Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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25. La Rebelión de los Noldor




El golpe del martillo resultaba ominoso en la vacía estancia. Celebrimbor, a solas con su mente y corazón, trabajaba en el Mírdaithrond mientras el resto de sus hermanos herreros habían ido a disfrutar del Solsticio de Verano.

El agotamiento le hizo fallar y arrojó encolerizado las tenazas, martillo y demás contra la pared. Las llamas mágicas del horno se reflejaban en sus ojos, dándole un aire enloquecido a sus rígidos rasgos.

Oculto en la oscuridad, alguien sonreía. El príncipe noldo había caído completamente bajo su control, creía todo aquello que susurraba en su oído y le serviría fielmente; quizás había juzgado mal a los elfos, ya no parecían tan difíciles de manipular, ni siquiera esa hechicera blanca, Galadriel.

- ¿No vais a disfrutar de la fiesta? – interrogó Annatar saliendo de las sombras.

- No – gruñó Celebrimbor – Hay trabajo pendiente y no me interesa perder el tiempo, márchate -.

- Puedo ayudarte si lo deseas -.

- Me has ayudado de sobra, Annatar – el señor herrero sonrió, la astucia destellando clara y vibrante en sus ojos – Recuerda quien manda aquí maia, ansías el poder sobre el Mírdaithrond y, creo posible, también el de Eregion; sin embargo ambos son míos, una vez consiga que Galadriel renuncie al trono -.

- Tendrás que matarla para arrebatarle la corona – opinó Annatar, ciertamente molesto.

- Nada más lejos, ella me la entregará sin luchar – la sonrisa se tornó luminosa – Sé como piensa y hará cualquier cosa por evitar un enfrentamiento entre elfos, en cuanto mi gente se rebele Galadriel capitulará al momento; siento decirte que careces de cualquier sutileza, amigo mío -.

- Vuestra inteligencia sigue siendo sorprendente – el maia se inclinó – Ahora volveré a la fiesta y os dejaré a solas con vuestras obras -.

- Me parece una excelente idea -.

El martillo retomó su labor golpeando un metal tan candente como la ira del Señor de los Dones.



Galadriel permanecía en silencio, observando y escuchando a sus amigos. La cena de ese Solsticio le estaba resultando triste y patética; Eirien y Thranduil, Elrond, Glorfindel, Celebrimbor y tantos otros más amigos no se encontraban allí y eso la tenía muy deprimida. Sobre la hierba cenaban sólo Fendomë, Mírwen, Aegnor, Súlima, Celeborn, Celebrían y ella.

- Ninquenís, se os ve especialmente melancólica hoy – dijo Súlima.

- Echo en falta a buenos amigos esta noche, disculpadme – sonrió apenas y sintió la mano de Celeborn sobre la suya, confortándola.

- Todos los echamos de menos, pero no podemos evitar que sus responsabilidades les requieran – replicó Fendomë.

- Amil, ¿qué os parece si hablo con Carnil y traigo un buen vino para brindar por aquellos que no están presentes? – se ofreció Celebrían.

- Una magnifica idea, ve por él -.

La joven se alejó a la carrera, esquivando ágilmente a los grupos de elfos que cenaban en la pradera.

- Tenéis una hija maravillosa – elogió Súlima – A veces me recuerda a Elwing, tiene el mismo carácter dulce y risueño -.

- Celebrían es mucho más inquieta que Elwing – sonrió Celeborn – Aunque es cierto que la edad parece estar suavizando ese aspecto -.

- Aún es joven, sólo tiene dieciocho años, dejad que la muchacha se divierta, ya tendrá tiempo para mostrarse circunspecta – intervino Aegnor.

Galadriel volvió a abstraerse de la conversación. Su melancolía no se debía exclusivamente a la ausencia de sus amigos, otras preocupaciones aguijoneaban su mente. Ese Solsticio era el primero al que Celebrimbor se había negado a asistir, encerrado en el Mírdaithrond trabajaba incansablemente en esos Anillos de Poder; y ella intuía que, de alguna forma, los Anillos estaban relacionados con el ocaso de Eregion. Otro problema era aquel que sugiriera el proyecto de los Anillos, Annatar, ¿quién era?, para cuando consiguiera romper la ilusión que rodeaba al maia sería demasiado tarde.

