Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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32. En el Valle




El mapa, desplegado sobre la mesa, mostraba todas las tierras adyacentes al refugio entre las montañas y las posiciones que estaban tomando los ejércitos de Sauron. La preocupación oscurecía los ojos de Galadriel, acentuando su terrible porte y arrebatadora belleza mientras examinaba el intrincado plano.

Unos pasos furtivos la hicieron levantar el rostro; Celebrían, ataviada con una sencilla túnica larga de color gris, había entrado en el improvisado pabellón donde tenían lugar las reuniones sobre la guerra.

- Amil, ¿podemos hablar? -.

- ¿Qué te inquieta? – preguntó ella, dulcificando su expresión.

- El destino, ¿qué nos deparará esta guerra? -.

Galadriel rodeó a su hija con los brazos, en un gesto reconfortante.

- No puedo ver el futuro en su plenitud como bien sabes, ¿por qué, después de más de dos años aquí sitiados, me haces esa pregunta? -.

- Es por el caballero Elrond, me tiene muy preocupada, no habla con nadie, ni siquiera con Glorfindel – explicó Celebrían, alicaída – Las noticias que trajo el Señor de la Flor Dorada le han hecho aislarse, creo que se siente responsable por nuestra situación y, quizás, piensa que ha decepcionado a Gil-galad -.

Elrond había dirigido al ejército de Lindon contra las hordas de Sauron, sin embargo el Enemigo era demasiado poderoso y les había obligado a replegarse hasta aquel valle enclavado en las proximidades de las Montañas Nubladas; de eso hacía poco más de dos años.

- Todos nos sentimos de manera parecida, Thranduil y yo incluidos; nuestras gentes también se encuentran aquí atrapadas, pero no podemos hacer otra cosa que aguardar los refuerzos de Lindon – acarició los cabellos plateados de Celebrían – Debí obligarte a permanecer en Lórinand con tu padre -.

- Eso nunca – la princesa se libró del abrazo maternal y se armó de toda la dignidad que fue capaz de reunir – Quizás no pueda estar en primera línea de batalla como tú, pero poseo dotes como sanadora y tú me has enseñado a dirigir a otros, he demostrado que no soy una mera carga -.

- Lo sé, ya no eres una niña, pero no puedo evitar protegerte como antaño -.

Celebrían sonrió.

- Mis disculpas, ¿interrumpo? -.

Bajo la arcada de entrada, Glorfindel las miraba inquisitivo.

- No, adelante señor de la Flor Dorada, ¿qué deseáis? – le instó Galadriel.

- Por desear me gustaría que acabase de una vez la guerra, mas como eso no es posible quería hablar un momento si no os resulta un inconveniente, Ninquenís -.

- ¿Qué puedo hacer por ti? -.

- Es Elrond, me temo que sufrirá una crisis si alguien no habla con él y le convence que su labor como capitán está resultando excepcional -.

- ¿Has llegado de Lindon hace poco más de dos meses y ya estás entrometiéndote en la vida de otros? – sonrió - Mi hija opina de igual manera, aunque sé que el caballero Elrond no es tan débil como vosotros pensáis que es, lo creo suficientemente sabio como para encontrar respuesta a sus dudas él sólo -. Galadriel sonrió a la elfa que acababa de entrar en la estancia. – Aiya Eirien -.

- Veo que estás ocupada, pensaba que tendrías un minuto para que hablásemos – dijo la reina sinda.

Galadriel puso lo ojos en blanco.

- De acuerdo, iré a hablar con Elrond, todo sea por que no vengan todos los elfos del valle a solicitármelo -.

- ¿Qué? -.

- Celebrían y yo nos hemos adelantado a vuestra petición, alteza – sonrió Glorfindel – Supongo que nuestra adorada reina habrá usado su don para leer los corazones ajenos -.

- Mi querido señor elfo, que bien me conocéis –. La preocupación de Galadriel había pasado a un segundo plano y sonreía abiertamente. – Disculpadme, he de atender una petición de ayuda triple -.

