Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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8. Diario de la Dama Blanca




No sé por qué escribo. Los eldalië recordamos cada momento de nuestra existencia, a diferencia de los mortales, nuestros sueños evocan nuestras vivencias pasadas. Tampoco espero que esto sea leído por nadie. Supongo que simplemente me ayuda a pensar, al transmitir mi pensamiento al papel puedo aislarme del suceso y contemplarlo desde fuera.

“La oscuridad cerca Doriath”, esa y otras frases semejantes se pueden escuchar en las salas de Menegroth. Han sucedido tantas cosas, y casi todas malas, que los doriathim ya no saben a qué atenerse.



La alegría de mi boda con Celeborn iluminó brevemente los corazones. He de reconocer que aún no me he acostumbrado a estar casada, me resulta extraño cada vez que alguien me llama “Dama Galadriel”. Fue muy divertido preparar la ceremonia, todo el mundo estaba deseando encontrar algún motivo de fiesta en medio de la guerra y mi boda se presento como la ocasión perfecta. Pobre Celeborn, él quería algo sencillo y discreto y, en su lugar, se encontró con una boda digna de reyes.

Todo Menegroth y bastante gente de las comunidades repartidas por Doriath se congregaron para asistir a las nupcias y disfrutar de la fiesta. Se adornaron las estancias del palacio como si la primavera hubiese vuelto, con guirnaldas de flores y hermosas telas confeccionadas con hechizos; y los asistentes también parecían competir en el arte del vestido y el peinado.

Lo reconozco, estaba tan nerviosa que no atinaba ni a ponerme el vestido; ahora me hago a la idea de porque se necesitan cuatro damas que ayuden a la novia. Yo escogí a Eirien, Nimloth, Phaire y Súlima. Ellas se encargaron de meterme en la túnica blanca que traje de Valinor, cepillaron mi cabello y lo coronaron con nimphredil.

La ceremonia tuvo lugar en los jardines exteriores, bajo la bóveda celeste. Allí esperaba Celeborn, charlando con Thranduil, ataviado también de blanco y tan nervioso, o más, que yo. Fui junto a él y cogí su mano.

Thingol recitó las fórmulas ceremoniales y nosotros contestamos. Entonces Melian ató una cinta plateada en torno a nuestras manos, uniéndolas, y nos sonrió feliz.

- Temple, sabiduría y comprensión, son mis deseos para la Dama Blanca del Bosque y el Señor Celeborn – la maia les miró, enigmática – Sólo el fin del anillo podrá separaros -.

Aún no he entendido lo que quiso decir, una profecía más presumo.

Después la fiesta duró hasta el amanecer. Risas, hacía tanto tiempo que no se escuchaban de una manera sincera. Recibimos montones de regalos, creo que no voy a necesitar nada más para lo que me resta de existencia.

En un momento dado, cuando la celebración estaba en todo su apogeo, recuerdo haber sacado a rastras a Celeborn por una de las puertas laterales. Iba a preguntarme algo sin embargo se calló bruscamente, acababa de darse cuenta del motivo por el que le había alejado de la fiesta. Me eché a reír. Para algunas cosas mi querido esposo es el ser más inocente del mundo pero, como pude comprobar poco después, ahí se queda su semejanza con un niño.



Transcurrido un año solar desde su partida, Lúthien y Beren regresaron a Doriath. Eldalië y adan habían salido victoriosos de su empresa, consiguieron un Silmaril pero éste les fue arrebatado por Carcharoth, el Lobo de Angband; la bestia irrumpió en Doriath, con las entrañas devoradas por la luz sagrada de la Joya, y se preparó la cacería. Mataron al Lobo y éste se llevó a Beren consigo.

Sucedió entonces un milagro que, a mi juicio, se escuchará en los cantos élficos y humanos hasta el fin de los tiempos. Lúthien se dejó morir y se presentó ante el Vala Mandos; le suplicó y él, conmovido por su voz, le concedió su deseo: volvería a la vida junto a Beren, pero lo haría como mortal y así quedaba sujeta a una segunda muerte.

Lúthien y Beren regresaron a Doriath para hablar con Thingol y Melian, y luego partieron a la tierra en el río Adurant conocida como Tol Galen. Allí viven aún, han tenido un hijo llamado Dior y éste, tras visitar el reino de su abuelo en un par de ocasiones, pidió la mano de Nimloth.

Se suponía que éste habría de ser un hermoso, aunque triste, final para la historia. Vana esperanza pues el Silmaril quedó en manos de Thingol, y su Maldición sigue actuando. El rey debería entregarle la Joya a Maedhros, sería lo más acertado, que los hijos de Fëanor carguen con el mal que su padre desató.

