Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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24. Anillos




Levantó la mirada y contempló la equilibrada belleza del Mírdaithrond. Hacía una eternidad que no había ido a la sede de la Hermandad de los Orfebres, exactamente desde el accidente que casi acaba con la vida de Celebrimbor, Fendomë y otros tantos mírdain.

Atravesó los jardines y subió la escalinata que daba acceso al recinto interior. Todos los orfebres que se cruzaban con ella la miraban como si fuese un fantasma, algo grave o de gran importancia sucedía si la Dama Blanca entraba en el Mírdaithrond.

Sus pasos la llevaron al mirador donde tantas noches había conversado con Celebrimbor. Ahora la luz del sol jugaba con los vidrios tintados y las sombras del rosal trepador. El maestro herrero aguardaba allí, perdida la mirada en el horizonte, la túnica blanca salpicada por rayos de múltiples colores.

- ¿Deseabas hablar conmigo? -.

Celebrimbor salió de su ensimismamiento y sonrió a Galadriel, en ese momento su rostro fue el mismo que tenía más de mil años atrás, el muchacho entusiasmado por su trabajo y la realización de un sueño.

- Lo he conseguido – dijo y levantó en alto un anillo con una esmeralda engarzada.

- ¿Conseguido? – Galadriel era incapaz de sacar algo en claro de los alborotados pensamientos del maestro herrero.

- Ponte el anillo y dime qué sientes -.

La reina examinó la hermosa sortija. Sabía que se podían introducir hechizos en las armas y joyas, pero intuía que ésta era diferente, el halo de magia no se parecía a nada que hubiese visto hasta entonces.

Deslizó el anillo en su dedo. Tuvo que sentarse en una de las sillas por el repentino acceso de vértigo, aquel pequeño aro de oro había multiplicado su poder mental de una manera extraordinaria.

- Me siento capaz de entrar en todas las mentes de Eregion al mismo tiempo – musitó, abrumada por el poder desencadenado.

- Magnifico – aplaudió Celebrimbor – Sabía que podía conseguirlo -.

- Celebrimbor, esto no es un hechizo, en los objetos que creabais hasta ahora se introducían sortilegios que una vez lanzados desaparecían o necesitaban de un periodo de inactividad para volver a usarlos – la dama clavó su incisiva mirada azur en el príncipe noldorin - ¿Qué has hecho? -.

- Ese anillo ha sido forjado con magia en su estado más puro, lo he imbuido directamente de poder, actúa como un potenciador de las habilidades mentales del portador – su expresión era radiante - ¿Sabes lo que eso significa?, que no hay límites -.

- Explícate -.

- Crear esta pieza ha sido el reto más complejo al que me he enfrentado, apenas he descansado en cuatro meses; si consigo aprender a dominar completamente este nuevo sistema de forja, si domino todos sus secretos, podré crear objetos de un poder y belleza como jamás se han visto en Arda – hablaba igual que un niño que ha descubierto un juguete nuevo – Este anillo sólo sirve para potenciar la mente, imagina otros que ofrezcan conocimiento, sanación, fuerza, control sobre la naturaleza... todos aquellos dones que se te puedan ocurrir y todos unidos en una misma joya, yo los llamo Anillos de Poder -.

Ash nazg durbatulûk. La visión de Galadriel se oscureció. Ash nazg gimbatul. Se vio rodeada por un mar de fuego, en las profundidades de la tierra. Ash nazg thrakatulûk. En el que resonaba unas palabras que herían su corazón. Agh burzum-ishi krimpatul.

- ¿Te encuentras bien? -.

Galadriel parpadeó y enfocó el preocupado rostro de Celebrimbor.

- Sí – se quitó el anillo y lo dejó sobre la mesa.

- ¿Una visión? -.

- Eso creo, pero tan extraña – respiró hondo y la luz del sol difuminó los últimos rescoldos de su miedo - ¿Cómo se te ocurrió la idea de los anillos? -.

- Fue idea de Annatar -.

Un estremecimiento sacudió a la reina.

- ¿Annatar? -.

- Sí, me explicó lo que había estado intentando y todos los fracasos que había cosechado, parece mentira que un maia pueda ser tan torpe – Celebrimbor cogió el anillo y lo guardó en un pliegue de su túnica – Yo acepté el reto y proseguí sus investigaciones hasta crear la sortija que has visto; me alegra saber que puedo superar a un maia en conocimientos y habilidad -.

