Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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31. El Fin de Acebeda




No había nada que hacer, pronto todos estarían muertos. Estos y otros pensamientos más lúgubres asediaban a Celebrimbor al igual que los ejércitos de Sauron rodeaban la fortaleza.

El día anterior los elfos habían perdido la Ciudad Media, ahora se combatía en la Ciudad Alta y, en cuestión de horas, la Ciudadela sería el último reducto.

- ¡Meletyalda, meletyalda! -.

- ¿Qué sucede Rasadan? – interrogó Celebrimbor, apartando la mirada de la ciudad devastada.

- ¡Utúlie`n Sauron! -. (Ha llegado Sauron).

El rey noldo escrutó las tinieblas más allá de las murallas exteriores. Allí, en la margen del ahora ponzoñoso lago, se distinguía una presencia fuente de toda la oscuridad reinante.

- Reúne a todos nuestros guerreros, nos concentraremos en la Ciudadela e intentaremos resistir -.

- ¿Resistir? –. Rasadan miró a su señor con una mezcla de cinismo y desesperación.

- Si prefieres arrojarte desde los muros o clavarte tu espada no te lo impediré, pero yo combatiré hasta mi último aliento – replicó Celebrimbor.

- Os seguiré hasta el final – aseveró y fue a cumplir las ordenes recibidas.

El nieto de Fëanor permaneció de pie en la muralla. Una expresión de desafío brillando en sus ojos gris plata.



Celeborn dejó su comida a un lado para mirar a su esposa. Galadriel no comía, sus ojos estaban clavados en el vacío más allá de las hojas del mallorn.

- ¿Qué te inquieta? -.

- Presiento que una gran desgracia ha tenido lugar – la dama se recostó contra una de las ramas que sustentaban el talan.

- ¿Otra más? – suspiró Celeborn – Tengo la terrible sensación de haber vuelto a los tiempos en que vivíamos en Doriath, con el miedo constante de ser atacados -.

- Al menos ahora sabemos que no serán elfos los que nos invadan – comentó mordaz Galadriel.

Uno de los guardias galdhrim asomó la cabeza por el hueco del talan.

- Lamento molestaros mis señores, pero ha llegado un mensaje de Hadhodrond que os insta a comparecer en la Puerta dentro de tres días -.

- ¿Los naugrim no han especificado el motivo? – inquirió la reina.

- No, sólo han dicho que desean que la Dama Blanca del Bosque acuda a la Puerta -.

- Que preparen nuestros caballos -.

El guardia saltó ágilmente al suelo y fue corriendo a cumplir la tarea. Galadriel y Celeborn bajaron por la escala, debían partir de inmediato si querían llegar a tiempo a la reunión.

Alqua y Rochelw trotaron alegremente hacia sus dueños, la vida en el bosque les resultaba aburrida, añoraban las largas cabalgadas por los campos de Eregion. Fanar acompañaba a los corceles junto con otros tres elfos.

- ¿Os marcháis? -.

- No estaremos fuera demasiado tiempo, ir y volver de Hadhodrond no nos llevará más de una semana – calculó Celeborn.

- Seréis capaces de defender el bosque sin nosotros, los ataques se han reducido hasta casi cesar – añadió Galadriel – Taurnil se encargará que los guardabosques eviten otro incendio -.

- Eso espero, no me gustaría que repetir una experiencia como aquella -.

En ese momento llegó Celebrían a la carrera.

- ¡Esperadme, quiero ir con vosotros! -.

- Yé! Antane ni má, Celebrianorelle! (Bien! Dame la mano, pequeña Celebrían)

La princesa cogió la mano que le tendía su padre y subió a la grupa de Rochelw.

Cogieron uno de los pocos senderos que atravesaban el bosque y cabalgaron hacia el Norte.

- He oído que ibais a la Puerta, ¿qué quieren los enanos? – preguntó Celebrían.

- No lo sabemos, sólo han solicitado nuestra presencia -.

- Vaya, que extraño -.

Dos días más tarde llegaron a los lindes del bosque y un grupo de guardias élficos los escoltó hasta la Puerta Oeste de Hadhodrond.