Tras la vuelta de Lúthien y Beren la noticia viajó de un reino a otro. Su hazaña hinchó de esperanza a los Eldar y a sus aliados Edain, y todos se prepararon para el asalto definitivo contra Thangorodrim.

Sin embargo Morgoth había hecho bien su trabajo, él y la Maldición. La traición se cebó en los ejércitos de elfos y humanos, cayendo ante el Enemigo con una facilidad pasmosa. Dicen que la Nirnaeth Arnoediad, la "Batalla de las Lagrimas Innumerables", apenas duró una semana.

¿Y cual fue el resultado?, mi querido primo Fingon muerto con todo el Pueblo de Hithlum, y toda la Casa de Hador y de Haleth exterminadas . Los hijos de Fëanor, perdidos sus ejércitos, ahora se refugian en los bosques y atacan a los servidores del Mal desde la sombras como si ellos mismos fueran bestias; así se cumple la palabra de Mandos, los llamó “Desposeídos” y eso serán hasta la hora de su muerte, que presiento no anda demasiado lejos. Por si eso no fuera poco, Morgoth envió sus engendros contra las Falas, obligando a Círdan a refugiarse en la Isla de Balar con su gente, al menos aquellos que pudo rescatar. Gracias sean dadas a mi querido hermano Finrod donde quiera que esté, su previsión ha salvado muchas vidas, las de aquellos que ahora asaltan la costa desde sus rápidas naves; hay rumores que apuntan a que Ereinion, el hijo de Fingon, está entre ellos. Si esto último fuese cierto, ese muchacho representa la última esperanza de los Noldor, al menos para mí que me niego en redondo a depositar mi confianza en Maedhros y sus hermanos, sobre todo cuando hace meses que amenazan con invadir Doriath para recuperar el Silmaril.

Ereinion... el último Rey Supremo de los Noldor. Sí, pues sólo yo quedo de los príncipes de la Casa de Finarfin y de la Casa de Fingolfin que vinieron de Aman; las palabras de Melian vuelven a cumplirse y temo al pensar en las que faltan por hacerse realidad.

Mi hermano Orodreth murió en la batalla de Tumhalad con todo el esplendor de Nargothrond, el dragón Glaurung se encargó de no dejar a nadie con vida y lo hizo bien. Mablung, enviado por Thingol a indagar y encontrar a Nienor, descubrió cosas horribles que sólo ha narrado al rey. Sin embargo yo las conozco, porque su mente se abre ante mí y muestra una de las caras más terribles de esta guerra eterna; mientras duermo, veo a mi dulce sobrina, Finduilas, clavada a un árbol a lanzazos, resultado de un cruento juego orco de tiro al blanco.

Todo por culpa de ese maldito humano, Túrin. Se le dio cobijo en Doriath y huyó como un proscrito, desde entonces allí por donde pasaba llevaba la ruina y su oscuro destino envolvía a todos los que conocía. No sólo llevó a mi hermano y el pueblo de Nargothond a la muerte, también arrastró a su madre Morwen y a su hermana Nienor, y a Beleg Cúthalion antes que a todos ellos; Eirien aún llora a su padre, y creo que lo llorará el resto de su vida.



Pero he mentido sin querer. Quizás quede alguien más de la Casa de Fingolfin, su hijo Turgon. Los supervivientes de la guerra cuentan que su ejército se retiró a la ciudad oculta de Gondolin. Presiento que allí anida una esperanza desconocida, algo que cambiará nuestro mundo de una manera tan profunda que soy incapaz de imaginar. Las hebras del destino de Gondolin se cruzan con el de las gentes de Círdan de una manera demasiado complicada como para que yo pueda entender su significado, pero veo luz, una luz que se alzará en el Oeste e iluminará la Oscuridad de Thangorodrim.

Celeborn me mira descorazonado cada vez que le hablo de mis visiones. Cree en mí pero duda que esa “luz del Oeste” pueda surgir, dice que tiene la sensación de que es la muerte quién gobierna ahora las tierras de elfos y humanos. La Muerte... algo que a los Quendi nos es tan extraño; nuestra condición de inmortales hace que no pensemos en ella como los humanos, ellos la aceptan porque saben que antes o después les sobrevendrá pero nosotros no, nosotros no morimos como ellos y eso hace que nos resulte más doloroso perder a aquellos que amamos.



He hablado con Melian. La reina ha intentado que su esposo entregue el Silmaril, le ha suplicado que lo haga y él se ha negado. Es demasiado tarde, Thingol ha caído preso del poder de la Joya. Ambas sabemos lo que eso significa.

