Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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7. Por un Silmaril



“Beren llegó tambaleándose a Doriath... errando en el verano por los bosques de Neldoreth, se encontró con Lúthien, a la hora del atardecer, al elevarse la Luna, mientras ella bailaba... la más hermosa de los Hijos de Ilúvatar... Beren la llamó gritando Tinúviel... cuando Tinúviel lo miró, la mano del destino cayó sobre ella, y lo amó... y ningún otro de los Hijos de Ilúvatar tuvo alegría tan grande, aunque el tiempo fue breve”.


- No puedo -.

Thranduil miró severo a su amigo, era la octava vez que le daba aquella respuesta y empezaba a estar harto.

- Si no dejas de hacer el idiota vas a perderla – amenazó, esperando que eso hiciera reaccionar a Celeborn.

- Nunca ha sido mía ni lo será, Galadriel se pertenece a ella misma y a nadie más – replicó secamente - ¿Vas a venir a Brethil o no? -.

- Lo siento amigo, yo voy a Ossiriand; nuestro monarca se ha vuelto repentinamente muy generoso, enviar dos huestes, una a Brethil y otra a Ossiriand, es algo que nunca habría creído posible en él -.

- Lo sé, pero no podía ignorar las peticiones de ayuda de nuestros vecinos, la gente de Haleth y los Nandor son grandes aliados de Doriath, no puede dejarlos en la estacada -.

- Política, es algo de lo más complicado, por eso yo nunca seré rey -.

- Thranduil yo no diría eso muy alto, demasiadas veces he visto como el destino retuerce las cosas para colocarnos en las situaciones que menos hemos deseado -.

- Vamos, ¿me ves a mí de rey?, además ¿qué reino gobernaría?, bastantes tierras están arrasando los orcos como para darles un sitio más en que divertirse -.

El sinda de cabello plateado se encogió de hombros.

El sol resplandecía sobre las armas y cotas de malla de los más de mil guerreros elfos. Las dos tropas, diferenciadas por el color de sus sobrevestes, terminaban de ultimar los detalles antes de la partida; a Brethil irían arqueros liderados por Beleg, una fuerza de choque que sacara de los bosques a los orcos y los empujara de nuevo hacia el Paso de Sirion, mientras a Ossiriand marcharía principalmente infantería, elfos que, además del arco, eran especialistas en el manejo de otro arma.

- ¿Por qué vas a Brethil, Celeborn?, tú eres un espadachín excepcional – preguntó Thranduil, cuando se mezclaron entre sus compañeros.

- Asuntos míos – dijo el interrogado, evadiendo la cuestión – Ve a tu puesto o te ganarás un par de voces de Mablung -.
- Suerte -.

- Igualmente -.

Celeborn agradeció que su amigo no insistiera, ya bastante difícil le estaba resultando ocultarle la verdad como para encima tener que mentirle. Se ajustó el carcaj y se echó por encima la capa verde terroso que habría de ocultar la cota de malla, la determinación brillaba en sus ojos grises.



Eirien podría pasar por una doncella sinda como las demás, con su largo cabello dorado, la piel nívea y una innata elegancia en sus movimientos; hasta que alguien reparaba en sus grandes ojos verdes, del mismo color que las hojas de los árboles a la luz de la luna. Thranduil siempre decía que bastó una mirada de aquellos ojos para hechizarle sin remedio. Además se mostraba digna hija de su padre, Beleg Cúthalion, habilidosa en extremo con el arco y silenciosa, era una de los mejores guardianes de frontera.

Esa semana le tocaba descanso, nada de vigilancias u otras labores, sin embargo no iba a disfrutarla demasiado sabiendo que su esposo andaba peleando con orcos a cientos de millas de Doriath.

Sus reflexiones se vieron interrumpidas cuando Daeron, echo una furia, pasó por delante de ella a toda velocidad. Eirien se preguntó qué le pasaría ahora al excéntrico bardo. La curiosidad junto con el aburrimiento pudieron con ella y lo siguió.

Al llegar a los establos se extrañó. ¿Dónde demonios iba Daeron?. Eirien aguardó hasta que el elfo salió a galope, para entrar en las cuadras y hacerse con un caballo.
- Esto es una majadería, seguro que va a cumplir algún encargo para Thingol o algo así, debería darme la vuelta -.

Sin embargo no lo hizo. Acechó al bardo extremando las precauciones, si bien Daeron estaba tan enfurecido que no se habría percatado de que alguien le seguía aunque Eirien hubiese sido un ejército.

Alrededor de tres horas después, cuando la arquera empezaba a creer que Daeron no se detendría hasta llegar a Angband, frenó su loca carrera y dejó su montura. Eirien le imitó. Avanzaron por la floresta en silencio. Un repentino canto se elevó en la dirección que llevaba el bardo, era Lúthien sin ninguna duda, nadie poseía una voz como la suya.

Escondida en la espesura, la elfa sindarin contempló una escena de lo más inverosímil. Lúthien, acompañada por un humano, miraba asustada a Daeron.

- Thingol lo sabrá – decía el bardo.

- Daeron, te lo suplico, no le digas nada a mi padre -.

- Aunque yo guardara silencio el rey acabaría por enterarse, si no es por mí será por otro, no puedes ocultar eternamente a ese adan en los bosques -.

- El caballero tiene razón – intervino el hombre, su dominio del Sindarin era excelente – Me presentaré ante vuestro rey -.

- No, me niego -.

