Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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16. Una Prenda de Amor: la Elessar




- Fendomë, ven a ver esto -.

Un noldo de cabello negro azulado fue dónde su amigo voceaba.

- ¿Qué ocurre? -.

- Aquí tienes, un crisol de laen especialmente para ti -.

- Que amable de tu parte Aegnor -.

- Noto un sarcasmo en tu voz que no me gusta nada, o me lo explicas o refresco tu cabeza en mi fragua – amenazó, chispeantes sus ojos más violeta que plata en esos instantes.

- ¿Cuánto llevamos viviendo en Eregion? -.

- Unos 250 años, ¿acaso pretendes celebrar el aniversario? – bromeó el Mantenedor de los Fuegos.

- Muy gracioso, ven conmigo -.

Abandonaron las Estancias del Metal y subieron al ortan que les llevaría a la superficie.

La grandeza del Mírdaithrond había crecido rápidamente junto con la Hermandad, aunque el acceso era muy difícil lo cierto es que cada día había más maestros y más aprendices, las seis Estancias estaban a pleno rendimiento y se comerciaba de una manera entusiasta con Kazad-dûm. Los tres Señores Herreros, Celebrimbor, Fendomë y Aegnor, apenas daban abasto.

Ost-in-Edhil no se había quedado atrás, su población había aumentado junto con su riqueza, los Señores Herreros tenían cada uno su mansión, y los reyes debían coordinar el reparto de los campos de Eregion, cuyo paisaje era una llanura salpicada de villas.

- Me preocupa Celebrimbor – reconoció Fendomë una vez estuvieron a salvo de oídos indiscretos en un rincón de los jardines.

- Ya estamos otra vez – Aegnor agitó su morena cabeza.

- Hay rumores -.

- ¿Cuáles? -.

- Que cierta dama ha cambiado de gustos respecto a su acompañante -.

- ¡Oh, vamos!, ¿otra vez lo mismo?, los rumores sobre la relación entre Celebrimbor y esa dama son falsos, tú y yo lo sabemos, sólo tiene el trato típico de un vasallo hacia su señora – Aegnor se sentó junto a su amigo en el banco de piedra – Son los aprendices, se divierten propagando historias como esa -.

- Lo que tú digas -.

- ¡Por Eru, Fendomë!, está casada -.

- Ella es la que manda en Eregion, tiene más poder que cualquiera que yo haya conocido, si decide echar de su lado a Celeborn lo hará – cruzó sus brazos disgustado.

- No me importaría mucho, la verdad – replicó su compañero – Celeborn es demasiado adusto y arrogante, los mírdain no le gustamos y mucho menos los naugrim con los que comerciamos; es un amargado aunque no sé por qué, tiene todo lo que un elfo podría desear, incluida la dama más hermosa y poderosa de Endor -.

- Ese es el problema, Aegnor ¿tú crees que Galadriel soportará por más tiempo a un esposo que no es capaz de superar ese estado de ánimo? -.

- No, sobre todo teniendo a nuestro Celebrimbor rendido a sus pies -.

Fendomë se pasó una mano por su corto cabello azabache.

- Veamos que sale de todo esto -.



Galadriel terminó de arreglarse. Esa mañana había reunión del Consejo, el motivo era la llegada de una embajada de numeroneanos.

La gran Sala del Consejo estaba llena a rebosar, ella ocupó su lugar junto a Celeborn y él hizo pasar a los embajadores.

- Sed bienvenidos -.

- Gracias por recibirnos con tanta premura, es un honor -.

Después del intercambio de las típicas preguntas de cortesía los edain explicaron el objeto de su visita.

- Casi hemos terminado la ciudad de Tharbad en la desembocadura del Gwatló, región que tuvo a bien cedernos su majestad, y deseábamos establecer relaciones comerciales con Ost-in-Edhil. Sabemos que nuestros productos pueden resultar banales a vuestros ojos, por eso os ofrecemos nuestra ciudad como enlace con las tierras de más allá de las Montañas Azules, ya tenemos una serie de naves preparadas para los viajes hasta Drengist y Númenor, nuestros marineros son conocidos por su pericia -.

Celeborn miró a los otros consejeros, todos estaban de acuerdo.