Melian me aconsejó que nunca intentará cambiar el Destino, sencillamente porque los eldalië no podemos luchar contra él, no obstante yo voy a luchar. Quizás no pueda cambiar lo que ha de venir, pero sí puedo amortiguar sus consecuencias. Sé que Doriath está condenada, así que, con la inestimable ayuda de Celeborn, Thranduil, Eirien y otros tantos amigos, me he puesto en contacto con Círdan; desde hace algunas semanas estamos construyendo un refugio en el lado Este de las Desembocaduras del Sirion, junto a las tierras de Taur-im-Duinath (bosque entre los ríos). Thranduil se encuentra allí con su esposa coordinando a ambos pueblos; además ha conseguido que los Ents colaboren, son seres muy difíciles de conmover pero la amenaza de las hachas de los orcos les ha hecho reaccionar.

Si Doriath es atacado podremos salvar a mucha gente. Debemos hacerlo si queremos algún día derrotar a Morgoth, no hay nadie más. No espero que nos asistan los Valar. Ni aunque todos los elfos de Endor fuesen exterminados moverían su mano para detener a Morgoth; es el castigo por desafiarles, por insultarles, por matar a nuestros hermanos telerin, por... por demasiados errores cometidos.



Dos años entre paz y guerra han transcurrido desde la muerte de Túrin y, hace apenas tres días, llegó a Doriath su padre, Húrin, hijo de Galdor de la Casa de Hador y señor de Dor-lómin. Los reyes le recibieron en el Salón del Trono, aunque Salón de las Desgracias sería un nombre más apropiado, todas las malas noticias y sucesos se originan en esa estancia.

Lo primero que vi nada más entrar fue a un humano ajado por la edad y el dolor que, en medio de insultos y palabras de desafío, arrojaba un hermoso collar a los pies del rey. Reconocí el bello objeto, era el Nauglamír, el collar que los naugrim forjaron para mi hermano Finrod con las gemas que trajo de Valinor.

Elu Thingol no cedió a las provocaciones, compasivo con aquel gran señor de los edain que tanto había padecido durante su cautiverio a manos de Morgoth. Melian, con palabras dulces cargadas de magia, atravesó el dolor y el poder maligno que rodeaba a Húrin y le hizo ver la verdad; que Túrin había encontrado refugio en Doriath al igual que su madre y hermana, y que sólo el destino y la maldad de Morgoth eran los responsables de su aciago final.

Húrin recogió el Nauglamír y se lo entregó al rey, acompañándolo de su gratitud.

- Ahora he de marcharme, noble señor, nada me queda sobre Endor por lo que luchar, os deseo la felicidad que yo no he tenido -.

Una escolta acompañó al desdichado adan hasta las fronteras de Doriath por orden de Thingol, y le facilitaron ropas y un arma aunque los presentes intuían que Húrin moriría pronto, como él había dicho, no le quedaba nada por lo que vivir.

En ese instante me percaté de algo extraño. El rey contemplaba el Collar de los Enanos con una inusitada fascinación. La mirada de Melian se encontró con la mía arrancándome un estremecimiento.

Ese mismo día sufrí una visión no convocada, la luz del Silmaril cubierto de sangre. Tuve que apoyarme en la pared para no caer. ¿Era eso lo que había visto Melian?, ¿por eso tenía esa expresión?. Recordé entonces que sólo Elwë, el rey, tenía acceso a la Joya, que nunca se separaba de ella; el vértigo se acentúo, esa premonición mostraba la muerte de Thingol. Todo se está acelerando, una desgracia sucede a otra como en una avalancha.



No puedo dormir. No puedo dejar de pensar. Por eso escribo. Tres días han transcurrido desde aquella visión y mi poder parece haberse atrofiado en ese tiempo. Soy incapaz de presentir nada.

Hablé con Mablung y tiene a tres de sus guerreros vigilando a Thingol noche y día, preparados para cualquier eventualidad. No creo que eso sirva de mucho. Compadezco a Melian, obligada a permanecer sentada y contemplar como muere aquel a quién más ama sobre la faz de Endor. Yo no podría. Aunque antes también decía que jamás haría otras muchas cosas y al final me he visto asumiéndolas, como el matrimonio. Ha cambiado todo tanto, empezando por mí misma; apenas queda nada de la princesa caprichosa que llegó a Menegroth hace siglos, soy menos impulsiva y me preocupo más por los que me rodean. Hay veces que incluso desearía no haber salido de Valinor, continuar siendo Nerwen, esa mucha despreocupada que era el terror de sus hermanos y primos, y que mi familia siguiera unida, feliz. Pero no hay vuelta atrás. La Prohibición y la Maldición pesan sobre mí tanto como sobre los hijos de Fëanor. Quizás, algún día, sea perdonada y me dejen regresar. Hasta entonces viviré y lucharé en la Tierra Media.