Los ojos de zafiro contemplaron su entorno. La pradera adornada con guirnaldas de flores y farolillos, llena de elfos riendo y cantando, compartiendo su alegría con su familia y amigos. La ciudad, un gigantesco navío hecho de mármol flotando sobre las aguas del lago resplandeciente como nácar a la luz de la luna. Era un mundo idílico, su mundo, su sueño, su hogar; sin embargo estaba a punto de perderlo todo, sin poder evitarlo, como agua que se escapa entre los dedos.
Recordó sus conversaciones con Melian. Su maestra le explicó el sufrimiento que acarreaba el don que poseía, el ver los acontecimientos antes que sucedan y no poder hacer nada para evitar las catástrofes; Galadriel sabía, desde que era una joven princesa, que su destino en la Tierra Media era perder todo lo que amase, y Eregion era algo que resultaba muy caro a su corazón. Y eso no sería lo peor, tendría que contemplar como morían amigos a los que quería como si fuesen su familia; era perfectamente consciente que la caída de Eregion vendría acompañada de guerras y un cataclismo, pero las visiones eran tan confusas que no conseguía dilucidar los detalles que la ayudarían a ponerle un mínimo remedio.

Sintió un escalofrío.

- ¡Amil, mira a quien he encontrado! -.

La cristalina voz de Celebrían devolvió a Galadriel a la realidad. La muchacha traía de la mano a Elrond, el medioelfo presentaba el aspecto de quien se ha enfrentado a un grupo de gatos rabiosos.

- Mae govannen, ¿qué os ha sucedido? – preguntó Mírwen.

- Digamos que conseguir una botella de Carnil es más difícil que enfrentarse a un dragón que no ha cenado – resumió Elrond – Encontré a Celebrían intentando abrirse paso entre la muchedumbre y me pidió ayuda para coger el vino -.

Después de intercambiar saludos, informaron a Elrond de los últimos sucesos acaecidos en Eregion mientras cenaban.

- Así que abandonaréis el reino para evitar una guerra inútil – concluyó el medioelfo - ¿Habéis avisado a Gil-galad? -.

- Sí, y también a Thranduil, a Durin, a Númenor y sus protectorados en Eriador y Gondor – confirmó Galadriel – No quisiera que sufrieran a causa de los desatinos que en un futuro puedan causar Celebrimbor o Annatar -.

- En Lindon no requieren mi presencia de manera urgente, si no os molesta me gustaría permanecer junto a vosotros hasta que partáis de Ost-in-Edhil – solicitó Elrond – Puedo servios de gran ayuda -.

- Aceptaré gustosa, será un honor tenerte entre nosotros amigo mío -.

Celebrían sonrió feliz. Su madre no se había mostrado tan entusiasta desde hacía meses, a raíz de enterarse de la forja de esos Anillos de Poder.



A la mañana siguiente Ost-in-Edhil permanecía como adormilada. La fiesta del Solsticio duraba hasta el alba, entonces era cuando cada cual volvía a su casa para descansar y la ciudad se sumía en un letargo pasajero hasta la tarde.

Galadriel bajó las escaleras despacio, no quería despertar a nadie en la casa. Por eso se sorprendió al encontrar una figura sentada en la penumbra del salón.

- ¿Elrond? -.

- Aiya Dama Galadriel –.

- ¿Qué haces aquí?, creí que te encontrarías cansado del viaje y la fiesta -.

- He dormido un par de horas – respondió levantándose - ¿Y qué hacéis despierta?, si hay alguien que necesita descansar sois vos -.

- Bajé a por agua... siento tu inquietud Elrond, ¿te preocupa algo? -.

- No se os puede ocultar nada, ¿verdad? – interrogó él, afable – Por fin visité el mausoleo donde reposan los restos de mi hermano, han transcurrido tantos siglos desde su muerte que los numenoreanos le recuerdan como una leyenda -.

- Me alegro, era algo a lo que debías enfrentarte – aseveró la dama – Elros eligió su camino igual que tú elegiste el tuyo, aunque sé que nunca es fácil despedirse de aquellos que amamos -.

- Saber que estaré separado de él hasta el Fin de Eä... – suspiró Elrond, entonces se llevó una mano al cuello y se quitó un colgante que había permanecido oculto bajo la túnica azul – Esto es vuestro -.