- Ost-in-Edhil comerciará con Tharbad – afirmó el monarca – Descansad unos días en nuestra ciudad y después volved a vuestro hogar -.

Galadriel no pronunció palabra. No se encontraba de buen humor y, puesto que ella estaba de acuerdo con aquella decisión, no había por qué intervenir.

Abandonó la Sala y dejó que su marido y los consejeros se ocuparan del resto de asuntos menores. Celeborn le dirigió una mirada ofuscada, pero no protestó.

- ¡Dama Galadriel! -.

- Aiya Mírwen – sonrió la dama a su joven amiga.

- ¿Ibais al Mírdaithrond? -.

- Sí, deseo informar personalmente a Celebrimbor de lo de Tharbad, acompáñame y daremos un paseo a caballo -.

- Me temo que no deberíais ir allí -.

- ¿Por? -.

- Vayamos a vuestra casa, en la calle nos podrían oír -.

La Dama Blanca cedió, podía ir más tarde al Mírdaithrond y Mírwen se veía de lo más alterada. Fueron a su casa y se refugiaron en los aposentos privados de la reina, allí no entraba ni Celeborn.

- Cuéntame – pidió Galadriel.

Mírwen bebió de su taza perdida en la contemplación del arpa dorada de su señora.

- Celeborn ha ordenado que os sigan -.

- Sí, lo sé, tres silvanos bastante torpes por cierto, ni siquiera he necesitado usar mi poder para localizarlos -.

- ¿Conocéis el motivo? -.

- No, puedo entrar en la mente de mi esposo pero seguramente se percataría, conoce demasiado bien mi roce por muy sutil que éste sea – suspiró Galadriel – Me tiene muy preocupada, cada día se vuelve más taciturno e intratable, lo único que le faltaba era convertirse en un paranoico -.

- Yo sé a qué se debe – dijo Mírwen, sus ojos verdes reflejaban temor.

- ¿Y bien? -.

- Circulan una serie de rumores por la ciudad, yo sé que no son ciertos pero hay quién los cree y bueno... -.

- Habla, no voy a comerte – rió la dama, entre divertida e intrigada.

- Resumiendo bastante el contenido, esos chismes dicen que Celebrimbor es vuestro amante -.

Galadriel por poco se ahoga con el té.

- ¿¡¿¡Qué!?!? -.

- Es inevitable que la gente piense así, pasáis más tiempo con él que con vuestro esposo, coméis con él a solas en su casa, le visitáis en el Mírdaithrond todos los días, incluso viajasteis con él a Kazad-dûm para entrevistaros con el rey Durin – continúo la joven noldo – Además él sólo abandona sus trabajos para estar con vos -.

Recuperada de la sorpresa inicial, la Dama Blanca meditó en silencio, sopesando los pros y contras de un plan que empezaba a cobrar forma.

- Así que mi esposo ha escuchado las habladurías y las ha creído -.

- Eso parece -.

- Perfecto -.

- ¿¡Eh!? – Mírwen la miró perpleja.

- Esos rumores son perfectos, gracias a ellos conseguiré que Celeborn salga de ese estado de enfado perpetuo en que lleva sumido casi tres siglos como que me llamo Galadriel -.

- ¿Qué tenéis en mente? -.

- Algo muy sencillo, confirmarle sus sospechas a Celeborn – la Dama Blanca sonrió maliciosa, deleitándose por anticipado de los resultados de sus maquinaciones.

- ¿Estáis segura?, ¿y Celebrimbor? -.

- Hablaré con él, es un buen amigo y me ayudará -.

Ultimaron los detalles y salieron de la casa.



Como de costumbre no tuvo ningún problema a la hora de acceder al Mírdaithrond, los guardias de la Hermandad tenían instrucciones claras de permitir el paso de la reina en todo momento. Galadriel, sonriente, subió escaleras y cruzó jardines de camino al Portal de la Forja, fue entonces que reparó en dos noldor con túnica blanca que venían en dirección contraria.

- Saludos Aegnor y Fendomë -.

- Ninquenís – dijeron ellos a un tiempo, acompañando sus palabras con una sencilla reverencia.
- ¿Qué os trae tan temprano a las Estancias de los Joyeros? – interrogó Fendomë.

