Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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33. La libertad de Eriador




Una gran hueste de elfos atravesando las llanuras entre el Mitheithel y las agrestes Colinas de los Vientos era difícil de ocultar, así que Elrond y Galadriel decidieron apresurar el paso en lugar de intentar ocultarse. Cabalgaron sin descanso hasta el punto de encuentro convenido.

- Somos los primeros – informó Lindir a su señora, después de inspeccionar los alrededores.

- Enviaré algunos de mis hombres para que averigüen a qué distancia está Ereinion – dijo Elrond, su negro cabello oculto bajo el capuchón de la capa azul.

- No será necesario – replicó Galadriel, embozada también en su capa nívea – Organicemos el campamento, llegaran mañana entrado el día -.

Los elfos trabajaron rápida y eficientemente; pronto se habían instalado los pabellones para los reyes, las zonas de cocina, establo e intendencia, todo en un perfecto orden.

Glorfindel se ofreció a salir en busca de Gil-galad y conducirle hasta el campamento. Elrond se lo permitió y el jovial noldo montó sobre su blanco corcel y se perdió en la noche como una estrella tras una nube.



La llegada del nuevo día no trajo más luz. Un velo de oscuridad cubría el cielo noche y día, toda la tierra conquistada por Sauron se hallaba sumida en sombras y las criaturas de las tinieblas proliferaban. El corazón de Galadriel se conmovía al recordar los bosques de acebos, llenos de flores y frutos rojos, el brillo de los ríos del norte, las praderas de fragante hierba al pie de las montañas peinadas por la brisa en primavera.

El claro sonido de unas trompetas la devolvió a la realidad. En compañía de Elrond y su guardia personal, se preparó para recibir al Señor Supremo de los Noldor.

La oscuridad pareció retroceder cuando, remontando la colina, emergió el ejército de elfos y hombres. Una cohorte inmensa de resplandecientes armaduras y lanzas, cascos empenachados, estandartes y pendones al viento, y al frente de ellos Ereinion Gil-galad, la “Estrella Radiante” de los Noldor, glorioso como nunca Galadriel lo viera antes, y Tar-Minastir, digno heredero de la Casa de Númenor, fuerte y hermoso como sólo podían serlo los descendientes de Elros Tar-Minyatur.

La marea de guerreros se derramó por la llanura como si cientos de estrellas hubiesen caído del cielo. Elrond y Galadriel aguardaron hasta que los dos reyes se reunieron con ellos.

- Elen síla lúmenn` omentielvo – fue el saludo de la Dama Blanca.

- Anar kaluva tielyanna – replicó Gil-galad, desmontando y besando las manos de Galadriel – Me alegro de veros, a vos mi querida hermana en el gobierno y el corazón, y también a mi querido y valiente heraldo -.

- El sentimiento es mutuo, meletyalda – dijo Elrond.

- Permitid que os presente a Tar-Minastir, Rey de Númenore -.

Elrond realizó una somera reverencia.

- Es un honor conoceros – sonrió Galadriel.

- No mi señora, el honor es mío, mucho y maravilloso es lo que se dice de vos en lejanas tierras, no obstante ningún cantar siquiera se ha acercado a la realidad por lo que pueden comprobar mis ojos – replicó el dúnadan inclinándose ante la reina elfa – Me tendréis siempre a vuestro servicio, hermosa señora de los elfos -.

- Ninquenís, ¿cuándo pensáis deteneros? – inquirió Gil-galad, un brillo divertido en sus ojos índigos.

- No os entiendo, mi señor -.

- Si continuáis como hasta ahora, conseguiréis tener a toda la Tierra Media enamorada de vos -.

La dama rió dulcemente.

- Hemos intercambiado frases de cortesía, ¿os gustaría que compartiésemos ahora una buena comida? -.

- Mi señora os estaré eternamente agradecido por ello, el viaje ha sido duro y, aunque fuertes, los númenóreanos no poseemos el don de la Hermosa Gente de resistir días sobre un caballo sin acabar rendidos – rió abiertamente Minastir – Además siento curiosidad por saber qué ha estado pasando por aquí, vuestro rey no parece mucho más enterado que yo -.

Elrond miró sorprendido al rey mortal que mostraba tanto desparpajo con Galadriel, y más porque ella parecía disfrutar con la situación. Gil-galad se echó a reír.

- Guiadnos, Altáriel, hasta ese merecido refrigerio –.