Galadriel cogió la fina cadena dorada y dio un respingo al reconocer la joya que colgaba de ella, un anillo con dos serpientes entrecruzadas, una de ellas con una corona de flores. El anillo que Finrod entregó a Barahir.

- Lo tenían en el palacio, abandonado una vez se olvidó su significado – explicó el medioelfo.

- No puedo aceptarlo – la dama se lo devolvió – Este anillo ha pasado por Barahir, Beren, Dior, Elwing, Elros y ahora te corresponde a ti llevarlo, más adelante puede que otro sea digno de recibir este regalo -.

- Sea como deseáis - Elrond volvió a ponerse el colgante – Aunque no luciré este anillo, fue entregado por un príncipe elfo a un príncipe humano, sólo alguien de la Casa Real de Númenor volverá a llevarlo -.

- Es el mismo presentimiento que he tenido al rozar el anillo – asintió Galadriel – El mortal que reciba este regalo será heredero de Númenor, pero en él también resurgirá la fuerza de la Casa de Bëor y del más valiente de sus herederos, Beren Erchamion -.

- Vuestros augurios siempre son acertados, me encargaré que el Anillo de Barahir llegue a manos de la persona adecuada -.

- Todo a su tiempo, mi querido amigo – la reina sonrió – Ahora ve a descansar, esta noche se presentará difícil -.

- ¿Difícil? -.

- Ilyë tier undulávë lumbulë ar caita mornië – fue la enigmática respuesta de Galadriel antes de entrar en la cocina. (Todos los caminos se han ahogado en sombras y la oscuridad se extiende)
El joven príncipe decidió obedecer a la dama e ir a su habitación. Enarcó una ceja al ver una vaporosa presencia que huía del rellano de la escalera. Subió de dos en dos los escalones y alcanzó a ver desaparecer un retazo de túnica en la habitación de Celebrían; sonrió, esa muchacha conservaba trazas de la traviesa niña que le perseguía a todas horas para que le contase antiguas leyendas. Mas sólo eran eso, reminiscencias, ahora Celebrían era una encantadora joven. Aún se sentía confuso tras el brusco encuentro con ella frente al tenderete de Carnil; su cabeza plateada coronada por una intrincada guirnalda de flores que rivalizaban en color con el turquesa del sencillo vestido, radiantes ojos como las aguamarinas que tallaban los mírdain y esa expresión de júbilo al reconocerle en un rostro que había heredado la excelsa belleza de su madre.

Se echó sobre la cama. Retazos de sol se filtraban por los laterales de las cortinas iluminando el cuadro que adornaba una de las paredes, una ciudad en ruinas invadida por la naturaleza. Escuchó el sonido de la puerta de la habitación de los reyes al cerrarse, Galadriel podía ser silenciosa como la brisa pero la madera no.

Algo sucedería al caer la noche... caita mornië...



- Es una sublevación en toda regla – afirmó Rasadan.

El grupo de fieles a los reyes de Eregion se había congregado en su casa nada más conocer la insurrección de una gran facción de los noldor. Exigían que Galadriel abdicara, de lo contrario la derrocarían por la fuerza.

- ¿Qué ha pasado con los edain y naugrim? – interrogó Galadriel.

- Se les ha invitado a permanecer fuera de las murallas hasta que zanjemos el problema -.

- Bien, me disgustaría mucho si viese a este conflicto afectando a personas que no tienen nada que ver -.

Fendomë frunció el ceño al ver la multitud congregada más allá de los jardines de la mansión.

- Ninquenís, será mejor que decidas que vas a hacer antes que pasen de las palabras a los hechos -.

- Abdicaré – replicó ella, sin alterarse lo más mínimo.

Celeborn sintió a su hija estremecerse junto a él. La rodeó con un brazo, procurando reconfortarla.

- Muchos elfos te apoyan, casi igualan a los seguidores de Celebrimbor, si a eso añadimos tu poder podríamos vencerles – saltó Aegnor.

- Moriría mucha gente y el odio se asentaría entre los habitantes de Ost-in-Edhil – los ojos de la dama relampaguearon – Jamás conduciré a mi Pueblo a una guerra interna, prefiero morir yo misma antes que volver a ver un elfo quitándole la vida a otro -.

- Entiendo, mis disculpas -.

- Deberíamos convocar una reunión en la Sala del Consejo – propuso Celeborn – Allí podremos entregarle el reino a Celebrimbor sin que haya derramamiento de sangre -.

