Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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30. La Guerra




El sonido de las campanas de la ciudad alertó a toda la población. Hacía rato que la luz del sol había desaparecido bajo unas nubes negras como la marea que se acercaba de forma amenazadora a las murallas.

Celebrimbor, pertrechado con la armadura esmaltada en negro y la capa blanca al viento, oteaba desde una de las torres al ejército sitiador. Distinguió orcos, huargos, trolls, hombres de rostros oscuros y ropajes extraños... la batalla iba a resultar terrible.

Descendió de la torre y corrió a las murallas. En su camino repartió ordenes a los capitanes y la estrategia a seguir: agotarían todo lo posible al enemigo con arcos y fuego mágico, cuantos menos orcos y hombres alcanzaran los muros exteriores más tiempo resistirían los elfos el embate.

El señor herrero y rey de Eregion se situó en el punto más conflictivo, mientras Rasadan y Fendomë se hacían cargo de los flancos. Una vez más Celebrimbor se maravilló del don de la Dama Blanca; Galadriel debió intuir un futuro oscuro para su reino, ¿por qué si no construyó la capital como una fortaleza inexpugnable?.

Los tambores y cuernos llamaron a orcos y humanos al ataque, y los elfos respondieron al desafío con cánticos y el claro sonido de las trompetas.

La batalla dio comienzo.



- ¿Sucede algo atto? -.(papá)

Celeborn no respondió a su hija. Había detenido su caballo y miraba hacia el sur, los elfos que les acompañaban hicieron otro tanto; una extraña oscuridad se había abatido sobre la tierra de Acebeda.

- Ha empezado – musitó el elfo de cabellos plateados.

La treintena de elfos que viajaban con él hacia el Norte le prestaron completa atención.

- Tomaremos el Paso Alto, es un camino difícil pero es el único -.

- ¿No íbamos a Lindon? – interrogó la sanadora Ariel.

- Yo propongo ir a Laurelindórean, Bosqueverde nos ofrecerá el refugio necesario para llegar a nuestro destino – abarcó a todos con su mirada argentea – Quien lo deseé puede marchar a Lindon aunque en el camino se encontrará con las múltiples bestias de Sauron -.

- Os seguiremos, señor – dijo otro elfo – No hemos llegado hasta aquí para ahora abandonaros -.

- Démonos prisa entonces, en las estepas somos presa fácil -.



Galadriel se encontraba discutiendo con Fanar una nueva estrategia para proteger el bosque, el último ataque del enemigo había incluido orcos, huargos y trolls y no consiguieron rechazarlos limpiamente como en ocasiones anteriores, cuando llegó un elfo con un mensaje del rey Durin.

La carta era breve, bruscamente cortés y directa, justo como gustaban hablar los enanos. La expresión de la dama se ensombreció.

- ¿Más problemas? – interrogó el Señor de los Guardianes.

- Los enanos tienen terribles problemas con los trasgos en sus minas y Ost-in-Edhil se encuentra sitiada – fue la respuesta de Galadriel – Si Celebrimbor sabe aprovechar todos los recursos que ofrece la ciudad podrá resistir un año entre sus muros, han tenido tiempo de sobra para abastecerse -.

- Un año, ¿y después qué? -.

- Roguemos que para entonces haya venido ayuda de Lindon -.

Fanar se retiró a atender sus obligaciones y Galadriel se ocupó de las propias.

El corazón de la reina se sentía partido, por un lado deseaba proteger a los galadhrim y su bosque pero también anhelaba empuñar la espada contra Sauron en Eregion. A su desasosiego se añadía el no saber dónde estaba su familia, presentía que se encontraban bien mas eso no le bastaba.

Se unió a las elfas que tejían redes y cuerdas, las usarían para frenar el avance de los trolls, hacerles tropezar y entonces poder rematarles con facilidad. Los trolls eran muy fuertes pero su inteligencia era la misma que podía tener una piedra, por algo se convertían en roca si la luz del sol les alcanzaba.