- No es lo que parece, Annatar está dejando que creas que eres tú quien controla la situación, sin embargo es él quien maneja los hilos del Gwaith-i-Mírdain -.

- Nunca te cansarás de injuriarle ¿verdad?, le debemos la vida de Fendomë y tú sigues considerándole un engendro maligno – agitó su morena cabeza, disgustado.

- Lo siento, no quise molestarte – se disculpó Galadriel suavizando su voz – Hace años que me mantengo al margen de las actividades de Annatar y la Hermandad, no tengo derecho a criticar tus decisiones -.

- Esto no es propio de ti, ¿Ninquenís cediendo ante el Señor del Mírdaithrond? -.

- Cuando quieras vamos al campo de practicas y te muestro hasta que punto puedo ser inflexible – bromeó ella.

- Me gusta saber que aún me consideras digno de tu amistad -.

- Eso es algo que jamás perderás, he llegado a quererte como a un miembro más de mi familia y te ayudaré siempre que me necesites – Galadriel se levantó – Ahora debo volver, mis obligaciones me requieren en la ciudad -.

- Gracias por acudir a mi llamada – sonrió Celebrimbor.

- Una última cosa – dijo la dama desde las escaleras que bajaban del mirador – Precaución con los anillos, presiento que algo malo saldrá de todo esto -.

- Tendré cuidado, lo prometo -.

La Dama Blanca abandonó el Mírdaithrond, la tristeza marcada a fuego en sus ojos. El poder del anillo le había hecho penetrar involuntariamente en los pensamientos del señor herrero, allí había visto una rebelión a punto de estallar, palabras pronunciadas por Annatar que se habían infiltrado en el corazón de Celebrimbor y él creía propias; “¿por qué han de gobernar a los noldor una mujer y un sinda?, tú, Celebrimbor, deberías ser el rey de Eregion”.



- ¿Qué ha sucedido? -.

Galadriel sonrió a su preocupado esposo. Celeborn no podía evitar sentir auténtico pánico cada vez que su adorada dama eldarin se quedaba a solas con Celebrimbor.

- Me ha mostrado su último descubrimiento, los Anillos de Poder – dijo y procedió a explicarle en qué consistían.

- Resulta de lo más inquietante, el poder es peligroso y más aún si se posee de manera ilimitada – comentó Celeborn - ¿Has pensado hacer algo al respecto? -.

- No, es demasiado tarde, presiento que muy pronto nos enfrentaremos a una rebelión manifiesta – su mirada se posó en los campos más allá de la cristalera – Llevo diez años preparándome para este momento, Lórinand nos recibirá como sus reyes en cuanto nosotros lo deseemos y muchos elfos nos seguirán más allá de las montañas... sin embargo se me parte el corazón de sólo pensar en abandonar Eregion, amo esta tierra aunque haya vivido en ella un tiempo ínfimo en comparación con Doriath o Sirion -.

- Tenías un sueño y lo hiciste realidad en Eregion, y lo continuarás en Lórinand – afirmó Celeborn – Jamás has dejado que la adversidad te supere y ésta no será la excepción, mi Altáriel es demasiado fuerte para rendirse -.

Galadriel tomó su rostro entre las manos y le besó en los labios.

- Tienes toda la razón, mi querido esposo -.

- Tengo razón casi siempre pero tú te niegas a prestarme la debida atención – replicó él, su serena expresión inalterable.

- No tientes a la suerte – la amenaza de la reina fue acompañada por una deslumbrante sonrisa – Voy a escribir algunas cartas, creo que nuestros amigos deben saber qué está sucediendo -.

- ¿Hacemos ya el equipaje o prefieres esperar a la insurrección de los mírdain? -.

- Esperaremos, hay demasiados asuntos que debo resolver antes de marcharme –.

Lothiniel irrumpió en el salón procedente del piso de arriba y corrió hacia la puerta que daba a la calle. Los reyes contemplaron su paso, divertidos.

- Haldir – asintieron al mismo tiempo.

Desde el zaguán, vieron como Lothiniel prácticamente se estaba comiendo a besos al silvano. En los últimos años Haldir había cambiado bastante, podría decirse que dejar el oficio de ladrón y adoptar el de emisario de la Dama Blanca le había sentado muy bien.