- Lúthien, mi obligación es volver e informar a tu padre, intentad llegar a Menegroth antes que os encuentren los rastreadores -.

- Gracias Daeron -.

Éste se despidió con una reverencia y volvió por donde había venido.

- No me gusta, presiento que es una trampa -.

- Lo sé Beren, ya te advertí que mi padre es muy protector en lo que a mí concierne y el que tú seas un mortal no facilita las cosas -.

- Te amo Tinúviel, por eso debo acudir a Menegroth y pedir tu mano como corresponde, una princesa como tú no merece vivir sin honores -.

- Iré contigo y me aseguraré que mi padre no ordene ningún mal contra ti -.

Eirien desapareció a la carrera entre los árboles. Se avecinaban problemas.



Alqua devoró la comida mientras su ama la cepillaba a conciencia. Era una tarea de la que Galadriel prefería ocuparse personalmente en lugar de dejarla en manos de los mozos de cuadra.

En un momento dado vio llegar a Daeron; el bardo literalmente saltó de su corcel y se perdió dentro de palacio. Apenas unos minutos después apareció Eirien.

- Maer aurë – saludó la princesa – Parece que has visto un fantasma... por cierto, ¿sabes qué le sucede a Daeron? -.(buen día)

- Sí -.

- ¿Y bien? -.

- Lúthien se ha enamorado de un adan -.

Tanto la noldo como la yegua miraron a Eirien estupefactas.

- Hablo en serio -.

- Ya sé que hablas en serio, tú nunca bromeas con nada – replicó Galadriel – Un adan, ¿cómo es?, ¿sabes su nombre? -.

- Se llama Beren, es un chico alto, bien parecido, cabello oscuro aunque tiene algunos mechones blancos, y los ojos son grises con una expresión de dulce melancolía -.

- Por su aspecto yo diría que procede de Dorthonion, de las gentes de Bëor -.

- Thingol montará en cólera y... -.

Varios guerreros entraron a saco en el establo, arramblando con los mejores caballos.

- Y mandará a sus mejores guardias a buscar a su hija y el intruso – concluyó Eirien, irónica – No los encontraran, Lúthien iba a conducir a Beren hasta Menegroth -.

Galadriel nada dijo, presentía como un oscuro destino empezaba a enredarse en torno a Doriath.

- ¿Me acompañas a los baños?, no sería apropiado acudir al Salón del Trono apestando a caballo -.

Un relincho de protesta.

- Lo siento Alqua, no iba por ti – se disculpó Eirien.

- Sí, vamos -.

Para cuando Galadriel y Eirien estuvieron presentables, Lúthien ya había comparecido ante sus padres y había conseguido que Thingol jurara no matar a Beren.

Lo primero que vieron nada más entrar fue al humano levantando en alto su mano, allí brillaba el anillo que Finrod entregó a Barahir años atrás.

- Un juramento – musitó la doncella noldorin.

Beren se defendió de los insultos y acusaciones de Thingol, y mencionó su noble ascendencia. Melian se inclinó hacia su esposo y le comentó algo en voz baja, el rey negó con la cabeza.

- ¿Qué sucede? – preguntaba Eirien a un elfo.

- El hombre ha pedido la mano de la princesa, si no fuera porque Thingol prometió no hacerlo el chico ahora estaría muerto -.

- ¿Quién es él? – fue entonces la pregunta de Galadriel.

- Se ha presentado como Beren, hijo de Barahir de la Casa de Bëor -.

La sensación de que las paredes la aplastarían en cualquier momento se repitió, su aprensión aumentó.

- ¡Escucha ahora! También yo deseo un tesoro al que no tengo acceso. Porque roca y acero y los fuegos de Morgoth me apartan de la joya que querría poseer en oposición a todos los poderes de los reinos de los Elfos. No obstante dices que tales impedimentos no te amilanan. ¡Haz pues como lo propones! Traéme en la mano uno de los Silmarils de la corona de Morgoth; y entonces, si así ella lo quiere, Lúthien podrá poner su mano en la tuya. De ese modo tendrás mi joya; y aunque el destino de Arda esté ligado a los Silmarils, me tendrás por generoso -.

Las palabras de Thingol provocaron un revuelo. Aquello significaba enviar a Beren a una muerte segura, nadie entraba en Angband o Thangorodrim y salía con vida. Era una misión suicida, ni todos los príncipes noldorin en la cumbre de su poder fueron capaces de siquiera llegar a ver la luz de un Silmaril.

Pero Beren rió y aceptó el desafío. Se despidió de Lúthien y, apartando bruscamente a los guardias, abandonó Menegroth en solitario.

- Elu Thingol acaba de sentenciar a Doriath -.

- ¿A qué te refieres? -.

Eirien caminaba junto a Galadriel por los pasillos, ésta última tenía una expresión desdichada.

- Los Silmarils arrastran la Maldición de Mandos, aquel que los mencione con ambición o que tome uno entre sus manos estará condenado -.

- ¿Condenado a qué? -.

- No lo sé, la Maldición funciona de manera distinta para cada persona, pero presiento que no será bueno para Doriath -.

- Te entiendo, Beren es alguien muy especial, no es como otros edain, consiguió atravesar la Cintura de Melian -.

Llegaron a unos soportales. Vieron cruzar a Lúthien camino de Eru sabe donde, el resplandor de sus ojos se había apagado como si una tormenta hubiese velado la luna. En adelante nadie volvió a oírla cantar.