Galadriel se sorprendió de encontrar las grandes Puertas cerradas, no había señal alguna de vida por los alrededores.

- ¿Sucede algo amil? – inquirió Celebrían.

- Los enanos son una gente que valora muchísimo la puntualidad – le explicó su madre – Me resulta desconcertante que no estén esperándonos -.

- ¿Y si llamamos? – sugirió la princesa.

- Es lo único razonable dadas las circunstancias – asintió Celeborn.

Un par de galadhrim subieron las escaleras y golpearon las inmensas laminas de acero. No hubo respuesta.

- Sentémonos y esperemos, estos son tiempos oscuros y cabe la posibilidad que haya sucedido algo en Khazad-dûm -.

Tres guardias permanecieron alerta por si a los trasgos les daba por aparecer antes que a los enanos, el resto se sentó en las rocas y compartieron algo de comida e hidromiel.

Galadriel se dedicó a enseñarle a su hija nuevas canciones mientras Celeborn las acompañaba con un pequeño arpa de plata.

Por fin, al atardecer, las Puertas se abrieron. Ninguno de los presentes estaba preparado para lo que vendría a continuación; una tropa de enanos bajó las escaleras guiando a una treintena de niños elfos, el mayor tendría diecisiete primaveras, y todos presentaban un aspecto lamentable con la ropa destrozada y el rostro sucio por el llanto.

- ¡Por Elbereth! – exclamó Celebrían.

Galadriel se incorporó y se acercó despacio al jefe de la insólita comitiva.

- Saludos Thrurin -.

- Saludos Señora de los Elfos, coged lo que es vuestro y nos iremos -.

La reina hizo un gesto y los galadhrim corrieron a tomar en brazos a los niños más pequeños y calmarlos. La misma Galadriel tomó al bebé que cuidadosamente portaba el guerrero enano.

- ¿Qué ha sucedido? -.

- Hemos cumplido, ahora nos vamos – replicó Thrurin, desabrido.

- ¿De quién son estos niños? -.

El enano suavizó su expresión al ver a Celebrían, la princesa se encontraba al borde del llanto.

- Mi rey prohibió la entrada de elfos y hombres, un numeroso grupo de elfos llegó perseguido por orcos a la Puerta Este, la guardia no les dejó pasar – explicó rápidamente en quenya, idioma que pocos enanos hablaban – No pude hacer nada, lo único que conseguí fue coger a los críos mientras mis compañeros estaban distraídos -.

- ¡Thrurin! – gritó otro de los guerreros naugrim y añadió una retahíla en khuzdul.

Galadriel entendió aquellas palabras leyendo la mente del enano. La desobediencia de Thrurin iba a ser castigada retirándole todos sus títulos y encargándole la limpieza de los pozos y fraguas para lo que le quedaba de vida.

- Estoy hablando con maese Thrurin – la dama clavó sus fríos ojos en el desagradable naugrim – Si tienes algo que objetar decídmelo, me sentiré honrada de comunicarle vuestra insolencia al rey Durin para que os castigue adecuadamente por desafiarme -.

- Mis disculpas – el guerrero realizó una reverencia y guardó silencio, ni siquiera se atrevió a mirar a la reina.

- Eso ha estado muy bien – rió Thrurin, retomando el quenya.

- Es lo menos que podía hacer después de vuestro sacrificio, me alegra saber que en medio de tanta maldad aún quedan personas dispuestas a ayudar a los demás -.

- Sólo pensé que a mí también me hubiese gustado que alguien salvara a mi sobrina aunque yo tuviese que morir – dijo él como si fuese lo más lógico – Señora, os recomiendo que no solicitéis más favores a mi rey, se ha vuelto desconfiado y ambicioso -.

- Lo tendré en cuenta y gracias de nuevo amigo mío, ¿hay algo que esté en mi mano para compensarte? -.

El enano se quedó pensativo y asintió.

- Frutas escarchadas -.

El llanto de Celebrían fue sustituido por una risa triste.