Esa fue la señal para que los dos ejércitos se fundieran en uno y muchos elfos se reencontraran con amigos y familiares que la guerra había tenido separados.



Sentados cómodamente en una de las tiendas, los tres reyes disfrutaron de la comida, sencilla pero sabrosa como sólo los elfos sabían hacerla.

Galadriel explicó detalladamente lo acontecido en Ost-in-Edhil, Ereinion habló de Lindon y Minastir de las noticias que habían recibido en Númenor.

- Mi flota debe estar llegando en estos momentos a Vinyamar y desembarcando la otra mitad de mis tropas, la idea es atrapar a Sauron entre dos frentes; en un año lo habremos echado del otro lado de las Montañas Nubladas – sonrió Minastir, copa de vino en mano.

- ¿Y Círdan? – se interesó Galadriel - ¿No os ha acompañado? -.

- La gente de Círdan y él mismo se encuentran con los capitanes númenóreanos, nos encontraremos con ellos en Tharbad - afirmó Gil-galad – Cuando rompimos el cerco de Lindon me hubiese gustado tenerte a mi lado Altáriel, habrías disfrutado enormemente -.

- Sorprendente, ¿también sois capitán de vuestros ejércitos, noble señora? – exclamó el dúnadan.

- Es lo más divertido de ser rey, ¿no os parece?, y hacía tiempo que no tenía oportunidad de batirme con un adversario como Sauron -.

- Temible; hermosa y temible – asintió Minastir – Me alegro sinceramente que no seáis vos contra quien nos enfrentamos -.

- Yo también -.

Gil-galad frunció el ceño. Por un instante había visto en Galadriel una mezcla de miedo y otra cosa que no supo definir, algo que le inquietó en lo más profundo del corazón.

- No es nada, Ereinion, déjalo estar -.

- Las palabras de Minastir te han molestado o asustado, creo que ambas cosas, ¿por qué? -.

- Terminemos la cena y hablemos más tarde, no es un tema para tratar ahora aunque sea mentalmente
-.

- Mis señores elfos, sé que sólo soy un simple mortal a vuestros ojos, pero preferiría que discutieseis vuestros asuntos en privado en lugar de usar extraños poderes para comunicaros – comentó Minastir, echando mano de una naranja – El que vuestros rostros cambien de expresión sin mediar palabra es algo que me pone los pelos de punta -.

- Disculpadnos, a veces tenemos la mala costumbre de subestimar a los Edain – replicó Galadriel, sonriente.

- No hay por que disculparse, además pensaba ir ya a dormir a mi tienda, hace tres días que no descanso en condiciones; ¡ay!, empiezo a estar mayor para estos trotes -. Minastir se incorporó y estiró su espalda. – Prefiero el barco al caballo, de eso no hay duda... bueno, buenas noches mis señores elfos, nos veremos en la mañana -.

- Resultan refrescantes – comentó Ereinion, una vez se marchó el rey númenóreano.

- Su vida es breve, aún para alguien como Minastir que carga con casi dos siglos a sus espaldas, por eso disfrutan el tiempo que poseen al máximo -. Galadriel se arrellanó entre los cojines. – De alguna forma les envidio, parecen más felices que nosotros los elfos, excepto quizás los silvanos -.

La nostalgia asomó a los brillantes ojos del rey noldo, reflejo de cálidos y dulces recuerdos en que los silvanos parecían tener algo que ver. Galadriel sólo alcanzó a captar la imagen de una bonita muchacha vestida de plata que reía subida a un árbol.

- ¿Me hablaréis de lo que ahora llena vuestra alma, o tendré que usar mi poder? -.

- A veces creo que Glorfindel debió ser compañero de juegos en vuestra infancia, a los dos os encanta manipular la vida de los demás – protestó Ereinion.

- Muy bien, yo no me entrometeré en tus recuerdos si tú no insistes con el tema de antes – afirmó Galadriel.

- Celeborn estaba en lo cierto, si quisieses detendrías el sol -.

- Por desgracia, podría hacer cosas mucho peores que eso – musitó enigmática.

Gil-galad no pidió explicaciones, en su lugar cambió el tema de la conversación, dedicándose a rememorar esos luminosos días en los Puertos de Sirion. Sin embargo se percató que Galadriel no sonreía como antes, el peso de una sombra sin nombre se había asentado en su corazón.



- ¡Maetho! -. (Atacad)

Las lanzas élficas cayeron como una sarta de relámpagos plateados sobre los orcos que habían conseguido superar la línea de arqueros de Lórinand y Lindon.

