbor – Aún puedo recordarla caminando deslumbrante por Nargothrond, una mezcla de belleza y delicadeza femenina escondiendo un espíritu más fuerte que el de cualquier príncipe noldo y una sabiduría acrecentada tras siglos de estudio en compañía de Melian, la Maia -.

La casa de los reyes de Eregion estaba construida en mármol marrón semejando bandas de madera, resultaba pequeña en comparación con algunas mansiones anteriores. Un criado les abrió y les precedió hasta un amplio salón, suelo de madera negra y un semicírculo de once sillas enfrentadas a otras tres. Los grandes ventanales dejaban entrar la luz ambarina del atardecer resaltando la sensación hogareña.

Valglin les indicó que tomaran asiento. Instantes después empezaron a llegar otros elfos de aspecto más aristocrático que el de su guía, la mayoría rubios, signo claro de pertenecer a las Casas de Finarfin y Fingolfin, también llegaron sindar y silvanos. Aún así dos sitios permanecían vacíos. Para hacer la espera más llevadera el astrólogo les presentó a los asistentes.

- Aran meletyalda Celeborn ar tári meletyalda Galadriel –.(su majestad el rey Celeborn y su majestad la reina Galadriel)

Celebrimbor no fue consciente de quien pronunció aquellas palabras, su mirada se había perdido en la contemplación de la dama que aquel señor de los Sindar llevaba de la mano. La grandeza de los presentes palideció ante la sencilla magnificencia de Galadriel, los cabellos dorados cayendo libres hasta la cintura resaltando sobre la túnica blanca que parecía tejida con rayos de luna y nieve. Los reyes tomaron asiento.

- Sed bienvenidos a Ost-in-Edhil – comenzó Celeborn – Celebrimbor, me alegro de veros nuevamente, haced vuestra petición y el Consejo la considerará -.

- Según me ha informado el guía que amablemente habéis dispuesto para nosotros, la doncella con la que nos encontramos en el camino os ha hablado de nuestras intenciones -.

- Deseamos que vos mismo nos las expliquéis -.

- Traigo conmigo a los mejores artesanos del metal y la joyería que caminan sobre la Tierra Media, sería nuestro deseo instalarnos en Eregion para comerciar con los enanos de Kazad-dûm y construir el Mírdaithrond -.

- ¿El Mírdaithrond? – interrogó Valglin.

- Un recinto dedicado por entero a las artes de la fragua, allí crearíamos objetos de gran belleza y poder como nunca haya visto nadie – el gesto serio de Celebrimbor se iba iluminando a medida que hablaba de su sueño y captaba la atención de aquellos ojos de zafiro – Aquí tenéis los planos -.

Haciendo un esfuerzo se obligó a depositarlos en manos de Celeborn y no en las de su esposa.

Un par de horas después el Consejo entero estaba a favor de Celebrimbor, veían muchos beneficios de la cooperación con el maestro herrero. Sólo una persona no se había pronunciado.

- Eres el nieto de Fëanor – una sencilla afirmación que guardaba mil y una acusaciones en boca de Galadriel.

- Así es, ¿os resulta un inconveniente? -.

Aegnor no pudo evitar llevarse una mano al rostro, su querido señor acababa de desafiar abiertamente a la reina. La expresión de Fendomë era peor si cabe, él había conocido a la Dama Blanca cuando vivían en Tirion y ella era sólo una joven princesa, ya por entonces muchos eldar se cuidaban de hacerla enfadar.

- Por si no se os había comunicado, sobre vuestra noble ascendencia pesa la más terrible de las maldiciones – clavó su mirada en el orgulloso noldo – Si os dejamos instalaros en Eregion posiblemente selle el destino de mi reino, condenándolo a ser el más grandioso de los reinos élficos y a perecer a manos de las oscuras fuerzas del mal -.

- El mal fue expulsado de la Tierra Media tras la Guerra de la Cólera y el Juramento lo hizo mi abuelo y mi padre, no yo – se defendió Celebrimbor.

