Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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22. Otros ambientes, otros personajes




N. de A.: Advertencia, este no es un cap normal, hay muchos puntos en que parecerá absurdo, la inspiración me viene de las últimas juergas, pero espero que os divirtáis leyéndolo tanto como yo escribiéndolo.^^



El viajero se detuvo ante los obeliscos, agujas de piedra que parecían querer acariciar las estrellas, y leyó los caracteres en sindarin.

- A diez leguas se encuentra la Fortaleza de los Eldar. Que los Valar protejan tu viaje -.

Jinetes, carros, caminantes en solitario o en grupo, todos iban y venían por la carretera pavimentada con losas blancas. Aún faltaban cuatro horas para amanecer, de manera que casi todas aquellas personas eran elfos.

Volvió a leer la bienvenida de los obeliscos y prosiguió su camino. La carretera discurría paralela a un río de rápidas aguas, subía y bajaba, sorteando las colinas.

Amaneció y el tráfico se hizo más nutrido, ya no sólo eran elfos, también había humanos y enanos. Él siguió avanzando, ligeramente abrumado por el paso de tantas personas, estaba acostumbrado a la soledad y a los bosques y aquello le crispaba los nervios.

Entrada la mañana, sus ojos por fin contemplaron Ost-in-Edhil. El impresionante macizo rocoso se levantaba sobre un lago de aguas límpidas, como si de un barco se tratase. El mármol de los tres niveles amurallados resplandecía, tanto como los techos de bronce pulido de las torres y de la Sala del Consejo. En torno al lago y la fortaleza se habían levantado casas para los comerciantes extranjeros, un gran puerto con toda una red de almacenes, también había jardines, un teatro, un anfiteatro e instalaciones de entrenamiento y deporte. Al norte, remontando unos cientos de metros el río Sirannon, se atisbaban las Estancias de los Orfebres con su peculiar estructura triangular.

La Puerta de la Ciudad estaba abierta de par en par; cientos de personas aguardaban para pagar las tasas de comercio, el resto entraba tras intercambiar un par de palabras con los guardias.

- Es grandiosa – exclamó involuntariamente en voz alta y, sonriendo, pensó – Llena de riquezas esperando que alguien venga por ellas -.

Trotó alegremente colina abajo.

El soldado contempló al joven silvano que tenía ante él, rubio, pelo corto y rebelde, mirada astuta en sus chispeantes ojos azules y casi demasiado delgado bajo sus sencillas ropas verdes.

- ¿Qué te trae a Ost-in-Edhil? -.

- Busco trabajo y diversión, mucha de mi gente dice que los poderosos señores de los noldor son generosos y que su ciudad es inigualable -.

- De acuerdo, responde a las preguntas del escriba -.

El silvano avanzó hasta la mesa del funcionario.

- Nombre, procedencia y qué te trae a la ciudad -.

- Haldir de Lindórinand... -.



Esa mañana Lothiniel estaba a punto de cometer un infanticidio.

- Venid aquí, tengo que peinaros -.

- No, ese peine me da tirones -.

La criada saltó y agarró el vacío. La niña corrió a parapetarse tras la mesa, y desde allí le sacó la lengua a su niñera.

- ¡Celebrían! -.

La voz de su madre, una sola palabra, y la niña se sometió a la sesión de cepillado.

- Lo siento -.

- Más lo siento yo – suspiró Lothiniel mirando a la reina de Eregion – Un día vuestra hija va a conseguir que me rompa la crisma contra un mueble -.

- Hija, intenta comportarte como corresponde a tu rango, ya tienes seis años, eres una princesa y debes mostrar buena educación -.

- El peine da tiron... ¡ay! -.

- No os daría tirones si os estuvieseis quieta -.

Galadriel observó divertida la pelea entre su hija y la enérgica silvana. Lothiniel por fin consiguió trenzar el plateado cabello de la niña y atarle el ceñidor del vestidito azul.