Nimrodel y Súlima tensaron una de las redes mientras Galadriel la revisaba para asegurarse que no quedase ningún nudo suelto.

Un grupo de elfos llegó al grupo de flets que servían como campamento base, sus ropas grises manchadas y el rostro cansado; entre ellos Haldir.

- No podemos seguir así, mi señora – dijo el silvano a punto de derrumbarse junto a las tejedoras – Antes descansábamos durante el día, cuando los orcos y trolls no pueden salir, pero ahora durante las horas de sol nos atacan esos hombres salvajes del Este -.

- Paciencia Haldir, la situación está cambiando, dentro de muy poco los asaltos a Laurelindórean cesaran casi por completo -.

- ¿Cesar?, ¿por qué, si nos tienen aquí acorralados en el bosque? -.

- Porque Sauron está concentrando sus ejércitos en Eregion, hace escasos días que ha sitiado Ost-in-Edhil -.

El agotamiento de Haldir se esfumó sustituido por el estupor y la vergüenza.

- Siento haber protestado, los elfos de Acebeda lo deben estar pasando mucho peor que nosotros – se levantó y tomando el arco añadió – Iré por algo de comer y veré si puedo ayudar en algo, creo que empezábamos a estar faltos de flechas -.

- No te apures, ve a descansar, te lo mereces después de los esfuerzos que has realizado desde que comenzaron los problemas con Annatar -.

- Como ordenéis, pero si necesitáis de mis servicios llamadme -.

- Es muy buen muchacho – sonrió Súlima, observando como Haldir trepaba a un talan para echar una siesta.

- Cierto, posee un corazón noble y una mente despierta – coincidió Galadriel – Nimrodel, ve al Claro de los Panaderos y pregúntale a Ivren si necesita algo -.

- Enseguida -.

La doncella echó a correr con su vestido gris ondeando como niebla en torno a ella.

La Señora del Claro de Tejedores llegó en ese instante.

- Aiya Arvairë – saludó la reina.

- Aiya mi señora, venía a informaros que tenemos suficiente material para el próximo ataque, no es necesario que preparemos más sogas -.

- Que las muchachas se repartan entre la preparación de alimento y el trabajo con las sanadoras, Fanari me dijo que andaban escasos de medicinas – ordenó Galadriel – Y envía un mensaje a Aegnor -.

- Yo puedo hacérselo llegar – intervino Súlima.

- Me parece acertado – consintió Galadriel – Dile a tu esposo que centren su producción en puntas de flecha, todos tenemos ya dos puñales de reserva y hay cotas de mithril suficientes por si fuese necesaria una incursión fuera del bosque, sin embargo siempre parece que faltan flechas -.

Las dos elfas partieron a cumplir las ordenes de su reina.

Galadriel miró en torno suyo, los galadhrim trabajaban para defender su bosque y lo hacían porque ella les había dado esperanza; definitivamente no podía abandonarlos ahora para luchar en el Norte, aguardaría hasta que una señal le indicase el momento de partir.



- ¡Debemos partir ya! -.

- No estamos preparados -.

Eirien tenía unas ganas terribles de agarrar a Elrond por los hombros y sacudirle hasta que entrara en razón, no obstante se contuvo, ya no era una muchachita de doscientos años para dejarse llevar por sus impulsos.

- Eirien sé que estás preocupada y yo también lo estoy, no eres la única que tiene seres amados en las tierras del Este, pero no podemos marchar con el ejército a medio preparar -.

- Si tardamos más ya nos dará igual como esté el ejército o si los mismos Valar se han unido a nosotros, Sauron estará llamando a las puertas de Lindon en cuestión de meses -.

- Y si partimos ahora una mísera tropa de orcos bastaría para barrernos del mapa, debemos ser pacientes -.