- Me encargaré personalmente de enviaros todos los meses una bolsa para vuestro disfrute, señor enano – prometió la princesa – Y si no os llega hacédmelo saber para que mi madre vaya a tirarle de las barbas a vuestros conciudadanos -.

- Magnifica idea -.

Thrurin estrechó la mano de Celebrían sellando el trato y se inclinó respetuoso ante la Dama Blanca.

- Debo marcharme, que Mahal os sea propicio -.

- Contigo lo será, señor enano; tu familia está destinada a grandes hazañas y un día uno de tus descendientes llegará hasta las Puertas de Lothlórien y la Dama del Bosque le dejará pasar como tu dejaste pasar a mi gente -.

El naugrim intuyó que aquello más que una promesa era una profecía y la acepto con el corazón henchido de orgullo y satisfacción.

Galadriel, Celeborn y Celebrían aguardaron a los pies de las escaleras hasta que el último enano se perdió en las entrañas de Khazad-dûm.

- Llevemos estos niños al refugio del bosque, me encargaré de asignarlos a sus nuevas familias – dijo la reina – También necesito que un mensajero comunique a Fanar y Amdír lo sucedido y que vamos a tardar algo más en regresar de lo que en principio creíamos -.

Todo se cumplió como la dama ordenó. Lavaron a los niños en el Nimrodel y los vistieron con suaves ropas grises, les dieron de comer y les dejaron dormir antes de conducirlos a su nuevo hogar.



- ¡Han abierto brecha! -.

Los defensores comprobaron horrorizados como las hordas de orcos y hombres cetrinos entraban en la Ciudadela.

Celebrimbor se plantó en primera fila de combate. La armadura era negra pero la espada que empuñaba ardía con un helado fuego azul; no llevaba casco, en su lugar una fina corona plateada ceñía el cabello azabache.

- ¡Venid y morid bajo mi acero! – gritó y se abalanzó sobre los orcos seguido de sus guerreros - ¡Ai Elbereth Gilthoniel! -.

La gélida llama segaba una detrás de otra las vidas de los terribles asaltantes, nada podía frenar la ira de Celebrimbor. Tres veces creció la marea de orcos y tres veces los elfos rechazaron el embate.

El nieto de Fëanor extrajo la espada del cuerpo de un hombre y se volvió para encarar a su próximo adversario. Su mirada centelleó al ver aquel ser enfundado en una armadura negro dorada, aquella mano empuñaba una maza y en el dedo se adivinaba la rutilante luz del Anillo.

- ¡¡¡Sauron!!! -.

Una risa inhumana brotó bajo el yelmo como respuesta al desafío de Celebrimbor.

El Señor Oscuro avanzó y descargó su maza con toda su fuerza y el poder del Anillo. El rey noldo saltó a un lado y rodó por el suelo, tras la explosión comprobó horrorizado que donde había estado segundos antes ahora había un renegrido agujero.

La batalla en torno al noldo y al maia se había detenido, expectante ante el resultado de la lid.

- ¿Tienes miedo, Fëanaryon? -.

Celebrimbor aferró su espada y cargó contra Sauron en un puro arranque de ira y desesperación. Las armas chocaron. La hoja del elfo se partió. Se espesó entonces la sombra; creció la noche en Valinor, manaba la sangre roja junto al mar, donde los Noldor mataron a los jinetes de la espuma. El Señor Oscuro rió y Celebrimbor cayó a sus pies, derrotado.

El noldo sintió una mano enfundada en hierro agarrándole por el cuello, izándole como si fuese un muñeco de trapo, y se encontró frente a frente con la ígnea mirada de Sauron.

- ¿Dónde están los Anillos? -.

- Donde deben estar, a salvo de ti, mala imitación de Morgoth -.

Un mazazo debía doler menos que el puñetazo que recibió Celebrimbor. El sabor metálico de la sangre llenó su boca.

- Si no quieres por las malas lo haremos aún peor -.