- Listo, majestad, ya podéis llevaros de paseo a la princesa -.

- ¿Atto no viene? – preguntó Celebrían. (papá)

- No, ha ido a casa de Carnil, pero ha prometido que mañana te llevará a montar -.

- ¿Dónde vamos? -.

- Al mercado -.

La niña sonrió feliz. Si sabía jugar bien sus cartas conseguiría una muñeca nueva.



Haldir llevaba unas dos horas paseando por la ciudad de los eldar y había descubierto que la vida en Ost-in-Edhil no era tan idílica como decían los rumores. Todos sus habitantes trabajaban en una sociedad perfectamente estructurada, en la que los noldor constituían la elite de gobierno, administración y comercio mientras los silvanos servían y trabajaban para los primeros; existía una minoría de elfos sindar que actuaban como ayudantes de los noldor.

En su vagabundeo, Haldir también había visto una relativa abundancia de guardias, sobre todo en la Ciudad Media donde ahora se encontraba. Supuso que se debía al mercado instalado en la calle principal; allí elfos, humanos y enanos vendían sus productos, algo único en toda la Tierra Media.

Por fin encontró una victima propicia, un noldo de aspecto adinerado y la bolsa con el oro a la vista. Haldir se mezcló entre los transeúntes. Con un rápido movimiento se hizo con la bolsa y siguió caminando sin que nadie se percatara de su actuación.

La sonrisa de su rostro se borró, algo extraño sucedía. Sintió como si de repente se encontrara suspendido en un mundo gris y vacío de sonidos, la única fuente de vida era una hermosa dama eldarin, vestía entera de blanco y los cabellos dorados escapaban del velo que cubría su cabeza; sus penetrantes ojos azules se clavaron en él y le traspasaron, de algún modo ella podía ver su interior. La dama le sonrió y aquella sensación desapareció tan bruscamente como había surgido; el mundo recobró su agitación y bullicio, y la dama blanca se perdió entre el gentío. Haldir buscó un rincón resguardado, un lugar donde sentarse e intentar dejar de temblar.

- ¿Era real? – se preguntó, asustado – Creo que fue mala idea venir aquí, suceden cosas extrañas en este reino de Altos Elfos -.



Al final Celebrían no consiguió la muñeca, resultaba irritante ese don que tenía su madre para leerle la mente. Después de un largo paseo por la ciudad volvieron a casa para comer. El mal humor de la princesa empeoró, el olor que salía de la cocina anunciaba que tendrían alcachofas; daba igual como las prepararan, Celebrían odiaba las alcachofas.

- Aiya – las recibió Lothiniel – Mi señora, tenéis visita -.

- ¿Visita? -.

En el salón aguardaba un viejo amigo.

- ¡Elrond, oh, mae govannen! -.

El medioelfo besó las manos de la dama y correspondió al cálido saludo.

- Me alegro de volver, Gil-galad me ha tenido demasiado ocupado como para escaparme de Lindon –.

- Lo primero es el deber, mi querido amigo – Galadriel hizo aproximarse a su hija – Recordarás a Celebrían... hija, él es el caballero Elrond -.

- Has crecido princesa, la ultima vez que os vi acababais de cumplir un año de vida – sonrió Elrond y tomando las pequeñas manitas las besó – Es un placer veros de nuevo, os parecéis mucho a vuestro padre -.

- Es por el pelo – dijo la niña - ¿Eres amigo de Gil-galad? -.

- Sí -.

- Mamá me cuenta historias sobre él y los señores elfos de hace mucho tiempo, ¿tú sabes contar buenas historias? -.

- Sé algunas – asintió Elrond, divertido – Después, si queréis, os contaré una y me diréis si os parece buena -.

- Y yo puedo enseñarte la ciudad, si hace tanto que no vienes hay muchas cosas que no habrás visto -.

- Será un honor que me mostréis la ciudad, princesa -.