La reina de Bosqueverde se apoyó en la balaustrada. Desde las terrazas de palacio se disfrutaba de una espléndida vista; los Puertos con sus nacaradas torres alzándose a cada lado de la desembocadura del Lhûn, los navíos blancos flotando gráciles como cisnes sobre las aguas turquesas y las tierras verdes extendiéndose hasta las Montañas Azules. El canto del mar y las gaviotas resultaba embriagador.

- Amo el mar – dijo entonces Eirien.

El medioelfo la contempló, desconcertado.
- La primera vez que lo vi me enamoré de su luz y sonido, soy una sinda pero en el corazón soy teleri – sonrió nostálgica – Sin embargo amo más a Thranduil y él sería incapaz de abandonar el bosque, es su mundo y él es el mío. ¿Me entendéis caballero Elrond?, ¿amáis a alguien como para sacrificar un sueño? -.

Inconscientemente, Elrond se llevó una mano al pecho y sujetó el colgante que resplandecía cual estrella.

- Ya os dije antes que no sois la única que tiene seres amados en el Este -.

- ¿No revelaréis su nombre?, sois reservado en verdad – rió Eirien – Mas no necesito que habléis, imagino quien ha conquistado vuestro corazón -.

Él permaneció en silencio, imperturbable. Ella le miró divertida.

- ¿Cuándo pediréis su mano?, Galadriel y Celeborn no se negaran si es lo que os preocupa -.

- Sois terrible cuando se os lleva la contraria – replicó afable Elrond.

- No hasta resultar insoportable – bromeó Eirien.

Un esbozo de sonrisa iluminó el rostro del medioelfo. La sinda dio un respingo, el brillo en esos ojos grises era el mismo que anidaba en los de Lúthien, una mezcla de sabiduría, dulzura y poder.

- ¿Sucede algo? -.

- No mi señor peredhel, sólo que me recordáis a otra persona muy querida -.

- Gil-galad también lo dice, y Círdan, y muchos otros – la sonrisa se amplió – Aunque nunca nadie me comparó con Lúthien, habitualmente los nombres que surgen son Tuor y el de mi padre, Eärendil -.

La sorpresa de Eirien creció.

- ¿Leéis las mentes? -.

- No, no – agitó la cabeza en señal de negación – Es algo mucho más sutil que eso, capto los pensamientos de aquellos que me rodean pero sólo aquellos que su mente grita con más fuerza; os ha desconcertado tanto lo que habéis visto que no he podido evitar “escucharos” -.

- Es semejante al poder de Galadriel -.

- Ella es mucho más poderosa que yo o que Gil-galad, Galadriel puede entrar en las mentes libremente aunque controla su don por consideración hacia los demás – explicó Elrond.

Un barco teleri zarpó de los Puertos rumbo al Oeste, a Númenor, ¿o quizás iba a Valinor?.

- ¿Hay muchos de los nuestros que abandonen Endor? – preguntó repentinamente Eirien.

- La amenaza de Sauron ha convencido a muchos de los que no quisieron hacer el viaje tras la Guerra de la Cólera – respondió Elrond - ¿Acaso deseáis ir con ellos? -.

- No es eso, miré en el Espejo de Galadriel antes de venir a Lindon y me mostró la ciudad de Tirion, supongo que algún día tomaré uno de esos barcos y marcharé a Occidente con el resto de nuestro Pueblo – se encogió de hombros bajo el vestido gris – De todas formas no pienso irme hasta que Sauron sea derrotado -.

Una fugaz visión asaltó al Elrond.

- El Espejo – se quejó la sinda – No me mostró nada importante, sólo vi Tirion, el día que Thranduil me pidió en matrimonio y un niño elfo -.

- Ese niño... -.

- ¿Sí? -.

- ¿Sostenía un arco y estaba coronado por hojas de un verde resplandeciente? -.

- ¿Cómo lo sabes? – exclamó la reina.

- Lo he visto Eirien, el Espejo sí os mostró algo valioso, creo que debéis intentar descifrar esa imagen – aconsejó el medioelfo.