- ¡Os afecta por igual, la Maldición de Mandos cayó sobre Fëanor y sus descendientes por la matanza de amigos y hermanos! -.

Las palabras de Galadriel hundieron en su asiento a Fendomë.

- Serví fielmente a Finrod Felagund, vuestro hermano, y él me llamó amigo; renegué de mi padre cuando intentó derrocar a vuestro hermano Orodreth para ocupar el trono de Nargothrond, vuestro noble esposo es testigo de ello, y, antes de venir a Eregion, viví en Lindon poniendo mis habilidades al servicio de Gil-galad – se levantó de la silla y se arrodilló ante la Dama Blanca, aunque no bajó la cabeza en ningún momento y sostuvo sin vacilar su gélida mirada – Sólo os pido que confiéis en mí como lo han hecho otros miembros de vuestra noble familia, no quiero hacer mal alguno, mi sueño es crear objetos maravillosos como vos soñasteis una vez con fundar el reino de Eregion -.

Silencio. Nadie osaba siquiera respirar mientras Galadriel parecía meditar aquellos argumentos. La Dama Blanca se debatía ante un grave dilema. Ella creía en Celebrimbor, le conocía de su estancia en Nargothrond y por lo que Finrod decía de él, su propio poder le decía que el noldo era sincero; sin embargo aceptarle sería cometer el mismo error que Thingol al pedir el Silmaril o que Finrod al tenerle en Nargothrond, con Celebrimbor entraría en Eregion la Maldición.

- ¿Altáriel? – interrogó Celeborn.

- Sea, que Celebrimbor y su gente construyan el Mírdaithrond junto a Ost-in-Edhil – cedió al tiempo que se le oscurecía la mirada y pensaba – Que mi reino sea el más grande y caiga como los que le han precedido -.

El maestro herrero tomó una de las manos de la reina y la besó.

- Gracias, mi señora, por vuestra benevolencia – se le veía tan feliz que Galadriel no pudo evitar sonreír.

- Espero que no me deis motivos para arrepentirme de mi decisión -.

- De eso nos encargaremos nosotros, meletyalda – afirmó Aegnor.

- La reunión del Consejo ha terminado – anunció Celeborn – Las disposiciones en torno al Mírdaithrond se decidirán más adelante -.

El rey tendió una mano a su esposa y abandonaron la sala. Un criado acompañó al resto de los asistentes hasta la puerta.

- Olvídalo – masculló repentinamente Fendomë nada más salir de la ciudad.

- ¿Qué? – interrogaron sus amigos.

- ¿Acaso no te diste cuenta? – el elda miró a Aegnor – Nuestro Celebrimbor se ha quedado prendadito de la Dama Blanca -.

- ¿¡¿¡Qué!?!? -.

- Fendomë, necesitas descansar – sonrió Celebrimbor.

- Lo que tu digas, pero recuerda que está casada y, aunque no lo estuviera, jamás conseguirías más amabilidad de ella que la de hoy -.

- Ahí has dado de pleno, mellom – rió Aegnor.

- ¿Por qué no habría de ser más amable? -.

La risa de Aegnor cesó bruscamente.

- ¿Bromeas?, no me digas que Fendomë tiene razón y... -.

- Contesta Fendomë – insistió Celebrimbor.

- ¡Por Eru y todos los Valar!, no seas estúpido, ella odia a todos los de la Casa de Fëanor -.

- Acaba de conocerme, no tiene motivos para odiarme -.

- Tú naciste en la Tierra Media, no viste lo que ocurrió en las playas de Aqualondë, ni te hablaron del paso por Helcaraxë, ni nada de nada -.

- Pues explícamelo, todos me señalan y me llaman maldito pero ni siquiera sé el motivo, sólo mencionan la Matanza de Parientes sin decir jamás qué ocurrió -.

- Tu abuelo Fëanor quería llegar a Endor lo antes posible, para conseguirlo necesitaba los navíos-cisne de los Teleri, ellos se negaron a dárnoslos porque no querían traicionar a los Valar; Fëanor ordenó una carga armada contra una población indefensa... fue una masacre... – se pasó una mano por los ojos y sonrió con amargura al tiempo que repetía las palabras de Galadriel – “la Maldición de Mandos cayó sobre Fëanor y sus descendientes por la matanza de amigos y hermanos” -.