Abandonó el volátil pabellón de árboles entrelazados con suaves telas. Paseó por el campamento que los elfos habían levantado rápidamente y que, tras tantos meses de asedio, se había convertido poco a poco en una pequeña ciudad. Casi todo eran recintos sencillos como el pabellón que acababa de abandonar, estructuras gráciles de madera formando pasillos y habitaciones entremezclados con árboles y vegetación; esa disposición les permitía a los elfos mimetizarse hasta tal punto con la naturaleza que su refugio permanecía oculto a los numerosos espías del Enemigo.

Aquellos con quienes se cruzaba la saludaban con una somera reverencia de máximo respeto. Algunos vestían ropajes azules con petos dorados, poderosos eldar de Lindon de gesto grave. Otros, más risueños que sus hermanos de las costas, lucían ropas verdes y castañas, los colores de Eryn Galen. Y, por último, los esquivos y silenciosos silvanos de Lórinand, de prendas grises.

Dejando atrás el campamento y su casi imperceptible ajetreo, Galadriel se abrió paso entre los árboles hasta llegar a las cascadas del Bruinen. De pie, junto al lago que formaban las aguas al precipitarse, encontró a Elrond; túnica de batalla azul, como sus guerreros, y el cabello azabache recogido hacia atrás realzando su gesto severo y meditabundo.

- Elrond -.

La suave voz de la dama le sacó de su ensimismamiento.

- Aiya Ninquenís, ¿sucede algo que requiera mi presencia o habéis venido aquí en busca de un poco de soledad? -.

- Te buscaba a ti por requerimiento explicito de tres elfos, aunque si hubiese venido más tarde seguramente habrían sido más los que me hiciesen la misma petición -.

- No entiendo -.

- Eirien, Glorfindel y Celebrían están preocupados por ti, creen que te excedes en tu labor de gobierno -. Galadriel le miró, sus ojos de zafiro capaces de traspasar con más fuerza que la hoja de una espada. – Ninguno podíamos evitar lo acontecido en Ost-in-Edhil, la ruina de Acebeda estaba escrita desde el primer día que contemplé la colina sobre la que se edificó -.

- Puedo aceptar la caída de un reino, no así la muerte de sus habitantes y menos cuando muchos eran mis amigos – esbozó una sonrisa amarga – Me temo que no sobrellevo bien la perdida de seres queridos, afrontar la muerte de Elros me llevó unos cuantos siglos de manera que no sé cuanto me llevará asumir la desaparición de Fendomë, Mírwen, Rasadan, Valglin... hay tantos nombres -.
- Habrá más, muchos más, antes que todo esto acabe – suspiró ella.

- ¿Pero tener que ver la profanación del cuerpo de Celebrimbor de aquella manera...? – el medioelfo agitó la cabeza – Ost-in-Edhil parecía haberse convertido en un reflejo del Abismo, del infierno -.

- Fue horrible, lo sé, he tenido que presenciar cosas semejantes demasiadas veces – la voz de Galadriel resultaba triste pero reconfortante - El dolor jamás desaparecerá, te acompañará eternamente, pero irá mitigándose hasta convertirse en un aguijonazo en lo profundo del corazón -.

- Supongo que entonces habré de aprender a endurecer mi corazón – dijo Elrond.

- No, la pena es necesaria, lo que has de aprender es a controlarla y no permitir que se imponga a ti cuando necesitas poner todas tus facultades al servicio de aquellos que gobiernas -.

El medioelfo observó a la espléndida reina eldarin, indeciso.

- Dama Galadriel -.

- ¿Sí? -.

- Hay algo que deseaba solicitaros, a vos y vuestro esposo -.

- Tienes mi beneplácito Elrond, aunque no necesitabas pedir el consentimiento de Celeborn y mío, es con ella con quien debes hablar -. Galadriel sonrió con dulzura al perplejo y sonrojado medioelfo. – Mas me complace tu consideración -.

- Soy yo quien debe daros las gracias – se inclinó a falta de otro gesto que pudiera expresar mejor su gratitud – No sé qué ocurrirá en el futuro, sólo ruego sobrevivir a esta guerra y poder unirme a ella -.

La dama clavó en él una mirada vacía, como si se hubiese quedado ciega, mientras consultaba la urdimbre del destino.

- Nada, me es imposible –. Galadriel se veía molesta. – Sauron sigue entrometiéndose al otro lado, no puedo averiguar qué acontecerá pero intuyo que llegarás a ver el final de todo esto, para bien o para mal -.

Elrond guardó silencio.