- Galadriel también ha tenido visiones en las que aparecía el niño -.

- Eso lo hace doblemente importante, es vital que descubráis su significado -.

- Acompañadme a dar una paseo por la playa y os contaré todos los detalles, quizás entre los dos seamos capaces de dilucidar algo -.

- Os sigo -.



Los meses se sucedieron al igual que los ataques. Thranduil se mantenía al acecho en sus Estancias, el resto de Bosqueverde había caído a manos de la oscuridad y las bestias habitaban en los lugares donde antaño jugaron los elfos. Laurelindórean se encontraba sitiado, como una isla de luz en medio de la marea de los ejércitos enemigos, pero llegaría el momento en que el poder de Galadriel y las flechas de los galadhrim no serían suficientes.

Los enanos se refugiaban en sus ciudades subterráneas y prestaban escasa ayuda a los elfos de Acebeda, mientras el nieto de Fëanor empezaba a desesperar; año y medio de asedio había minado la esperanza de los pobladores de Eregion y ya sólo aguardaban la llegada de una muerte lo más rápida posible.

Por fin, de Lindon partió un ejército liderado por Elrond. Gil-galad y Círdan permanecieron en los Puertos alistando fuerzas mayores que pudieran derrotar definitivamente a Sauron.



Una fría llovizna caía sobre Ost-in-Edhil, como si los cielos lloraran por la desgracia de sus habitantes. Una figura embozada en una desgastada capa blanca atravesó los patios de la Ciudad de Madera, destrozada hasta los cimientos por las catapultas, camino de una de las almenas.

- Tengo un plan -.

Fendomë, sentado contra la muralla, la espada en su regazo, levantó una mirada cansada hacia su rey.

- ¿Cuál? -.

- Os voy a sacar de la ciudad – Celebrimbor se arrodilló frente a su amigo, la cota de malla manchada de negra sangre.

- ¿Cómo?, estamos sitiados -.

- En mi casa hay un pasadizo secreto que lleva a las forjas del Mírdaithrond, desde allí podréis salir al Sirannon y remontarlo hasta Khazad-dûm – sonrió alentador – Hace meses que los orcos saquearon nuestros talleres y almacenes, la sede del Gwaith-i-Mírdain ya no está vigilada -.

- ¿Hablas en serio?, ¡podremos escapar! -.

- Sólo irán las elfas, niños y algunos guerreros que yo escogeré personalmente, los demás nos quedaremos a defender la ciudad y cubrir vuestra huída -.

- Pero... -.

- Fendomë, llevas combatiendo junto a mí casi dos años, no hay deshonor en tu marcha y necesito que guíes a nuestra gente – Celebrimbor posó una mano en el hombro cubierto de metal de su amigo - ¿Qué dices? -.

- Cuenta conmigo – cedió el elda, devolviéndole el gesto.

- Esta noche, cuando la oscuridad sea completa, reúnete conmigo en la plaza que hay antes de llegar a mi mansión -.

Fendomë asintió y se arrebujó en su raída capa verde oscuro para proseguir la guardia.



Un centenar de elfos se congregaron en la plaza esa noche sin luna o estrellas, nadie portaba luz por miedo a que los espías del enemigo descubrieran sus intenciones. Llevaban consigo sólo lo puesto y algo de comida para el viaje, era horrible ver en qué se habían convertido esas hermosas y prosperas gentes tras año y medio de guerra y tinieblas.

- Lasto enni! – la voz de Celebrimbor era firme – Seguid a Fendomë y Mírwen, ellos os guiaran hasta un lugar seguro, y no miréis atrás, nunca miréis atrás... namarië -. (Escuchadme)

Las familias se despidieron de aquellos que dejaban en la ciudad. Fendomë sintió un profundo dolor al ver a Mírwen abrazada a su padre, Rasadan se quedaba a combatir y era más que probable que jamás volvieran a verse en vida.