Durante los meses siguientes fue terminándose Ost-in-Edhil al tiempo que se construía el Mírdaithrond. Tres edificios triangulares, cada uno de 18 metros de altura y muros de mármol con vetas rosas y rojas, fijaban el complejo sirviendo como puntos de partida para los miradores, verandas y galerías, fuentes y patios cerrados. Esto era la superficie, bajo tierra se hallaban los dos niveles de forjas, talleres y almacenes, conocidos como Estancias del Metal y Estancias de las Joyas.

Cuando Ost-in-Edhil estuvo terminada, Galadriel se mostró como una entusiasta colaboradora en el proyecto del Mírdaithrond, quería saber como organizaría Celebrimbor aquel recinto que era prácticamente otra ciudad. El señor herrero le mostró los planos y lo que habría en cada estancia, las rutas de comercio con Kazad-dûm, la estructuración interna de la Hermandad de Joyeros, y un largo etc.

Solían reunirse al atardecer en el mirador central del Mírdaithrond, un lugar tranquilo donde huían un rato de sus respectivas obligaciones.

- Ésta es la última de las modificaciones, ¿dadme vuestra opinión? -.

Galadriel examinó el complicado diagrama. Aquello se había convertido casi en un juego, Celebrimbor le mostraba un plano y ella intentaba descifrarlo con los conocimientos acumulados después de interrogarle día tras día.

- Parecen forjas por su estructura pero esto de aquí no me cuadra – señaló el punto – Todas las que me has enseñado tienen las tuberías para el gas, ¿por qué ésta no? -.

- Forjas Frías – Celebrimbor pronunció aquellas palabras como un niño mostrándole a otro el juguete nuevo que le acaban de regalar.

- ¿Frías? – la Dama Blanca enarcó una ceja momentáneamente confusa, entonces se le iluminó el rostro al comprender - ¿Laen?, ¿dices que vas a poder fabricar objetos de laen? -.

- Y adamante e ithilnaur e ithildin... en una semana tendré aquí los primeros materiales procedentes de Kazad-dûm y en dos podrás ver, Galadriel, las joyas tan hermosas que es capaz de crear el Gwaith-i-Mírdain -.(Pueblo de los Joyeros)

- No lo dudo -.

La dama dejó pasar por alto la inocente falta de respeto al haberla llamado directamente por su nombre, sólo Celeborn se tomaba esa libertad y, en contadas ocasiones, Valglin y Thranduil. Sin embargo Celebrimbor se percató de su falta y trató de enmendarla.

- Mis disculpas, mi señora, me ha ganado mi entusiasmo -.

- No me has molestado en absoluto, Celebrimbor – dijo ella prescindiendo de toda formalidad – Cuando uno habla con el corazón se suele saltar inconscientemente el protocolo -.

- Gracias por vuestra comprensión -.

- Hagamos algo, cuando estemos a solas háblame como tu igual, será mucho más cómodo para ambos -.

- No es necesario, no volverá a pasar -.

- ¡Oh, sí que pasará!, diez meses son tiempo más que suficiente para conocer a una persona –.

- ¿En serio?, ¿demostradlo? – la desafió el noldo.

- Te gusta el secreto por eso nadie es capaz de discernir qué cruza por tu cabeza, algo que irrita bastante a Aegnor. Sereno y con un severo autocontrol durante la mayor parte del tiempo, sin embargo eres impaciente a la hora de enseñar a tus discípulos y cuando desatas tus emociones, sean éstas buenas o malas, haces temblar al mundo – la dama sonrió divertida ante la expresión desconcertada de Celebrimbor - ¿Más? -.

- No, suficiente, me has convencido... Eres capaz de introducirte en los pensamientos de los demás, ¿verdad? -.