- Cuidado maese Elrond – advirtió Lothiniel, ocupada en poner la mesa – Esa niña no es ni la mitad de inocente que aparenta -.

- No es cierto – protestó Celebrían.

- Olvida la muñeca – la reprendió Galadriel – No consentiré que arrastres a nuestro invitado hasta el mercado sólo por tener otro juguete -.

- Pero si no iba a hacerlo, él me gusta, no me trata como otros mayores que creen que por ser pequeña soy tonta -.

La puerta de la calle se abrió y entró Celeborn.

- ¡Atto! -.

Celebrían corrió hasta el sinda y se arrojó a sus brazos. El rey la levantó del suelo y la cubrió de besos.

- Aiya Elrond, es una grata sorpresa encontraros en nuestro hogar – saludó.

- Siento no haber venido antes, mis obligaciones me han retenido en Lindon – el medioelfo realizó una somera reverencia.

- ¿No ha venido Glorfindel contigo?, ese muchacho se apunta siempre a un buen viaje -.

- Sí, ha ido a visitar a unos amigos, mucha gente se trasladó desde Lindon a Eregion y parece que a Glorfindel no le faltan amigos en todas partes -.

- Señores, podéis sentaos a comer en cuanto queráis – anunció Lothiniel, desapareciendo en la cocina.

Celebrían insistió hasta que la permitieron sentarse junto al huésped. Antes había dicho la verdad, le gustaba aquel elfo. Durante la comida le preguntó muchas cosas, él procuraba responder con palabras acordes con su edad pero sin mostrar esa condescendencia propia de los adultos con los niños.

Galadriel usó su poder, por simple curiosidad, y escrutó el futuro. Sonrió. Definitivamente Elrond sería un yerno inmejorable.



Haldir había encontrado una buena posada en la Ciudad de Madera. Allí, entre su propia gente, se sentía como en casa. Con el dinero robado también se había comprado ropa nueva y estaba disfrutando de una buena cena, verduras, pescado y vino.

- Disculpe – llamó la atención de la camarera.

- ¿Quieres algo más? – la elfa le veía tan joven que le resultaba imposible tratarle de usted.

- No, gracias, todo está delicioso, quería preguntarte por los sitios a los que uno puede ir para divertirse en Ost-in-Edhil -.

- Bueno, hay varias tabernas en este nivel de la ciudad, pero las mejores están en la Ciudad Media; “La Jarra sin Fondo”, “El Barril de Oro”... aunque si no tienes prejuicios de raza te recomiendo “I Cenedril Falthol” , La Jarra Espumeante es el mejor local para salir de juerga, allí encontrarás elfos de las tres razas, humanos y enanos, buena música y la mejor cerveza de Eregion -.

- Gracias por la información -.

Haldir le dio una moneda de plata y abandonó la posada.



- Vamos, no me digas que ahora te vas a echar atrás -.

- Como nos pillen nos la cargamos, sabes que está prohibido -.

- Eso lo hace más divertido y te recuerdo que tienes una apuesta pendiente conmigo, además llevas meses incordiándome porque no te presto atención -.

Orrerë frunció el ceño mientras Finculin le arrastraba.

- Intuyo que va a pasar algo -.

- Eres un pájaro de mal agüero, conozco a la recepcionista, no vamos a tener ningún problema para entrar y dentro hay demasiado jolgorio como para que alguien se fije en nosotros -.

El moreno mírdain terminó por ceder y caminar junto a su amigo. En buena hora se había apostado con Finculin que sería capaz de terminar una cota de malla antes que él, ahora tenía que pagar el precio y consistía en salir de fiesta toda la noche. El local elegido era “I Cenedril Falthol”. Sólo rogaba por que no estuviese ninguno de los maestros.



- ¿“I Cenedril Falthol”? -.

- Sí, esta noche hay una buena fiesta, a la primera cerveza invita la casa, hermosas bailarinas, buena música -.