- Venía a informar a Celebrimbor de la última disposición tomada por el Consejo en relación a Tharbad, los numeroneanos serán nuestro enlace con Lindon y Drengist -.

- Es una buena noticia, las perlas que puedan enviarnos desde Drengist serán perfectas para cambiarlas por mithril, esos naugrim cada día suben más su precio -.

- Cierto Aegnor, están en su derecho, después de todo el mithril sólo se encuentra en Kazad-dûm y Númenor – aseveró la Dama Blanca.

- Esperad aquí señora, nosotros bajaremos a buscar a Celebrimbor – ofreció el elda.

- Os lo agradezco Fendomë, sin embargo me gusta visitar las Estancias y ver con mis propios ojos el trabajo de vuestra Hermandad -.

- Como deseéis -.

Los tres entraron en el edificio central del Mírdaithrond y tomaron uno de los ortani. Galadriel contemplaba aquel grandioso recinto con orgullo y alegría, ella había conseguido su sueño de gobernar un reino propio y hacerlo próspero mientras Celebrimbor había conseguido el suyo, un lugar dónde los mejores artesanos de la Tierra Media desplegaran todo su potencial creando los mayores tesoros jamás vistos desde la muerte de Fëanor.

El ortan se detuvo en las Estancias del Metal. Éstas se subdividían a su vez en tres recintos, ellos cruzaron el puente que conducía a las Estancias de la Plata, allí los herreros trabajaban las aleaciones relacionadas con el mithril. Los elfos se protegían del calor con unas máscaras y guantes especiales mientras golpeaban lo que serían luego armas y joyas.

Al fondo de una de las salas Galadriel descubrió la inconfundible figura de Celebrimbor, examinaba u na pequeña hoja de metal para después introducirla en la forja y volver a martillearla. Aegnor se acercó a avisarle, no permitió que la reina se aproximase a las fraguas pues podía lastimarse accidentalmente, algo no demasiado raro cuando se trabajaba con fuegos tan potentes.

Celebrimbor se retiró la mascara para escuchar a su amigo, su rostro perlado de sudor por las altas temperaturas de los hornos. Miró sorprendido hacia la entrada del taller, dónde esperaba la Dama Blanca acompañada del serio Fendomë, y le dijo algo a Aegnor antes de desaparecer por una puerta.

- ¿Qué ocurre? -.

- Nada señora – sonrió el noldo al reunirse con ellos – Celebrimbor me ha pedido que os diga que le esperéis junto a la fuente del jardín superior, considera que será más agradable conversar allí que no rodeados de tanto alboroto -.

Galadriel asintió y dio media vuelta para volver al exterior. Fendomë frunció el ceño, veía como los aprendices murmuraban e incluso algún maestro que dirigía una significativa mirada a la reina. Miró a Aegnor, éste se limitó a asentir en silencio.

La Dama Blanca parecía ajena a todos los comentarios y miradas suspicaces que la rodeaban, sin embargo en su interior no había parado de reír. Desde que pisara el Mírdaithrond, Galadriel había desplegado su poder leyendo los corazones de todo aquel con que se cruzaba descubriendo así muchas cosas. Su confianza en Aegnor y Fendomë se vio reforzada al comprobar lo preocupados que estaban tanto por ella como por su señor, Celebrimbor podía sentirse orgulloso de llamarlos amigos. En cuanto al resto, los rumores sólo eran una forma de divertirse o de canalizar sus celos por la innata habilidad del nieto de Fëanor.

Sus reflexiones se vieron interrumpidas por la llegada del susodicho nieto. Celebrimbor llevaba el pelo empapado y la túnica blanca con adornos en plata, símbolo de su rango, sin abrochar dejando ver la ropa de trabajo.

- Disculpad mi tardanza y mi aspecto, no esperaba vuestra visita – dijo a modo de saludo.

- ¿Cuánto lleváis trabajando? -.

- Algo más de una semana -.

- Son tres – le corrigió Galadriel.

- ¿Tanto? – se sorprendió el noldo.

- Te exiges demasiado, que seas un elfo no significa que no puedas agotarte -.