- Nosotros informaremos a Celebrimbor – Fendomë se ofreció junto a Aegnor.

Galadriel vio como Mírwen le suplicaba a su prometido que tuviese cuidado. Ella sentía tanto miedo como la doncella, miedo a cometer un error y causar la muerte de alguno de los presentes.

- Los demás os esperaremos en la Sala del Consejo, a Rasadan le será más fácil organizar una defensa en ese lugar – decidió – Nai Elbereth varyuva len -.

- Omentuvalmë mí Sambë Ingólo -. (Nos encontraremos en la Sala del Consejo).

Los guardias de Rasadan escoltaron a la Familia Real y a sus escasos compañeros a través de la muchedumbre. La tensión se respiraba en el ambiente hasta el punto de poner los pelos de punta.

- ¿A esto os referíais con una noche difícil? – inquirió Elrond, caminando tras Galadriel y Celeborn.

- Intuí que algo grave sucedería esta noche pero no imaginaba algo así – replicó la dama – Es posible que la situación empeore antes de acabar, ¿te resultaría un inconveniente cuidar de mi hija hasta entonces? -.

- Celebrían estará a salvo, os lo prometo -.

- Hantalë -. (Gracias).

Celebrían caminaba entre Mírwen y Súlima, se veía muy pálida debido al miedo.

- No entiendo por qué hacen esto – sollozó – Mis padres son buenos gobernantes, nunca han cometido ninguna injusticia, ¿por qué nos odian? -.

- Por culpa de Annatar – fue la replica de Orrerë, el aspecto del mírdain no era mucho mejor que el de la princesa, su extrema palidez resaltada por la túnica negra de aprendiz – No os angustiéis aranel, vuestra madre no permitirá que suceda nada malo -. (princesa)

- Roguemos a Elbereth por que así sea – añadió Fanari.

Rasadan ordenó abrir las puertas del gran edificio del Consejo y que las atrancaran en cuanto pasara la comitiva. Hasta que Celebrimbor no acudiera no volverían a abrirse.

Galadriel se sentó en el sencillo trono. Todos los presentes admiraron su entereza y frialdad ante el grave trance al que se enfrentaba. En su fuero interno ella sabía que más que nunca necesitaba la fuerza, determinación y valor de Nerwen, no podía permitirse la dulzura y comprensión de Artanis.

- Manteneos al margen, que nadie intervenga, esto es un asunto que debemos zanjar Celebrimbor y yo – solicitó, impasible.

- Permaneceremos a tu lado – Celeborn besó la mano de su esposa y ocupó el trono colindante.

Los demás se colocaron en semicírculo tras los monarcas, aguardando la llegada de los mírdain. Elrond reparó entonces en la ausencia de Celebrían.

- Mírwen, ¿dónde está la princesa? -.

- En la salita, tras aquella puerta oculta por la cortina – señaló la doncella – No soporta esta situación, es demasiado joven y no creo que estuviese preparada para ver como su mundo se viene abajo -.

- Iré a hablar con ella, ve a buscarme en cuanto llegue Celebrimbor -.

El medioelfo llamó suavemente a la puerta.

- ¿Aranel Celebrían? -
.
- ¿Qué? -.

- Puedo pasar -.

- Dejadme sola caballero Elrond, no deseo asistir a la abdicación de mis padres -.

Él abrió despacio la puerta. La muchacha estaba sentada en una silla junto a uno de los grandes ventanales. La luz de la luna hacía resplandecer sus cabellos argenteos y los bordados plateados de su vestido celeste.

- ¿Celebrían? -.

- Vete, por favor – musitó ella, al tiempo que bajaba la cabeza para que el pelo le ocultase el rostro.

- No puedo hacer lo que me pides, le he prometido a tu madre que cuidaría de ti y pienso cumplirlo -.

Atravesó la habitación y se paró junto a la chiquilla. Para los cánones élficos Celebrían seguía siendo una niña a sus dieciocho años y se comportaba como tal, asustada ante lo que estaba sucediendo.

- Aquí estoy bien, ve a ayudar a mis padres, les serás más útil que a mí -.

- Sé que tienes miedo, todos lo tenemos – continuó Elrond, haciendo caso omiso de sus palabras – Pero eres la princesa, tu deber es estar junto a tus padres en un momento como éste; no le va a ocurrir nada malo a la gente que quieres, Galadriel jamás lo permitiría -.

