Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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5. Rumores y encuentros



Después de terminar las clases diarias con Melian, a Galadriel le gustaba distraerse practicando un rato con el arco. Ese día lo necesitaba más que nunca. Habitualmente le hablaba a la reina de su vida en Tirion, compartiendo recuerdos del hogar que ambas tuvieron que dejar atrás por diferentes motivos; sin embargo nunca iba más allá de la destrucción de los Árboles y Melian le había interrogado sobre ese particular. Galadriel le confesó finalmente el verdadero motivo que había llevado a los Noldor a Endor, la venganza por la muerte de Finwë y recuperar los Silmarils robados. Eso sí, ocultó lo sucedido en Aqualondë, la Maldición de Mandos y la quema de los barcos en Losgar, aunque no pudo evitar que Melian intuyera que algún mal pesaba sobre los Noldor.

Poco después, gracias a Phaire, Galadriel se enteró de los rumores que circulaban por Beleriand y que habían conseguido entrar en Doriath; acusaciones contra los Noldor, no del todo falsas. El problema radicaba en la inquietud que estaban provocando esas habladurías entre los Sindar, si no conociera a Thingol ya habría empezado a hacer la maleta pensando en su expulsión inmediata del reino.

Interrumpió sus disquisiciones al llegar al campo de tiro. Veintitantos elfos se encontraban allí ejercitándose, sin duda miembros del ejército regular por la ropa que vestían. Galadriel saludó al capitán Mablung levantando el arco.

- Aiya, princesa – dijo él - ¿Os unís a nosotros? -.

- Con una condición, nada de cortejo, no me siento con el humor necesario como para resistirme a usaros a alguno como diana -.

- ¿Un mal día? -.

- Pésimo -.

- Entonces os dejo, les diré a los muchachos que no os molesten -.

- Gracias Mablung, y disculpad si me he mostrado descortés -.

- Descuidad -.

El sol terminaba de ponerse y Galadriel continuaba en el campo de tiro. La cuerda de su arco se había soltado hacía rato. Sentada sobre la hierba, contemplaba como desaparecían las últimas luces.

- Señora -.

Tan abstraída estaba que no había visto llegar al sirviente. Un muchacho de cabello rubio muy claro, vestido con la sencilla camisa blanca, jubón gris plata y las calzas gris oscuro que llevaban todos los pajes.

- ¿Qué sucede? -.

- Vuestro hermano ha llegado, y... -.

- ¿¡Dónde está!? – interrogó ella, al tiempo que se ponía en pie a una velocidad vertiginosa.

- El caballero Finrod deseaba descansar antes de la recepción oficial, no me extraña pues Thingol aprovecha cualquier excusa para organizar una fiesta – sonrió el sinda – Vuestro hermano espera en la habitación que tiene reservada siempre en Menegroth -.

La princesa salió a la carrera, olvidando su arco y carcaj. El supuesto siervo recogió ambos objetos, los dejaría en la armería para que su dueña los pudiera recoger al día siguiente.

El último atisbo de naranja desapareció entre los árboles, cediendo paso a la noche y las estrellas que tanto amaban los eldalië. El muchacho se encaminó a palacio, cualquiera que lo hubiese visto habría señalado su inusual color de pelo, el de la plata más pura.



- Te hemos sorprendido, reconócelo -.

- De acuerdo, no lo esperaba ¿contento? -.

Todo el abatimiento y tristeza se habían esfumado en Galadriel, no era para menos, sus cuatro hermanos estaban en Doriath.

- ¿Cómo es que habéis venido todos? -.

- Casualidad – dijo Orodreth – Pasé por Nargothrond de camino hacia aquí y me encontré con que Angrod y Aegnor habían pensado lo mismo, no tuvimos demasiado problema a la hora de convencer a Finrod de que se uniera a nosotros -.

- Sé que este debería ser un momento feliz, pero necesito preguntarte algo hermanita – la seriedad de Finrod alarmó a los otros - ¿Han llegado a Menegroth ciertos rumores que...? -.

- Sí, lo más probable es que Thingol quiera hablar contigo al respecto – bajó la cabeza, el dorado cabello le ocultó parcialmente el rostro – A mí no me ha interrogado por respeto a la amistad que te profesa -.

- ¿Qué se dice de los Noldor? -.

- Que somos traidores y asesinos de hermanos, y cosas peores que no son ciertas -.