La batalla había proseguido su curso, apenas quedaban veinte elfos capaces de seguir luchando y los orcos los tenían atrapados en uno de los patios de la Ciudadela. En el edificio que fue cuartel de la guardia, atrincherados, un centenar de heridos, sanadoras y algunas esposas e hijos que no desearon abandonar a sus maridos y padres, observaban la escena y aguardaban una muerte inminente.

- Observa Celebrimbor, y comprueba a qué lleva tu obstinación – dijo Sauron.

Los orcos cogieron a uno de los elfos y lo separaron de sus compañeros en medio de golpes y gritos. Rasadan agarraba desesperadamente la mano de su amigo Narmacil mientras él le suplicaba que no le soltase, con un bastonazo un orco solucionó el problema.

- Que sufra – fue la orden del Señor Oscuro.

Los alaridos del elfo atravesaron el corazón de Celebrimbor durante horas. Narmacil murió sin que él pronunciase una sola palabra.

Uno a uno los orcos torturaron hasta la muerte a los guerreros élficos. El último en morir fue Rasadan, y lo hizo gritándole a su señor que no revelara el escondite de los Anillos.

- ¿Y ahora qué Sauron?, no conseguirás que hable matando a mi gente pues sé que los asesinaras de igual forma aunque yo revelara el paradero los Anillos -.

- Conozco formas de mantenerte con vida mientras te torturo maestro Celebrimbor, alcanzarás cotas de dolor inimaginables hasta que satisfagas mi curiosidad – replicó el maia – Ahora dejaré que mis guerreros saqueen tu hermosa ciudad y así podremos mantener una instructiva conversación sin que nos molesten -.

- No te diré jamás donde están los Anillos, ¡jamás! -.

- Muy valiente, veremos si dentro de unas horas sigues repitiendo lo mismo -.

Las hordas de hombres del Este arrasaron con las riquezas de la capital de Eregion mientras orcos y trolls se cebaban con la carne de los que fueron sus habitantes.



El Claro de los Herreros trabajaba incansablemente para mantener abastecidas las reservas de armamento de los galadhrim. Galadriel avanzó entre fraguas y yunques, la mirada puesta sobre un noldor de cabello negro atado en la nuca y ojos violeta cargados de una profunda pena y rabia, las cuales descargaba golpeando furiosamente una lamina de metal.

- Aegnor -.

El señor herrero se detuvo.

- Querría haber sido yo quien te lo comunicara pero las noticias se mueven veloces -.

- Qué más da, están muertos y no puede cambiarse, no habría diferencia aunque la misma Elbereth hubiese venido a decírmelo – replicó desabrido Aegnor – Volved a vuestras obligaciones señora, que yo seguiré aquí con las mías -.

- Olvidas que también eran mis amigos, conocí a Fendomë antes que tú nacieras y traté a Mírwen como si fuese mi propia hija – la dama se aproximó y puso su mano sobre la de Aegnor en un gesto confortador – Llora a los amigos que se fueron y recuérdalos siempre, en silencio caminarán junto a ti -.

- ¿Sabéis algo de Celebrimbor? -.

- Sólo oscuros presentimientos – reconoció Galadriel – Si Fendomë y Mírwen habían dejado Ost-in-Edhil fue porque la ciudad estaba a punto de ser tomada, me temo que Celebrimbor correrá la misma suerte que ellos -.

Aegnor soltó el martillo y se quitó los guantes.

- ¿Y ahora qué? -.

La Dama Blanca esbozó una sonrisa; la mente del impulsivo noldo ya empezaba a concebir planes de venganza, retorcimiento de cuellos orcos y cosas parecidas.

- Un ejército procedente de Lindon se encuentra a veinte días de la capital de Eregion, nos uniremos a ellos junto con tropas de Bosqueverde – explicó Galadriel, animada ante el entusiasmo que provocaron en Aegnor sus palabras – He enviado un mensaje a Durin, con suerte un contingente enano nos respaldará -.

- ¿Esos traidores?, que se pudran bajo la montaña porque los elfos no los necesitamos -.

- Los odiemos o no lo cierto es que necesitamos su ayuda, son audaces y temibles guerreros -.