- Mae govannen Haldir – saludó Celeborn - ¿Cómo ha ido el viaje? -.

- Aiya aran meletyalda – dijo él tras zafarse, en la medida de lo posible, de su efusiva amiga – Ha sido un trayecto tranquilo, traigo mensajes de vuestros enviados en Lórinand y también uno del rey de Bosqueverde -.

- Ya era hora, Thranduil y Eirien deben estar realmente ocupados –.

Galadriel cogió las cartas mientras volvían adentro.

- Sí, con banquetes y cacerías – replicó Celeborn.

- Mi señora -.

- Dime Haldir -.

- Creo que debería advertiros, quizás sólo es una casualidad o una tontería, el caso es que los trasgos están proliferando en las Montañas Nubladas, incluso los enanos empiezan a tener problemas con ellos -.

El rostro de Galadriel se ensombreció.

- Si sumamos esto a otros informes la noción de coincidencia empieza a resultar insuficiente para explicar lo que sucede – apuntó el rey sinda.

- Haldir, necesito que vuelvas a Lórinand -.

- Dama Galadriel, acaba de regresar y ya le enviáis de nuevo a los caminos – protestó vivamente Lothiniel – Tenéis más guerreros a vuestro servicio, mandad a otro -.

- Lo haría, pero Haldir ha demostrado varias veces su habilidad para enfrentarse a los peligros y trampas de nuestro enemigo – alegó la reina – Sólo él puede realizar la tarea que tengo en mente -.

- Ordenad y yo obedeceré, Ninquenís -.

Aquella frase hubiese resultado apoteósica de no ser por la actitud traviesa y desenfadada del joven silvano.

- Deseo que investigues las tribus humanas al sureste de Bosqueverde -.

- Sé de un par de amigos en Lórinand que estarán encantados de acompañarme, Rúmil y Orophin – afirmó jovial – Partiré mañana -.

- Yo también voy -.

Toda la atención recayó sobre la elfa pelirroja.

- ¿¡Qué!? -.

- Ya me has oído Haldir, esta vez pienso acompañarte -.

El silvano interrogó a Galadriel con la mirada.

- Si quiere ir no seré yo quien se lo impida, Lothiniel permanece trabajando en esta casa porque ese es su deseo, ella es libre de marchar y proseguir su vida en cualquier otro lugar -.

Ambos muchachos salieron a dar una vuelta por la ciudad, para que Haldir se relajara y tuviera oportunidad de convencer a su enamorada de que se quedase a salvo en casita.

Celeborn y Galadriel procedieron a ocuparse del correo. Él se hizo cargo de Thranduil mientras ella redactaba la carta que enviarían a Lindon.

- ¡Amil, atto, estoy en casa! – se escuchó en el piso de abajo.

- Estamos en el despacho Celebrían -.

La pequeña y revoltosa princesa se había convertido en una joven de suaves modales y espíritu alegre, hermosa y arrebatadora como su madre pero con el cabello y el espíritu del padre.

- Cuantas cartas, ¿qué nuevas hay? – preguntó curiosa.

Sin dejar de escribir, Galadriel le narró los últimos y desagradables acontecimientos, y las escasas noticias buenas.

- A Númenor – sonrió Celebrían – Me alegra que por fin se haya decidido a visitar la tumba de su hermano -.

- Elrond no simpatiza en exceso con su parte humana, el separarse de alguien a quien quiere le resulta extremadamente doloroso más cuando sabe que esa separación será hasta el fin de los tiempos – dijo Galadriel.

- No entiendo como un quendi puede ceder su inmortalidad -.

- Amor – sentenció Celeborn – Que yo recuerde la historia de Beren y Lúthien es una de tus favoritas -.

- Sí, y supongo que es un buen motivo – observó como su madre trazaba los finos y elegantes trazos de las runas con la pluma – ¿Puedo tocar un rato con tu arpa? -.

- Sabes que no tienes que pedir permiso para usarla, deja la puerta abierta para que podamos escucharte – indicó la dama eldarin.

El acariciante sonido del instrumento pronto se vio acompañado por la dulce voz de Celebrían.

Tier undulávë lumbulë
Ar caita mornië
Ai! Aníron...

