Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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26. Khazad-dûm y la llegada a Lórinand




- Estoy deseando volver a ver el cielo, me da igual si brilla el sol o las estrellas -.

- Cierto -.

Celebrían no prestaba atención a la conversación de sus compañeros. Sentada ligeramente apartada del pequeño fuego, contemplaba su entorno. Se encontraban en las entrañas de las Montañas Nubladas, en el corazón de Khazad-dûm.

Normalmente se tardaban de tres a cuatro días en cruzar de punta a punta la ciudad de los enanos, no obstante ellos tardarían el doble porque se trataba de trasladar a familias enteras. A los naugrim sin duda no les haría ninguna gracia encontrarse a un niño elfo extraviado en alguna de sus forjas.

La princesa encontraba a cada momento algo de lo que asombrarse. Ost-in Edhil al completo cabría en alguna de las salas que habían atravesado durante el trayecto, y no sólo era la grandiosidad lo que destacaba en las Estancias de los Enanos también los pequeños detalles eran importantes, hasta el más diminuto de los mosaicos que adornaban los suelos o las tallas de los capiteles estaban trabajados con absoluta exquisitez y precisión.

- Amil tiene razón, no son tan diferentes de nosotros -.

Su transparente mirada se cruzó entonces con otra color avellana. Uno de los enanos encargados de guiarles y custodiarles la observaba descaradamente, ella frunció el ceño. Al momento el enano apartó la vista y Celebrían se arrepintió de haberse mostrado tan adusta, aquella gente les estaban ayudando, debía mostrarse más cortés aunque los enanos no fuesen de su agrado. La muchacha buscó en su equipaje y sacó la bolsa de frutas confitadas que había escondido.

- Aiya -.

El enano miró de reojo a la muchachita elfa que tenía parada a su lado.

- Siento haber sido tan grosera, no estoy acostumbrada a que alguien me mire tan fijamente -.

- ¿Quizás estás acostumbrada a que todos se inclinen ante ti, jovencita? -.

Ella enrojeció de ira y retrocedió con intención de marcharse.

- Y también eres muy irascible -.

- Eres tú el que me está insultando, señor enano -.

- Antes tú me has insultado, no es muy correcto que un invitado ponga mala cara al anfitrión ¿cierto? -.

- Por eso he venido a disculparme, y también traía un pequeño tentempié pero como veo que mi presencia no es de vuestro agrado... -.

El guardia se acarició la barba negra, pensativo.

- La comida de un elfo no creo que llene a un enano -.

- No lo sabréis si no la probáis -.

- Toma asiento, muchacha – resolvió el enano.

- Me llamo Celebrían -.

- Yo soy Thrurin -.

La elfa sonrió y le ofreció la bolsa para que cogiera primero. El enano sacó un trozo de naranja confitada, la olió desconfiado y se la metió en la boca; masticó despacio, paladeando el sabor.

- No está mal – reconoció – Aunque no es tan bueno como lo que hacemos nosotros -.

- Sabía que te gustaría, son mis dulces favoritos – dijo Celebrían, pasando por alto el comentario despectivo, y añadió – Tu ciudad es magnifica, ha merecido la pena cruzar por ella camino de mi nuevo hogar -.

- Gracias, mi gente se siente muy orgullosa de su hogar – Thrurin sonrió y cogió otra fruta – Aún te queda mucho por ver, joven Celebrían, si el Salón Occidental te impresionó no es nada comparado con los Salones del Este; para salir de Khazad-dûm pasaréis por uno de ellos, el conocido como Salón de los Árboles porque los pilares que lo sustentan semejan árboles de más de veintitrés metros de altura, además de atravesar el Puente de Durin que salva el “Pozo sin Fin” -.

- ¿Qué es ese Pozo? -.

- Lo verás cuando llegues, no quiero desvelarte todas las sorpresas -.

- ¡Celebrían! -.

La muchacha descubrió a su madre llamándola para cenar. Galadriel se había negado a ser tratada de forma diferente a sus súbditos y compartía las comidas sentada sobre el suelo con sus amigos y su hija.

Thrurin parpadeó, impresionado por la presencia de la Dama Blanca.

- La reina te llama, ve rápido – la instó el enano.

- También es mi madre – sonrió orgullosa.

- ¿Tu madre? -.