Aegnor no se veía muy convencido pero acató la decisión de su reina y la acompañó al concilio que tendría lugar en el refugio del corazón del bosque; el lugar empezaba a ser conocido como Cerin Hîn, la Colina de los Niños, porque casi todos sus habitantes eran menores de ochenta años. Pero también era conocido como Cerin Celebyrn, la Colina de los Árboles de Plata, por los árboles que allí crecían en contraste con los dorados mellyrn.

La reina tomó asiento junto a su esposo mientras Aegnor ocupaba su lugar entre los demás Señores de los Claros y consejeros.

- Hoy nos hemos reunido aquí para afrontar y tomar disposiciones con respecto a los últimos acontecimientos – comenzó Celeborn – La traición de los naugrim de Hadhodrond y la caída de Ost-in-Edhil -.

- ¿Acaso hay algo que discutir con respecto a los enanos?, yo digo que se les prohíba la entrada y se les niegue cualquier ayuda –.

- Tranquilo amigo Fanar, a partir de ahora la ley vedará el paso de los enanos por nuestro bosque bajo pena de morir a manos de los guardianes – replicó con voz mesurada el rey – Mas deseábamos saber si alguno de los presentes tiene algo que objetar a nuestra decisión -.

Nadie se opuso, al contrario, se mostraron satisfechos con el decreto.

- Zanjado ese tema pasemos al siguiente, Eregion; como todos sabéis el reino de Celebrimbor ha sido invadido por los ejércitos del Señor Oscuro y, estamos casi seguros, que sus objetivos inmediatos serán Eriador y Lindon -.

- Mi esposo Celeborn y yo viajaremos al Norte con un contingente de guerreros y nos uniremos a las fuerzas de Thranduil de Bosqueverde, atravesaremos las Montañas por el Paso Alto y nos reuniremos con el ejército de Lindon allí donde se juntan los ríos Bruinen y Mitheithel – informó Galadriel – Como regente de Laurelindórean quedará Amdír y los Señores de los Claros le ayudaran a proteger el reino -.

- Yo os acompañaré – afirmó Aegnor.

- Contaba con ello, por eso he designado a Orrerë como Señor del Claro de Herreros – sonrió la dama – Casi todos los noldor y eldar que hay en Laurelindórean nos acompañarán -.

La reunión no se extendería mucho más, los temas principales habían sido solventados, ahora le correspondía a Amdír encargarse del gobierno del bosque.

Galadriel observó detenidamente a los presentes, una eternidad había transcurrido desde que los conociera en Acebeda. Recordaba perfectamente el día que Aegnor llegó a Ost-in-Edhil con Celebrimbor y Fendomë, como los había encontrado en los campos tras volver de una cacería; ni siquiera ella fue capaz entonces de prever como se desarrollarían los acontecimientos que les habían conducido a una guerra con el lugarteniente de Morgoth.

Miró al Oeste y deseó poder contemplar qué sucedía al otro lado de las Montañas Nubladas. De pronto, un vacío se abrió en su interior, un presentimiento de sufrimiento y muerte. Cerró los ojos y su poder se desplegó mostrando paredes de lóbrega roca, frío y gritos. El cálido contacto de la mano de Celeborn sobre la suya la trajo de vuelta.

- ¿Altáriel? –.

Los rostros de los presentes revelaban tanta preocupación como la del propio Celeborn.

- Disculpadme, no me encuentro bien, continuad vosotros con la reunión – se excusó Galadriel abandonando el pabellón.

Sus pasos la alejaron del grupo de flets que configuraban la ciudad arbórea y se sentó a solas junto al río, los pies dentro de la fresca corriente. Allí la encontró Celeborn, como un espíritu de luz hermoso, furtivo y etéreo y al tiempo triste, como un espectro de los hombres mortales condenado a vagar por la tierra sin hallar descanso o consuelo.

En silencio, se sentó junto a ella y la rodeó con sus brazos. Sabía que con Galadriel las palabras sobraban, no eran necesarias entre ellos, nunca lo fueron. Sintió el familiar roce de su mente.

- Ost-in-Edhil ya no existe –.

- ¿Qué ha sido de Celebrimbor y su gente? -.