- Namarië mellon – dijo Celebrimbor – Nai Eru varyuva le -.

El elda abrazó al elfo que había sido como un hermano pequeño para él.

- Nan alasseä omentielvanen, toron -. (Soy feliz por haberte conocido, hermano)

- Inye... Vanya!!! – (Yo también... márchate!!!)

Con un hondo pesar, Fendomë instó a su hueste a entrar en la casa de Celebrimbor. Allí Danil les abrió el pasadizo que les conduciría hacia las profundidades de la ciudad, al Mírdaithrond y a la libertad.

El rey noldo aguardó hasta que el último de ellos se perdió escaleras abajo y selló la entrada con ayuda de Rasadan. Además Danil tenía ordenes de activar el mecanismo que destruiría su taller secreto, eso cegaría por completo el túnel y Sauron jamás sabría que un grupo escapó de la fortaleza.

- Vamos a las murallas Rasadan, debemos resistir todo cuanto podamos -.

- Aún cabe la esperanza que lleguen refuerzos de Lindon -.

- Tú conserva la esperanza en Lindon que yo pondré la mía en la fuerza de mi brazo al empuñar la espada -.



Haldir gritó y cerró los ojos para no ver caer aquel tronco. Uno, dos, tres segundos... y nada, no podía ser que le hubiese matado tan rápido que no se enterase, que le aticen a uno con un árbol debe doler mucho.

El elfo se arriesgo a echar un vistazo y su expresión fue de maravilla y estupefacción, una presencia blanca se había interpuesto entre él y el gigantesco troll; Galadriel miraba fijamente al animal, controlando su voluntad y ordenándole que dejase en el suelo el tronco y se marchase de allí, y el troll obedeció como dulce corderito.

- Hantalë, dama Galadriel – suspiró Haldir, tirado cuan largo era sobre la hierba.

La reina se giró y el silvano se encogió asustado.

- Quizás habría sido mejor que ese troll me convirtiera en puré de elfo – pensó con acritud.

- Fanar te dijo que esperaras a los refuerzos – la voz de la dama era gélida – Le desobedeciste -.

- Quería ayudar, el troll estaba fuera de control muy cerca del Naith y temí por las familias que se refugian en el interior del bosque -.

- Nunca hubiese llegado al corazón del bosque, los guerreros de Celeborn o yo misma lo hubiésemos impedido y sin necesidad de cometer tamaña estupidez -.

- Lo siento -.

Era absurdo, Haldir se sentía como si fuera un niño siendo reprendido por su madre y lo peor era esa apremiante necesidad de llorar.

- Te has puesto en peligro inútilmente Haldir, ¿qué habría sucedido si en lugar de ser yo quien ha aparecido hubiese sido uno de tus compañeros?, el troll podría haberos matado a los dos -.

- No lo pensé, lo siento... – se cubrió el rostro con las manos – Sólo tenía en mente lo que le sucedió a Tauradar -.

El joven Tauradar había caído con otros dos elfos en una emboscada, ellos consiguieron escapar pero nada se pudo hacer por el muchacho. Galadriel sabía que Tauradar perdió a su familia en unas circunstancias parecidas a la de Haldir, y ambos se habían hecho amigos con facilidad.

La dama se arrodilló frente al elfo y le obligó a mirarla.
- La venganza no es una excusa, jamás vuelvas a hacer algo parecido, prométemelo -.

- Os lo prometo – sollozó Haldir.

Galadriel lo abrazó e intentó consolarle como habría hecho con su hija. El silvano había madurado en los últimos años, pero siempre quedaría atrapado en su interior ese niño que contempló como los orcos asesinaban a sus padres.

La oscuridad había aumentado día tras día y con ella el miedo y desesperación de los galadhrim, Galadriel ya no sabía como darles esperanza. Aislados de todo, la única noticia que había llegado era el asedio de Ost-in-Edhil gracias a la información de primera mano que trajo Celeborn. Las visiones eran demasiado imprecisas como para sacar nada en claro, la única que se repetía en su mente era la pesadilla del valle sembrado de cadáveres de elfos.