Días después regresó a Menegroth la tropa de guerreros de Ossiriand. Eirien fue una de las que salió al encuentro de la comitiva. Thranduil la subió a su caballo, sentándola delante suyo, y recibió a cambio un profundo beso de bienvenida.

- ¿Cómo os ha ido? -.

- Muy bien, nuestro pequeño ejército ha permitido reorganizarse a los Nandor, los orcos no entraran en Ossiriand – él volvió a abrazarla y la besó – Te eché de menos -.

- Yo también -.

- ¿Han vuelto los de Brethil? -.

- No, he escuchado a Mablung decir algo sobre los problemas que les han presentado los licántropos y ese Sauron, el hechicero de Tol Sirion -.

- Ya veo -.

- Además ha ocurrido algo -.

- ¿Algo? -.

Eirien le refirió la llegada de Beren y la condición de Thingol para que pudiera casarse con Lúthien.

- Mal asunto, sobre todo si Galadriel ha dicho eso -.

- Sí, además Melian se ha negado a hablar con ella – continúo la sinda – Creo que la reina, gracias a su poder como maia, alcanza a ver cosas que Galadriel sólo puede presentir e interpretar de manera imprecisa -.

- ¿Se ha recuperado de la muerte de sus hermanos y Fingolfin? -.

- A medias, los últimos acontecimientos la han vuelto más severa y silenciosa -.

- Espero que Beleg y su tropa no se demoren mucho más, Celeborn es el único que parece capaz de atravesar las defensas de Galadriel – suspiró Thranduil.

Eirien se acurrucó en sus brazos. Adoraba a su marido, resultaba admirable esa constante preocupación por los demás y la necesidad compulsiva de ayudarles a solucionar sus problemas.



Aunque Beleg hubiera querido permanecer más tiempo en Brethil no podía, un mensajero de Thingol le instaba a regresar a Doriath. Tras asegurarse de que las gentes de Haleth estaban a salvo, obedeció la orden regia, llegando a Menegroth tres días después de la vuelta de los guerreros de Ossiriand.

Los habitantes de palacio salieron a recibirles, entre ellos Galadriel. La princesa buscaba un cabello plateado en medio de los jinetes, pero no lo encontró allí ni en la infantería. Preocupada, se encaminó al patio de armas para hablar con Beleg.

El jefe de los guardianes conversaba animadamente con Mablung, describiéndole alguna de las múltiples refriegas que tuvieron con los orcos.

- Disculpad -.

- Aiya princesa -.

- Mae govannen Cúthalion, ¿podríais decirme dónde está el caballero Celeborn? -.

- Lo siento, alteza, pero Celeborn desapareció poco antes de nuestro regreso, nadie ha sabido explicarme qué ha sido de él -.

- ¿¡Qué!? – la voz de Galadriel sonó más alterada de lo recomendable.

- Tranquilizaos, no lo hemos perdido en una batalla, por lo que me explicó su compañero de guardia decidió ir a alguna parte a hacer sabe Eru qué -.
La princesa no le permitió a Beleg terminar. Dando media vuelta, entró en palacio y tomó el corredor que llevaba a los aposentos de Melian; necesitaba la ayuda de la maia quisiera ésta o no hablar.

- ¿Dónde está? -.

Melian no levantó la mirada de sus manos, ocupadas en un intrincado bordado floral sobre un vestido.

- ¡Melian! -.

- Te he escuchado niña, siéntate -.

Galadriel obedeció a regañadientes. Escogió una silla frente a la maia. Aguardó en silencio, impaciente, observando como las flores encima de la mesa se iban convirtiendo en un hilo resplandeciente en manos de Melian y recobraban su forma hilvanadas en la tela. Galadriel había aprendido de su madre a coser con magia, sus materiales favoritos eran la nieve y el fuego, los resultados siempre eran espectaculares; así es como creaban los sindar sus vestiduras grises, nacidas de las nieblas de Aelin-uial.

- ¿Por qué vienes a preguntarme algo de lo que tú posees la respuesta? -.

- ¿Respuesta?, yo no sé... -.

- Usa el poder – Melian sonrió, una rosa quedó impresa en el vestido.

La doncella noldorin cerró los ojos. Una expresión de sorpresa y alegría cruzó su rostro, luego una sombra se abatió sobre ella.

- Le siento... está bien aunque lo rodea un halo de confusión y temor, es lo mismo que siento en torno a Doriath como si... como si... -.

- Es el Destino, empiezas a descubrir sus hebras y como se mueven en torno a los Primeros Nacidos – Melian mantenía los ojos en la costura pero no la veía – Valar, Maiar y Quendi están atados al destino intrínseco de Eä, no pueden eludirlo aunque lo deseen y luchen contra todas las profecías, son como un pez que se debate inútilmente en la red del pescador -.

- ¿Y los Edain? -.

- A ellos Eru les regaló un don, el de la Muerte, y con él la libertad de forjar su propio sino, aunque ni siquiera Manwë sabe el por qué -.

Por primera vez Galadriel fue consciente de la gran pena que sufría Melian. Sus dotes como vidente sólo eran superadas por el Vala Mandos, así ella veía el futuro y tenía que vivir con el conocimiento de las terribles tragedias que estaban por venir y, desesperada, saber que no podía hacer nada para evitarlas.

Rebosante de compasión, la noldo abrazó a la reina.

- Al fin has entendido – suspiró Melian – Tú también habrás de sufrir este dolor, si bien tu poder es menor al mío y no verás el Tapiz al completo; aprende a aconsejar, a guiar, sin caer en la tentación de enmendar, sobre todo a los humanos -.

