Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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2. Festival de la Cosecha: La Oscuridad y la Huída




Esa mañana Galadriel se recogió el cabello en una coleta alta y escogió un sencillo vestido lila. Tal y como se celebraba la primera parte del Festival no era la mejor idea ponerse elegante.

- Vaya, por fin, creíamos que nos tocaría esperarte hasta el año que viene –.

- Tranquilo Aegnor, ¿o quieres repetir la experiencia del año pasado? -.

Los tres hermanos que no participaban de la contienda, Finrod, Orodreth y Angrod, rieron de buena gana. Recordaban claramente a su hermano buceando en uno de los contenedores donde se recogía el trigo, y lo que costó sacarle de allí.

- Así me gusta, esto sí que es amor fraternal – bromeó Finarfin, parado en la puerta de la calle – Galadriel, ¿sería posible que por un año no atentaras contra la integridad física de tus hermanos y primos? -.

- ¡Papá! – protestó ella – Hablas como si yo fuese un peligro público -.

- No eres un peligro público – intervino Eärwen, apareciendo junto a su esposo.

- Por lo menos hasta que la haces enfadar – apostilló Finrod.

- Hermanito, has firmado tu sentencia de muerte – rió Orodreth.

Entre bromas y protestas llegaron a las praderas próximas a Taniquetil, el fastuoso palacio desde el que gobernaban Manwë y Varda. Todos los habitantes de Aman se habían congregado allí para asistir a una de las más grandiosas fiestas jamás vistas, Manwë así lo había deseado pues no sabían que males les traería la huida de Melkor y deseaba que las rencillas entre los Noldor desaparecieran.

- ¿No ha venido Anninda? – interrogó Finrod.

- No, este año ninguno de los Teleri ha venido, han preferido permanecer en Aqualondë en lugar de mezclarse con gentes como nosotros -.

- Hermanita, explícate -.

- Saben de los rumores y saben lo que ha sucedido con Fëanor, por eso no han permitido que Anni venga -.

Galadriel no esperó a la replica de su hermano. Corrió junto a uno de los contenedores dónde se pisaría la uva para hacer un vino excelente, se arremangó el vestido y se unió a las dos elfas que ya estaban dentro.

El Festival de la Cosecha se extendía durante varios días. Los Valar adoptaban la forma de los Primeros Nacidos y se mezclaban entre ellos, cantando, danzando, participando de sus juegos, de las comidas.

Uno de los mejores momentos de la Fiesta fue la reconciliación entre Fëanor y Fingolfin.

- Medio hermano por la sangre, hermano entero seré por el corazón. Tú conducirás y yo te seguiré. Que ninguna querella nos divida – el rubio noldo le ofreció la mano y una sonrisa a Fëanor.

- Te oigo – dijo él y estrechó su mano – Así sea -.

Oír aquellas palabras trajo gran regocijo para todos los corazones. Sobre todo al de Galadriel, inquieto hasta el momento por lo que sucedería entre sus familiares.

Tiempo después, aburrida de la algarabía, buscó un lugar al pie de un hermoso árbol para descansar y disfrutar de algunas moras. No llevaba allí mucho cuando la luz de los dos Árboles se extinguió. Fue tan repentino que del sobresalto el cuenco con la fruta cayó de su regazo. Un silencio mortal se abatió sobre Taniquetil y todo Aman.

Aquello no era como la oscuridad de la noche, esa oscuridad tenía sustancia, era fría. Galadriel apenas podía respirar, sentía la espesura negra rodeándola, enredándose en sus brazos y piernas, asfixiándola, por primera vez en su larga vida élfica sintió auténtico miedo.

Permaneció inmóvil, abrazándose a sí misma, esperando a que esa maligna niebla se disipara. El tiempo transcurrió lento, arrastrándose. Al final un cálido viento del Oeste barrió la Oscuridad, las estrellas brillaron de nuevo y entonces Valar y Eldar contemplaron la catástrofe oculta hasta el momento por la bruma, los dos Árboles, Laurelin y Telperion, habían muerto.

- Odio tener razón – masculló Galadriel.



Para tratar sobre lo acontecido todos se reunieron en el Anillo del Juicio. Allí los Valar le pidieron a Fëanor que entregara los Silmarils, las Joyas más preciadas para él, y que contenían la luz de los Árboles desaparecidos.