La elfa resbaló de puro agotamiento y sintió como unos solícitos brazos la sostenían animándola a avanzar. Mírwen sonrió a la muchacha noldo y se adelantó para hablar con su esposo que caminaba al frente del nutrido grupo de fugitivos, cerca de doscientos después que se fueran uniendo a ellos muchos silvanos de los campos entre Ost-in-Edhil y Khazad-dûm.

- Necesitan descansar -.

- Lo sé pero no pararemos hasta llegar a Khazad-dûm – fue la replica de Fendomë.

El maestro artesano llevaba en brazos a dos niños que no llegarían a las seis primaveras, dormían placidamente.

- ¿Cuánto queda? -.

- Horas, mira – hizo un ademán con la cabeza – Ya se atisban los muros de Hadhodrond -.

El rostro de la dama se iluminó y un nuevo brillo asomó a sus ojos esmeraldinos. La travesía había sido realmente dura, sobre todo la parte en que tuvieron que arrojarse al Sirannon y nadar contracorriente para salir del Mírdaithrond, el agua estaba helada aún para la innata resistencia de los elfos; y luego esa caminata eterna en medio de las tinieblas, en perpetua alerta por si el enemigo los descubría.

- Laurelindórean... me muero por llegar al Bosque Dorado, ¿será tan hermoso como nos describió Celebrimbor? -.

- Más, si Celebrimbor se conmovió por la belleza del lugar ha de ser un auténtico paraíso -.

- Volver a ver flores y árboles, ¡y estrellas Fendomë, estrellas! – la voz de Mírwen apenas era un susurro pero su marido captaba todo el entusiasmo que rebosaba su espíritu – Cantaremos bajo las estrellas y beberemos hidromiel -.

- ¿Hidromiel?, ¿no has escarmentado desde aquella fiesta en que te pasaste en un par de copas? – sonrió irónico Fendomë – Recuerdo que subiste a bailar encima de una mesa para deleite mío y escándalo de tu padre -.

- Hablo el santo maestro del Mírdaithrond, aún recuerdo el día que mi padre recibió quejas de media ciudad porque os estabais paseando por los tejados -.

- Fui victima de las circunstancias -.

Ambos se miraron y contuvieron las carcajadas a duras penas. Los elfos que estaban más cerca de ellos sintieron que desaparecía parte de su angustia al ver tan felices a sus guías.

El Sirannon se adentró en las profundidades del Valle. El río corría ahora rápido y su rumor crecía al rebotar contra las paredes de roca. Mírwen se acercó a su esposo, extrañamente asustada.

- ¿Ocurre algo? – inquirió Fendomë.

- Nada en especial, simplemente no me gusta este lugar -.

- A la luz del día era digno de verse, sobre todo los Saltos de la Escalera -.

- ¿Qué son? -.

- Un poco más adelante hay un desnivel de unos diez metros y el río cae formando una serie de cascadas, el camino discurre junto a ellas -.

Los elfos apuraron el paso y remontaron los Saltos de la Escalera. Fendomë sonrió al ver por fin los dos grandes acebos que enmarcaban la Puerta Oeste; entregó los niños a sus madres y echó a andar hacia lo que parecía una pared de sólida roca con Mírwen pisándole los talones.

A escasos tres metros de la Puerta una lluvia de flechas le hizo detenerse en seco. Levantó las manos y escrutó la oscuridad, alcanzó a distinguir un grupo de figuras que se movían por una cornisa.

- Saludos a los señores enanos, mi nombre es Fendomë y soy uno de los tres Señores Herreros del Mírdaithrond, ¿por qué atacáis a un amigo? -.

- No le atacamos señor herrero o ya estaría muerto, eso sólo era un aviso, dad media vuelta y marchaos – replicó secamente una voz grave.