- No deseaba preocuparos -.

- Pero volverás a hacerlo -.

- Seguramente – sonrió Celebrimbor – Me gusta lo que hago y me abstraigo de lo demás -.

- ¿Por qué?, eres inmortal, tienes la eternidad para crear, ¿por qué permanecer tanto tiempo allí abajo? – interrogó Galadriel – Yo disfruto gobernando, pero también me gusta salir de caza, tocar mi arpa, cuidar mi jardín, leer; me niego a creer que carezcas de otras aficiones que la forja -.

- Habéis venido para informarme de algo sobre Tharbad, ¿de qué se trata? -.

El cambio tan brusco de tema sólo podía significar una cosa, “no quiero responder a esa pregunta”. La reina consintió en seguirle el juego, de manera que pasó a explicarle el acuerdo comercial con los numeroneanos.

- Perlas y coral son materiales que los naugrim valoran mucho, Aegnor tiene razón, servirán para mantener estables nuestras cotas de compra de mithril -.

- Durin me ha enviado un mensaje, dice que los mírdain podríais realizar trabajos en Kazad-dûm a cambio de mithril – comentó Galadriel.

- La mayoría de mis maestros consentirían en convertirse en asalariados si eso les asegurara su ración de mithril diaria – bromeó el señor herrero.

- Tú entre ellos -.

- El primero de ellos si eso consiguiera bajar el precio del metal en cuestión, traerlo desde Númenor es caro, aunque a este paso saldrá más rentable que comprárselo a los enanos -.

Galadriel sintió un par de presencias no invitadas a la conversación, los silvanos de Celeborn.

- Celebrimbor, lleváis mucho tiempo recluido en las Estancias y quizás no os habéis enterado de ciertas habladurías que os atañen -.

- ¿Habladurías? – el noldo la miró extrañado, tanto por el brusco giro de la conversación como por el tema que sacaba a colación.

- Si miráis por encima de mi hombro derecho, al seto de bayas rojas, veréis a cierto silvano que no debería estar allí -.

Disimuladamente, Celebrimbor hizo lo que le indicaba la dama y descubrió una sombra furtiva.

- ¿Quién es? -.

- Uno de los tres espías contratados por mi esposo -.

- Os importaría explicarme qué sucede -.

- Hay un rumor que a estas alturas debe circular por todo Eregion, según el cual vos sois mi amante -.

Las carcajadas de Galadriel resultaban sorprendentes en alguien que se caracterizaba por su autocontrol, eso fue lo que sacó a Celebrimbor de su estupor inicial.

- Parecíais encontraros al borde de un ataque – continúo riendo ella.

- Digamos que sería muy difícil explicar lo que siento o pienso en este momento -.

- Intentadlo, tenemos mucho tiempo y os vendrá bien un poco de aire libre antes de recluiros nuevamente en vuestro universo de fraguas –.

La Dama Blanca se sentó en un banco e invitó con un gesto a que Celebrimbor la imitara. El señor herrero así lo hizo, aunque primero deposito en sus manos algo envuelto en un paño azul.

- ¿Qué es? -.

- Un regalo -.

Galadriel apartó la tela y se encontró con un broche, un águila alzando el vuelo con una esmeralda ovalada entre sus garras.

- Es hermoso -.

- Es una Elessar, tiene el poder de hacer que las cosas y personas que os rodeen envejezcan más despacio, casi como si detuviera el tiempo... aunque con ese rumor circulando os hará más mal que bien -.

Las palabras de Celebrimbor sonaban diferentes. Galadriel escudriñó aquel rostro de rasgos marcados, hechos para la risa más que para esa severidad que se había apoderado de ellos. Algo le preocupaba, le perseguía y le atormentaba, algo que olvidaba mientras trabajaba en el Mírdaithrond y que ella acababa de descubrir en sus melancólicos ojos plateados.

- ¿Cómo no me di cuenta antes? - se reprochó ella mentalmente - ¿Tan ciega me he vuelto con los sentimientos de aquellos que me rodean?, ¿tendrán razón aquellos que dicen que me está ganando la ambición propia de mi linaje? -.