- ¡No podrá impedirlo! – los translucidos ojos de Celebrían estaban anegados por las lágrimas – Mi madre ve el futuro e intenta ayudar a los demás gracias a ese conocimiento, pero siempre fracasa, siempre -.

- No entiendo -.

- Un día la escuché hablando con mi padre, decía que desde hacía siglos intentaba cambiar el futuro sin conseguirlo, la ruina de Doriath y el asalto a los Puertos de Sirion, ella sabía que sucederían y no pudo evitarlo, no pudo aunque es la más poderosa de todos los elfos que caminan sobre Endor -.

- Celebrían, nadie puede cambiar el destino, ni siquiera los Valar tienen un control absoluto sobre Eä – repuso el medioelfo – Tu madre nos sacará a todos sanos y salvos de Ost-in-Edhil y nos llevará al refugio que ha preparado hace años -.

- Lórinand -.

- ¿Volverás conmigo al Salón? -.

La muchacha se limpió las lagrimas y cogió de la mano a Elrond. Un férreo gesto de determinación se asentó en su rostro y por un instante la hizo idéntica a su madre.

Las trompetas anunciaron la llegada del Señor Supremo del Mírdaithrond.



Celebrimbor entró en la Sala del Consejo con una expresión altiva; la túnica blanca y plata ondeando violentamente por los largos y firmes pasos del maestro herrero al acercarse a los tronos. Le seguía el Consejo del Gwaith-i-Mírdain al completo, empezando por Fendomë y Aegnor, además de la luminosa y siniestra presencia de Annatar.

Las manos de Orrerë se crisparon al ver a Finculin junto al maia. La túnica que portaba ahora era de un color semejante al del mercurio, la correspondiente a un Alto Joyero, y su rostro era una mascara de orgullo y desdén. Fanari apartó la mirada, apesadumbrada.

Galadriel y Celeborn se incorporaron para recibir a los recién llegados. Si alguna vez la Dama Blanca pareció poderosa no fue nada comparado con ese momento, una simple mirada bastó para doblegar a todos los arrogantes mírdain y que éstos inclinaran la cabeza a modo de respetuoso saludo. Sólo Annatar permaneció inamovible, el fuego de la ira ardiendo en sus ojos ante la autoridad que emanaba la reina.

Galadriel contempló a Celebrimbor con una emoción muy cercana al miedo. Las mágicas luces de la Sala y los rayos de la luna jugaron con los rasgos del maestro herrero. La dama tenía la sensación de encontrarse nuevamente en Valinor, una tarde en que Finarfin llevó a sus hijos a ver al abuelo Finwë cuando ella tenía diez años; alguien había entrado en el salón de forma idéntica a Celebrimbor, con los mismos ojos brillantes como el filo de una espada y la misma expresión de orgullo, desafío y melancolía... Fëanor.

- Isil kaluva tielyanna, Ninquenís – saludó Celebrimbor. (Que la luna ilumine tu camino).

- Haz tu petición, Señor del Mírdaithrond – replicó la dama, erguida y luminosa como una estrella, su belleza jamás le resultó tan dolorosa a Celebrimbor como en ese instante.

- Los Noldor consideramos que no estáis capacitada para seguir gobernándonos, Ninquenís – las palabras se atravesaban en su garganta, asfixiándole, mas prosiguió hablando – Debéis renunciar al trono si no queréis encontraros con una guerra en Eregion -.

- Con dos condiciones -.

- Exponedlas -.

- Todo aquel que lo deseé podrá acompañarme en mi exilio y se llevará sus posesiones con él o ella – la voz de la dama fluía clara y vibrante al contrario que la de su adversario – Sé que habrá elfos que me son fieles pero que no podrán seguirme en mi destierro, exijo que jures solemnemente que nadie les deparará mal alguno y que, si llegasen a verse amenazados, les protegeríais -.

- Os juro por Elbereth Elentári que cuidaré de aquellos que os son fieles y permanezcan en Eregion – se comprometió el señor herrero, que sintió como esa promesa aligeraba un tanto el dolor de su corazón.

- Me alegra oírlo -.

Galadriel se llevó la mano a la cabeza y se quitó la sencilla diadema plateada, una corona de mithril que ceñía los cabellos dorados como entrelazados tallos de enredadera. Despacio, bajó los escalones de la tribuna y se detuvo ante Celebrimbor. El señor herrero la observó sobrecogido por su belleza, su valor y su poder.