- Huimos del Señor Oscuro, llevo conmigo mujeres y niños y apenas cuento con unos cincuenta guerreros, ¿no permitiréis que crucemos vuestras minas para llegar al Bosque Dorado? -.

- Su majestad Durin nos ha prohibido abrir la Puerta ni siquiera a miembros de nuestra propia raza, mucho menos a elfos y hombres -.

- No hay otro camino, ¿sois conscientes de eso? – masculló Fendomë, conteniendo su ira.

- Ese no es nuestro problema -.

Un grito de pánico resonó por todo el valle y los elfos empezaron a subir más rápidamente por el camino. Entre los chillidos de terror Fendomë distinguió la palabra yrch y un nudo en la garganta le cortó la respiración.

- ¡Dejadnos entrar!, ¡los orcos remontan el Sirannon! -.

- No podemos señor elfo -.

El elda intentó avanzar y nuevamente las flechas se lo impidieron. Desenvainó la espada y fue a examinar la situación, el color abandonó su rostro al ver un auténtico enjambre de bestias moviéndose a pocos metros de los Saltos.

- Nos hemos metido en una trampa, ¡estaban esperándonos! – fueron las palabras de Danil cuando llegó a la explanada frente a la Puerta.

- Ay Celebrimbor, si hubieses sabido que nos enviabas a la muerte – se lamentó Fendomë, desolado.

- ¿Qué hacemos? – preguntó Mírwen agarrándole del brazo.

- ¡Los niños detrás!, ¡que todos los que no portan armas busquen una rama u cualquier cosa que puedan usar para defenderse!, ¡los que estén armados que vengan a primera línea! -.

La pizpireta dama se plantó puñal en mano junto a su marido.

- Ve con los niños -.

- No – Mírwen le traspasó el corazón con sus ojos verdes - Jamás te abandonaré -.

Fendomë la estrechó entre sus brazos y la besó y volvió a dar gracias al destino que le regaló a una doncella de dulces sonrisas y luminoso espíritu.

- Melanye valdaninya -. (Te amo mi señor herrero)

- Melanye herinya -. (Te amo mi dama)

Los orcos alcanzaron los Saltos y los elfos empezaron a arrojarles rocas. Algunos conseguían superar el borde y los puñales y arcos los despachaban rápido.

- ¡Ai Elbereth Gilthoniel! -.

El elfo a la derecha de Fendomë cayó y fue despedazado por la negra horda. Los defensores morían y los orcos avanzaban.

El grupo de elfos se alejó hasta el límite que imponían las flechas de los enanos, en la retirada muchos fueron abatidos y devorados. El estómago de Mírwen se contrajo por la repugnancia y el miedo.

En un acto de pura desesperación, la doncella encaró a los enanos que asistían a la matanza sin inmutarse.

- ¡Acoged a los niños, en nombre de Aulë, coged a los niños! -.

No hubo respuesta a los ruegos y lagrimas de Mírwen.

Los orcos se abrieron paso a través de las filas de elfos, hiriendo, matando, mutilando. Fendomë y Mírwen se abrazaron y aguardaron la muerte. Observaron como caían sus compañeros. Gritos de las victimas, rugidos de los atacantes; la dama pensó que si por un milagro salía con vida jamás podría olvidar aquella noche.

- No les mires – susurró Fendomë y tomó a su esposa de la barbilla – Mírame a mí -.

Ella le sonrió y le abrazó sin apartar la mirada de aquellos ojos azules.

El dolor llegó de pronto y ambos cayeron al suelo, las manos enlazadas al igual que sus miradas. Una dulce somnolencia se apoderó de Mírwen. Fendomë vio como aquellos ojos verdes se cerraban para siempre y el hermoso rostro quedaba en paz.

Él también se hundía en el sueño de la muerte, miró en torno suyo y una débil sonrisa acudió a sus labios, no había rastro alguno de los niños.


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