- Muertos -.

La mirada de zafiro estaba vacía, perdida en la contemplación de algún lugar y tiempo remotos.

- ¿Estás segura? -.

- No, no lo estoy, Sauron oscurece las vías del pensamiento y con el Único es demasiado poderoso para mí – suspiró apenada – Pero he estado con mi mente en un sitio tenebroso, morada de sufrimiento y torturas, un pozo de desesperación... creo que Celebrimbor se encuentra atrapado allí, prisionero del Señor Oscuro -.

- Altáriel, no puedes hacer nada por él -.

Las manos de Galadriel se crisparon sobre la nívea tela de su vestido. “No puedes hacer nada”, malditas fuesen esas palabras que tantas veces había escuchado a lo largo de los años. Ella era poderosa, posiblemente la más poderosa de todos los Hijos de Ilúvatar que en esos momentos caminaban por Endor, pero ¿de qué le servía?; nunca había podido proteger a los que amaba, los contemplaba sufrir y morir y no tenía medios de impedirlo. Finrod murió a manos de Sauron y Celebrimbor correría la misma suerte, ¿qué justicia existía en ello?.

- No lo entiendo y jamás lo entenderé – se decía interiormente - ¿En esta guerra eterna quién decide sobre la vida y la muerte?, ¿el destino?, ¿Ilúvatar?, entonces qué injusto puede llegar a ser el Creador -.

- Continuamente has dado lo mejor de ti misma a la hora de gobernar y proteger a nuestra gente, sin embargo hay cosas que no está en tus manos resolver, no quieras tener el poder de hacer y deshacer que sólo anida en Ilúvatar -.

Una sonrisa nostálgica animó la fría expresión de la dama.

- Tus palabras son parecidas a las que Eirien pronunció poco antes de partir hacia Lindon -.

- Eirien siempre ha dado muestra de un excelente sentido común – afirmó Celeborn – Olvida aquello que no puedes conseguir y prepárate para las batallas que dentro de poco tendremos que librar -.

Galadriel se llevó una mano al Anillo que colgaba de su cuello, Nenya. Durante un instante imaginó que la plata se convertía en oro y en lugar de un adamante fuesen letras ígneas las que adornasen la sortija; entonces podría destruir a Sauron, hacerle sufrir como él hizo sufrir a Finrod, y ningún mal volvería a amenazar la Tierra Media, ella se alzaría como única soberana y regiría los destinos de todos sus habitantes, de todos sus súbditos, sólo ella, por siempre ella.

Los brazos que la rodeaban desaparecieron y Celeborn retrocedió. Galadriel vio el miedo reflejado en sus ojos plateados, y su mano soltó el Anillo, tan asustada como el propio Celeborn.

- No sé qué me ha pasado –.

El rey sinda se levantó, turbado aún por lo que había sentido y visto en Galadriel.

- Celeborn –.

Una expresión confusa e inquieta como él jamás había presenciado asomaba al hermoso rostro de su amada Altáriel.

- No ha sido nada – la confortó sonriendo – Cuando desees volver me encontrarás con Amdír en el pabellón -.

- Creo que me quedaré aquí el resto de la tarde, espérame en nuestros aposentos al ponerse el sol -.

Celeborn se inclinó y la besó en los labios. Después se marchó y dejó a Galadriel a solas.

La reina contempló las cristalinas aguas. Había deseado poseer el Único. Deseaba venganza y el poder necesario para obtenerla. Recordó entonces el consejo que ella misma le diera a Haldir, que jamás debía actuar movido por odio o venganza pues sólo conseguiría sufrir y poner en peligro a los demás.

Se tumbó de espaldas, sobre la fragante hierba. Los rayos de sol jugueteaban entre las hojas de los mallorns y el azul del cielo se recortaba por encima de ellas. Cerró los ojos y el bosque desapareció. Accedió a los invisibles caminos del pensamiento, evitando las trampas que Sauron había sembrado a su paso. De repente, un tenebroso pasillo se abrió ante ella; los muros, negros, lloraban un líquido ponzoñoso y aquí y allá se adivinaban puertas de frío acero. Avanzó.