- Aegnor, te recuerdo que estás casado – apuntó Celebrimbor sin levantar la mirada del papel.

- Sólo vamos a divertirnos, no haremos nada malo, ¿verdad Fendomë? -.

- Celebrimbor, llevas encerrado aquí abajo casi un mes, es nuestra obligación sacarte del Mírdaithrond – añadió el elda.

- No me apetece -.

Ambos maestros herreros agarraron a su querido líder y le arrastraron fuera del taller. Celebrimbor les miró atónito, sin poder evitar que una sonrisa acudiera a sus labios para después estallar en carcajadas.



- No estáis disfrutando de vuestra juventud -.

- Y tú la has prolongado durante milenios -.

Glorfindel sonrió. A veces la responsabilidad de Elrond resultaba divertida.

- Los reyes no van a considerarte un delincuente por ir a divertirte con unos amigos a una respetable sala de fiestas -.

- No insistas, prefiero quedarme disfrutando de una tranquila velada en compañía de un libro -.

El caballero rubio se levantó. Cinco minutos después reapareció acompañado por Galadriel.

- Ninquenís, ¿no iréis a ordenarme que vaya con él? -.

- Veo que tus dotes de vidente han mejorado – confirmó ella con un deje burlón en la voz – Que os lo paséis bien -.

- ¿Alguna recomendación? – interrogó Glorfindel.

- La taberna de Daniros, “I Cenedril Falthol” – dijo la dama – Allí es donde va siempre Lothiniel, es el mejor local de la ciudad -.

- Tendría que obligaros a venir también – renegó Elrond.

- Iría encantada, pero ahora soy madre y mis responsabilidades han aumentado – sonrió Galadriel – No te preocupes, Daniros tiene unos amigos muy persuasivos en caso que alguien intente organizar una trifulca, os divertiréis -.



“La Jarra Espumeante” era un edificio de dos plantas con capacidad para cientos de personas. Daniros había ido comprando las casas aledañas para conseguir más espacio, ahora poseía una auténtica sala de fiestas y era tremendamente rico. Su gran logro había sido aceptar a clientes de cualquier raza, siempre que tuviesen dinero que gastar. También dio muy buenos resultados incluir música extraña en la tradición élfica, los tambores usados por los humanos mezclado con los instrumentos élficos y, por supuesto, las bailarinas.

Haldir se sentó en una mesa, provisto de una buena jarra de cerveza, y contempló el panorama. Aquello era una fiesta y no lo que celebraban en su bosque. Los humanos y los elfos reían juntos, más inaudito resultaba ver a un elfo y un enano en plena competición de beber cerveza. Sobre una tarima los músicos tocaban una música frenética mientras algunas muchachas silvanas danzaban, éstas llevaban unos vestidos por encima de la rodilla y sugerentes escotes. Definitivamente Ost-in-Edhil no era como se lo había imaginado.

- ¿Podemos sentarnos? -.

El silvano miró a los dos elfos, noldor a todas luces.

- Por supuesto -.

- Yo soy Finculin y mi compañero es Orrerë -.

- Haldir –.

- No eres de aquí, ¿me equivoco? -.

- Llegué esta mañana -.

- Tienes la expresión de no habértelo pasado tan bien en toda tu vida -.

- Vosotros dos también tenéis una curiosa expresión, sobre todo tu amigo – señaló a Orrerë – Parece como si acabase de cometer un crimen -.

Finculin se echó a reír.

- Somos aprendices del Mírdaithrond, se nos prohíbe participar de estos eventos nocturnos – explicó el pelirrojo – Así que todos nos escapamos y rompemos las reglas -.

A pesar de lo desconfiado que pudiese ser Haldir, la simpatía de aquel pelirrojo y el apuro de su compañero acabó haciendo mella en su muro de estoicismo.

- Toma -.

Orrerë cogió la jarra que le tendía el silvano.