- Sí, luego vendré a conversar otro rato, hasta luego Thrurin -.

La princesa se sentó y cogió el plato que le tendía Súlima.

- ¿Trabando nuevas amistades? – le preguntó Galadriel.

- Sí, al principio son un poco bruscos estos enanos pero luego resultan ser muy simpáticos -.

Galadriel sonrió. Era una lástima que más elfos no pensasen como Celebrían.



- ¿Cuánto queda? -.

- Eres una muchachita muy fastidiosa -.

- ¿Por qué?, sólo quería saber el tiempo que tardaremos -.

- El problema es que lo preguntas cada cinco minutos -.

Celebrían cruzó los brazos, enojada.

Thrurin no pudo evitar sonreír. La elfa, que había resultado ser una princesa, le recordaba a su revoltosa sobrina.

- ¿Cuántos años tienes, jovencita? -.

- Dieciocho -.

- Eso explica por qué te comportas como una niña -.

- ¿¡Qué!? -.

- Los enanos alcanzamos la mayoría de edad alrededor de los cincuenta años – prosiguió él, haciendo caso omiso a la expresión escandalizada de su acompañante - Teniendo en cuenta que los elfos sois inmortales supongo que aumenta hasta los cien por lo menos ¿no? -.

- En realidad eso varía, nosotros no tenemos una edad fijada para crecer, conozco a elfos con más de mil años que siguen comportándose como adolescentes – la imagen de Glorfindel se formó en la mente de Celebrían.

- Eso no resulta práctico – gruñó Thrurin.

- ¿Por? -.

- ¿Cómo sabéis quien debe respeto a quien?, mi gente honra a los ancianos por su sabiduría y temple, también estimamos el valor y la fortaleza en la batalla -.

- Nosotros también, por eso todos estos elfos siguen a mi madre, es más fuerte y sabia que otros elfos; el que uno se comporte como un niño no le resta sabiduría o fuerza -.

- Sois extraños los elfos -.

- Los enanos también -.

Celebrían y Thrurin se miraron y estallaron en carcajadas.

Caminaron un rato en silencio, siguiendo el paso lento de la numerosa comitiva élfica. Celebrían observaba todo con curiosidad aunque hacía tiempo que la ciudad enana había quedado atrás, ahora se encontraban en la mitad de la montaña ocupada por las minas. Pasajes más toscos se abrían a los lados del Camino de Durin, iluminados tenuemente gracias a esos cristales mágicos, “las piedras de luz” como las llamaban los enanos.

- ¿Te quedan de esas frutas escarchadas? – preguntó Thrurin de pronto.

- No, lo siento -.

- Prueba esto -.

La princesa cogió la galleta que le ofrecía el enano. Sabía dulce, no era miel y tampoco azúcar.

- Está muy rica, ¿qué lleva? -.

- Usamos un fruto proveniente del Sur, más allá de la Bahía de Belfalas, es daitik, los humanos lo llaman dátil -.

- Y yo que pensaba que los enanos sobrevivíais a base de carne y cerveza -.

- Y yo que los elfos erais como las ovejas, que sólo comíais plantas -.

- No seré yo, siento una terrible repulsión por las alcachofas -.

- Ah, ya hemos llegado -.

Thrurin se apoyó en su alabarda de mithril labrado y señaló al frente. El túnel por el que avanzaban terminaba en un recargado arco con inscripciones y dos guardianes pétreos a los lados.

Celebrían cogió de la mano al enano y lo arrastró a la carrera. Al trasponer el umbral la princesa se quedó pasmada, Thrurin aprovechó para zafarse de la mano de la joven.

- ¡Únquétima! – exclamó Celebrían. (Maravilloso, indescriptible!)

El Camino de Durin desembocaba en una cámara de colosales dimensiones. Los pilares tendrían unos tres o cuatro metros de diámetro y se encumbraban como árboles de roca negra, las ramas se entrelazaban formando los arcos que sujetaban la estructura. Parecía un bosque de piedra. Celebrían se imaginó el aspecto que tendría aquel lugar sin las gemas mágicas y se estremeció.

- ¡Ni se te ocurra volver a arrastrarme de esa forma! – renegó Thrurin.

- Lo siento Thrurin, me dejé llevar por el entusiasmo – se disculpó ella, sin apartar la vista de las alturas – Da vértigo -.