- ¿Altáriel? -.

Los ojos de zafiro se apartaron del libro. Celeborn, la observaba desde la cama.

- ¿Se puede saber qué haces? -.

- No podía dormir – explicó ella.

El sinda hizo a un lado las sábanas y se levantó. Dormía tan sólo con unos holgados pantalones grises, algo que había sorprendido a Galadriel de recién casados. Con lo reservado que era Celeborn, chocaba bastante esa faceta suya tan relajada que dejaba pocas concesiones al pudor, al menos en la intimidad de su dormitorio.

- Necesitas descansar – dijo al tiempo que la abrazaba por la espalda, adoraba la fragancia de sus cabellos dorados – Si no, para cuando quiera suceder algo, no podrás ni tenerte en pie -.

- Lo sé, y he intentado seguir echada – frunció el ceño – Pero estaba dando tantas vueltas que he decidido levantarme, no quería despertarte -.

- No me hubiese importado, me gusta despertarme contigo a mi lado -.

- Eres un zalamero – le acusó sonriente.

- Es fácil... -.

Galadriel observó divertida como Celeborn se arrodillaba ante ella.

- ¿Qué haces? -.

- Impaciente – la reprendió él, tan sonriente como su dama.

Niña de ojos llenos de encanto, ahora eres toda mía. Te has vestido de lirio. Me gusta tu trenza, dorada entre velos blancos. Pareces la diosa de la luna, la pequeña diosa de la luna, que desciende por las noches del puente del cielo, y fascina los corazones, y los coge y los envuelve en un manto blanco. Y se los lleva consigo a los reinos más altos. ¿Sabe, esa diosa, las palabras que calman los ardientes deseos?.

Galadriel le echó los brazos al cuello y le besó sin restricción.

- Había dicho “palabras” pero supongo que esto también vale – comentó Celeborn cuando le permitió respirar.

- ¿Qué te parece si continúas haciendo alarde de tu caballerosidad y me llevas a la cama? -.

- ¿Te ha entrado sueño? – interrogó, consciente de lo que cruzaba por la mente de Galadriel.

- No, pensé que sería más cómodo para ambos que prosiguieras tu poesía sobre algo más mullido que la alfombra -.

El sinda obedeció y la cogió en brazos. En ese momento llamaron a la puerta, aunque más bien parecía que querían echarla abajo a puñetazos.

Celeborn se puso una camisa y abrió.

- Naur, ¿qué sucede? -.

- ¡Los naugrim han robado el Silmaril! – clamó el paje, demasiado angustiado como para pensar en el protocolo – Mablung y sus guerreros los persiguen, el capitán ha dicho que no alcanzarán la linde del bosque con vida y... -.

- Thingol – musitó Galadriel - ¿Y Thingol? -.

Naur no respondió. Su faz demudada lo decía todo.

Celeborn apartó al servidor y desapareció a la carrera. Galadriel invocó un sencillo sayo, sacando la vestidura del aire de la mañana, y, cubriéndose con él, salió en pos de su esposo. A diferencia del príncipe sinda, ella sabía perfectamente dónde encontrar a Thingol. En los subterráneos, en las fraguas de los enanos.

Por los pasillos se topó con guardias, nobles y criados, todos alterados por igual. La noticia del robo se extendía.
Al llegar a las escaleras que llevaban a las profundidades de Menegroth, descubrió a varios guerreros que impedían el paso. Entre ellos reconoció a Thoron.

- Dejadme bajar – solicitó Galadriel.

- Lo siento, nos han prohibido que... -.

- Sé lo que voy a encontrar allí abajo – le atajó ella – Busca a Thranduil y algún amigo más, serán necesarios cuando Celeborn decida venir -.

- Entiendo – asintió Thoron.

Ordenó a sus compañeros que cedieran ante la dama y fue en busca de Thranduil.

Los cristales mágicos que alumbraban las cámaras inferiores producían una luz fantasmagórica. Galadriel atravesó forjas, talleres, almacenes... hasta que dio con la estancia correcta. Una sala para reuniones, dedujo al ver la gran mesa que constituía el único mobiliario junto con unas quince sillas.

Reparó entonces en las dos figuras que permanecían en las sombras. La de los cabellos plateados estaba tumbada, con el cuerpo destrozado y las ropas grises ensangrentadas. La de largo cabello negro, sentada, sostenía una de las manos inertes.

- Melian -.

- Le rogué para que devolviera esa maldita Joya, se lo supliqué – la maia miró a su discípula, los ojos anegados en lagrimas – En su lugar, ordenó a los naugrim que engarzaran el Silmaril en el Nauglamír; crearon una pieza tan hermosa que la codicia se adueñó de ellos y se la exigieron a Elwë, y él se negó a entregarla, se negó y lo mataron -.