Galadriel aguardaba a una distancia prudencial con sus guerreros. Aquello no era una de tantas escaramuzas en las que podía lanzarse alegremente al ataque sino una batalla en toda regla, ahora debía permanecer en retaguardia y dirigir a sus arqueros para ayudar a la infantería de Elrond.

- ¿Dónde se han metido? –.

- Calmaos, mi señora – sonrió Aegnor.

- Me calmaré cuando cargue la caballería – frunció el ceño - ¡Ereinion, sal de una vez o los muchachos de Elrond van a pasarlo mal con esos orcos montados en huargos! -.

- Todo está bajo control -.

- Cómo le ocurra algo a mi futuro yerno... -.

- ¿¡Yerno!? -.

- ¡¡¡Ereinion!!! -.


La hueste montada de Gil-galad se clavó de lleno en el ejército enemigo en una confusa maraña de gritos, bramidos y golpes de metal contra metal, al tiempo, los hombres de Minastir apoyaban a los elfos de Elrond con idéntica ferocidad.

- La mitad de vosotros, coged los puñales, vamos a rebanar un poco su retaguardia – ordenó Galadriel – Los demás permaneced aquí a las ordenes de Gildor -.

- Eso no entraba dentro de los planes de Gil-galad – apuntó Aegnor.

- Está acostumbrado a mi carácter, vamos -.

La guerra no era algo que entusiasmase a Galadriel, ella prefería la paz para su gente; sin embargo, cuando se encontraba en medio de una batalla como ahora, su sangre se inflamaba y revivía la emoción que sintió en su juventud al participar en las primeras Guerras de Beleriand. Con el rostro encendido de entusiasmo, espada en alto, gloriosa como una llama blanca en medio de la oscuridad, la Dama Blanca condujo a su tropa contra los orcos que amenazaban con envolver a los elfos de Gil-Galad.

Los orcos caían, sesgada su horrible existencia por rápidos mandobles de espada. El enemigo se amilanó y los hombres y elfos avanzaron, aniquilando sin mostrar piedad, muchos de los elfos guiados por el ardor de la venganza contra aquellos que habían asesinado cruelmente a sus familiares y amigos de Acebeda.

De repente un cuerno rasgó el aire, y un millar de hombres del Este cargaron desde las colinas llenas de rocas y matorrales que hasta el momento los habían ocultado.

- ¡Es una emboscada, replegaos! – fue la rápida orden de Galadriel a sus soldados.

Pero había algo más. La reina eldarin sintió un miedo familiar abatirse sobre el campo de batalla, un frío que helaba el corazón. Alzó desafiante su mirada de zafiro y descubrió el origen; el jefe de aquella horda, un jinete de rostro tatuado ataviado con pieles de animales salvajes sobre la cota, y en cuya mano brillaba uno de aquellas joyas malditas.

- ¡Un Anillo de Poder! – exclamó Aegnor – Sauron ha debido entregárselos a sus capitanes humanos -.

- Advierte a Gil-galad, yo voy con Elrond -.

Galadriel volvió grupas y se abrió paso hasta alcanzar al medioelfo. Elrond estaba reorganizando a su gente, agrupándola para hacer frente a la marea de orientales que acababa de aparecer.

- ¡Elrond! -.

- ¡Señora!, ¿qué sucede? -.

- El jefe de esos hombres porta uno de los Nueve Anillos -.

El medioelfo soltó una sarta de juramentos sin apartar la mirada del campo de batalla.

- Opino lo mismo – dijo la dama, irónica – Pero la situación se complicará más, presiento que, por lo menos, se acercan otros dos de esos Anillos, y no vendrán solos, en pocos minutos cerca de tres mil guerreros del enemigo se nos echaran encima -.

- ¿Qué podemos hacer?, si los edain de Minastir ceden al poder de los Anillos no podremos hacer frente a semejante fuerza -.

Esa era la misma pregunta que asaltaba a Galadriel. Miró al río, al Gwathlo de aguas grises bajo aquella eterna oscuridad, y se sorprendió rogando a los Valar por la llegada de los refuerzos.

- Debemos aguantar – afirmó la reina, altiva – Establezcamos una formación defensiva, un muro que detenga la marea de enemigos -.

- ¿Y después? – pensó Elrond, mas no habló en voz alta pues sabía que no había respuesta.

El combate se recrudeció. Galadriel permaneció en primera fila de batalla, esgrimiendo la espada y su poder, y ante ella retrocedían los orientales creyendo que una diosa había llegado en ayuda de sus enemigos.