- No lo haré voluntariamente, aunque si los Valar lo exigen entregaré los Silmarils, así sabremos que son iguales a Melkor – les desafió el herrero.

- En parte tiene razón, él no podrá crear los Silmarils por segunda vez igual que los Valar no podrán hacerlo con los Árboles -.

Finrod miró a Galadriel, apenas se distinguía su expresión a la vacilante luz de las antorchas.

- Sí, pero los Silmarils no existirían sin la Luz de los Árboles, nuestro tío sería un egoísta si no tuviera eso en cuenta -.

- Sigo pensando que los Valar pueden inventarse otro sistema de iluminación, ya lo hicieron una vez ¿no? -.

- ¿Y tú de qué lado estás, hermanita? -.

- No sabía que hubiese bandos por los que tomar partido -.

El primogénito de Finarfin guardó silencio ante aquella afirmación.

Los Valar respetaron la decisión de Fëanor y no le exigieron la entrega de los Silmarils. Aún no se había disuelto la reunión cuando llegaron gentes desde Formenos, entre ellos Maedhros, que se adelantó hasta llegar junto a su padre, Fëanor.

- Melkor ha asaltado Formenos, ninguno fuimos capaz de hacerle frente, ha robado todos los tesoros, incluidos los Silmarils... – la voz del príncipe se quebró ante la siguiente revelación – Y ha matado a Finwë -.

Un murmullo de horror se extendió entre los miles de Eldar allí presentes, pero por encima de todos ellos se alzó el gritó de rabia e impotencia de Fëanor. Furioso, abandonó el Anillo del Juicio maldiciendo a Morgoth, nombre con el que se conoció a Melkor desde entonces.

- No me gusta nada el cariz que está tomando este asunto – comentó Finrod – El rostro de Fëanor prometía venganza -.

- ¿Cómo te sentirías tú si hubiesen matado a nuestro padre? – interrogó Galadriel – Mira a Fingolfin y al que llamas padre y dime lo que ves -.

- ... sin embargo ellos no cometerían ninguna locura, Fëanor sí -.

- En eso sí tienes razón -.

La princesa noldorin se acercó a su padre. Finarfin parecía ensimismado, como si no fuese capaz de asimilar que jamás volvería a ver a Finwë. Su esposa le sujetaba una de las manos, ofreciendo amor y consuelo.

- ¿Padre? -.

- Tranquila Galadriel – Finarfin improviso un amago de sonrisa – Será mejor ayudemos a Fingolfin a reunir a nuestra gente -.

- ¿Con qué objeto? -.

- Volver a Tirion -.

El pueblo de los Noldor regresó a su ciudad mientras los Vanyar se quedaban en Taniquetil.



Las estrellas eran ahora la única luz en Aman, a parte de las antorchas. Galadriel buscó la soledad a las afueras de Tirion. Desde la muerte de Finwë resultaba insoportable convivir con otros noldo, la tensión se estaba acumulando en los corazones y sólo una chispa bastaría para hacerlos estallar. Se sentó en la hierba, el vestido verde confundiéndose con ella.

Parecía mentira como habían cambiado las cosas, apenas un año había sido suficiente para levantar odios dentro de la Casa de Finwë, exiliar a la mitad de la misma, destruir los Árboles y matar a Finwë. Morgoth debía sentirse muy satisfecho, sobre todo al tener los Silmarils en su poder. Todo le había salido a la perfección, incluso los Valar habían renunciado a perseguirlo.

- Seguramente Fëanor habrá montado en cólera en cuanto le haya llegado la noticia – dijo a nadie en particular.

- Lo ha hecho -.

Galadriel se volvió sobresaltada. Finrod la observaba divertido, en contadas ocasiones conseguía acercarse a su hermana sin que ésta no le sintiera llegar.

- ¡Finrod!, ¿qué haces aquí? -.

- Buscarte – el poco buen humor se esfumó del elfo, sustituido por un gesto intranquilo – Fëanor está en Tirion, ha convocado a todos los Noldor en la colina de Túna -.

- Está desafiando a Manwë, aún no le habían retirado la pena de exilio -.