- Cuando Thingol pidió el Silmaril... -.

La reina se limitó a asentir.

- Es una sensación extraña – musitó Galadriel.

- Lo sé... mi reino ha llegado a ser el más grande y hermoso, y caerá en la oscuridad como todos los que le han precedido y le seguirán -.

Aquellas palabras se grabaron a fuego en el corazón de la princesa.



Los ojos grises contemplaron el bosque. El caballo se revolvió al captar el nerviosismo de su dueño.

- Rochelw, será mejor que nos pongamos en marcha -.

El corcel miró a su jinete, parecía decir “nos van a usar para practicar tiro al blanco, ¿estás seguro que quieres convertirte en un colador élfico?”.

- Bado, mellon -. (vamos, amigo)

Rochelw se adentró en la espesura con resignación. Sabía que, desde que uno de sus cascos holló el suelo del bosque, varios pares de ojos les vigilaban. Su jinete tenía la misma sensación, por eso se quitó el arco y desprotegió su cabeza plateada; esperaba que los guardianes de Nargothrond le permitieran vivir el tiempo suficiente como para darse a conocer.

- Im esta Celeborn cunn o Doriath, togo na´ran Finrod -. (soy Celeborn príncipe de Doriath, llevadme ante el rey Finrod).

El grito del sinda atravesó el amenazador silencio. Instantes después las sombras cobraron vida y un círculo de elfos le rodeó.

- ¿Qué haces aquí, sinda? -.

- Deseo hablar con el rey -.

- Motivo -.

La actitud altiva y exigente del guerrero irritó a Celeborn, apenas consiguió refrenar su lengua y no soltarle una brusca contestación.

- Mi gente acaba de expulsar a los orcos de Brethil y los hemos obligado a retirarse hasta Tol Sirion, deseaba informar a su majestad Felagund -.

- Ya lo has hecho, ahora márchate -.

Aquello era demasiado, incluso para alguien que, como él, era la paciencia personificada.

- ¡Poldon, basta! -.

Celeborn vio llegar a un elfo de cabello dorado y rasgos enérgicos, en sus ojos brillaba una poderosa luz, un eldar sin duda. Sonrió al ver como el guardia se encogía ante la presencia del que debía ser su superior.

- Pero señor... -.

- Poldon vuelve a tu puesto, y ruega para que Finrod sea clemente cuando se entere que has insultado a un príncipe sinda -.

El arquero recogió la poca dignidad que pudo reunir y desapareció seguido de la mitad de sus guerreros.

- Soy Edrahil, capitán de la guardia de su majestad; disculpad a Poldon pero las cosas no marchan demasiado bien en Nargothrond -.

- ¿Ha sucedido algo grave? -. Celeborn desmontó y caminó junto a su guía.

- Supongo que os enterasteis de la retirada de Celegorm y Curufin -.

- Sí, se refugiaron aquí según las noticias que llegaron a Menegroth -.

- Vinieron con toda su gente, ahora pienso que hubiese sido mejor que los mataran a todos en Himland -.

- Explicaos -.

- Celegorm y Curufin han acumulado mucho poder en estos últimos años, empiezan a oponerse a Finrod y a Orodreth, cada día que pasa es más clara la enemistad entre los dos bandos, justo cuando es más necesaria la unión de nuestro Pueblo frente al Enemigo – sonrió, una expresión entre amarga e irónica – Finrod te lo explicará todo -.

Las estancias de Nargothrond resultaban ominosas en el crepúsculo, una mole de roca negra a los pies del Narog. Celeborn percibió la tensión en el ambiente, fruto de aquello que Edrahil le revelase horas antes.

- Hay audiencia, acompáñame – indicó el eldar.

Conduciéndole por una pequeña puerta, accedieron por un lateral al Salón del Trono. Como en Menegroth, la iluminación corría a cargo de lámparas mágicas, los tapices y cortinajes buscaban dar calidez a la estancia.

Finrod atendía a un joven elfo en ese momento. A la derecha del trono, bajando las escaleras, se encontraban Orodreth y su hija; a la izquierda Celegorm, Curufin y el hijo de éste.

Celeborn esperó hasta que terminaron las audiencias del día, entonces, acompañado por Edrahil, se presentó ante el rey.

- Os recuerdo, sois Celeborn de Doriath – dijo él cuando se acercaron – Sé bienvenido a mi reino -.

- Gracias, majestad -.

- Tuve que rescatarle de las manos de Poldon, sería conveniente que hablarais con vuestros “nobles” primos, mi señor – apuntó Edrahil.

- De acuerdo, déjanos a solas amigo -.

Finrod parecía soportar una pesada carga.

- Me temo que no he llegado en buen momento – dijo el sinda.

- Ningún momento ha sido demasiado bueno desde la Dagor Bragollach – se quitó la corona de plata y la observó con aire ausente - ¿Cómo se encuentra mi hermana? -.

- Sufrió un duro golpe con la muerte de vuestros hermanos y del señor Fingolfin, pero es fuerte -.

- Sí, lo es... acompañadme Celeborn, os invitó a compartir mi mesa esta noche, así podremos hablar con tranquilidad -.

El príncipe sinda siguió a su anfitrión.

Durante la cena Finrod repitió las palabras de Edrahil. Celegorm y Curufin buscaban la forma de arrebatarle la corona, y entre medias había un montón de intrigas, que lo único que estaban consiguiendo era debilitar al reino de Nargothrond.