O môr henion i dhû:
Ely siriar, êl síla
Ai! Aníron...

Tiro! Êl eria e môr
I `lir en êl luitha `uren.
Ai! Aníron...

Vardo tellumar nu luini
yassen tintilar i eleni
Ai! Aníron melya.



Mírwen miró en derredor, no había ni un alma en los patios y jardines del Mírdaithrond.

- Como haya reunión del Consejo de la Hermandad menudo fiasco – masculló para sí.

Había ido hasta la sede del Gwaith-i-Mírdain para hablar con Fendomë. El muy idiota seguía empeñado en que no era el mejor pretendiente para ella, así que, sintiéndolo mucho, Mírwen había decidido pasar al ataque so riesgo de quedarse esperando la eternidad a que el maestro orfebre diera el primer paso.

De uno de los edificios salió un aprendiz pelirrojo que saludó a Mírwen.

- Cierto, hay Consejo – confirmó Finculin.

- Vaya, entonces me marcho -.

- ¿Querías ver a Fendomë? -.

- Sí -.

- Él no ha ido a la reunión, está en los archivos poniendo al día nuestras listas de pedidos de material a Kazad-dûm – informó el aprendiz – Aquel edificio, tercera planta, la última puerta del pasillo a la derecha -.

- Pero él es uno de los tres Señores Herreros, ¿no tiene que asistir al Consejo? – inquirió, extrañada.

- Digamos que la aversión que Fendomë siente por Annatar ha empeorado, algo que no consigo entender sobre todo por la ayuda que nos está prestando Aulendil desde hace años -.

Mírwen se despidió de Finculin y entró en el edificio administrativo.

La única presencia en la planta baja eran dos guardias. Hermosas piezas de vidrio y orfebrería adornaban la estancia alfombrada. La doncella fue directamente hacia la gran escalera.

Ni un alma. El pasillo estaba completamente desierto. Recordó que Finculin había dicho que buscase al final, en la puerta de la derecha. El sonido de sus pasos se vio amortiguado por la moqueta. Al asomarse sonrió. Fendomë se encontraba sentado con la mesa repleta de papeles, no alcanzaba a verle bien el rostro pero parecía encontrarse completamente concentrado en su labor.

Traviesa, Mírwen entró sin hacer ruido. Se quedó paralizada cuando el elda se echó hacia atrás en la silla, y se relajó al comprobar que sólo buscaba una postura más cómoda.

- Aiya -.

El susto que le dio a Fendomë fue tal que le hizo perder el equilibrio y acabó dándose el costalazo padre. En su caída, la silla enganchó el vestido de Mírwen y la hizo caer de rodillas.

- ¡Mírwen na Elbereth! – gritó el maestro artesano.

- Siento haberte asustado – se disculpó ella, aunque una inmensa sonrisa permanecía indeleble en sus labios.

Fendomë rodó sobre sí mismo, levantó la silla y ayudó a la joven a incorporarse.

- ¿Qué quieres? -.

- Venía a... -.

- Fendomë -.

Ambos se giraron y descubrieron a un elfo de túnica roja.

- Diculpad señor Fendomë, os requieren urgentemente en la reunión del Consejo -.

- Ya informé de mi ausencia, ¿por qué se me exige asistir? – inquirió con una de sus más gélidas expresiones.

- Señor, ha sido Aegnor, me ha pedido que os lleve a rastras si fuese preciso – explicó el joyero, realmente alterado – El señor Celebrimbor está repartiendo una serie de instrucciones bastante alarmantes, por favor, debéis acompañarme por el bien de la Hermandad -.

- De acuerdo – consintió Fendomë – Mírwen, espérame aquí, intentaré no tardar mucho -.

- Descuida – dijo ella, preocupada por el estado de nervios que evidenciaba el joyero.

Al rato de estar esperando a Fendomë, la doncella empezó a curiosear por el estudio. Los papeles sobre la mesa eran todo relaciones de precios, proveedores, y otras tantas cosas semejantes. Las paredes estaban cubiertas por cientos de archivadores con más registros comerciales.

Mírwen se asomó a la ventana, aburrida. Desde allí alcanzaba a ver el reloj solar instalado en la plaza central del Mírdaithrond, llevaba una hora aguardando a su amigo aunque a ella le parecía que habían transcurrido días.