- Creo que esa es la menor de sus preocupaciones -.

Los dos hermanos corrieron hasta Túna, el lugar dónde se reunía el Consejo Noldo. Todos habían acudido al llamamiento de Fëanor. Galadriel y Finrod se abrieron paso a través del mar de cuerpos con antorchas hasta llegar junto a su familia, la Casa de Finwë, unida frente a un enemigo común.

- ...No escucharé más los decretos de los Valar, cobardes que no han sido capaces de protegerse ni protegernos de Morgoth. ¿Y acaso no es él uno de ellos?, no viviré más tiempo en la tierra de aquellos que comparten linaje con un ladrón y un asesino... – Fëanor hablaba con odio y amargura, sin embargo consiguió llegar al corazón de los Noldor al hablarles de las tierras que se extendían más allá del mar - ...¡Venid conmigo!, ¡dejad que los cobardes guarden la ciudad! -.

- Padre, háblales de los Hombres – le recordó Maedhros.

- ¿Hombres? – pensó extrañada Galadriel.

- Los Valar los conocen como los Segundos Nacidos, seres que llegaran a la Tierra Media y usurparan aquello que es nuestro... ¡Tras Morgoth hasta el fin de la Tierra!. Combatiremos contra él y nuestro odio será imperecedero. Pero cuando lo hayamos conquistado y recuperemos los Silmarils, nosotros y sólo nosotros seremos los señores y amos de la beatitud y la belleza de Arda. ¡Ninguna otra raza nos despojará! – Fëanor desenvainó entonces su espada y sus hijos, rodeándole, le imitaron – En esta hora juramos ante Manwë y Varda, ante la sagrada Taniquetil y ante el mismo Ilúvatar, que jamás descansaremos hasta recuperar los Silmarils, y perseguiremos con odio y venganza a todo ser o criatura, bueno o malo, que ose guardar uno de los Silmarils. Si no cumplimos aquello que juramos, que la Oscuridad Eterna caiga sobre nosotros y nuestras almas más allá de la muerte -.

- Fëanor, esto es una locura, no puedo permitir que arrastres a nuestro Pueblo a un destino tan incierto – saltó Fingolfin - ¡Es absurdo! -.

- ¡Osas volverte contra mí! -.

El sonido de las espadas al desenvainarse cercenó el aire nocturno.

- Hermanos, un poco de calma por favor, meditad vuestras acciones antes de que alguien haga algo que no pueda ser reparado – intervino Finarfin, en un intento de calmar los ánimos – Un afilado insulto hiere el orgullo pero las armas hacen mucho más daño -.

- Mi padre está en lo cierto, no podemos de improviso partir hacia la Tierra Media, así, sin más – le apoyó su hijo Orodreth.

- No estoy de acuerdo – Fingon, hijo mayor de Fingolfin, se adelantó secundado por sus hermanos – Nosotros estamos con Fëanor y, aunque no haremos el Juramento, les seguiremos; a mí por la amistad que me ata a Maedhros y el deseo de conocer Endor -.

- Estoy con Fingon – aquellas palabras las pronunció Finrod para consternación de su padre.

- Yo también iré, acompañaré a mi hermano – afirmó Galadriel, altiva en medio de todos aquellos príncipes en lidia.

Poco después todos los príncipes noldo se habían unido a la causa de Fëanor, sólo Fingolfin y Finrod se mostraban todavía renuentes.

- Por favor, meditad aquello que estáis a punto de hacer – pidió Finarfin por segunda vez.

- ¡No, partamos! – fue la replica que recibió.

Muchos fueron a sus casas para recoger bienes que les eran demasiado preciados como para dejarlos en Aman, Galadriel entre ellos. Ella escogió una túnica blanca de gran poder, su arco favorito regalo de su padre en días más felices y algunos objetos más.

- Hija -.

Eärwen bloqueaba la salida de la casa.

- Mamá, voy con mis hermanos y primos -.

- ¿Por qué?, tú de entre todos ellos eres la más sabia y razonable, ¿por qué has de seguirles en una empresa sin esperanza? -.

- Quiero conocer nuevas tierras, ver qué hay al otro lado del Belegaer, y deseo tener un reino propio que gobernar -.

- Yo no iré con vosotros -.