- Orodreth hace lo que puede, pero su carácter es demasiado afable – Finrod tomó un pequeño sorbo de su copa – Por suerte cuento con aliados bastante insospechados -.

- ¿Por qué no los expulsáis de Nargothrond? – interrogó Celeborn.

- Es tarde para eso, han acumulado demasiado poder, muchos de mis súbditos les siguen y apoyan; si intentara una acción directa contra ellos podríamos acabar en medio de una guerra civil, elfos matando a elfos... otra vez -.

- Entiendo -.

- Parece que Thingol obró bien después de todo, mantener a los Noldor fuera de sus fronteras fue una magnifica decisión -.

- Puede -.

- Sois silencioso, no malgastáis las palabras -.

- Prefiero escuchar, se aprende más -.

El rey sonrió. Le gustaba Celeborn, con su complejo carácter; templado, silencioso y complaciente la mayor parte del tiempo, Finrod adivinaba la existencia de un intenso fuego bajo toda esa imperturbabilidad.

- Quedaos un tiempo en Nargothrond – le ofreció de improviso.

- ¿Majestad? -.

- ¿Hay algún problema? -.

- Me temo que sí – Celeborn sonrió azorado – Estoy en vuestro reino sin permiso de mi rey, digamos que me escapé de la hueste enviada a Brethil para combatir a los orcos, por supuesto después de haber expulsado a esas alimañas -.

Finrod estalló en carcajadas para sorpresa de su huésped.

- Discúlpame, he imaginado la bienvenida que te espera a tu regreso y no he podido evitarlo -.

- Señor, me tenéis desconcertado, ¿a qué os referís? -.

- A Galadriel, se tomará como algo personal el que hayas desaparecido sin previo aviso -.

- ¿¡¿¡...!?!? -.

La expresión de Celeborn prolongó el estallido de hilaridad del rey.

- Sé que es meterme dónde no me llaman, pero mi hermanita se tomó la libertad hace ya siglos de interferir en mi vida sentimental y me veo con derecho a devolverle el “favor” -.

- ¿Siempre sois así? -.

- No te entiendo -.

- Los Noldor, tan... espontáneos -.

- Impulsivos es una definición más acertada, y sí, somos bastante francos con aquellos en quien confiamos – Finrod reprimió un nuevo ataque de risa – No pretendía incomodarte, simplemente creí necesario que estuvieses al corriente de los planes de mi hermanita, aunque supongo que ella se habría encargado de hacértelo saber a su modo -.
Aquello terminó por desarmar al sinda. Agradeció que llamaran a la puerta, rescatándole de una conversación harto embarazosa.

En la entrada se recortó una figura de elevada estatura, las sombras en los marcados rasgos del rostro le confería una presencia imponente al recién llegado.

- Mára lomé, disculpad la irrupción meletyalda, ¿puedo pasar? -.(buena noche), (majestad)

- Adelante -.

Celeborn reparó entonces en la juventud del noldo, no tendría más de tres o cuatro siglos. Espeso cabello azabache y brillantes ojos grises, aunque carecían del resplandor de los Eldar. La escasa luz de la estancia, más que de sobra para un elfo, centelleó en los bordados de la túnica, capa y el broche que sujetaba a ésta última, una estrella rodeada de llamas.

- El Escudo de la Casa de Fëanor – dijo para sí.

- ¿Qué sucede que no puede esperar? – interrogó Finrod.

- Un adan ha entrado en las tierras del Sur de Talath Dirnen (planicie guardada), dice llamarse Beren y portaba esto -.

El noldo mostró un anillo dorado, dos serpientes enlazadas con ojos de esmeralda.

- ¿Quién más sabe que está en Nargothrond? -.

- Os son fieles, mi familia no se enterará – aseveró el joven – He escondido al hombre en mis aposentos para que pudiera descansar, nadie lo buscará allí -.

- Gracias Celebrimbor – el rey se relajó visiblemente.

- Id a verlo al alba, presiento que ha venido por algo de suma importancia -.

- ¿No quieres quedarte a conversar? -.

- No puedo mi señor, y vos lo sabéis, mi padre y mi tío estarían gritándome años si tan sólo supieran la amistad que os profeso – comentó con fina ironía – Siento haberos molestado, namarië -.

Celebrimbor abandonó el comedor. El silencio se abatió entonces sobre los dos comensales. Finrod volteaba el anillo en sus manos y observaba hipnotizado los destellos, dorados como su cabello. Una palidez extrema se había adueñado de su piel.

- Creo que será mejor que me vaya a mi habitación – se excusó Celeborn.

- Siento mi actitud – Finrod se levantó y acompañó al sinda hasta la puerta.

- Tenéis muchas preocupaciones derivadas de vuestro cargo, no hay nada de lo que debáis disculparos; gracias por vuestra hospitalidad -.

- ¿Os quedaréis?, al menos descansad un par de días antes de regresar, los caminos son traicioneros y las bestias de Morgoth peligrosas -.

- No deseo faltaros al respeto, pero con un día será suficiente; una semana a galope es lo que me separa de mi hogar y no me gustaría irritar a mi rey y... y a vuestra hermana, no más de lo que ya debe estarlo -.



Después de tomar un frugal desayuno, Celeborn se dedicó a pasear por las estancias subterráneas de Nargothrond. El lugar era igual a Menegroth y distinto al mismo tiempo. Las Mil Cavernas habían sido excavadas por la fría lógica de los enanos y adornadas con motivos vegetales según el gusto élfico; las estancias de Fortaleza del Narog habían sido horadadas por el agua del río y retocadas por los naugrim y los noldo, por eso su distribución era más arbitraria y realmente laberíntica para un foráneo.