- Después de un par de éstas te sentirás mejor -.

Los aprendices, perdidos en el bullicio, no se fijaron en las tres presencias recién llegadas.

- Menudo ambiente – observó Aegnor – Allí hay un hueco, en esa mesa -.

- ¡Fain! – gritó Fendomë, moviendo la mano por encima de las cabezas para llamar la atención.

Una silvana fue junto a ellos con una insinuante sonrisa.

- Aiya nobles señores, bienvenidos, ¿deseáis la especialidad de la casa? -.

- Por favor Fain, tráenos tres jarras de la mejor cerveza de Daniros -.

- Enseguida -.

- Te ha tirado los tejos de forma descarada – rió Celebrimbor.

- Es un defecto de las muchachas silvanas que trabajan aquí – replicó Fendomë.

- Además a nuestro amigo sólo le interesa una doncella, ¿cuándo vas a besar a la pobre Mírwen? – inquirió Aegnor, dándole una palmada en la espalda.

El elda enrojeció. Fue entonces cuando vio dos rostros conocidos entre la multitud.

- ¡Ey!, ¡mirad! -
.
- No cambies de tema -.

- No cambio de tema, ¿aquellos no son Elrond y Glorfindel? -.

- Pues... sí, tienes razón, son ellos -.

- Los traeré a nuestra mesa -.

Ambos príncipes saludaron a Fendomë y aceptaron gustosos la invitación.



- ¿Hay alguna dama en la ciudad con los cabellos dorados y que posea gran poder? -.

- Ninquenís -.

- ¿Qué? – Haldir enarcó una ceja.

- La Dama Blanca – tradujo Finculin – Has tenido el placer y el honor de cruzarte con la reina de Eregion, la última de los príncipes de la Casa de Finwë que vinieron de Occidente -.

- Vaya – el silvano apuró su cerveza y pidió otra.

- Parece que hoy era la noche libre de Lothiniel – señaló Orrerë.

Haldir siguió la mirada del mírdain. Se quedó de piedra al ver a aquella joven, larga y rizada melena roja enmarcando un bello rostro de expresión indómita y un cuerpo modelado por una actividad física constante, perfectamente visible gracias al corto vestido verde oscuro sujeto en un hombro por un broche.

- ¿Esa es Lothiniel? – exclamó.

- Sí, y te recomiendo que no te acerques a ella – dijo Finculin, haciéndose con una de las jarras que llevaba una camarera.

- ¿Por? -.

- Es una de las chicas que sirven a la reina – explicó Orrerë – Y Daniros, el dueño del local, lleva años detrás de ella, ya ha enviado a unos cuantos pretendientes demasiado insistentes a la Casa de Salud -.

Las bailarinas le cedieron su lugar a la exuberante pelirroja. Ella no trabajaba para Daniros, simplemente disfrutaba cantando y bailando, así se evadía por unas horas del rígido ambiente aristocrático.

Humanos y elfos abandonaron conversaciones, jarras y trifulcas para escuchar y contemplar a la doncella silvana. La letra de la canción resultaba tan sensual como sus movimientos.

Lothiniel bajó del escenario y prosiguió su actuación entre los clientes. Avanzaba provocando porque sabía que nadie osaría siquiera rozarla, por miedo a una paliza de los muchachos de Daniros o por un castigo mucho peor a manos de Galadriel.

Haldir hizo a un lado su jarra y se preparó. Finculin le sujetó del brazo.

- ¿Acaso quieres suicidarte? -.

- De algo hay que morir y prefiero hacerlo en brazos de esa diosa pelirroja -.

Haldir salió al paso de la bailarina. Lothiniel le miró alarmada, no por ella si no por lo que le haría Daniros al alocado elfo que tenía delante.

Lothiniel intentó hacerse a un lado, pero él no se lo permitió.

- Déjame bailar contigo, no tengo miedo de tu perro guardián -.