- Moriré de hastío antes que Fendomë regrese – masculló mientras su mirada recorría la estancia.

Reparó entonces en un estuche negro. Le había pasado desapercibido hasta el momento por estar medio tapado por un montón de pergaminos. Lo cogió y frunció el ceño al ver la cerradura.

- Los hechizos de apertura son muy sencillos, hasta yo conozco algunos que abrirían esto, el problema es que si está protegido por un sortilegio podría hacerme daño -.

Después de pensárselo unos minutos decidió arriesgarse. Las palabras arcanas resonaron y el poder incidió en el estuche sin que se apreciara ningún cambio.

- Soy idiota – se recriminó Mírwen – No estaba cerrado -.

Al levantar la tapa se encontró con una hermosa pieza de joyería, las esmeraldas y los diamantes se combinaban sobre mithril para formar un collar que simulaba una enredadera con pequeñas hojas de vid. También había unos pendientes a juego.

Sin poder evitarlo sacó las joyas y se las probó. Echó en falta un espejo para ver el efecto.

- Así que encontraste el estuche -.

Mírwen enrojeció abochornada al ver a Fendomë.

- Lo siento, no debí cogerlo – se disculpó quitándose el collar.

- Es tuyo -.

- ¿Qué? -.

- Es un regalo por soportarme – una media sonrisa acudió a sus labios – He estado intentando crear una joya que fuese digna de un pequeño recuerdo, diamante y esmeralda,
lagrimas en tus ojos verdes, y éste es el resultado, espero que perdones la demora -.
- ... -.

Por primera vez en su vida Mírwen se quedó sin palabras. Un regalo, Fendomë había creado esas joyas expresamente para ella.

El señor herrero se aproximó, extrañado por el silencio de la habitualmente espontánea doncella.

- ¿Y bien?, ¿te gusta? – interrogó él.

- Es lo más bonito que me han regalado nunca, gracias – sonrió Mírwen, radiante - ¿Me queda bien?, no hay espejos y no he podido verme -.

- Sí, te queda perfecto -.

- ¿Sólo eso? -.

Ladeó su morena cabeza, transformando su sonrisa en un adorable mohín.

- Te ves muy hermosa – concedió Fendomë, aún cuando su corazón deseaba decir mucho más.

- ¿Cómo de hermosa? -.

- Lo suficiente para... -.

- ¿Sí? – Mírwen redujo la escasa distancia que les separaba.

Fendomë no podía dejar de mirarla, su sola presencia bastaba para embriagarle más poderosamente que cualquier vino. Su mente se nublaba, su cordura se esfumaba y un auténtico desconocido era quién tomaba el control de sus actos, como el momento en que levantó el brazo y su mano se deslizó entre las negras hebras de aquel sedoso cabello.

Ella se dejó arrastrar por la suave caricia, perdida en la mirada azul grisácea del elda; allí alcanzaba a entrever aquello que Fendomë jamás pronunciaría en voz alta. Aquellos ojos fueron lo último que vio antes de sentir el roce de unos labios sobre los suyos. Instintivamente se acercó al herrero y él rodeó su cintura, haciendo más firme el beso.

Los brazos de Mírwen se cerraron en torno al cuello de Fendomë. Él cedió al calor y sensualidad del cuerpo femenino pegado al suyo, el resto del mundo fuera de aquella habitación había dejado de existir.

Fue ella la primera en recordar donde estaban y que alguien podía aparecer para reclamar al maestro artesano. A regañadientes, se apartó del elda; el semblante de Fendomë mostró una mezcla de disgustada sorpresa, deseo y remordimiento, nunca le había visto tan expresivo.

- No es el lugar apropiado, podría venir alguien – explicó Mírwen.

- Cierto – asintió él.

- ¿Querrías pasear luego conmigo? -.

- Será un honor – sonrió Fendomë y acompañó sus palabras con una somera reverencia – Pasaré por vuestra casa a recogeros -.

La doncella noldorin le devolvió el gesto y añadió un ligero beso antes de abandonar la habitación.



- Que lleguen lo antes posible, confiamos plenamente en ti -.

- Se hará como deseáis -.