Uno de los habitantes, un noldo llamado Gwindor, se ofreció a acompañarle hasta los aposentos del rey. Dos guardias cerraban el paso.

- ¿Podríais decirle a vuestro rey que Celeborn desea verle? – dijo el sinda.

- Nuestro rey ha ordenado que no se le moleste, vuelve más tarde -.

- Estoy aquí por orden suya – insistió.

- Nosotros también -.

El elfo gris habría apostado cualquier cosa a que aquellos guardias servían a los hijos de Fëanor. Compadecía a Celebrimbor por pertenecer a una familia tan ruin.

- ¿Algún problema? -.

Como si el pensamiento de Celeborn lo hubiese invocado, Celebrimbor se aproximó procedente de uno de los corredores laterales.

- Me temo que estos caballeros se muestran demasiado celosos de su deber – apuntó el sinda.

- ¿No habéis permitido pasar al príncipe Celeborn? – interrogó el joven, poniendo especial énfasis en la palabra “príncipe”.

- Nosotros no... – balbució uno de los guardias.

- Ya me parecía – sonrió Celebrimbor – Señor Celeborn, acudid junto a su majestad, creo que tiene una petición que haceros -.

- Gracias -.

- No hay de qué -.

El imponente noldo prosiguió su camino, visiblemente satisfecho de fastidiar a los incondicionales seguidores de su progenitor.

- No me gustaría tenerle como adversario, es un personaje formidable – meditó Celeborn, antes de entrar en los aposentos reales.

Encontró el salón vacío. El fuego ardía en la chimenea, arrancando sombras fantásticas al mobiliario y cortinajes.

- ¿Finrod? -.

Cuando Celeborn empezaba a pensar en marcharse, una figura apareció en una de las puertas que partían del salón. El rey vestía una túnica corta y calzas blancas, prácticamente ocultas por un manto negro con bordados plateados. La elección del vestuario se le antojó fúnebre, sobre todo por el rostro demudado ¿por el miedo?.

- Aiya, toma asiento – Finrod señaló una butaca junto al hogar, él ocupó la de en frente.

- Señor... -.

- Tengo un aspecto horrible, ¿verdad? – sonrió con amargura – Supongo que el mismo que cualquier ajusticiado -.

Celeborn aguardó en silencio.

- He hablado con el adan, es Beren hijo de Barahir, y ha conseguido atravesar la Cintura de Melian -.

- ¡Imposible! -.

- Y desafortunado, si se me permite decirlo. Beren se ha enamorado de Lúthien y le ha pedido su mano a Thingol, vuestra princesa al parecer le corresponde – Finrod esperó algún comentario por parte de su interlocutor, sin embargo éste se encontraba demasiado perplejo para decir nada – Conozco a Thingol, sé lo que piensa de los humanos, no los aceptaría ni como esclavos a su servicio; la solicitud ha levantado su ira y ha enviado a Beren a la muerte, pues le ha pedido un Silmaril a cambio de Lúthien -.

- Los hombres son mortales, Eru les ha dotado con una vida muy breve, mi rey ama a su hija y es consciente que permitir tal matrimonio es perderla, si ella ama a Beren como habéis dicho le seguirá en la muerte -.

- No pretendía acusar a Thingol, lo siento, la suya sería una reacción lógica si no fuera porque ha pedido un Silmaril – las manos del noldo se crisparon – Celeborn, tu rey ha condenado a Doriath, tenga o no éxito Beren en su empresa, pues quién menciona los Silmarils con codicia despierta la Maldición que habita en ellos, e indirectamente arrastra a Nargothrond consigo -.

- No entiendo -.

Finrod levantó la mano y le mostró el anillo de oro, el símbolo de su Casa.

- Esto se lo entregué a Barahir hace años como regalo por salvarme la vida en Serech, y jure que le devolvería el favor a él o sus descendientes – la mano volvió a posarse en el sillón – Beren ha solicitado mi ayuda y estoy obligado a acompañarle en honor a mi voto, sin embargo cuando los hijos de Fëanor lo sepan se me echaran encima como perros salvajes pues ellos también están sujetos a un Juramento mayor... no hay salida, todos estamos atados -.

- ¿Puedo ayudaros de algún modo? – Celeborn tenía la terrible sensación que una oscuridad se había cernido sobre ambos.

- ¡No! – saltó Finrod - ¡No quiero que más gente caiga en las redes de la Maldición! -.

- Como deseéis -.

- Aunque necesito un mensajero y tú te diriges al sitio indicado -.

El rey sacó de los pliegues de su túnica un legajo de pergamino lacrado. Celeborn lo cogió, a sabiendas de tener en sus manos la última voluntad de ese magnifico señor de los Noldor.

- Márchate, ahora – ordenó secamente – Antes que me presente ante mi pueblo con Beren. Haré que un par de amigos te lleven hasta la frontera -.

- Ha sido un honor... cuidaré de vuestra hermana – se despidió Celeborn.

- Nai Eru varyuva le -. (Que Eru te guarde)

- Y a vos, namarië -.



- Se va a caer -.

- Es posible -.

Galadriel y Thranduil, junto con otra media docena de elfos, observaban como la esposa de éste hacía equilibrios en la rama de un árbol. Colgada estilo murciélago, Eirien intentaba recuperar la pelota que había acabado en un estanque de los “jardines” que rodeaban Menegroth.