- Mi corazón va en esta joya, quiero que la aceptéis sin sentiros obligada a nada, hace mucho que me convencí a mí mismo que vos sólo podéis ofrecerme amistad -.

- ¿Por qué no me lo dijisteis antes? -.

- Porque es absurdo e imposible, además os hubiera condicionado a la hora de tratar conmigo -.

- ¿Y qué os ha hecho cambiar de opinión? -.

- Ni yo mismo lo sé, quizás necesitaba decíroslo después de tanto tiempo -.

Las manos de Galadriel sujetaron con fuerza el broche. No se sentía tan confundida desde que Melian la interrogara sobre la Matanza.

- He de retomar mi trabajo – se disculpó el señor herrero – Si deseáis hablar conmigo sólo tenéis que hacérmelo saber, iré allí dónde me indiquéis -.

Ella asintió y cada uno tomó un camino diferente.



Lo que debería ser una broma se acababa de convertir en un problema muy serio, su obligación era solucionarlo pero ¿cómo?. Galadriel recogió algunas piedras de la margen del lago por donde paseaba y las fue arrojando al agua. Este asunto no era como algo de política en que todo se reducía a conseguir un acuerdo que satisficiera a los implicados; Celebrimbor la amaba y ese sentimiento jamás desaparecería, conocía bien a la Casa de Fëanor, si amaban era para siempre. A eso se añadía que el señor herrero era un príncipe poderoso, su gobierno sobre el Mírdaithrond le había granjeado muchas amistades y seguidores incondicionales hasta el punto de igualar a los suyos.

- ¿Qué voy a hacer? - se preguntó, desolada.

- ¡Dama Galadriel! -.

- Aiya Mírwen -.

- ¿Qué hacéis aquí?, me ha costado mucho dar con vos -.

- Pensar... -.

- ¿Sucede algo? -.

- Los rumores son parcialmente ciertos – Galadriel le mostró el broche con la Elessar – Celebrimbor se ha enamorado de mí -.

- ¿¡¿¡Ah!?!? -.

- Eso mismo pensé yo -.

- ¿Qué vais a hacer? -.

- No lo sé – levantó el rostro al sol con los ojos cerrados – No lo sé -.

- Amáis a vuestro esposo ¿verdad? -.

- ... -.

- ¿Verdad? -.

- Le quiero, Mírwen, le amo tanto que estuve a punto de renunciar a gobernar Eregion cuando los naugrim exigieron la marcha de los Sindar, pero todo eso ha cambiado desde que discutimos, ya apenas reconozco en él al elfo con quien me casé, sin embargo... – contempló la joya – En Celebrimbor veo un reflejo de mi propio entusiasmo, de la alegría de ver cumplido un sueño y seguir luchado por que no desaparezca -.

- Os ayudaré y apoyaré en aquello que decidáis -.

- Da igual lo que elija, que gane mi razón o mi corazón, cualquiera de las dos opciones destruirá una parte de Eregion, sabía que la llegada de Celebrimbor traía la Maldición de Mandos y aún así le permití establecerse -.

- No habléis así, no tiene que pasar nada tan grave -.

- Sé lo que debo hacer, dile a Celebrimbor que me reuniré con él esta noche en este mismo lugar -.



Dejó a un lado la máscara y contempló la brillante hoja, se convertiría en una magnifica espada. Echó un fugaz vistazo a su sobrino, Finculin trabajaba en esos momentos en la creación de una cota de malla de mithril.

- Cuidado con eso – advirtió Celebrimbor – Si soporta demasiada tensión la cadena se romperá, has de conseguir flexibilidad no un muro impenetrable como el de una coraza -.

- Lo sé – la contestación del muchacho pelirrojo fue adusta.

- No lo creo -.

Un chasquido seguido del tintineo del metal al golpear el suelo dio la razón al maestro. Finculin contempló consternado e irritado como la cota de malla se deshacía entre sus manos.

- Eres demasiado impaciente, unas veces es una virtud otras, como ahora, puede resultar un serio defecto – Celebrimbor terminó de despojarse de guantes y chaqueta protectora – Controla tus impulsos y serás un gran artesano -.

- ¿Dónde vas?, decías que querías terminar esa espada antes del alba -.
- Me requieren en otro sitio, puedo terminar la espada mañana -.