- Sí, parece que eso te inquieta, ¿algo que ocultar, señor herrero? – interrogó Galadriel, no tan en broma como parecía.

- Todos necesitamos tener algunos secretos y, como bien has dicho, a mí me gusta guardar gran parte de lo que pienso -.

- Tranquilo Celebrimbor, mi poder sólo lo uso cuando es preciso, no sería ético que fuese introduciéndome en las mentes de los que me rodean – la dama cruzó las manos sobre la mesa y apoyó el mentón sobre ellas – Pero agradecería que compartieras conmigo aquellos asuntos que te preocupen, ahora formas parte de mis súbditos -.

- Creo que disfrutas enormemente organizándole la vida a la gente – sonrió el noldo.

Galadriel dio un respingo.

- Hace mucho tiempo alguien dijo esas mismas palabras sobre mí, y también que debía buscarme un reino que gobernar para poner en práctica mi don o defecto, según como se vea -.

- Todo el que tenga oportunidad de conversar contigo se percata irremediablemente de tus innatas dotes de mando, Eregion no podría desear una mejor reina – Celebrimbor dudó un instante antes de añadir - ¿Puedo preguntar quién fue esa persona?, ¿quizás Finrod? -.

- Mi hermano lo creía pero no fue él, la primera en llamarme metomentodo fue Anninda de Aqualondë, mi mejor amiga, ni siquiera Eirien o Mírwen han sido capaces de ocupar su lugar – el rostro de Galadriel se había transformado, iluminado repentinamente por una especie de alegre melancolía – Su madre era prima de la mía así que crecimos juntas, seguramente si hubiésemos sido hermanas no habríamos estado tan unidas -.

- Háblame de Aman – solicitó él.

- Fendomë es tu amigo, ¿no te ha contado de su vida al otro lado del Gran Mar? -.

- No, él acompañaba a mi abuelo y creo que participó en la Matanza, nunca he conseguido sonsacarle nada -.

- No hay palabra que pueda describir el horror y el sufrimiento de ese día, elfos contra elfos, espero no volver a ver nada semejante – Galadriel se levantó bruscamente y se asomó al exterior del mirador, abajo una gran actividad llenaba el Mírdaithrond – Disculpa mi enojo, no puedo evitar sentir una mezcla de frustración y culpabilidad cada vez que ese recuerdo viene hasta mí, muchas veces he pensado que mi familia pudo haber detenido el combate en lugar de limitarnos a mirar y apropiarnos de los barcos de los Teleri mientras ellos perecían bajo las espadas -.

- Lo hecho, hecho está, piensa en todo lo bueno que has hecho y que puedes hacer como reina de Eregion -.

Galadriel contempló Occidente, allí donde el sol casi había desaparecido todavía existía un lugar llamado Valinor, cuna de recuerdos y sueños.

- Quieres que te hable de Aman, tengo una idea mejor – extendió las manos hacia Celebrimbor, había recuperado su expresión amable y luminosa – Coge mis manos -.

El señor herrero obedeció, disfrutando de ese efímero contacto.

- Cierra los ojos, al principio puedes sentir algo de mareo pero no te preocupes – indicó la dama.

- Confío plenamente en ti – afirmó Celebrimbor.

Haciendo uso del poder aprendido en compañía de Melian, Galadriel condujo a Celebrimbor a través de sus recuerdos. El noldo pudo contemplar Aman en todo su esplendor, Tirion, Aqualondë, Taniquetil, los Árboles, la vida cotidiana de los Valar y Eldar. Por último le dejó ver los acontecimientos producidos a partir del desencadenamiento de Melkor, la muerte de Finwë, la huída desde Aman, el paso del Helcaraxë, el nacimiento de la Luna y el Sol.

Cuando el hechizo se rompió Galadriel estuvo a punto de caer al suelo, agotada. Celebrimbor lo impidió y, gentil, la ayudo a sentarse. Brevemente pudo sentir el roce de sus dorados cabellos en el rostro y el dulce aroma que despedían.

- ¿Os encontráis bien? -.