Un brusco crujido anunciaba como acabaría la maniobra.

- Se cae, se cae... -.

¡¡¡CHOF!!!

- Se cayó -.

La elfa emergió con la melena rubia adornada de tréboles acuáticos. El agua le llegaba a la cintura. Cogió la pelota y vadeó el estanque hasta alcanzar la orilla.

- Ni un comentario Thranduil – amenazó al ver a su jovial marido.

- ¿Yo? – sonrió inocente – Pero si estás adorable, incluso puede que instaures una nueva moda en la Corte y... -.

La lluvia de flechas silenció y, de paso, dejó a Thranduil con las ropas clavadas al árbol que tenía a su espalda. Eirien se encaminó a palacio dejando a otros el placer de liberar a su cónyuge.

- A veces da miedo -.

- Te advirtió que no la provocaras – le amonestó Galadriel, riendo para sí.

La princesa noldo volvió también a palacio, tenía pendiente hablar con Phaire sobre unas nuevas hierbas medicinales.

- Todo sigue igual, la Maldición aún no se ha hecho patente – meditaba camino de las Estancias de la Salud – Aunque no puedo evitar sentir que Doriath resplandece un poco menos, como si al callar Lúthien la primavera se hubiese marchitado con ella. Es una lástima que su amor recayera sobre un mortal -.

- ¡Alteza, alteza! -.

- Súlima, ¿qué ocurre? -.

- Ha vuelto, el caballero Celeborn ha vuelto, voy a avisar a... -.

Galadriel no escuchó nada más. Echó a correr por el mismo pasillo del que venía la joven sinda.

Al llegar a los soportales que precedían a la zona de establos y el patio de acceso, frenó y procuró normalizar su respiración. Se suponía que tenía que parecer enfadada, algo realmente difícil frente a la emoción y alegría de saberle a salvo.

Desde las sombras, echó un vistazo al exterior. Descubrió a Thranduil conversando con su viejo amigo, también estaba con ellos la prima de Celeborn, Nimloth. Celeborn se veía exhausto y contento, saludaba a todo aquel que se acercaba mientras respondía al interrogatorio de su compañero.

Galadriel sonrió. Se alisó el vestido y ordenó su cabello, su rostro adoptó un aire altivo, severo, y salió al patio.

- Nargothrond, ¿y qué pintabas tú allí? -.

- Nada que sea de tu incumbencia –.

- Ya, ya... aiya Galadriel -.

Thranduil hubo de hacer un esfuerzo titánico para no estallar en carcajadas y morirse allí mismo de la risa. Compadeció sinceramente a su amigo de pelo plateado.

- Mae govannen, señor Celeborn – la frialdad de aquella voz habría congelado el sol.

- Aiya, princesa -.

- Yo tengo que ir a disculparme con mi esposa, ¿me acompañas Nimloth?, necesito que alguien me proteja – se excusó Thranduil.

- Por supuesto, señor – Nimloth había captado su intención.

Galadriel y Celeborn quedaron a solas.

- ¿Habéis tenido un buen viaje? -.

- Sí -.

Ella intuyó algo extraño en el sinda. Celeborn no se veía azorado sino sinceramente afligido, lo que no conseguía imaginar era el por qué.

- He oído que fuisteis a Nargothrond, ¿cómo está mi hermano? -.

El rostro de Celeborn perdió todo ápice de color.

- Altáriel, siento no haberos advertido de mis intenciones, espero que no estéis demasiado enojada conmigo -.

- No es que esté enfadada – una sonrisa rompió su fingida frialdad – Ahí fuera se libra una guerra y no es conveniente viajar en solitario -.

- Entonces lamento haberos preocupado -.

- Celeborn, odio los rodeos, si estás intentado decirme algo dilo -.

El sinda, viéndose atrapado, se armó de valor y buscó las palabras adecuadas.

- Estuve en Nargothrond, apenas un par de días, y descubrí que vuestro hermano se enfrenta a las maquinaciones de Celegorm y Curufin, de momento los mantiene en su sitio pero va perdiendo autoridad con cada día que pasa -.

- Debió echarlos de su reino en cuanto se presentaron, Finrod fue demasiado gentil con nuestros primos -.

Celeborn intuyó que, de haberlos tenido delante, Galadriel habría desintegrado a los hijos de Fëanor.

- Ese no es el principal problema... Beren fue a Nargothrond solicitando ayuda, Finrod está obligado por un juramento a otorgársela -.

“También yo haré un juramento, y he de ser libre para cumplirlo y adentrarme en las tinieblas. Nada perdurará en mi reino que un hijo pueda heredar”.

Un escalofrío recorrió a Galadriel. Ahora sabía lo que Celeborn intentaba explicarle, que mientras ellos hablaban Finrod cabalgaba hacia su muerte. Sus ojos enceguecieron ante una visión: la oscuridad de unas mazmorras, el miedo, una presencia de fuego y las fauces ensangrentadas de un enorme lobo.

Venciendo cualquier reparo, Celeborn la estrechó entre sus brazos. No intentó pronunciar palabras de consuelo, sabía que sonarían vacías.

- ¿Te dio algún mensaje para mí? – la voz de Galadriel sonaba amortiguada contra el hombro del sinda.

- Sí, llevo una carta, te acompañaré a tu habitación para que puedas leerla con calma -.

Ella asintió pero no se movió. Dudaba que sus piernas consintieran en dar más de dos pasos. Intuyendo el problema, Celeborn la cogió en brazos, el intenso aroma a jazmín invadió sus sentidos, y entró en la fortaleza.