- Los hijos de Fëanor y su gente sí que lo son – afirmó Angrod – No me hace ninguna ilusión tenerlos como vecinos míos -.

- A mí tampoco, pero recuerda que son nuestros primos -.

- Medio primos Aegnor, ya que su padre llamaba al nuestro medio hermano creo que es lo justo -.

- Que más da eso, el caso es que, aunque después nos traicionaran, les ayudamos a asaltar los navíos teleri y la Maldición de Mandos pesa sobre nosotros con igual fuerza – clamó Galadriel – Eso es lo que Thingol tendrá en cuenta, que nosotros, siendo hijos de Eärwen, respaldamos a Fëanor en Aqualondë y no movimos un dedo por detener la matanza de los Teleri, el Pueblo de Olwë. Ninguno de nosotros derramo sangre ajena ese aciago día, pero eso no nos exime de culpa, yo siento que mis manos están tan manchadas como las de nuestros medio primos -.

- Pagamos nuestra estupidez con creces, durante el paso del Helcaraxë – replicó Finrod – Allí perdimos amigos, parientes y hermanos -.

Un estremecimiento les asaltó a los cinco. Galadriel especialmente se echaba a temblar al recordar aquel infierno helado, pues ella estuvo a punto de ser una victima más.

- Id vosotros ante su majestad, Elwë Singollo, que yo aguardaré que me llame a su presencia, no me veo capaz de mentirle u ocultarle la verdad y mucho menos si Melian está presente -.

Dicho esto, la princesa se levantó y no cedió ante las palabras de sus hermanos. Prometió reunirse con ellos después de la audiencia, sólo para que la permitieran salir de la sala e ir a su habitación.

Caminar por los pasillos de Menegroth resultó una tortura. Sentía las miradas de todos aquellos con los que se cruzaba, gestos que iban desde la interrogación al desprecio. Se aferró fuertemente a su orgullo y aceleró el paso.

Al virar en un corredor chocó contra alguien y acabó en el suelo, las emociones del día pudieron con ella y estalló.

- ¡Mira por dónde vas, demonios! -.

- Lo siento -.

Los ojos azules de Galadriel se abrieron por la sorpresa. Aquel era el mismo muchacho que fue a buscarla al campo de tiro, sin embargo ahora vestía un magnifico jubón blanco con ribetes plateados, igual que su cabello, parcialmente cubierto por una capa que parecía tejida con las brumas de la mañana. En sus ojos grises anidaba una sabiduría alcanzada por el paso de los siglos, aunque en ese momento se veía tamizada por la consternación.

- Permitid que os ayude – el sinda le tendió una mano – Disculpad mi torpeza -.

- No, no es nada, ambos teníamos prisa -.

- Mis disculpas una vez más – realizó una somera reverencia – Como bien habéis dicho tengo prisa, buenas noches -.

Antes que Galadriel pudiera reaccionar, el noble había desaparecido a la carrera.

- Es extraño, nunca le había visto – pensaba ella, prosiguiendo su camino – Aunque Menegroth es grande... aún así me tendría que haber cruzado alguna vez con él... ese pelo no es muy habitual, estoy por apostar que es pariente de Thingol -.

Seguían dándole vueltas al asunto cuando llegó a su habitación. En dirección contraria venía una de sus recientes amistades, una de las que se encargaban de los Jardines Infantiles.

- Eide -.

- Princesa – los modales de la sinda eran suaves, nunca se alteraba por nada.

- ¿Cómo ha ido el día con los pequeños? -.

- Los niños son un cielo, son los padres de familia noble los que causan problemas, no hay manera de meterles en la cabeza que los hijos no son algo de lo que uno se vanagloria como si fuesen caballos o joyas -.

- Ya veo que todo sigue igual -.

- Por desgracia, ¿y vos?, he oído que vuestros hermanos se hayan en Menegroth – se interesó la doncella.

- Así es, les he dejado que vayan a reunirse con el rey y se pierdan en apasionantes conversaciones sobre política -.

- Yo creía que ese era un tema que adorabais -.

- No con esas oscuras noticias y rumores sobre los Noldor circulando, tengo la sensación de ser juzgada cada vez que me cruzo con alguien por los pasillos – su expresión se tornó sombría.

- Entiendo -.

- Eide, me he tropezado con un aristócrata al que no conocía, por sus rasgos creo que puede ser familia de Thingol, ¿sabes quién puede ser? -.