Entre la maraña de gritos que hendían el espeso aire del corredor ella siguió unos en particular, aquellos que la llamaban constantemente, sin esperanza, sin consuelo. Se cruzó con sombras, orcos en su mayoría, hasta que dio con la sala que buscaba. Allí, tirado en el gélido suelo de piedra, encontró a Celebrimbor; su cuerpo había sido torturado de tal manera que le era imposible moverse y su mente era una maraña de pesadillas confusa y aterrada, nadie habría creído que semejante despojo fuese un gran señor de los elfos.

- Celebrimbor, utúlien ter i huini an miriminyet mandolletya -. (he venido a través de las tinieblas para liberarte de tu prisión)

- ...Galadriel... – sollozó el corazón del rey noldo.

El hechizo que ataba a Celebrimbor a la vida era poderoso; sería arriesgado usar su poder, tanto para ella misma como para el desdichado elfo, pero jamás se perdonaría abandonarlo a las torturas de Sauron.

Concentró toda su voluntad, todo su ser, en las invisibles cadenas que retenían el espíritu del noldo y las forzó. Fue como intentar mover una montaña pero lo consiguió, a costa de agotarse hasta el borde mismo de la muerte. Al romper el hechizo percibió como el aire se estremecía y un grito de cólera y frustración retumbaba en lo más profundo de su corazón; se sintió caer.

Una mano tan incorpórea como la suya la sostuvo. Su mirada se cruzó con otra de un gris brillante, libre ahora de miedo y dolor, sólo perduraba en ella la eterna melancolía de un amor no correspondido.

- Hantale – susurró la profunda voz de Celebrimbor – Hasta en el más terrible de los tormentos hay esperanza dijiste, cada instante de mi cautiverio rogué por que tu fueses la esperanza que llegase hasta mí. Sauron no sabe donde encontrar los Tres Anillos Élficos, jamás se lo habría revelado porque tú custodiabas uno de ellos -.

- Vanos resultarán los consejos y deseos para el viaje que tienes ante ti, sólo ruego para que tu destino sea distinto al de tu familia, has ganado ese privilegio -.

- Se acaba el tiempo, debo irme -.

- Namarië – replicó Galadriel.

- ¿Namarië? – Celebrimbor sonrió alegre, como, si por primera vez, él viese algo que estaba fuera del alcance del poder de la dama – Enomentuvalmë -. (Volveremos a encontrarnos)

Los ojos de zafiro se abrieron a los cortinajes que adornaban su lecho. La presencia de Celeborn surgió prácticamente de la nada para tomarle la mano y besarla con un gesto entre aliviado y enojado.

- Creo que disfrutas asustándome -.

- ¿Por qué? – inquirió Galadriel. Sentía su cuerpo entumecido y un cansancio generalizado.

- Llevas casi cuatro días en trance, la mayor parte del tiempo gritabas como si... -.

Ella le silenció poniendo un dedo sobre sus labios.

- He rescatado a Celebrimbor, ahora puedo marchar al Norte y combatir a Sauron sin poneros en peligro a los demás, aunque sea demasiado tarde -.

- ¿Tarde? -.

- Ost-in-Edhil ha sido tomado, ningún elfo volverá a habitar Eregion -.


“ (Gandalf) ...El aire de Acebeda tiene algo de sano. Muchos males han de caer sobre un país para que olvide del todo a los elfos, si alguna vez vivieron ahí.
- Es cierto – dijo Legolas – Pero los elfos de esta tierra no eran gentes de los bosques como nosotros, y los árboles y la hierba no los recuerdan. Sólo oigo el lamento de las piedras, que todavía los lloran: Profundamente cavaron en nosotras, bellamente nos trabajaron, altas nos erigieron; pero han desaparecido. Han desaparecido...”.



N.de A.: Sólo dar las gracias a todas las personas que me están mandando mails elogiando mi historia, me alegra saber que disfrutáis leyéndola tanto como yo escribiéndola. Hannad le!!! (Gracias) ^^


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