Mientras atravesaban los pórticos, pasillos y patios, Celeborn evocaba una situación muy semejante hacía años. Recordaba a una hermosa doncella inerte sobre el suelo de piedra gris, los cabellos dorados enmarcando como una aureola el rostro ceniciento. Había gritado pidiendo ayuda al tiempo que la tomaba en brazos, la sintió tan ligera que temió haberla encontrado demasiado tarde. La había llevado a las Estancias de la Salud, y había permanecido junto a ella hasta que Phaire y los otros sanadores le aseguraron que se recuperaría. Desde entonces la había amado en silencio, oculto en las sombras de Menegroth, convencido de recibir el mismo desprecio que el resto de señores elfos que la pretendían; y entonces chocó con ella en un pasillo, y ella dejó caer un libro sobre su cabeza.

Al llegar a la sección de los aposentos, Celeborn la depositó suavemente en el suelo, extrajo el rollo de pergamino lacrado y se lo entregó a la doncella noldorin. Iba a marcharse pero una mano en la suya le retuvo. La mirada de Galadriel le suplicaba en silencio que permaneciera allí, con ella.

- No es apropiado que entre en tu alcoba -.

- Eso lo decidiré yo -.

- Dirán que... -. Celeborn enrojeció.

Galadriel sonrió y le llevó de la mano hasta la habitación. Él no se resistió.

Aquella era una de las pocas estancias de Menegroth que poseían ventanas, la luz de la tarde resplandecía en los adornos de las paredes simulando un claro en mitad del bosque. Un biombo con motivos de aves ocultaba la cama, el tocador y un armario labrado. En el lado visible había una mesa ovalada, un par de sillas, estantes con libros, un arpa de oro con su correspondiente banqueta y una chimenea que ardía con un fuego mágico, así iluminaba sin producir calor.

Galadriel se sentó en una de las sillas e invitó al sinda a que ocupara otra junto a ella. Rompiendo el lacre, desplegó los pergaminos y empezó a leer.

Silencioso, inmóvil, Celeborn aguardaba. Cada palabra leída debía ser un golpe para la hermosa elfa, mas ella no derramó ni una lagrima. Parecía una estatua de mármol, sólo en el leve movimiento de sus ojos se apreciaba que estaba viva.

Al terminar, Galadriel dejó la carta sobre la mesa y la contempló con su rostro vacío de cualquier emoción. La pena era tan inmensa que se sentía incapaz de expresarla, la tenía anudada al corazón estrangulándolo sin piedad; sus hermanos, Fingolfin, ¿quién vendría después?, ¿a cuantos más de los que amaba tendría que perder?. Ella sabía la respuesta, la sabía y se estremecía al pensarlo. Como Melian le advirtiera, poseía el don, o la maldición, de la Segunda Vista, y ese poder le decía que estaba condenada a perder todo lo que amase en la Tierra Media.

- ¿Altáriel? -.

Celeborn posó una de sus manos sobre las de Galadriel, estaban heladas.

- Me siento incapaz de llorar... y eso me está matando -.

El sinda la atrajo hacia sí y la abrazó. Ella se refugió allí, entre sus brazos.
- Antes preguntaste qué me había llevado hasta Nargothrond, yo... puede que sea una estupidez, yo quería hablar con tu hermano, porque es el pariente más cercano que tienes además de Orodreth, y conocer su opinión acerca de... -.

- No habría sido una estupidez si no fuera porque te jugaste la vida por respetar la tradición – musitó Galadriel – Finrod te tiene en alta estima, lo dice en su carta -.

- Altáriel, ¿me concederías el honor de ser mi esposa? -.

Celeborn cerró los ojos, nervioso a más no poder.

- Creí que nunca te atreverías a pedírmelo -.

Ella se apartó para dedicarle una sonrisa, sincera alegría salpicada por el dolor de una muerte. Adoraba a ese señor de los sindar, le quería de una manera que nunca creyó posible. Tomó su rostro entre las manos y le besó suavemente en los labios.

- Melánë anle, Celeborn -.(te quiero)

Las lagrimas brotaron solas, empañando su mirada azur. Lloró por todo lo que había perdido desde la Matanza de Aqualondë y por todo lo que perdería en el futuro. Y jamás volvería a llorar.



N.de.A.: Pufff!! Vaya pedazo de capítulo que me ha quedado, pero no había manera de hacerlo más breve. Espero que os haya gustado.

Como habréis visto, he puesto las traducciones del élfico junto a las frases. Supuse que resultaría más cómodo.

Sólo puntualizar que Rochelw significa "corcel azul", es por ese color gris azulado que poseen algunos caballos.

Por cierto, voy a explicar un poco lo de los nombres de Galadriel por petición de una amiga. La titulatura completa de la Dama Blanca en Quenya es Nerwen Artanis Naltariellë.

Nerwen significa "doncella-hombre", vamos, una auténtica doncella guerrera, por algo la temen el resto de los Noldor ^^. Este nombre lo usé en el capítulo "Cartas".

Artanis: "Mujer noble", aunque más bien sería "mujer nobilísima", tanto ar- como ta- significan noble, alto, elevado.

Naltariellë: "Doncella coronada por una guirnalda resplandeciente", aquí es dónde surge el problema. De este nombre quenya surgió Galadriel, para el sindarin, y Alatáriel o Altáriel, para telerin. Ejemplo: uno se llama Carlos en español y Charles en inglés. Funciona igual para Quenya y Sindarin.



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