Aquello no sorprendió a Galadriel, su madre pertenecía al Pueblo de los Teleri y no llevaba en la sangre el espíritu aventurero e impetuoso que caracterizaba a los Noldor. La abrazó a modo de despedida.

- Te prometo que un día regresaré a Tirion – afirmó solemne.

- Hasta entonces, namarië hija mía -.

- Namarië, madre -.

Fuera la aguardaban sus hermanos.

- Fëanor ha partido ya con parte de nuestro Pueblo, es una mínima parte de los que siguen a nuestro tío Fingolfin – le informó Finrod.

- Siempre tiene que hacerlo todo a su manera, ni siquiera ha podido esperar unos minutos a que recogiéramos el equipaje – renegó ella.



El camino que había escogido Fëanor les llevaba a las costas de Aqualondë. Aquello alegró a Galadriel, pues le daba la oportunidad de despedirse de Anninda.

- ¿Qué es ese ruido? – alertó Fingon.

Finrod y Galadriel hicieron trotar a sus monturas para alcanzarle. El dulce rumor de las olas se mezclaba con otro sonido, el del metal chocando contra metal y el de gritos. La hueste de Fingolfin aceleró el paso, el rostro del Señor de los Noldor era una mascara de preocupación.

Al alcanzar la costa Galadriel se estremeció horrorizada, los elfos de Fëanor estaban combatiendo contra los Teleri.

En medio de la confusión, sin saber el auténtico motivo del combate, prácticamente la mitad de las gentes de Fingolfin y Finarfin se unieron a la matanza, porque eso es lo que era. Los Teleri apenas tenían armas y las pocas que poseían no eran rivales para las magnificas hojas de los Noldor.

Finrod, espada en mano, agarró las bridas de la yegua de Galadriel y la arrastró a la carrera hacia los navíos blancos con forma de cisne de los Teleri; muchos Noldor ya estaban a bordo prestos para partir hacia la Tierra Media. Ella se dejó llevar, sus ojos eran incapaces de apartarse de los cuerpos tendidos sobre la arena teñida de rojo.

- Sube – le ordenó Finrod al pie de la pasarela.

Galadriel asintió, sin embargo no obedeció. En cuanto su hermano se alejó para ayudar a organizar el asalto a los barcos, ella desmontó y se perdió en el combate. Encontró lo que buscaba en la linde de la playa, allí donde la vegetación moría en la arena Anninda se abrazaba desesperada al cuerpo de un elfo cubierto de sangre, su hermano.

- Anni... -.

- ¿Por qué? – sollozó la teleri - ¿Por qué? -.

- Lo siento... -.

- Vete con tu gente, con los asesinos de parientes y amigos – en la voz de Anninda se mezclaba odio y dolor – Deseo para tu Pueblo el mismo sufrimiento que habéis causado al mío, que tu corazón jamás tenga descanso ni hogar... heca! –. (¡vete! ¡aléjate)

- Siempre serás mi mejor amiga, un día volveré y espero que hayas perdonado para entonces, namarië -.

Nada más decir esto Galadriel corrió de nuevo hasta las naves, algunas zarpaban, si se quedaba en tierra Finrod no se lo perdonaría. Abordó una de ellas justo cuando levantaban la pasarela.

Una negra oscuridad se formó en el mar, una tormenta como nadie la había visto jamás, enviada por el Vala Ossë. Las gigantescas olas destruyeron muchos de los hermosos barcos ahogando a sus viajeros y tripulantes. Galadriel vio desaparecer ese día a demasiados amigos bajo las aguas.

Cuando llegó la silenciosa calma tras la tormenta, los Noldor alcanzaban los límites de la Tierra Bendecida, al frío desierto que precedía al Helcaraxë. Sobre unas rocas les aguardaba la oscura presencia de quién se dijo que era el Vala Mandos, Señor de las Estancias de la Muerte y capaz de ver el Destino en su plenitud. Mandos les comunicó que Valinor estaría cerrada a partir de entonces para los Noldor y su espíritu se iría agotando en Endor, y llamó a la estirpe de Fëanor los Desposeídos, porque jamás encontrarían descanso y morirían asesinados por traición y tormento en castigo por la sangre derramada en Aman.