- ¿Galadriel? -.

- Si tienes que decir algo dilo, no te escondas tras insinuaciones veladas como otros miembros de la Hermandad -.

- ¿Qué hay entre Ninquenís y tú? – interrogó Finculin, pendiente en todo momento de que nadie les escuchara.

- Una sincera y profunda amistad, nada más -.

- Tío, deberías ser menos noble y luchar por ella, que esté casada no significa nada -.

- Finculin... -.

- Nada de reprimendas, es mi opinión – se defendió el joven - Tu oponente es un sinda que no tiene ni la mitad de tu poder y que no se merece tenerla a su lado, ¿no irás a negarme que no lo has pensado? -.

- Simplemente creo que no debería darme consejos un renacuajo como tú que tiene a todas las damas de la Corte a sus pies, se divierte un rato con ellas y un instante después se olvida de que existen -.

- Touche, mis disculpas, no volveré a sacar el tema -.

Celebrimbor abandonó el Mírdaitrond, sin embargo no usó los ortani sino un pasadizo secreto que le llevaría directamente a su mansión en Ost-in-Edhil. No se sentía con el humor necesario para soportar las miradas y cuchicheos de la gente a sus espaldas.

- Buenas noches, señor – le recibió su único criado, el joven Danil.

- Hazme algo de cena y me iré a dormir -.

- Se os ve preocupado, ¿puedo hacer algo más por ayudaros? -.

- No a menos que puedas cambiar los sentimientos de un corazón – replicó amargamente el noldo antes de desplomarse en una butaca.

El muchacho sabía del mal que afligía a su señor y le dolía no poder hacer nada. Respetaba y quería a Celebrimbor por todo lo que había hecho por él, le habría gustado devolverle alguno de tantos favores.

El sonido del timbre de la puerta les sobresaltó a ambos. Celebrimbor miró ceñudo el reloj de la mesa, dos horas pasadas la media noche, ¿quién podía ser?. Los elfos podían permanecer días enteros despiertos y el bullicio de la ciudad era constante tanto de día como de noche, a veces incluso mayor bajo la luz de la luna y estrellas; sin embargo todos sabían que Celebrimbor era uno de los que gustaban de trabajar durante la noche, debía ser urgente si alguien le buscaba en su casa.

Danil abrió la puerta de la calle y se topó con una bonita aristócrata de brillantes ojos verdes y cabello como la noche que la rodeaba.

- Creí que no había nadie... ¿está el señor de la casa? -.

- ¿Quién lo busca? -.

- Lo siento, las prisas – se excusó apurada – Soy Mírwen, dama de compañía de la reina -.

- Buenas noches – saludó Celebrimbor entrando en el campo visual de la joven – Pasad -.

- Gracias -.

- Danil, trae algo de beber para nuestra noble visita -.

- No será necesario, he venido a comunicaros un mensaje y me marcharé en cuanto lo haga – atajó Mírwen.

- Hablad, pues -.

- Mi señora os espera junto al río, más allá del Mírdaithrond, desea conversar con vos –.

- ¿No os ha dicho nada más? -.

- Sólo soy una mensajera -.

- Os lo ruego, decidme al menos que he de esperar -.

- Nada y todo – respondió ella enigmática – Buenas noches señor -.

Mírwen abandonó la mansión. Segundos después una sombra encapuchada salía camino del río, con una mezcla de esperanza y miedo luchando en su interior.

Atravesó las calles a paso rápido, frenó un poco la marcha al cruzar la Puerta de la ciudad procurando no llamar la atención, para luego correr hasta el lugar que le indicará la pizpireta noldo.

Fue fácil dar con el lugar, una esbelta figura resplandecía con luz propia junto a la margen del río. Era algo que también había visto en Fendomë aunque en menor medida, una extraña luminosidad que parecía surgir del interior de los Eldar haciéndolos en ocasiones terriblemente hermosos.

- Mae govannen – dijo Galadriel sin volverse.

- ¿Queríais verme? -.

- Sí -.

Celebrimbor avanzó hasta situarse junto a la reina. Ella no dejaba traslucir ningún sentimiento, su rostro parecía tallado en mármol.