- Es una de nuestras mejores obras – gruñó el naugrim.

- Vuestra mejor obra, señor enano – dijo una voz a sus espaldas.

Galadriel les sonrió a ambos y contempló la Sala de los Árboles o Segunda Sala del Este iluminada por las Piedras de Luz. Inmensa y hermosa, abrumadoramente hermosa.

- ¿No la habías visto, amil? -.

- No, la última vez que visité Khazad-dûm fue hace siglos, la gente de Durin no había llegado todavía en sus prospecciones hasta esta zona de la montaña – respondió la dama y miró al enano - ¿Cuánto queda hasta llegar al exterior? -.

- Las puertas están cerca, más o menos a un cuarto de milla – señaló Thrurin – Hay que cruzar el puente, subir una ancha escalinata, luego un pasaje ancho que atraviesa la Primera Sala y estaréis fuera -.

- Te agradezco la paciencia que has mostrado estos días con respecto a mi hija -.

- Es insolente e impaciente, ¿pero qué muchacho no lo es? – el gesto enfadado se convirtió en una afable sonrisa – Fue un honor serviros como guía, dama de los elfos -.

- No te despidas aún Thrurin, un par de horas nos separan todavía de la Puerta Este y me gustaría que nos acompañases hasta entonces -.

El enano inclinó la cabeza a modo de reverencia y se cargó la pica al hombro. Celebrían se había adelantado a explorar y llamaba a voces a su madre y su nuevo amigo.



La hueste de elfos se detuvo al llegar al Puente de Durin, una estrecho arco pétreo que salvaba la oscuridad de un abismo insondable. Los elfos fueron pasando poco a poco, trasladando sus pertenencias con extremo cuidado y la ayuda de los enanos y su ingenioso sistema de poleas.

Para acelerar el proceso se tendió un puente aledaño con cuerdas. La magia de los elfos tensó las sogas hasta que parecieron hechas de metal y el espacio vacío entre ellas se solidificó como cristal.

- Magia – refunfuñó Thrurin.

- ¿No te gusta la magia? – inquirió Celebrían.

- A ningún enano en su sano juicio le gusta la magia, sólo los elfos usáis esos trucos -.

- Es muy útil -.

- Útil o no, eso que hacen tus compañeros podemos hacerlo los enanos sin tanta parafernalia – rezongó Thrurin – Ah, donde esté la buena piedra y el metal que se quiten los hechizos, al menos ellos no desaparecerán de golpe bajo tus pies como ese puente hecho de aire -.

Galadriel escuchaba con creciente diversión la conversación entre su hija y el enano, sin embargo sus ojos estaban puestos en el Puente. Orrerë era uno de los cuatro elfos que sostenían la pasarela mágica, su expresión mostraba la furiosa concentración que requería el hechizo; si no fuese por Annatar, el mírdain habría alcanzado hacía años el título de maestro joyero, su poder, pericia y dedicación eran encomiables.

La Dama Blanca se aproximó al borde y escrutó el abismo. Oscuridad. El poder interior de Galadriel surgió sin que ella mediara. La oscuridad se transformó en fuego, las llamas se alzaron y ella retrocedió.

Una mano en su brazo la sacó de la terrible visión. Celebrían retiró la mano, sobresaltada por la mirada azur cargada de pánico.

- ¿Amil? -.

- No es nada hija, una visión – explicó Galadriel recobrando la compostura – O quizás un recuerdo del pasado, no lo veía desde que pisé Endor por primera vez -.

- ¿A qué te refieres, amil? -.

- La llama y la sombra -.

Celebrían no insistió. Sabía que su madre no le diría nada más y no estaba segura de querer averiguarlo.



Por fin las Puertas del Este recibieron a la comitiva élfica, el sol de la mañana surgiendo en el horizonte.

- El Valle del Arrollo Sombrío, Azanulbizar – fueron las palabras de Thrurin – Aquí os dejo, apenas un día os separa de los límites de Lórinand -.

- Esto es un último regalo -.

El enano cogió la bolsita que le tendía la muchacha y se le iluminaron los ojos al ver las frutas glaseadas.

- Dijiste que no tenías más -.

- Quise guardarlas como un obsequio – sonrió satisfecha.