Lothiniel sonrió. Si aquel atractivo idiota quería recibir una paliza allá él.

La elfa se subió a la mesa de los tres jóvenes e hizo subir a Haldir con ella. El resto de clientes gritaron frases algo subidas de tono.

La sonrisa se tornó maliciosa. Utilizando a Haldir como punto de apoyo, Lothiniel continuó danzando a cada momento de forma más excitante.

- Te dije que habría problemas – apuntó Orrerë – Mira quien está en la barra -.

Finculin descubrió a Daniros, el rubio noldo estaba a punto de sufrir un ataque de cólera y celos.

- ¡Haldir, tienes que irte! -.

- Vosotros dos también – dijo Lothiniel, reenganchando su baile a la nueva música – Tres señores herreros a las nueve en punto -.

- ¿Volveré a verte? – preguntó el silvano.

- Ahora preocúpate de seguir vivo dentro de una hora, ¡marchaos! -.

- Demasiado tarde – se lamentó Orrerë.

Daniros y diez de sus matones se plantaron ante ellos. Las apuestas empezaron a escucharse entre los clientes. Finculin y Orrerë procuraron mantenerse ocultos a la vista de sus maestros.

- Aiya – saludó Haldir.

- Esa joven es mía, aparta tus manos de ella -.

- Daniros, no soy tuya ni de nadie – protestó Lothiniel.

- Eso lo decidiré yo, si no me aceptas a mí ningún otro elfo se acercará a ti -.

- No me gusta que me griten y mucho menos que le falten al respeto a una dama – intervino Haldir.

- ¿Ah, sí?, ¿y qué vas a hacer niño? -.

- Esto -.

De una patada mandó a Daniros al suelo, sangrando por boca y nariz.

- ¡Cogerle! -.

Los matones se abalanzaron sobre Haldir. Él fue más rápido, con una silla golpeó a dos de sus perseguidores, saltó de la mesa y se alejó a la carrera.

- No podemos dejarle sólo – dijo Finculin.

- Lo sé, ¿cuánto crees que estaremos castigados? – inquirió Orrerë.

- Un siglo, si están de buen humor -.

Ambos mírdain desenfundaron sendas dagas, ocultas hasta el momento entre sus ropas, y fueron a ayudar a Haldir que empezaba a tener problemas con tanto atacante.

En pocos minutos el local se había convertido en un campo de batalla; botellas, jarras, sillas, incluso alguna mesa propulsada por entusiastas enanos, acabaron volando por los aires.

Haldir propinó un puñetazo a uno de los matones y le arrebató la espada, a tiempo de bloquear un cuchillo que buscaba su hígado. Vio como caía junto a él otro de los guardias de Daniros, Lothiniel le miraba con los restos de una silla en las manos.

- Tienes el cerebro de un troll retrasado – le espetó la silvana.

- ¿Yo? -.

Lothiniel le agarró de la túnica y tiró, una jarra pasó rozando la rubicunda cabeza del joven ladrón.

- Márchate -.

- No abandonaré a esos chicos, no después de jugarse un buen castigo por ayudarme, y tampoco soy un cobarde que huye de un combate -.

Haldir se soltó y la emprendió a mandobles con otro de los matones.


- ¿Necesitas ayuda? – Elrond sonrió.

- Oh, señor Elrond, no sabía que estabais en el local -.

- La guardia de la ciudad no tardará en venir, hemos de sacar a esos chavales de aquí -.

Los tres señores herreros y Glorfindel se reunieron con ellos, abriéndose paso a golpes.

- ¿Hay puerta trasera? – interrogó Elrond.

- Sí, pero la guardia habrá pensado en ella -.

- ¿Entonces? -.

- El tejado – señaló Celebrimbor - Podemos saltar al edificio colindante -.

- Fendomë, échame una mano a cazar a ese par de aprendices nuestros – dijo Aegnor.