- Ten cuidado, Fëanaryon – fue la advertencia que resonó en su mente cuando la dama colocó la corona sobre sus negros cabellos – Rogaré a Elbereth por ti -. (Heredero de Fëanor).

- Merin sa haryalye alassë – replicó Celebrimbor de igual forma. (Deseo que seáis feliz)

- Aiya, aran meletyalda Celebrimbor – proclamó Galadriel – Mis amigos y yo partiremos en un par de días, haced que los pregoneros avisen a vuestros súbditos de lo acontecido entre estos muros -.

Celeborn se reunió con su dama. Tomados de la mano abandonaron la Sala del Consejo, seguidos por los demás.

Celebrimbor se hizo a un lado para permitirles marcharse y otro tanto hicieron los mírdain. Al pasar junto al nuevo rey, Celebrían clavó sus límpidos ojos en él.

- ¿Por qué? – preguntó la princesa, antes que Elrond la instase a salir de allí.

El señor herrero sintió un frío paralizador en su interior.

“¿Por qué?”.

Miró a Annatar, el maia estaba visiblemente satisfecho.

“¿Por qué?”.

Miró a Finculin y a los otros mírdain, fue incapaz de reconocer a los viejos amigos que conoció en Nargothrond.

“¿Por qué?”.

Miró a las puertas. Fendomë aún permanecía allí. Amigo y hermano. Pero en sus ojos había desaparecido cualquier rastro de admiración o cariño, sólo quedaba un vacío lleno de decepción.

En un arrebato que rayaba con la locura, Celebrimbor se arrancó la corona y la estrelló contra el suelo de mármol.



Durante los días siguientes Galadriel y Celeborn se vieron sometidos a un ritmo frenético. Una inmensa hueste de elfos seguiría a su reina más allá de las montañas, demasiados como para cruzar el Cirith Caradhras sin que surgieran problemas, además muchos eran niños.

- Kazad-dûm -.
Galadriel miró sorprendida a su esposo.

- La carretera que atraviesa las Montañas Nubladas es la mejor opción – explicó Celeborn – Durin te recibirá encantado -.

- ¿Hablas en serio? – inquirió ella, sonriente.

- Sí -.

La dama presintió que las palabras de su marido ocultaban algo. Frunció el ceño y cruzó sus brazos. Él no pudo evitar que una sonrisa asomara a sus labios.

- Yo no te acompañaré – contestó a la pregunta no formulada.

- No te dejaré en Eregion y mucho menos tal y como están las cosas -.

- Me trasladaré a Telpëmár, desde allí podré ayudar a los fieles que queden en el reino -.

- Ni hablar, ¡vendrás conmigo! -.

La sonrisa de Celeborn se amplió. Hacía muchísimo tiempo que Galadriel no perdía los estribos de semejante manera.

- No pasaré por Kazad-dûm y lo sabes -.

- Sinda cabezota, si es necesario te llevaré a rastras hasta Lórinand -.

- Me quedo en Eregion – reiteró con voz suave – Mucha de nuestra gente permanecerá aquí y quisiera protegerlos de las intrigas de Annatar, si surge algún problema realmente grave puedo ir al Norte y cruzar por Cirith Caradhras o por el Paso que lleva a Bosqueverde y bajar luego al Sur -.

- De acuerdo, quédate – cedió Galadriel, visiblemente descontenta y preocupada.

- Amil, atto -.

Celebrían entró en el saloncito con una expresión desesperada.

- ¿Qué problema tienes, selda? -. (niña)

- No puedo seguir así, tengo la sensación que apenas voy a poder llevarme nada a Lórinand – su rostro se contrajo en el peculiar mohín que siempre ponía cuando algo la disgustaba – Voy a tener que dejar casi todos mis vestidos y adornos -.

- No puedes llevarte la casa al completo – sonrió su madre – Escoge aquello de lo que seas incapaz de separarte, lo demás habrás de olvidarlo -.

- ¡No puedo separarme de nada! – protestó en una actitud nada madura – Encima Elrond está desmontando la mitad de mi equipaje, cree que sabe lo que necesito y lo que no -.

- El caballero Elrond ha vivido en unos cuatro lugares desde que nació, sabe lo que es indispensable – replicó Galadriel.