Ambos alzaron la mirada cuando una gran sombra sobrevoló las cascadas, un águila de brillante plumaje que los saludó con un agudo chillido antes de volver a sumergirse en el mar de aceradas nubes que cubría el valle.

- Gracias a las águilas nuestro refugio sigue siendo seguro, me alegra que sus nidos no estén muy lejos de aquí – comentó el medioelfo.

- No eres el único... ¿me acompañáis de vuelta al campamento? -.

- Será un honor -.

Nada más llegar, el jolgorio del nutrido grupo de elfos reunidos en un claro llamó la atención de Galadriel y Elrond. Al aproximarse pudieron ver de qué se trataba, y Galadriel no pudo reprimir una sonrisa nostálgica.

Varios elfos jugaban al pañuelo, de un lado Bosqueverde y del otro Lórinand. Sólo quedaban dos participantes y una dama sostenía el paño haciéndose de rogar por el público.

- Dama Eirien, dad la señal o alguien sufrirá un ataque de nerviosismo – sonrió Glorfindel, sentado en primera fila con Celebrían y Aegnor a su lado.

Los dos elfos se miraban entre impacientes y divertidos, las penas acumuladas se habían volatilizado, ahora sólo eran dos jóvenes jugando.
Eirien dio la señal. Todos aplaudieron el resultado mientras Galadriel y Eirien reían abiertamente, recordando lo acontecido hacía siglos en un patio de Doriath.

- Hay cosas que nunca cambiarán – comentó Eirien, acercándose a Galadriel y Elrond.

La reina eldarin se volvió. Dos elfos se acercaban a la carrera con el paso rápido y ágil de un felino, uno era Lindir y su compañero, que se apoyaba ligeramente en él, Gildor.

- Mae govannen – dijo Galadriel – Mi buen amigo me alegra verte de vuelta, ¿tan importantes son tus noticias que no has podido aguardar a recuperarte de tan arduo viaje? -.

- Importantes y terribles son en verdad, mi señora – replicó Gildor, agradeciendo con una inclinación el asiento que le facilitó Glorfindel – Sauron ha llegado a las Montañas Azules y no tardará en trasponerlas e invadir Lindon, las defensas del Señor de los Noldor no soportaran mucho más los ataques del enemigo -.

Los reyes elfos escucharon aquellas palabras con sendas expresiones de preocupación en sus hermosos rostros.

- ¿Y Ereinion? Pudisteis hacerle llegar el mensaje – preguntó Elrond.

- Sí – sonrió extenuado el elda - Conseguí llegar a un puerto en la desembocadura del Baranduin antes que fuera evacuado y entregar un mensaje para el rey a uno de los capitanes de Círdan, Vorondil; Gil-galad tendrá conocimiento de lo que ha ocurrido de este lado de las montañas -.

- Si Vorondil tiene el mensaje tened por seguro que ni Sauron mismo impediría que llegase hasta Ereinion – afirmó Glorfindel.

- Buen trabajo Gildor, grande es la labor que has llevado a cabo, ahora ve a descansar y trataremos los detalles más tarde – dijo Galadriel.

Glorfindel y Lindir llevaron a su compañero a un lugar tranquilo para que durmiera.

- ¿Y ahora qué? – interrogó Thranduil a nadie en particular – Gil-galad conoce todos los detalles pero eso no le servirá de nada, tiene a Sauron llamando a puertas de Lindon y sabemos que, aunque el es heredero de los grandes príncipes noldo, no queda suficiente poder en su reino como para detener al Enemigo -.

- Nunca pierdas la esperanza Thranduil – replicó la Dama Blanca – Ereinion tiene su destino y sé que no es morir acorralado contra el mar; la Oscuridad será derrotada como antaño, aunque el cómo lo ignoro -.

La mirada de Galadriel encontró la de Elrond; el Destino se precipitaba arrastrándolos a todos y ambos habían visto lo mismo, una gran batalla en las faldas de una montaña de fuego.



A la mañana siguiente los tres reyes, Elrond y Gildor se reunieron en el pabellón de costumbre para conocer la situación fuera del valle. Entre los árboles, a una distancia donde no llegaban las voces, una sombra de plata observaba a los allí congregados. Celebrían arrugó la nariz, disgustada, siempre la dejaban de lado en los momentos críticos.