Gil-galad llegó junto a la Dama Blanca en medio de la contienda, enarbolando a Aiglos, la magnifica lanza que Celebrimbor forjara para él hacía tanto tiempo, justo cuando aparecían en el horizonte más guerreros enviados por Sauron.

- No me rendiré jamás, pero tampoco deseo conducir a mis soldados en un acto suicida, nos superan en proporción tres a uno -.
- Más – Galadriel señaló el cielo, unas extrañas bestias negras de alas membranosas se aproximaban con el nuevo ejército – Conserva la esperanza Ereinion -.

- Lo intento, aunque insiste en resbalar entre mis dedos – replicó el rey noldo, su expresión ligeramente inquieta.

El sonido de las trompetas y los vítores del ejército elfo y númeróneano se alzaron al ver remontar el río unas naves blancas en forma de cisnes y otros pesados buques oscuros.

- Por fin – sonrió Gil-galad – Creí que Círdan no llegaría nunca -.

- Bien, mi señor elfo, ¿me acompañaréis en la batalla? -.

- Será un placer – el elfo se irguió sobre los estribos de su montura y gritó - ¡Ai Elbereth Gilthoniel! -.



Los meses se sucedieron. Batalla tras batalla, siempre avanzando. Por fin, una gris mañana de principios de primavera, alcanzaron las ruinas de Ost-in-Edhil. Allí tuvo lugar otro combate más, y humanos y elfos vencieron rápidamente a los orcos de Sauron gracias a la ayuda de los enanos de Khazad-dûm. Los naugrim no intercambiaron una palabra con sus aliados, una vez murió el último enemigo regresaron a las profundidades de sus minas.

Aún había pequeñas escaramuzas aquí y allá, cuando Galadriel desmontó junto al que fuese antaño un lago de aguas resplandecientes; del Estelin sólo quedaba una ciénaga. Los muros de la Fortaleza de los Eldar eran negros por la sangre sobre ellos derramada, y la ciudad, vacía, recordaba a un enorme mausoleo.

- Es horrible – dijo Aegnor, deteniéndose junto a su reina – Parece haber pasado una eternidad desde que vivimos aquí -.

Galadriel echó a andar por el sendero empedrado y atravesó las Puertas destrozadas. Los ortani ya no funcionaban, así que la Dama Blanca tuvo que subir la escalinata que llevaba a la ciudad.

El corazón se le partía a cada paso. El bosquecillo de la Ciudad de Madera había ardido y apenas quedaba alguna estructura en pie en el puerto. En la Ciudad Media encontró todas las tiendas y almacenes quemados o medio en ruinas, sucios por haber sido utilizados por los orcos y trolls como cubiles. Las calles eran senderos de muerte, las casas tumbas saqueadas.

Al alcanzar la Ciudad Alta se estremeció. Recordaba cada uno de los rostros que habían habitado aquellos recintos ajardinados, y casi todos estaban muertos. Pasó ante la casa de Celebrimbor, aislada tras la caía del puente, sin detenerse. Sí frenó al llegar al lugar donde vivieron Fendomë y Mírwen; descubrió en el salón el retrato de la pareja, el regalo de bodas que Rasadan hizo a su hija, caído entre los escombros.

Abandonó aquella casa y remontó la calle hasta llegar a la pequeña mansión que ella compartió con Celeborn y Celebrían. Allí la encontró Elrond, en el jardín que ella cuidara con tanto primor, iluminada por los tímidos rayos de sol que pugnaban por desterrar la nube de oscuridad de Sauron.

- Dama Galadriel -.

- Márchate Elrond – ordenó ella sin contemplaciones.

- Acompañadme, no es conveniente que os quedéis en este lugar -.

La reina se volvió. El hermoso rostro contraído por el odio, el dolor y la culpabilidad.

- Déjame sola – insistió, conteniendo una ira que no deseaba descargar sobre el medioelfo – Ve con tu señor y que nadie venga a molestarme -.

Elrond retrocedió y obedeció, asustado.

Galadriel se encaminó entonces a la Ciudadela, el punto más castigado de la ciudad, allí dónde Celebrimbor y Sauron se enfrentaron y donde murieron los defensores y sus familias.

Contempló aquel patio de torturas y cayó de rodillas. Cuando sus manos tocaron las losas ennegrecidas la visión acudió a ella como un latigazo. Las lagrimas escaparon involuntariamente de sus ojos, y gritó.