- Lo sabíais, sé que visteis esto, ¿por qué no se lo contasteis? – interrogó Galadriel, sentándose junto a Melian.

- En tu vida verás como muchos de los que te rodean cabalgan hacia un precipicio, tú gritarás advirtiéndoles del peligro y ellos seguirán cabalgando – respondió, enigmática como siempre.

Permanecieron en silencio, velando el cadáver del rey, hasta que el eco de unos pasos anunció la llegada de alguien. Mablung apareció en la entrada. Su cota de malla y la sobreveste gris plateado estaban salpicadas de sangre, sangre de los naugrim.

- Tarinya, hemos acabado con todos los asesinos y aquí tenéis la causa de nuestra desgracia -. (mi reina)

Levantó la mano. Allí resplandeció el Nauglamír más hermoso que nunca, pues sus múltiples gemas captaban y dispersaban la luz del Silmaril engarzado en el centro del collar. Galadriel recordó su visión, un Silmaril bañado en sangre.

La reina cogió la Joya y se la entregó a Galadriel.

- Dejadla en el tesoro -.

- ¿Pero entonces Eluchíl...? -.

- Confía en mí, ahora debo irme -.

- ¿Iros? -. Mablung y Galadriel fueron un eco el uno del otro.

- Mi estancia en Endor ha tocado a su fin, elegí vivir aquí por Elwë y, ahora que ha muerto, no hay nada que me inste a permanecer más tiempo entre elfos y humanos -.

- Doriath quedará sin gobierno – objetó la princesa.

- No, vendrá alguien que ocupara el trono – replicó Melian – Reconoceréis a Eluchíl porque portará el Silmaril -. (heredero de Elu)

- Como deseéis, tarinya – dijo Mablung – Aunque os echaremos en falta tanto como a nuestro rey -.

- Gracias – sonrió brevemente la maia y luego miró severa a Galadriel - Ilu vanya, fanya, eari, i-mar, ar ilqa ímen. Írima ye Endor. Nan úye sére indo-ninya símen, ullume; ten sí ye tyelma, yéva tyel ar... – se le quebró la voz - Namarië -.
(El Mundo es hermoso, el cielo, los mares, la tierra, y todo lo que en ellos hay. Bella es la Tierra Media. Pero mi corazón no reposa aquí para siempre, porque aquí hay un final, y habrá un final y... adiós)

- Namarië -.

El cuerpo de Melian rieló y se fue difuminando. Durante un instante Galadriel alcanzó a ver la verdadera forma de la maia, un espíritu de aire y luz con el brillo de las estrellas en sus ojos, y luego sólo quedo el vacío.

No tuvo tiempo de pararse a pensar o sentir, unos gritos rompían el silencio de los subterráneos camino de donde ella y Mablung se encontraban.

- Mablung, haced el favor de cubrir al rey, mi esposo se aproxima -.

- Sí, señora -.

El capitán se quitó la capa y la usó como mortaja. Las voces se hicieron inteligibles.

- ¡Suéltame Thranduil! -.

- Celeborn, por favor, detente -.

- Hacedle caso, sólo vais a causaros dolor entrando ahí -.

- ¡Apartaos los dos! -.

El príncipe sinda irrumpió en la sala, seguido de Thranduil y Thoron. Sus ojos sólo acertaron a ver el lienzo que cubría al cuerpo y la mano ensangrentada que asomaba por el costado. Avanzó hacia su rey, su pariente, su amigo; sin embargo Galadriel se interpuso.

- Déjame pasar -.

- No -.

- Tengo derecho a verle -.

- Verle en ese estado no te servirá de nada, es mejor que lo recuerdes como era en vida -.

Celeborn ignoró sus palabras e intentó acercarse a Thingol. La mano de Galadriel se cerró en torno a su muñeca con una fuerza sorprendente, obligándole a detenerse y mirarla. Hubo una silenciosa lucha de voluntades.

Finalmente, el sinda bajó la cabeza, abatido. Su esposa le abrazó con la misma intensidad con que antes le había retenido.

- Llevad a Thingol a las Estancias de la Salud, que Phaire y su gente se encarguen de prepararle – ordenó Celeborn, una vez se hubo calmado.

Abandonaron los subterráneos. Para entonces la noticia de la muerte del rey de Doriath había alcanzado a todos los habitantes de Menegroth; tristes canciones de duelo resonaban por los pasillos, creando un ambiente fúnebre que a Galadriel se le antojó opresivo.



Los siguientes días y semanas no fueron mejores, ni siquiera tras el entierro de Thingol. La dama noldorin intuía que algo no estaba donde debería, y se sentía frustrada por no averiguarlo.