- Atto – Celebrían miró a su padre, suplicante.

- Haz caso a tu madre y apresúrate, os marcháis en cuatro horas -.

La muchacha soltó un juramento y subió a su habitación para seguir peleándose con el medioelfo.

- Cuando se pone así me recuerda a ti el día que llegaste a Doriath – comentó Celeborn.

- Caprichosa, desobediente y mandona... aún me pregunto como tantos príncipes podían interesarse en mí con semejante comportamiento -.

- Eras y eres muy hermosa – sonrió él.

- Gracias – replicó Galadriel, mordaz.

Uno de los criados silvanos hizo pasar a una visita, Fendomë y Mírwen.

- Aiya, veníamos a despedirnos – dijo la noldo.

- Supuse que os quedaríais – suspiró la Dama Blanca.

- No puedo abandonar a Celebrimbor y Mírwen no quiere dejarme a mí – explicó el maestro herrero – No obstante Aegnor, Súlima, Orrerë y Fanari os acompañarán, también unos quince mírdain más que te serán de gran ayuda en Lórinand -.

- Thalos ha decidido quedarse, me ha pedido que te comunique que él se encargará de cuidar a Valglin aunque no cree que viva mucho más, hace días que no consigue hacerle comer – Mírwen se veía realmente triste – Os echaré de menos, tarinya -.

- Ya no soy la reina -.

- Siempre seréis nuestra reina – afirmó la pizpireta elfa.

Galadriel sonrió, conmovida profundamente por las palabras de su antigua doncella. Ahora entendía la verdadera realidad de su don, esa innata preocupación por los demás y su necesidad de hacerles felices a toda costa.

Durante las horas que aún les quedaban Galadriel conversó con sus amigos, todos aquellos que pasaron por su casa a despedirse. Muchos se sorprendieron al enterarse de la decisión de Celeborn de permanecer en el reino, sabían lo doloroso que debía resultarle separarse de su dama pero entendían por qué lo hacía.

Llegado el momento de la partida, Galadriel con su familia se encaminó a las cuadras. La explanada frente a Ost-in-Edhil bullía de actividad, carros y caballos eran puestos a punto, los elfos iban y venían con los últimos paquetes y se despedían de aquellos amigos y parientes que dejaban atrás.

La Dama Blanca dio un último beso a su esposo y montó en Alqua. Celebrían se permitió dar rienda suelta al llanto subida en su bonito Thintin, un rebelde caballo gris, mientras agitaba la mano para despedirse de su padre y de Elrond. Ellos también se marchaban, pero su destino era Telpëmár.

Galadriel cabalgó hasta ponerse al frente de la comitiva. Pronto la rodearon viejos amigos que eligieron el exilio por el amor que la profesaban.

Altiva y espléndida, la dama eldarin aguardó a que toda su hueste estuviese preparada. Aprovechó para mirar por última vez su amada ciudad iluminada por el sol de atardecer. El mármol de las murallas debería haber resplandecido con un cálido tono ámbar, sin embargo la luz tiñó de rojo la piedra.

- Sí Tintallë Varda Oiolossëo, ve fanyar máryat Elentári ortanë, ar ilyë tier undulávë lumbulë, ar sindanóriello caita mornië... sí vanwa ná... namárië... namárië... -.(Ahora la Iluminadora, Varda, la Reina de las Estrellas, desde el Monte Siempre Blanco ha elevado sus manos como nubes, y todos los caminos se han ahogado en sombras, y la oscuridad que ha venido de un país gris se extiende... ahora se ha perdido... adiós... adiós...)

Celebrían fue la única que escuchó el canto apenas susurrado de su madre. Ella también presentía que grandes desgracias caerían sobre Ost-in-Edhil y sobre los Eldar.

Galadriel levantó la mano y dio la orden de avanzar. Cientos de elfos se pusieron en marcha.

Desde las murallas del Jardín Occidental, una solitaria figura contempló la partida de los exiliados. Cabello negro y túnica nívea. Una ráfaga de viento deshilachó las palabras que escaparon de sus labios.

- Namárië, aranel vanima Galadriel!, antanenyë men melmë ar alassë, ar renuvanyen oialë -. (Adiós, hermosa princesa Galadriel!, me diste amor y alegría, y lo recordaré para siempre).


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