- Debí enfrentarme a Celebrimbor, debí detener a Sauron cuando pude, pero mi maldito orgullo me cegó y abandoné a aquellos que confiaban en mí ... ¿qué fue lo que hice?, ¡oh, Elbereth!, ¿qué fue lo que hice? -.

Horas más tarde, Galadriel entró en el campamento. Todos retrocedían asustados ante su presencia, un brillo cercano a la locura se había instalado en sus ojos. Entró en su tienda y se negó a comer o hablar con nadie.

- Es normal – fue la respuesta de Glorfindel al comentario de Vorondil.

- Parece capaz de matar a alguien sólo con la mirada – dijo el capitán, estremeciéndose.

- Podría si quisiera – apuntó el elda, sin dejar de cepillar a su caballo – Según le oí contar a Thranduil, ella sola acabó con una tropa entera de enanos de Nogrod durante la invasión a Doriath -.

- Sigo sin entender por qué está así -.

- Creo que se siente culpable por lo sucedido -.
- No te entiendo -.

- Galadriel pudo haber negado a Sauron, Annatar por aquel entonces, su entrada en Eregion como Ereinion hizo en Lindon -. Glorfindel palmeó la grupa de su caballo y le dio una manzana.

- La pregunta es, ¿por qué no lo hizo? – inquirió Vorondil con una mueca.

Glorfindel rememoró aquel día en la Sala del Consejo cuando Celebrimbor se rebeló por primera vez contra Galadriel. Veía con toda claridad la expresión entre perpleja e indignada de la reina y como, sin un motivo aparente, cedió a las presiones del maestro herrero.

- Supongo que pensó que Annatar cometería un error, ella lo descubriría y Celebrimbor tendría que aceptar que se había equivocado y, por tanto, pedirla perdón -.

- A eso normalmente se lo conoce como orgullo – señaló Vorondil.

- Es un defecto racial noldor – dijo Glorfindel, encogiéndose de hombros – Sobre todo entre los príncipes -.

- Tú no lo eres -.

- Lo manifiesto de otra manera distinta a los demás, eso es todo -.

- ¿Distinta? -.

El Señor de la Flor Dorada se limitó a sonreír.

- Deja de darle vueltas Vorondil, Elrond y Gil-galad se ocuparan de Galadriel. No queda mucho para que Sauron tenga que retroceder al otro lado de las Montañas Nubladas y entonces esta campaña tocará a su fin -.

- Es una locura, vamos a dejar que ese maia campe a sus anchas por la mitad de la Tierra Media – gruñó el capitán de Lindon.

- No hay otra solución, esta guerra ha durado casi un año y los dos bandos estamos exhaustos, habrá que esperar a tiempos más propicios para derrotar completamente al Señor Oscuro -.

- Tengo ganas de volver a casa, para ver a Nirie -.

- Yo no volveré a Lindon – afirmó Glorfindel.

- ¿Y qué harás? -.

- Elrond va a permanecer en el valle del Bruinen, creo que le ronda la cabeza construir allí una especie de refugio-fortaleza para mantener vigilado a Sauron; aunque en mi opinión no es necesario, Thranduil desde Eryn Galen y Celeborn desde Lórinand son capaces de seguir los pasos del Enemigo y dar aviso ante cualquier peligro -.

- Es una idea... ¡mira! –. Vorondil señaló a dos figuras que atravesaban el campamento, Elrond y Ereinion.

- Elrond ya ha debido explicarle a nuestro rey lo sucedido con Galadriel, espero que Ninquenís tenga la consideración de no matar a ninguno de los dos hasta que termine la guerra – sonrió Glorfindel.

Sin embargo Gil-galad siquiera llegó a intercambiar una palabra con la reina eldarin, ella le prohibió entrar en su tienda y él respetó sus deseos.



La campaña siguió su curso. Las huestes de elfos y hombres siempre avanzando, el Enemigo batiéndose en retirada.

Y pronto llegó el día en que todas las tierras al Oeste de las Montañas Nubladas volvieron a estar libres de la sombra. El sol regresó y, junto con las lluvias de primavera, llenó de vida los campos. No obstante, el reino de Eregion no se recuperó ni jamás lo haría, los bosques de acebos habían desaparecido para siempre.

- Elrond ha hablado conmigo, me ha confiado sus intenciones y le he dejado marchar, aunque prácticamente he tenido que obligarle a que mantuviera su título de heraldo -.