Alguien se sentó de repente junto a ella sobresaltándola.

- No es correcto en una princesa espiar, ¿no os parece, alteza? – preguntó Glorfindel.

- ¿Por qué no estás tú en la reunión? – replicó Celebrían, omitiendo el protocolo debido al susto.

- Sé lo que van a tratar y no sacarán nada en claro, sólo preocuparse más todavía y la primera de ellas vuestra madre – se encogió de hombros bajo la capa nívea – Perdonad que os lo diga pero la dama Galadriel parece disfrutar enormemente siendo la madre de todo el mundo -.

- Sí, le gustaría poder protegernos a todos de todo mal – sonrió ella – Y últimamente se siente bastante contrariada porque no puede predecir el futuro y, por tanto, es incapaz de ponerle remedio a ese mal -.

- Es así desde que era pequeña, en Valinor se comportaba de manera muy semejante -.

Celebrían meditó unos instantes, hacía tiempo que deseaba preguntarle algo a Glorfindel pero no sabía cómo.

- Glorfindel -.

- ¿Sí, aranel? –. (princesa)

- ¿Tú viniste de Valinor? -.

- Con Finrod -.

- ¿Y serviste a Turgon de Gondolin? -.

El Señor de la Flor Dorada miró a Celebrían y estalló en alegres carcajadas.

- Sí, serví a la familia del rey Turgon por expreso deseo de Finrod y di mi vida por ellos en los riscos de Cirith Thoronath al enfrentarme a un balrog -.

- ¿Entonces cómo...? – la hija de Galadriel se veía desconcertada.

- No puedo revelarte todo lo que ocurrió después que caí en el abismo, sólo que solicité a los Poderes del Oeste que se me permitiese regresar a la Tierra Media para seguir combatiendo a los servidores del mal hasta que mi Pueblo abandonara para siempre estás costas, y me lo concedieron –.

- ¿Por qué ese deseo en lugar de permanecer en la beatitud de Aman? -.

- Por lo mismo que tú te encuentras en este valle y por lo mismo por lo que hace siglos di mi vida, por amor – Glorfindel sonrió y resplandeció como nieve iluminada por el sol de la mañana – Cuando todo lo demás se ha perdido es lo único a lo que puedes aferrarte, algo contra lo que no puede luchar el Enemigo porque sencillamente es incapaz de entenderlo -.

La princesa miró hacia el pabellón y vio como lo abandonaban todos excepto Elrond, él permaneció sentado y pensativo como le ocurría desde que llegaran al valle.

- Id con él – la instó con una creciente expresión de diversión.

- No sé si... -.

- Id, estoy seguro que sólo vuestra belleza podrá sacarle de ese estado -.

Celebrían se sonrojó pero decidió seguir el consejo del elda. Despacio, caminó entre los árboles y entró en el pabellón y saludó a Elrond con dulces palabras. El medioelfo se incorporó al momento y, tomando la delicada mano de la princesa, le ofreció asiento.

El noldo de cabellos rubios sonrió satisfecho. Le encantaba hacer feliz a sus amigos. Mientras marchaba en busca de su almuerzo, se preguntó cómo le iría en Lindon a cierta impetuosa muchachita con su rey.

- Glorfindel -.

El interpelado se giró y realizó una alegre reverencia ante Galadriel.

- Te hemos echado de menos durante la reunión -.

- Mis disculpas Ninquenís, sabéis que tanta seriedad puede llegar a consumirme y antes ya había estado hablando con Gildor -.

- ¿No te preocupa nuestra situación? -.

- En absoluto -.

Galadriel le miró desconcertada; Glorfindel era un elda, uno de los poderosos Primeros Nacidos, y no podía acceder a sus pensamientos tan libremente como con otros elfos, ello hacía que en muchas ocasiones el risueño noldo tuviera actitudes realmente incomprensibles para ella.

- Mi señora, simplemente soy observador, si la situación fuera desesperada vos no os dedicaríais a dar paseos, cazar con vuestra amiga Eirien o bordar sentada junto al arroyo disfrutando de los primeros retazos de la Primavera – se explicó Glorfindel.

- Empiezo a dudar si acompañasteis a Elrond por propia voluntad u os obligo Ereinion para deshacerse por un tiempo de vuestra presencia – replicó la reina, seria aparentemente aunque riendo con los ojos.