- No te preocupes, sólo es cansancio, al final te he mostrado más de lo que pensaba en un principio – sonrió tranquilizadora, aunque su cara había perdido cualquier ápice de color - ¿Qué te ha parecido el “viaje”? -.

- Ha aclarado muchas dudas y ha saciado plenamente mi curiosidad; mi abuelo fue un gran artesano, no creo que pueda igualarle -.

- Espero que Ilúvatar jamás permita que te iguales a él, no lo necesitas Celebrimbor – la voz de Galadriel se hizo momentáneamente severa – Deja que el corazón te guíe a la hora de crear tus obras y que la razón se imponga a él en las decisiones que hayas de tomar en tu vida, pues los errores que cometemos los Noldor son a causa del ímpetu de nuestro espíritu -.

- Así será -.

Celebrimbror observó las estrellas. El sortilegio de la Dama Blanca había durado más de lo que creyó en un principio.
- Se ha hecho tarde, os acompañaré a casa -.

- No es necesario, sé cuanto te gusta trabajar en los talleres por la noche -.

- Galadriel, insisto -.

Agradecida, permitió que el príncipe noldo la acompañase. Cubrieron el trayecto en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos. Celebrimbor aún turbado por el inesperado regalo de la dama al dejarle entrar en sus recuerdos, ella sorprendida consigo misma por permitírselo.

- Dijiste que ibas a enviar unas cartas a Durin de Kazad-dûm – recordó Galadriel.

- Así es, mi señora – descubrió lo difícil que le resultaba tratarla de vos.

- Entrad un momento, quiero que vuestro mensajero lleve una misiva de mi parte – dijo ella precediéndole al entrar – Además las cartas con el sello real llegan más rápido a su destino -.

Una sirvienta se adelantó a dar la bienvenida a su señora.

- El señor Celeborn me pidió que os entregará esto – le tendió una nota.

- Gracias Lothiniel, ¿dónde ha ido? -.

- Llegó un mensaje y partió hace unas horas, su destino lo desconozco -.

La Dama Blanca leyó la nota, sus dedos se crisparon imperceptiblemente.

- Preparad la cena, el señor Celebrimbor esta noche es mi invitado -.

En cuanto Lothiniel salió de la sala Galadriel se permitió estrujar el papel, a todas luces molesta.

- ¿Galadriel? -.

- No lo soporto, mi paciencia tiene un límite, si no quiere mi ayuda no seré yo quien se la imponga – pensó frustrada.

- ¿Mi señora?, ¿ha ocurrido algo grave? – insistió Celebrimbor preocupado.

- No – le señaló un sofá – Aguardad aquí, si queréis algo sólo pedídselo a uno de mis sirvientes -.

Él la vio desaparecer escaleras arriba. Se aproximó a los ventanales y contempló la noche. La Estrella del Norte brillaba intensamente, la luz de un Silmaril.

- Celeborn no se merece estar casado con alguien tan excepcional como Galadriel, un sinda que tiene como esposa a la reina de los Noldor de Endor y la menosprecia de esa manera lo mínimo que se merece es perderla -.

Y su corazón rogó por que así fuera.



N. de A.: Ya empiezo con los culebrones ¬¬, espero que nadie se enfade por el conflicto Galadriel-Celeborn y mucho menos por la intervención de Celebrimbor, digamos que ahora vais a conocer mi particular versión de por qué se crearon los Anillos de Poder. Me voy a tomar un montón de libertades con la historia, si alguien ve algo demasiado fuera de lugar que me lo comunique, no todos los comentarios van a ser buenos :P

Por cierto, sí, los ortani ("que suben"), ortan en singular, son ascensores ^^. Si los herreros de Eregion fueron capaces de crear los Anillos construir un ascensor debió ser un juego de niños, algo de cristal, un poco de magia y mecánica y ya está. Imaginad la ciudad de Ost-in.Edhil con todo tipo de lujos: sistema de agua corriente, hipocaustos, alcantarillado... en resumen, la magia, el ingenio y el poder de los elfos llevados al extremo.

Hasta el próximo capítulo.^^


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