Galadriel dejó de contemplar el paisaje para mirar a Gil-galad, su talante no había mejorado en las últimas semanas de guerra.

- Hizo una promesa, alguien le espera en su valle – respondió ella, gélida.

- Galadriel, ¿qué te ocurre? – preguntó el rey noldo, omitiendo cortesía o protocolo – Comparto tu dolor por Acebeda pero no comprendo por qué mantienes esta actitud fría y colérica, nos tienes a todos preocupados y, lo que es peor, atemorizados -.

- No puedes compartir mi dolor, Ereinion, nadie puede -.

- Entonces es que has perdido tu poder para comprender los corazones – renegó Gil-galad.

Aquella sentencia zarandeó los cimientos de la orgullosa autocompasión de Galadriel. Miró al noldo y tuvo que reconocer que, aquel muchacho que conoció en Sirion, había crecido en sabiduría y que gozaba de la firmeza y resolución que todo buen rey necesitaba.

- Yo fui quien condenó a muerte a Eregion – dijo Galadriel, sin perder su actitud distante.

- Es extraño, pues yo también creía en un principio que los problemas en Ost-in-Edhil fueron culpa mía – sonrió con amargura – Después de todo fui yo quien sugirió a Celebrimbor que marchara junto a Khazad-dûm -.

- Sí, lo sé querido amigo, el destino de Eregion estaba escrito y nadie podía cambiarlo... eso es precisamente lo que me está consumiendo por dentro; yo sabía lo que sucedería, lo presentí a cada paso que daba, pero no intenté siquiera ponerle remedio -. La mirada de aquellos ojos de zafiro conmovió a Gil-galad – Nadie es capaz de comprender mi dolor, nadie, porque nadie ha visto como su mundo y todo lo que ama se destruye una y otra y otra vez devorado por una maldición, la Maldición. Aqualondë, Helcaraxë, los reinos Noldor de Beleriand, Doriath, Sirion, Eregion, ¿también habré de ver como Lórinand se desmorona y muere?, ¿a cuántos amigos más perderé? -.

- Altáriel... -.

- Olvídalo Gil-galad, he hablado demasiado llevada por un impulso – esbozó una triste sonrisa – Acompañaré a Elrond hasta Imladris, cogeré a mi hija y volveré a Laurelindórean, alguien ha de mantener a Sauron vigilado, me encargaré de hacerte llegar noticias cada cierto tiempo -.

- Minastir me ha comentado que piensa establecer algunas colonias permanentes en Endor, algo semejante a Tharbad pero con fines bélicos de cara a futuros enfrentamientos con Sauron, y la región de las Falas parece que será uno de sus principales objetivos -.

- Es una buena nueva, presiento que nuestro Enemigo aprenderá a temer tanto como a odiar a Númenore -.

Una joven elfa se acercó los reyes, una de las sanadoras que acompañaban al ejército de Lindon, y se inclinó respetuosa.

- Disculpad la intromisión grandes señores, me han solicitado que os comunique que estamos listos para emprender la marcha en cuanto sus majestades lo deseen -.

- Hantalë Arien – replicó Gil-galad, y Galadriel juraría que intentaba reprimir la risa – Enseguida nos vamos -.

Arien asintió con aire grave y dio media vuelta.

- ¿Quién es? – preguntó la dama.

- Arien es la hija adoptiva de uno de mis capitanes, de Vorondil – explicó tras una sonora carcajada – Se unió al ejército sin su consentimiento o el mío, y nos ha estado cuidando de una manera despótica -.

- Es mejor que nos pongamos en marcha, me temo que sino el siguiente en venir a protestar por la demora será cierto señor elfo – sonrió abiertamente Galadriel.

- Glorfindel – asintió Gil-galad divertido – Compadezco a Elrond... aunque mi Corte no será lo mismo sin ellos dos, los extrañaré mucho -.

Las despedidas fueron breves, con promesas de intercambiar correspondencia y alguna visita si mediaba la oportunidad.

- Nan alasseä omentielvanen, nai Eru varyuva len – gritó Gil-galad, ya al frente de su hueste. (Estoy feliz por nuestro encuentro, que Eru os guarde)

- Enomentuvalmë mí Imladris – fue la respuesta de Galadriel. (Nos encontraremos en Rivendel)

Así se separaron los ejércitos, tras conseguir una paz que duraría lo suficiente para que ambos bandos se preparasen para el asalto final en que se decidiría el destino de la Tierra Media.


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