- Supongo que fue un poco de todo, digamos que no me hubiera perdonado dejar que Elrond se divirtiese él sólo persiguiendo orcos de las Montañas Azules a las Nubladas – le ofreció el brazo a Galadriel - ¿Me acompañáis?, iba a ver si podía encontrar algo para almorzar, las lembas están muy bien pero llega un momento en que un elfo necesita comer otra cosa para mantenerse en pie -.

En la zona acondicionada para las comidas había algunos elfos disfrutando de un ligero refrigerio.

- Almarë Ninquenís -. Aegnor levantó una mano para llamar la atención de su reina. – Otorgadnos el excelso honor de acompañarnos en el almuerzo e iluminarnos con vuestra belleza y conversación -.

- Muy bonito Aegnor, ¿desde cuándo te has vuelto tan elocuente? – inquirió Glorfindel.

- Desde que soporto la compañía de un insolente y descarado elda – replicó él, los ojos violeta chispeantes de buen humor.

- La fama os precede, mi querido señor elfo – rió Galadriel.

Glorfindel se encogió de hombros y los deleitó con esa risa clara que reflejaba la más pura alegría.



- No podemos enviar exploradores, me niego -.

- Señor, debemos saber qué sucede fuera del valle -.

- ¡No arriesgaré inútilmente la vida de mis elfos! -.

Aquella asamblea estaba poniéndose muy tensa, si a alguien más instaba a Elrond a que enviase batidores a indagar los movimientos de Sauron estallaría y la cólera del príncipe, aunque lenta en despertar, era algo a lo que nadie deseaba enfrentarse.

- ¿Entonces qué hacemos? – fue la protesta de uno de los capitanes de Thranduil – Hace meses, desde que el señor Gildor llegó, que no tenemos noticias -.

- Silencio Melroch – le atajó su rey en voz baja pero severa – ¿Acaso piensas tomar tú las decisiones por mí o por los grandes señores aquí reunidos? -.

El elfo se disculpó y calló.

- Discutiendo no conseguiremos nada – continuó el señor de Eryn Galen – Elrond, ninguno queremos poner en peligro a nuestros soldados pero debemos romper esta situación de tablas, debemos saber qué ocurre -.

- Acepto que salgan exploradores, pero no me convenceréis de enviarlos a los límites de Lindon, ¡sería como enviarlos a la muerte! -.

Thranduil miró a Galadriel en una muda súplica de ayuda, mas ella no intervino, permaneció sentada escuchando.

- Si no los envías tú lo haremos nosotros – saltó Eirien, tan audaz como siempre – Incluso me ofrezco voluntaria para... -.

- ¡Ni hablar!, ¡no vas a salir de este valle! – replicó su esposo – Y ni se te ocurra rebatirme -.

La reina de Eryn Galen se cruzó de brazos, enojada. Al parecer su marido aún no le había perdonado que abandonara el bosque para reunirse allí con él.

Las sugerencias se sucedieron sin que nadie llegase a un acuerdo y todos acabaron discutiendo. La Dama Blanca miró hacia la entrada del pabellón; oculta tras una cortina Celebrían observaba la escena, dudando si debía intervenir. Hacía una semana que no había visto a su hija y ahora que podía acceder a su mente se sobresaltó al saber dónde y qué había hecho.

Por fin, la princesa se armó de valor y entró en la estancia luciendo toda la dignidad y presencia heredadas de su madre. Aguardó, nerviosa, a que los caballeros en plena lidia dialéctica le prestasen atención.

Unos fuertes golpes de metal contra metal acallaron a los presentes. Glorfindel les sonrió y devolvió a su sitio el candelabro y la bandeja.

- ¿Siempre tienes que ser tan... extravagante? – inquirió Elrond, que se había llevado la peor parte de las “campanadas” de su amigo.

- Mis disculpas, sólo intentaba ayudar a su alteza Celebrían a participar de la reunión – respondió el jovial noldo.

La princesa agradeció a Glorfindel con una somera inclinación de su cabeza plateada.

- Nobles señores, ¿se me permitiría un pequeño comentario? -.

- Adelante -.

Galadriel sonrió, orgullosa por la resolución de su hija; cuánto había cambiado en aquellos meses.