- He estado aquí todo el día, paseando, pensando sobre lo que me has dicho esta mañana -.

- Lamento haberos puesto ante semejante compromiso -.

- No lo sientas, era algo que tarde o temprano habría salido a relucir y prefiero que haya sido a través de ti y no de terceras personas – ella volvió ligeramente la cabeza y, por fin, le miró – Quiero que escuches atentamente lo que tengo que decirte porque será la primera y última vez que tratemos este tema -.

- Tenéis toda mi atención -.

- Es... complicado-.

Aquello era increíble, la Dama Blanca se había quedado sin palabras. Durante unos minutos Celebrimbor vio a la verdadera Galadriel, no a la reina, no a la poderosa heredera de la Casa de Finarfin, sino a la radiante y despreocupada joven que un día vivió en Valinor. Y su amor creció, supo que jamás habría lugar para otra que no fuese Galadriel en su corazón.

- Habla sin miedo, sabré aceptar lo bueno y lo malo – la animó.

- Como reina y esposa no puedo corresponder a lo que sientes por mí – su voz sonaba triste.

- ¿Y si no lo fueses? – preguntó el señor herrero, la esperanza hormigueando en su interior.

- Pero lo soy -.

- Sólo imagínalo por un instante, ¿qué haría Galadriel? -.

- Daría una oportunidad al nieto de Fëanor – reconoció finalmente.

Celebrimbor la estrechó entre sus brazos y ella no retrocedió, cerró los ojos y hundió su rostro en el sedoso cabello dorado, un intenso aroma a jazmín llenó sus sentidos.

- Renunciaría a todo por tenerte, incluso a mi don para el metal y las joyas – murmuró.

- Sin embargo tú seguirás con tu sueño del Mírdaithrond y yo con el de Eregion, así ha de ser – concluyó Galadriel – He de volver a casa o Celeborn mandará a buscarme -.

- No te merece -.

- No subestimes a mi esposo, esconde muchas sorpresas – replicó la dama – Ahora prométeme que nunca más volveremos a hablar de esto, por el bien del Reino, de la Hermandad y de nosotros mismos -.

- Lo haré si me concedes un último deseo -.

- ¿Cuál? -.

- Un beso -.

- Celebrimbor, no puedo concederte esa petición – replicó, sobresaltada.

- Os lo suplico, dadme por un segundo lo que Celeborn tendrá para la eternidad -.

Tras unos interminables instantes, Galadriel asintió. Selló los labios del maestro herrero con los suyos, en un único, breve y dulce beso.

- Ahora, prometédmelo -.

- Nunca volveré a sacar este tema a relucir, os lo juro – le aseguró Celebrimbor, victima de una profunda tristeza y desesperación – Pero también os juro que jamás dejaré de amaros -.

- Eso es mucho tiempo, namarië -.

Galadriel se apartó del noldo y regresó rápidamente a la ciudad, no se detuvo a mirar atrás ni una sola vez. A su espalda, Celebrimbor cayó de rodillas, las lagrimas recorriendo su rostro contraído por la ira y el dolor, por amar y desear lo único que estaba fuera de su alcance.

A esas horas sólo la luz de las estrellas iluminaba las calles. Galadriel cogió el ortan que la llevaría a lo más elevado de la Ciudad Alta, a su casa.

La puerta se abrió sin emitir un sonido y la alfombra silenció el pasó de sus pies calzados con sandalias. Empezó a subir la escalera.

- Altáriel -.

Ella se giró y vio surgir de las sombras del salón la argéntea presencia de Celeborn, vestía una túnica larga de manga ancha y un fajín a la cintura dejando que uno de sus extremos cayera hasta el suelo.

- ¿Podemos hablar? -.

- ¿De? – inquirió la dama, sin moverse de la escalera.

- Nosotros -.

Galadriel descendió los tres escalones y se detuvo ante el sinda.

- ¿Estás de acuerdo en que nos encontramos en una situación absurda? -.

- No fui yo quien le dio comienzo -.

- Por una vez en toda tu vida, Altáriel, intenta hacer a un lado ese maldito orgullo noldor y escúchame -.

Ella parpadeó sorprendida.