- Galadriel -.

- Aiya Eirien -.

La joven arquera examinó curiosa las plantas que Galadriel estaba atendiendo.

- Venía a ver si podías echarme una mano, pero veo que estás ocupada -.

- Tranquila, ya he terminado con esto, simplemente buscaba algo para distraerme y olvidar un rato lo sucedido -.

- Algo extraño sucede – informó Eirien – Elleth dice que el bosque ha cambiado, que no se siente igual, ¿tú entiendes algo? -.

- ¿Cambiado? -.

Aquello resultaba alarmante. Galadriel cerró los ojos y desplegó su conciencia, y no encontró límites.

- ¡Oh, Eru, así que era eso! -.

- ¿Qué pasa? -.

- Ahora que Melian se ha marchado también ha desaparecido la Cintura mágica, Doriath carece de protección de cara al exterior y sigue sin rey – sus manos se crisparon - Tengo que hablar con Mablung y sus capitanes -.

Después que Galadriel hablara con él, Mablung reestructuró el sistema de vigilancia fronterizo; organizó patrullas de diez a quince elfos cada una, en lugar de las relajadas guardias por parejas existentes hasta el momento. La noticia terminó de hundir los corazones de los habitantes de Menegroth.

- Te buscaba -.

Celeborn permaneció ante el túmulo funerario de Thingol, ni siquiera miró a su esposa.

- ¿Sabes lo de la Cintura de Melian? – preguntó Galadriel, poniéndose a su altura y cogiendo su mano.

- Sí, los acontecimientos del mundo entrarán en Doriath y la destruirán -.

- Conserva la esperanza, Melian nos prometió que vendría alguien que ocuparía el trono -.

- Ahora me preocupo por cosas que hace días me daban igual, ahora sé que el sol no brillará siempre porque existen nubes que lo oscurecerán y también largas noches -.

- Nan aurë entuluva –. (Pero se hará de nuevo el día)

La sencilla sentencia de Galadriel hizo sonreír a su marido.

El sonido de un cuerno hendió el aire en la distancia. El sonido procedía del Este y advertía de un peligro inminente. Segundos después se unieron otros cuernos al primero.

- Los naugrim – respondió la dama a la pregunta no formulada por Celeborn.

- Voy por mis armas, ponte a salvo -.

- Ni lo sueñes -.

Celeborn ni se molestó en discutir. ¿Para qué?, ella haría lo que quisiera por mucho que protestase.

Todo Menegroth bullía de actividad, preparándose para el ataque de los enanos.

- Me encargaré de hacer seguras las Estancias de los Niños – dijo Galadriel mientras corrían por el pasillo.

- Yo haré que destruyan las salidas de los subterráneos, a saber los túneles secretos que tienen excavados esos naugrim, y luego iré a la Puerta Este -.

- Ten cuidado -.

- Tú también -.

Cada uno tomó un camino distinto.

Antes de nada, Galadriel fue a su cuarto y se enfundó la túnica de Aman; no sólo eran unas vestiduras hermosas, además protegían a su portador mejor que si llevase una armadura. Debajo se puso unas calzas grises y unas botas que facilitaran sus movimientos. Y, por último, cogió su puñal; imbuido de magia, la ligera hoja golpeaba con tanta fuerza como una espada ancha.

- ¡Aradar! -.

El guerrero detuvo su carrera.

- Dama Galadriel, deberíais poneos... -.

- Calla y escucha, necesito que me consigas veinte soldados para defender a los niños, enseguida -.

- Sí, señora -.

Poco más adelante la princesa chocó con Meldon.

- Lo siento -.

- No es nada, ¿dónde ibas? -.

- Busco donde pueda resultar útil -.

- Bien, coge a unos cuantos de tus compañeros y llenáis de trampas los salones que hay que atravesar para llegar a las Estancias de los Niños, quedaos algunos por la zona para evitar que nuestra gente se haga daño – ordenó a toda prisa – E indícale a todo aquel que no sea capaz de luchar que vaya con los críos -.

- De inmediato – sonrió el explorador.

Galadriel alcanzó su destino, allí estaban un poco desorganizados y el miedo empezaba a hacer mella en todos.

- ¡Lasto! -. (Escuchad)

La voz de la dama, potenciada por la magia, atravesó el terror de los presentes y captó su atención.

- Vamos a convertir esta zona en inexpugnable – afirmó sonriente – Los niños mayores os encargaréis de los pequeños, mientras los cuidadores me ayudáis a levantar unas efectivas empalizadas en los pasillos con el mobiliario -.

- Eso no detendrá a unos naugrim enojados armados con hachas – protestó alguien.