- Tengo el placer de comunicaros que preparéis vuestras armas, los ejércitos de Gil-galad avanzan desde Lindon hacia el Este -.

La perplejidad se adueñó de todos.

- ¿Podéis explicaros con más detalle? – solicitó Thranduil.

- Hace una semana me escapé del valle y cabalgué hacia el Oeste en solitario -.

- ¿¡Qué hiciste qué!? – la interrumpió Elrond – ¿Sabes a los peligros que has estado expuesta? -.

- Sí, mi señor – asintió Celebrían, altiva – He estado viviendo en este valle como todos vosotros pero nunca se me ha permitido hacer nada más que cuidar de los heridos ocasionales, quería ser de utilidad, no una carga a la que proteger como si fuera una delicada escultura de cristal porque no lo soy -.

- Cuéntanos lo que has visto – la invitó Galadriel.

- A una semana a galope de aquí me encontré con una pequeña avanzadilla – la princesa mostró una sonrisa radiante – Guerreros de Lindon, un noble caballero llamado Hirwe los lideraba -.

- Me alegra saber que aún sigue entero – apuntó Glorfindel - ¿Qué te dijo uno de los mejores arqueros de Los Puertos? -.

- Que un ejército avanzaba sobre las hordas de Sauron, unas huestes imparables a cuya cabeza cabalgaban Gil-galad, Señor Supremo de los Noldor, y Tar-Minastir, Señor de Númenor -.

La noticia desató el alborozo generalizado y Elrond se apresuró a imponer orden, antes que a Glorfindel se le ocurriese volver a echar mano de su improvisado instrumento.

- Gil-galad solicita que os reunáis con él dentro de dos semanas al sur de las Colinas de los Vientos – respondió Celebrían a la pregunta del heraldo de Ereinion – También envía saludos cordiales a su hermana de Lórinand, Ninquenís -.

- Que comiencen los preparativos, la reunión ha terminado -.

Celebrían se veía resplandeciente y abrazó a su madre en un impulso de profunda satisfacción.

- Lamento si os he preocupado, amil, pero quería hacerlo, debía hacerlo -.

- Estoy orgullosa de ti, aunque me temo que alguien no se siente tan feliz como yo -. Galadriel miró a Elrond que aguardaba pacientemente para hablar con la princesa. – Reúnete conmigo en cuanto acabes aquí, necesito tu ayuda para organizar a nuestras gentes -.

- Sí, amil -.

Los elfos abandonaron la estancia y dejaron solos a Celebrían y Elrond.

- Reconoce que fue una locura -.

- No soy la niña indefensa que conociste en Ost-in-Edhil, mi madre me ha entrenado y, aunque jamás podría igualarla, sé que puedo valerme mucho mejor que la mayor parte de los elfos que caminan por este valle – rebatió la princesa.

- ¿Por qué lo hiciste? -.

- Porque era necesario y sabía que podía hacerlo -.

El enfado del medioelfo fue remitiendo.

- Si te hubiese pasado algo... -.

- Pero no me ha pasado y he traído la información que necesitábamos, ¿no puedes alegrarte, aunque sea sólo un poquito? – preguntó con un adorable mohín.

- Ahora sé como se sintió tu padre al conocer a Galadriel – sonrió Elrond.

- ¿Cómo? -.

- Desesperado -.

Ella rió.

- No soy tan mala, me conoces para saberlo -.

- Creí que te conocía hasta hoy –. El medioelfo tomó la nívea mano de la doncella y la besó. – Prométeme que la próxima vez avisarás de tus planes, al menos a tu madre -.

- Lo prometo -.

- Y promete que permanecerás en el valle cuando el ejército parta -.

- Yo... -.

- No Celebrían, necesito esa promesa antes de marcharme -.

La princesa contempló aquellos ojos donde anidaba el brillo de las estrellas y entendió el mensaje velado tras sus palabras. Sonrió dulcemente y le abrazó.

- Esperaré en el valle sólo si prometes regresar a buscarme -.

- Volveré por ti, lo juro por Elbereth -.

- Qué serio eres siempre – rió Celebrían – Ahora debo ir con mi madre -.

Elrond la liberó de su abrazo y la contempló hasta que desapareció entre los árboles.


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