- Me parece que os referís al caballero Celeborn, es pariente cercano del rey, un elfo muy agradable aunque silencioso -.

- Llevo viviendo años en Menegroth y nunca le había visto -.

- Le habéis visto mas no habéis reparado en él – explicó dulcemente Eide – Celeborn es un magnifico guerrero y pasa largas temporadas en compañía de Beleg, extrañamente su forma de ser es bastante retraída -.

- ¿Por qué? -.

- Su carácter es así, no hay una razón específica – se encogió de hombros – Es tímido, silencioso, cortés y sabio en extremo sin que eso le impida equipararse con los mejores guerreros del reino, un auténtico príncipe sindarin -.

- Para ser tan silencioso, como tú dices, pareces conocerlo perfectamente -.

Eide enrojeció, abochornada.

- Hablad con él y luego os haré yo la misma pregunta – aconsejó antes de marcharse.

Galadriel entró en su cuarto. Hablaría con Celeborn.



Las cosas se precipitaron después que Thingol conversó con los hermanos de Galadriel. El rey había acusado a Finrod de mentiroso, desleal y de traicionar su amistad incondicional, él no se defendió pues no deseaba acusar a los otros príncipes noldorin. Fue Angrod el que se adelantó y le relató a los reyes de Doriath lo acontecido desde la desaparición de los Árboles hasta la muerte de Fëanor.

Thingol montó en cólera. Expulsó del reino a los cuatro hermanos, aunque no para siempre, y prohibió el uso del Quenya bajo pena de exilio.

- Tu mente no se centra -.

Galadriel miró contrita a su maestra.

- Debí acompañar a mis hermanos -.

- Te dije una vez que tu destino sigue un camino distinto al de el resto de príncipes noldorin -.

- Sé que nosotros no hicimos nada malo, sólo cometimos el grave error de seguir a Fëanor, pero eso no me hace sentir mejor -.

- Los errores son inevitables, lo que cuenta es cómo respondemos a ellos. Ten en cuenta que el pasado es algo que no se puede cambiar, hay que aprender de él para evitar que suceda lo mismo en el futuro y proseguir tu camino – Melian sonrió, reconfortante – Tu corazón es el de una reina, cuando lo seas cuida de tu gente, entrégate a ellos incondicionalmente y serás feliz -.

- Diréis que soy caprichosa, pero me gustaría ser feliz ahora – replicó Galadriel con amargura.

- Es un deseo comprensible... olvidemos las clases por un tiempo, distráete, haz lo que te apetezca, disfruta con tus amigos; hasta que no te sientas en paz contigo misma no avanzarás, porque estás dividida en dos: una parte de ti quiere perdonarse, la otra no -.

Melian le dio un beso en la frente y abandonó la estancia.

Durante unos minutos Galadriel pensó qué hacer. No se sentía con humor como para ir a la sala de juegos, de manera que la biblioteca se presentaba como el lugar ideal para sumirse en la melancolía.

La Biblioteca de Menegroth se describía con facilidad: enorme y abarrotada. Era la estancia más grande de Menegroth, incluso que el Salón del Trono, y en sus estantes se acumulaban los más variados escritos sinda y, recientemente, en quenya. Al encontrarse en las profundidades de la colina carecía de ventanas, en su lugar proliferaban las lámparas mágicas, resultaban más seguras que las convencionales teniendo en cuenta que allí todo era papel y madera.

Galadriel subió a las secciones superiores donde estaban los volúmenes de poesía y literatura. Al tomar un libro para hojearlo, otro se deslizó desde su posición y, tras rebotar en la pasarela, cayó al vacío.
- ¡Auch! -.

Se asomó y comprobó, consternada, que el tomo había dado en la cabeza a un elfo que pasaba por debajo. Su espanto aumentó al reconocer al personaje en cuestión. Bajó corriendo las escaleras.

- Lo siento, ha sido un accidente – se disculpó de inmediato.

Celeborn la miraba perplejo, una mano en el punto donde había recibido el golpe y la otra sujetando el arma de pergamino y gruesas tapas.

- Empiezo a pensar que no os caigo bien – bromeó él.

- Últimamente parece haberse apropiado de mí una torpeza inexcusable, lamento muchísimo tanto el golpe de hoy como el de ayer -.

- Ayer yo tampoco prestaba demasiada atención, así que no es necesario que sigáis pidiendo perdón -.

- Me alegro... creo que no nos han presentado – aventuró Galadriel.