Thrurin se quitó la daga que llevaba a un costado y se la ofreció a la desconcertada Celebrían.

- Cógela, entre mi gente es costumbre devolver regalo por regalo y esto es sólo una fruslería -.

- Gracias -.

Examinó el magnifico puñal que Thrurin había llamado “fruslería”.

- Me alegro de haberte conocido Thrurin, que Elbereth ilumine siempre tu camino – se despidió Celebrían, bajando la escalinata de acceso.

- Que Mahal te sea propicio, joven princesa -.

Ella agitó la mano y el enano correspondió antes de volver al interior de la montaña con los otros guardias.

- Voy a echarle de menos – le dijo a su madre, una vez cabalgaban hacia el bosque.

- Son personas muy entrañables cuando llegas a conocerlos – asintió Galadriel.

- Mira, aquel es el Lago Espejo, Kheled-zâram en la lengua de los enanos – señaló la princesa – Thrurin me dijo donde lo encontraría, me contó que fue donde Durin “el Inmortal” se vio reflejado con la corona de siete estrellas -.

- ¿Cuántas leyendas has conseguido sonsacarle a Thrurin? -.

- Unas cuantas... -.

- ... -.
- Bastantes... -.

- ... -.

- Bueno, es posible que en esta semana haya aprendido todo lo referente a las leyendas enanas – reconoció finalmente Celebrían – Algunas eran bastante truculentas, creo que a los naugrim les gusta demasiado eso de abrir cabezas a hachazos -.

- Un pasatiempo interesante – era Aegnor quien había hablado.

- Sólo tú podrías encontrarlo interesante – replicó la joven.

- Y sólo la hija de la Dama Galadriel podría haber trabado amistad con un enano – rió el señor herrero.

- Empiezo a pensar que la gente encuentra divertido enojarme -.

- Es interesante, cuando os enojáis sois un fiel reflejo de vuestra madre, realmente hermosa -.

Celebrían bajó la cabeza, con las mejillas encendidas. Aegnor rió e interrogó a Galadriel sobre los planes a seguir en Lórinand.

- Arvairë, Fanar y Taurnil estaban prevenidos de nuestra llegada, ellos y otros sindar y silvanos han organizado a los habitantes del bosque así que no encontraremos la típica sociedad caótica silvana -.

- Es una buena noticia, facilitará mucho las cosas a la hora de instalarnos -.

- Aún así tenemos mucho trabajo por delante -.

- Algo que, por otro lado, os encanta – apuntó Aegnor.

- Créeme, después de miles de años empiezo a cansarme de este eterno círculo de fundar un hogar y verlo reducido a cenizas a los pocos cientos de años -.

- Esperemos que éste sea el definitivo -.

- Sólo el tiempo lo dirá -.



Las estrellas había despertado hacía varias horas cuando la hueste avistó los primeros árboles. El paso del viento entre las ramas fue bienvenido por los elfos, cansados de las profundidades de Khazad-dûm.

Galadriel envió a tres de sus guerreros para que anunciaran su llegada a los habitantes del bosque.

Apenas se habían internado entre la floresta, cuando una delegación de silvanos les salió al paso. Uno de ellos se adelantó y realizó una grácil reverencia.

- Mae govannen Ninquenís -.

- Alassë Fanar – sonrió la dama.
- Todo está dispuesto como vos ordenasteis, Lórinand os da la bienvenida -.

- Me alegra oírlo, estamos cansados del viaje – dijo al tiempo que desmontaba – Camina junto a mí, Fanar, y cuéntame como transcurren las cosas en Lindórinand -.

Los silvanos guiaron a los recién llegados hacia el corazón del bosque.



Galadriel paseó por Caras Gliriath, la pequeña capital de Lórinand. Viviendas de madera y piedra que parecían formar parte del mismo bosque, estanques llenos de lirios, plazas que un humano hubiese tomado por claros entre los árboles. Era una tierra hermosa y sencilla que le recordaba los jardines silvestres de Doriath, aunque faltaba el halo mágico del Reino Oculto.

Sus pasos la llevaron a la casa-palacio. Había dispuesto una reunión para esa tarde en la que informaría de sus planes. Varios elfos aguardaban ya en el salón.

- Aiya, amigos míos – saludó nada más entrar – No os retendré mucho tiempo pues tenemos mucho que hacer -.