Lindir guardó las cartas en su morral, se inclinó ante la reina y se encaminó a los establos. Galadriel le observó desde la entrada de su casa hasta que desapareció dentro del ortan; fue entonces cuando reparó en la llegada de Fendomë y Aegnor, ambos traían sendas expresiones de preocupación y una oscura premonición asaltó a la dama.

- Aiya amigos míos -.

- Tarinya, ¿podemos hablar? – preguntó el Mantenedor de los Fuegos.

- Pasad adentro, ¿qué puedo hacer por vosotros? -.

- Celebrimbor está fuera de control – Fendomë nunca había sido amigo de andar con rodeos – Le ha arrebatado las competencias principales al Consejo del Gwaith-i-Mírdain y las ha asumido él, ha duplicado el número de maestros y aprendices, y Annatar se ha convertido en su único consejero -.

- Sabía que esto sucedería tarde o temprano – Galadriel miró a los señores herreros – ¿Os ha hablado Celebrimbor de algo llamado Anillos de Poder? -.
- Es el proyecto en que trabaja conjuntamente con Annatar – confirmó Aegnor – Tienen monopolizado el horno de gemas desde hace semanas -.

- Es peor que eso Aegnor, he visto los dibujos y notas en relación a esos Anillos y hasta ahora sólo ha estado construyendo baratijas, nada en comparación a lo que está creando en estos momentos – sacó unos pergaminos del bolsillo de su túnica – Se las quité a Annatar en un descuido, hay notas del maia y de Celebrimbor, mirad -.

Galadriel y Aegnor se inclinaron sobre los papeles mientras Fendomë les explicaba lo que había descifrado de aquellas inscripciones, era bien sabido que cada maestro artesano tenía su particular forma de escritura críptica y abreviada para los diseños.

- Dieciséis Anillos, subdivididos en un grupo de nueve y otro de siete, todos ellos hacen invisible a su portador – señaló con el dedo unas runas extrañas – Nueve Anillos que conceden poder sobre otros seres de tu raza, son Anillos de fuerza y control, otorgan el poder en bruto, tanto mágico como físico – deslizó el dedo a otras runas – Siete Anillos que conceden el dominio sobre los dones de Endor, el poder de encontrar y trabajar los metales, gemas y rocas, también otorgan resistencia física y aumentan la capacidad innata de liderazgo -.

- Da escalofríos – comentó Aegnor.

- ¿Y estas runas?, ¿las reconoces? – preguntó Galadriel, extrañada por unas anotaciones diferentes en otra hoja.

- Sí, son tengwar pero no tienen ningún sentido, suena como ese sucedáneo de idioma que utilizan los orcos -.

- Léelo – le pidió ella.

- Ash nazg dur... dur... ¡demonios! – se concentró y revisó las letras – durbatulûk, eso, ash nazg durbatulûk -.

- Fendomë, eso no es un galimatías, es Lengua Negra, el idioma de los orcos y criaturas de Morgoth – dijo la reina.

- Es la letra de Annatar – apuntó Aegnor con un gruñido - ¿Sabéis traducirlo, Ninquenís? -.

- No, aunque conozco algunas palabras, de esta frase sólo sé que “ash” significa “uno” – sus ojos azules relampaguearon – Mantened vigilado a Annatar, me temo que le he subestimado -.

Cuando los señores herreros se marcharon, Galadriel salió a su jardín y contempló las tierras que se extendían en la distancia.

- Un maia que utiliza la Lengua Negra, un maia de Aulë caído en desgracia... ¿quién eres realmente, Señor de los Dones? -.



N. de A.: Aquí tenéis la traducción al canto de Celebrían:

Los caminos se han ahogado en sombras

Y la oscuridad se extiende

Ah! Yo deseo...

Desde la oscuridad yo entiendo la noche

En el fluir de los sueños, una estrella brilla

Ah! Yo deseo....

Mira! Una estrella se alza fuera de la oscuridad

La canción de la estrella me encanta corazón

Ah! yo deseo...

Bajo las bóvedas azules de Varda

Donde las estrellas tiemblan

Ah! Yo deseo tu amor.



La segunda y tercera estrofas son la canción "Ai Aníron" que se escucha en la Banda Sonora del SdlA en el track del Concilio de Elrond. La primera y cuarta estrofas pertenecen al "Lamento de Galadriel en Lórien". Aunque en ambos casos he hecho algunas modificaciones.

Tenna rato!!!!


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