- Eso sólo no, pero las trampas de los salones contiguos y la veintena de guerreros que vienen para acá creo que entorpecerán incluso a un ejército de enanos rabiosos -.

Bajo la supervisión de Galadriel, el trabajo se realizó en pocos minutos.

- ¿Necesitabas guerreros? -.

Thoron irrumpió en el amplio patio con treinta compañeros, todos portaban cota de mallas y espadas, algunos también llevaban lanzas, arcos y hachas.

- No hacían falta tantos -.

- Celeborn insistió -.

- Llévate a la mitad y ayudad a Meldon -.

- Sí, mi capitán -.

Fue entonces cuando Galadriel reparó en algo.

- ¿Están custodiando el tesoro? -.

- Supongo, ¿por? -.

- No quiero que nadie guarde sus puertas -.

- Muchos de mis nobles compañeros de armas se negaran; ahí no sólo se guarda la riqueza del monarca y su familia, también se depositan los bienes de las Casas nobles – objetó Thoron.

- ¡Me da igual!, los elfos que estén allí morirán; los enanos buscan el Nauglamír con el Silmaril y los tesoros de Doriath, ¡qué se los lleven si eso salva la vida de nuestra gente! -.

- Intentaré cumplir vuestro encargo, mi señora -.

Los ojos de zafiro se abrieron, perplejos. Antes de marcharse el guerrero sinda había realizado una reverencia, la que estaba destinada a aquellos que ostentaban la corona. Le había mostrado la misma deferencia que si ella fuese una reina.

- ¡Galadriel! -.

El grito de Eirien la sacó de sus cavilaciones.

- ¡Han entrado!, ¡los naugrim han entrado en Menegroth! -.

- De acuerdo, ante todo calma, ahora debemos concentrarnos en la defensa – miró a los niños y sus cuidadores – Eirien, dirige a los guardianes de esta zona, yo tengo que irme -.

- ¿Qué?, ¿a dónde? -.

- Envié a Thoron a una misión, no sabía que los enanos tomarían la Puerta con tanta facilidad -.

- Nada de facilidad, destrozaron los pilares de sustentación con arietes de una aleación desconocida y los muros se vinieron abajo como si fuesen de papel – replicó la guerrera – Vete, yo me encargo de los niños -.

La princesa corrió hasta dar con los camaradas de Meldon. Uno de ellos la guió por los pasillos y salas evitando las mortíferas trampas.

No tardó en escuchar los primeros fragores del combate: gritos y metal entrechocando. Al dar la vuelta en una de las galerías, casi se da de bruces con una cuadrilla de enanos que tenían acorralados a tres elfos. Desenvainó la daga y se abalanzó sin un sonido sobre sus enemigos. La hoja decapitó a uno e hirió gravemente a otros dos antes que los naugrim fueran conscientes del ataque; para entonces era demasiado tarde pues los tres sindar, aprovechando la confusión, arremetieron con las espadas.

- Gracias señora – dijo uno de los soldados, muerto el último enano.

- ¿Habéis visto a Thoron? -.

- Iba al ala Oeste de palacio, al menos llevaba esa dirección -.

- Unios a alguna tropa, no es seguro ir solos -.

Prosiguió su carrera. Más adelante empezó a toparse con las primeras escaramuzas y pronto se vio sumida en mitad de la batalla. Se abrió paso usando la magia, un hechizo que obligaba a las mentes a ignorarla, así no la prestaban más atención que si ella fuese una mesa o una lámpara. Vio a Celeborn y Thranduil luchando espalda contra espalda en medio de la confusión, se defendían con bastante soltura, por lo menos varios naugrim yacían muertos a sus pies; Galadriel sonrió y salió por una de las puertas, allí no la necesitaban.
Alcanzó, por fin, la sección de Menegroth donde se hallaba la tesorería. Horrorizada, encontró el corredor sembrado de cadáveres. Los enanos, enloquecidos, habían literalmente descuartizado a todo aquél que intentó evitar el asalto de las riquezas de palacio. Se ocultó en un recodo cuando pasaron algunos naugrim cargados de oro y joyas, cerrando los ojos en un intento de controlar el temblor nacido de la rabia y las náuseas.

A caminar por el pasillo, buscando a Thoron o algún superviviente, sentía como el blando cuero de sus botas se empapaba con la sangre de los caídos. Su cólera creció a medida que veía rostros de amigos, retorcidos por el dolor.

Entonces lo vio. Thoron estaba sentado, apoyado contra la pared, y de su cuerpo sobresalían cinco dardos de ballesta. Simultáneamente, surgió de las puertas de la tesorería un nutrido grupo de enanos; éstos soltaron su botín con la intención de hacerle a la hermosa dama lo mismo que a los guerreros muertos, sus rostros contraídos por el odio y la codicia.