- ¿Qué necesitas de nosotros? – interrogó Aegnor.

- Quería exponeros la forma que se me ha ocurrido para organizar Lórinand y conocer vuestras opiniones -.

Los allí reunidos asintieron.

- Es muy sencillo, he ideado un sistema de ocho gremios basado en los grupos que ya existen – se inclinó y abrió un arcón que estaba junto a su asiento – Arvairë -.

- Señora – la silvana que fuera consejera en Ost-in-Edhil se puso en pie.

- Tú serás la Señora del Claro de los Tejedores – indicó Galadriel y le colgó un medallón – Posees un don especial a la hora de trabajar las telas -.

- Gracias por este honor que me concedéis -.

- Fanar -.

El guerrero silvano y también antiguo consejero se situó frente a la dama.

- Tú serás el Señor del Claro de los Guardianes – dijo Galadriel y le entregó otro colgante – Tu misión y la de aquellos que estén a tus ordenes será custodiar las fronteras de Lórinand -.

- Nadie dará dos pasos en el bosque sin que vos tengáis noticias de ello – prometió el silvano.

- Aegnor, tú serás el Señor del Claro de los Herreros -.

- No os defraudaré – el ex Mantenedor de los Fuegos del Mírdaithrond sonrió.

- Turlindë se encargará del Claro de los Trovadores -.

El bardo aceptó entusiasmado. Él era uno de los pocos Elfos Verdes que habían pasado las Montañas Azules y las Montañas Nubladas, elfos a los que se les conocía por sus grandes dotes para el canto y la poesía.

- Tu labor y la de aquellos que se pongan bajo tu mando será más importante que el conservar y transmitir la historia y leyendas, con vuestra ayuda creo que seré capaz de realizar un sortilegio semejante al que una vez protegió Doriath, aunque como yo no soy Melian su radio de acción será menor – explicó la Dama Blanca.

- Podéis contar conmigo, haré todo lo que esté en mi mano para ayudaros -.

- Te lo agradezco Turlindë – Galadriel sacó otro medallón – Taurnil, tú serás el Señor del Claro de los Guardabosques; os encargaréis de todo lo relativo a las cosechas y el mantenimiento del bosque, aunque ahora mismo tengo una tarea urgente que precisa de vuestras habilidades -.

- Sólo ordenad y yo me encargaré del resto – replicó Taurnil, un sinda severo, de marcados rasgos y experto en cualquier tipo de flora.

- En esta caja encontrareis tierra y en esa otra una gran cantidad de semillas – la nívea mano señaló un par de cofres de madera oscura - Deseo que las plantéis partiendo del corazón del bosque, te relataré los detalles cuando acabemos la reunión porque es de vital importancia que estas semillas crezcan correctamente – se recostó en su asiento - Bien, me quedan tres Claros por adjudicar, Panaderos, Barqueros y Artesanos, aconsejadme sobre quienes serían apropiados para el puesto -.

- Carihir para los Barqueros, tiene un pequeño muelle junto al Anduin – apuntó Fanar.

- Ivren es perfecta para ocuparse de los Panaderos – afirmó Arvairë.

- Es muy joven – objetó Taurnil.

- No te he oído quejarte de su edad cuando devoras sus pasteles de moras en las fiestas -.

- Ivren está bien – aceptó el Señor de los Guardabosques, ligeramente ruborizado.

- Yo sé quien puede encargarse de los Artesanos -.

Galadriel sonrió al ver que Orrerë por fin se decidía a intervenir, a pesar de contar ya con cinco siglos a sus espaldas mantenía su actitud reservada e insegura.

- Habla Orrerë -.

- Aldan; le he visto trabajar durante estas dos últimas semanas y es realmente hábil -.

- Si tú lo dices merece la pena tenerlo en cuenta, Aldan será el Señor de los Artesanos -.

Galadriel repartió algunas ordenes más con respecto a los Claros, su implantación y su funcionamiento. Después se marchó en compañía de Taurnil. Las semillas de Laurelin debían estar plantadas en una semana, la magia haría el resto.

Sonrió. En su mano resplandecía una llama verde esmeralda.



N. de A.: Sólo un apunte.

Mahal es el nombre que los enanos dan al Vala Aulë.

Gracias a aquellos que me han enviado sus comentarios.

Tenna rato!!!


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