Las naves se aproximaron a la costa y se reunieron con los que iban a pie, para decidir lo que hacer.

- No continuaré – anunció Finarfin – Quien desee volver y solicitar el perdón de los Valar este es el momento -.

Muchos de los presentes decidieron seguir al príncipe noldorin, sin embargo ninguno de sus hijos le acompañó. Galadriel fue la última en despedirse.

- A ti, padre, renuevo la promesa hecha a mi madre; volveré a Aman cuando Endor me haya dado todo aquello que anhelo -.

- Así sea, espero que puedas cumplirlo, namarië -.



Un viento frío barría continuamente los hielos eternos del Helcaraxë, el glaciar traicionero que se interponía entre los Noldor y la Tierra Media. Los elfos habían acampado a deliberar, no había suficientes barcos para llevarlos a todos a través del Belegaer y nadie deseaba aventurarse en ese infierno de hielo y nieve.

Los hijos de Finarfin terminaban de cenar. Finrod recorrió con la mirada el árido campo plagado de hogueras, hasta que tropezó con una solitaria figura sentada en la playa de cantos rodados. Galadriel, al igual que las otras mujeres noldorin, había cambiado su vestido por una túnica corta por encima de la rodilla, polainas y botas. No había querido comer ni hablar con nadie.

- Habla con ella – le instó Orodreth – Eres su hermano favorito -.

- Se siente culpable por lo de Aqualondë, aunque nosotros no participamos en la matanza la permitimos -.

- Fue una acción imperdonable, no sé en qué estaba pensando Fëanor cuando cargó contra los Teleri – Aegnor arrojó otra rama al fuego.

- En los Silmarils, ¿en qué si no? – la voz de Orodreth estaba cargada de ira, de todos era el que menos apreciaba a los miembros de la Casa de Fëanor.

Finrod se incorporó y fue junto a su hermana. Se sentó a su lado sin decir nada.

- Finrod -.

- ¿Sí? -.

- ¿Crees que los Valar habrán perdonado a nuestro padre? -.

- Por supuesto, ¿te arrepientes de no haber vuelto con él? -.

- No, quiero llegar a Endor cueste lo que cueste, no me volveré atrás – sonrió en la penumbra - Ya me conoces, si empiezo algo he de concluirlo -.

- ¿Pero? -.

- Tengo un extraño presentimiento, no confío en Fëanor -.

- Creo que no es sólo desconfianza lo que te inspira -.

- Le odio por la matanza en Aqualondë, en cuanto lleguemos a la Tierra Media buscaré un lugar para instalarme y no permitiré que la Casa de Fëanor atraviese mis fronteras -.

- Anda, vamos a dormir un poco -.



Horas después, cuando la gente de Fingolfin despertó, descubrieron que Fëanor y sus seguidores habían robado todos los barcos. Lo peor fue ver como, a lo lejos, más allá del Gran Mar, el resplandor rojizo de un incendio iluminaba el horizonte.

- ¡Han quemado los barcos! – exclamó incrédulo Fingon.

- Definitivamente Fëanor ha enloquecido del todo – murmuró apesadumbrado su hermano Turgon.

- Llegados a este punto sólo nos quedan dos opciones, regresar a Valinor o hacer frente al Helcaraxë – señaló Fingolfin, una luz de resolución brillando en sus ojos de zafiro – Estoy dispuesto a pasar por este infierno helado, quien lo desee puede darse la vuelta, pero yo pienso llegar a Endor y mantener una larga conversación con mi medio hermano por esta traición -.

Tanto sus hijos como los de Finarfin le apoyaron, así como toda su gente, nadie le abandonaría.



“...enfrentaron por fin el terror de Helcaraxe... Pocas de las hazañas que con posterioridad llevaron a cabo los Noldor superaron en penuria o dolor esa desesperada travesía. Allí se perdió Elenwë, la esposa de Turgon, y muchos otros también perecieron... y soplaron sus trompetas en la Tierra Media cuando por primera vez se elevó la Luna.”



N. de A.: Ningún “palabro” desconocido hasta el momento. Voy a dar un pequeño salto en el tiempo y llevaré a Galadriel a Doriath en vez de hacerla pulular inútilmente por medio Endor sin hacer nada y alargar la historia con chorradas.

 



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