Galadriel era un reflejo de su odio. Sin preocuparse por las consecuencias, desató el poder que anidaba en su interior, lo dejó ir sin más, potenciado mil veces por su sed de venganza. Su mente se convirtió en un arma terrible, clavándose en los espíritus de sus adversarios como una espada en llamas, matando lenta y dolorosamente en una agonía sin precedentes.

Los gritos de muerte atrajeron a más naugrim, sin embargo éstos huyeron entre alaridos de terror nada más ver a la dama élfica. Ella desplegó su magia hacia ellos, atrapándoles en el mismo tormento que sus compañeros hasta matarlos. Después todo quedó en silencio. El silencio de una tumba.

Aislada de cuanto la rodeaba, Galadriel se arrodilló junto a Thoron. Le acarició los cabellos rubios y le cerró sus ojos grises.

- Descansa en paz, amigo mío, no has de temer nada allí donde vas -.

Permaneció allí, en medio de la masacre, abrumada por lo que había visto y había hecho. Había disfrutado matando. Los alaridos de sufrimiento le habían sabido mejor que cualquier vino. Sintió miedo de sí misma, de su poder. Miedo de descubrir que podía cometer las mismas atrocidades que su familia en Aqualondë.

Gritó y ocultó el rostro entre sus manos manchadas de sangre.



- Da miedo -.

Eirien miró a Thranduil con evidente enojo.

- Deja de decir eso -.

Ambos trabajaban en la reconstrucción de la Puerta Este junto con otros tantos elfos. Los naugrim habían sido los vencedores de la batalla, asesinando a una centena de eldalië y saqueando Menegroth, y entre los objetos robados estaba el Nauglamír.

Finalizada la ofensiva, Celeborn había buscado a su esposa con ayuda de Eirien y Thranduil, y se encontraron con un panorama que parecía salido de una pesadilla. Si los guerreros sindar habían muerto con dolor, no era nada comparado con lo que debieron pasar aquellos enanos tirados a pocos pasos de Galadriel.

Ayudaron a la dama noldorin a llegar a su habitación. Galadriel se veía bloqueada mentalmente aunque no sabían si era por agotamiento, por lo que había hecho, por la muerte de sus amigos o una mezcla de todo ello.

- Eirien, ya viste lo que hizo -.

- Tú habrías reaccionado igual; descargó su ira contra aquellos que mataron a Thoron, lo que ella no sabía es que su poder había crecido tanto -.

- Supongo que tienes razón – jadeó él al acarrear una gran piedra.

- Han muerto tantos, tantos... – murmuró cabizbaja – Thoron, Eide, Mablung... -.

Thranduil depositó la roca en una carretilla y contempló a su apesadumbrada esposa. Él también sufría. Thoron había sido uno de sus compañeros de infancia, cuando los Sindar aún caminaban por Endor cantando a las estrellas. Y Mablung había sido su capitán y maestro. Conocía a cada uno de los elfos muertos y todos ellos le traían felices recuerdos, ahora empañados por la muerte.

Trabajaron varios días. Reconstruyendo, limpiando y llorando por sus difuntos; hasta que una mañana se presentaron cuatro extraños en las inmediaciones del palacio.

- ¡Daro!, identificaos -.(¡alto!)

Un círculo de arqueros cercó a los recién llegados.

- Vamos Meldon, ¿ya no reconoces a una amiga? -.

- ¡Nimloth! -.

- Sí, y estos son mi esposo Dior y mis hijos Elwing, Eluréd y Elurín – los presentó.

- Mae govannen – saludó respetuoso Meldon – Disculpad nuestra actitud pero hemos tenido graves problemas y andamos algo susceptibles -.

- Lo sabemos – intervino Dior – Mi padre Beren y yo, ayudados por elfos de Ossiriand, interceptamos la hueste que volvía a Nogrod, ni un solo naugrim alcanzó su destino; recuperamos el Nauglamír pero lo hemos dejado en Tol Galen, estará más seguro en manos de mi madre -.

- Son gratas noticias, mi rey -.

- ¿Cómo...? -.

- La dama Melian dijo que aquél que tuviera el Silmaril sería el nuevo rey de Doriath, vos sois nieto de Thingol y heredero legítimo suyo – sonrió alegremente el guardia – Acompañadme, el caballero Celeborn y la dama Galadriel se han hecho cargo de la regencia hasta vuestra llegada, ellos os lo explicarán mejor -.


“Entonces los Sindar los recibieron con alegría, y salieron de la oscuridad de su pena por el rey y pariente caído y por la partida de Melian; y Dior Eluchíl se propuso devolver la gloria al reino de Doriath”.



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