- Coged también al idiota que ha montado este cisco, no quisiera que Daniros le usara como alfombra – solicitó Lothiniel.

Finculin y Orrerë siguieron a sus maestros rápidamente, sin embargo a Haldir tuvieron que dejarlo inconsciente y cargar con él.

- ¡Alto en nombre de la Guardia Real! -.

La pelea estaba en su punto álgido, así que los soldados se vieron obligados a repartir golpes con los escudos para reducir al personal.

- ¡Seguidme! – instó la elfa silvana.

Subieron corriendo al piso de arriba, quitando de en medio a los que intentaban estorbarles el paso.

- Glorfindel, ¿ésta era tu idea de una noche divertida? – interrogó Elrond en plena carrera.

- No diréis que os habéis aburrido – sonrió su rubicundo amigo.

- Aquella habitación – indicó la pelirroja – Su ventana da a los edificios cerca de la muralla, con un poco de suerte podremos refugiarnos en la Ciudad de Madera -.

- Después de descolgarnos por una pared de tres o cuatro metros de altura – renegó Aegnor – E sto era entretenido mientras aporreábamos gente -.

- Pues aporrea esta puerta – le dijo Fendomë, al descubrir que no abría.

El todopoderoso Mantenedor de los Fuegos descargó una violenta patada contra la madera, y la puerta se partió a la primera.

Al entrar descubrieron por qué estaba echado el cerrojo. Una pareja les contemplaba aterrada desde la cama, la elfa especialmente.

- Lo sentimos, es que tenemos prisa – se disculpó Finculin en nombre del pintoresco grupo.

Lothiniel brincó por la cama para llegar a la ventana.

- Vamos, están llegando refuerzos para la guardia -.

Ella fue la primera en saltar los dos metros que había de la ventana al tejado aledaño.

- Una chica muy ágil – sonrió Glorfindel, yendo tras ella.

Fendomë fue el siguiente. Con ayuda del señor de la Flor Dorada, atraparon al inconsciente Haldir. Luego saltaron Elrond y los dos aprendices. Por último, Celebrimbor y Aegnor.

- ¡Por aquí! -.

Se movieron con cuidado por el inclinado tejado, alguna teja podía soltarse y delatar su presencia. Saltaron unas cinco techumbres antes de alejarse lo suficiente del altercado de la taberna.

- Tenemos que bajar a la calle – indicó Orrerë – La pregunta es cómo -.

- Dejadme a mí -.

Celebrimbor se adelantó y formuló un complejo hechizo, las losas de mármol del empedrado comenzaron a levitar formando una escalera flotante.

- Genial – elogió Lothiniel.

- Bajad, no puedo retenerlo mucho tiempo – jadeó el príncipe noldo, gruesas gotas de sudor resbalando por su frente.

El grupo descendió rápidamente y las piedras volvieron a su lugar. Glorfindel se quitó su capa nívea e instó a que los demás sujetaran un extremo.

- Saltad Celebrimbor, la magia de la tela impedirá que ésta se rompa -.

El señor herrero saltó y fue recibido abajo sin problemas.

- Vayamos a la Ciudad Alta, allí estaremos a salvo – sugirió Elrond.

- La entrada está en la otra punta de la Ciudad Media, los guardias nos detendrán – objetó Lothiniel.

- No creo que detengan a los tres Señores Herreros del Mírdaithrond y dos príncipes de Lindon huéspedes de la reina – replicó el medioelfo – No sabían que estábamos en el local de Daniros, así que no nos molestarán -.

- Vayamos a casa de Ninquenís, me encantará relatarle lo sucedido – rió Aegnor – Esto es lo más divertido que nos ha pasado en mucho tiempo -.

Como Elrond había dicho, no tuvieron ningún problema para llegar a la Ciudad Alta aun cuando se cruzaron con varias patrullas.



N. de A: Os dije que no era normal, el siguiente capítulo es la continuación de éste.


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