- Hace mucho tiempo que este enfado dejó de tener sentido, sin embargo por tu orgullo y mi terquedad hemos sido incapaces de hablar de ello – prosiguió Celeborn – Y puede que esta situación se hubiese prolongado otros tres siglos, si no fuera porque te estoy perdiendo -.

- ¿Qué te ha llevado a pensar eso? -. El rey señaló el broche con la Elessar prendido en la túnica blanca.

- Sería capaz de renunciar a cualquier cosa en este mundo, a todo menos tú – reconoció él con un profundo pesar en su mirada y su voz – Siento haberte gritado y todo aquello que dije sin pensar... -.

Guardó silencio. Las palabras no bastaban para expresar lo que sentía.

Galadriel bajó la cabeza, avergonzada.

- Fue culpa mía – repuso sin levantar la mirada – Me negué a entender tu postura, me perdió mi orgullo y mis deseos de poder, y te lo he estado haciendo pagar a ti durante todo este tiempo, tú, que de entre todos aquellos que conozco eres quien menos te merecías mi rechazo y mi desprecio; ¿podrás perdonarme? -.

Los brazos de Celeborn la rodearon y la estrecharon en un cálido, protector y, Galadriel juraría, que posesivo abrazo. Sonrió. Desde el primer momento le habían gustado sus abrazos, poseían la virtud de hacer desaparecer todos los problemas sustituyéndolos por una gran serenidad. Ese era el don de Celeborn, podía transmitir todo el sosiego y ternura de su espíritu a aquellos que le rodeaban.

La dama decidió entonces zanjar aquella cuestión arrancándola de raíz. Sin separarse de su esposo, liberó el poder de su mente y le mostró sus pensamientos y sentimientos; a cambio recibió confusión, desconfianza y miedo, el terrible miedo a que ella pudiera apartarse de él y ofrecer su amor a otro, allí persistía la misma inseguridad que había perseguido a Celeborn desde que se conocieran y ella le había jurado amor eterno.

- Sigues siendo el mismo muchacho tímido, dulce e inseguro que conocí en Doriath – murmuró.

- Y tú sigues siendo la hermosa, altiva y caprichosa princesa que me eligió entre todos los grandes señores de la Primera Edad – aflojó su abrazo para poder mirarla a los ojos – Prométeme que no volveremos a enfadarnos -.

- Oh, por supuesto que no, tú y yo discutiremos muchas veces -.

- ¿¡Qué!? -.

- Pero te prometo que no me enfadaré durante tres siglos – sonrió y su rostro se iluminó – Nunca me iré de tu lado, no podría amar ningún otro como te amo a ti -.

- Me gusta oírtelo decir, vanimalda Altáriel -.

- ¿Y tú?, ¿me quieres, mi adorado príncipe sinda? -.

- Meluvan lë oialë, ar sin nai cala hendelyato laituva i hendenyat, ar sílë findelyo caluva tienyanna oialë -. (siempre te amaré, y que la luz de tus ojos bendiga los míos, y que el brillo de tu cabello ilumine para siempre mi camino).

Galadriel le rodeó el cuello con los brazos y le besó, mero preludio de una larga noche dedicada a las reconciliaciones en la intimidad del dormitorio.



N. de A.: Lo sé, este capítulo ha sido romanticorro total pero ya empezaba a echarse de menos alguna escena de este estilo.
A ver, explicaciones en torno al enfado de mi querida parejita. Aquellos que hayáis leído el SdlA tenéis que recordar la reacción de Celeborn ante la presencia de Gimli y las noticias del Balrog, prácticamente Galadriel le tiene que sujetar para que no eche a patadas al pobre Gimli de Lórien; supuse que el odio que vemos ahí viene de lo sucedido en Doriath y yo he añadido los conflictos con los enanos de Kazad-dûm, y todavía falta el peor de todos los sucesos. Este tema fue el único que realmente pudo llegar a provocar un enfado serio entre Galadriel y Celeborn, y yo quería darle un poco de emoción al asunto así que me pareció perfecto. Y ya veréis como evoluciona Celebrimbor, adoro a este personaje tanto como al propio Fëanor y le he otorgado rasgos que yo atribuiría también a su abuelo.

Tenna rato.


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