- Vuestro nombre es de sobra conocido en Menegroth, alteza -.

- Por favor, aquí sólo soy una invitada, llamadme por mi nombre -.

- Como deseéis, Alatáriel -.

Aquello la dejo sin habla. Desde que abandonó Aman nadie había vuelto a utilizar su nombre en telerin, el nombre que eligió su madre.

- Mi nombre es Celeborn – continuó él – Pariente de Elu Thingol y, por consiguiente, miembro de la Casa Real de la cual suelo evadirme a menudo -.

- Resultáis desconcertante -.

- ¿Por? -.

- Gozáis de un vivo ingenio y sin embargo os mantenéis al margen de todos, o al menos de mi persona -.

- He vivido en Doriath desde su fundación y antes acompañé a mi familia por las tierras de Beleriand cuando la Luna y el Sol aún no habían nacido, conozco perfectamente a todos los habitantes del reino y, la mayor parte, son buenos amigos míos; después de cientos, por no decir miles, de años uno acaba aburriéndose de escuchar las mismas absurdas conversaciones en las reuniones de la nobleza, prefiero dedicar mi tiempo a labores más constructivas como el estudio o limpiar de orcos la frontera -.

- Pero yo apenas llevo algo más de cien años aquí y tengo la estúpida sensación de no haberos conocido hasta ayer, cuando os acercasteis vestido de paje a informarme de la llegada de mis hermanos -.

- ¿Os percatasteis? – su expresión se iluminó.

- Sí, gracias por llevar mis pertrechos a la armería -.

- Melian tenía razón -.

- ¿Qué? – Galadriel enarcó una ceja.

- Nada, pensaba en voz alta... lo cierto es que yo sí os he visto en varias ocasiones, supongo que el enjambre de pretendientes no os permitieron verme a mí -.

- Le he solicitado cientos de veces al rey que decretara algo semejante a lo que ha impuesto respecto a Lúthien, sin embargo él parece encontrar divertida mi situación porque se niega en redondo a concederme mi petición; creí que el torneo calmaría los ánimos, nunca imaginé que tendría el efecto contrario – suspiró entristecida – Supongo que con los rumores, la expulsión de mis hermanos y la prohibición del Quenya, por ser la lengua de asesinos y traidores, el número de obstinados pretendientes se verá reducido -.

- No lo creo –.

- Se os ve muy convencido, por desgracia yo no comparto vuestro optimismo... en cuanto Melian me conceda el permiso marcharé a Nargothrond -.

- Es un tanto precipitado, vuestra maestra aún puede ofreceros valiosos conocimientos -.

- No si mi mente se haya cerrada – Galadriel cruzó los brazos, en un inconsciente gesto de auto protección - Desde hace dos días siento como la gente me mira y me juzga, aunque jamás podrán hacerlo con tanta dureza como yo misma -.

La mirada de zafiro se perdió en un punto indeterminado a su derecha, en el vacío del otro lado de la baranda de madera. Interiormente se preguntaba por qué había abierto su corazón a un desconocido, por qué resultaba tan fácil expresarle su miedo y preocupación, algo que nunca había permitido que nadie descubriera por temor a que la creyeran débil.

Escuchó los suaves pasos de Celeborn al acercarse. Se negó a mirarle, no le mostraría más de lo que ya había visto.

- Sois inflexible y severa, quizás demasiado, y eso os impide perdonaros; no considero que huir a Nargothrond sea la solución, la culpabilidad os seguirá allí donde vayáis -.

- No diríais lo mismo si hubieseis asistido a la partida de los Noldor desde Aqualondë -.

- Quizás... aunque las personas que os aman no han dejado de hacerlo tras conocer vuestro pasado, ¿verdad? -.

Celeborn le sonrió cuando ella se volvió.

- Hasta dónde yo sé, no – contestó la princesa, sintiéndose más ligera – Pero los demás... -.

- Eso carece de relevancia -.

- ¿Qué? -.

- Aquellos que os importan siguen queriéndoos, si ellos han decidido perdonar y olvidar ¿por qué no podéis hacerlo vos? -.

- Aiya Celeborn -.

Un elfo, vestido elegantemente en castaño y verde, estaba plantado en el último peldaño de la escalera y les contemplaba con genuino interés. Galadriel se hizo una idea de lo que debía estar pensando el recién llegado, y se vio obligada a reprimir una sonrisa al percatarse del repentino color rojo en el rostro de Celeborn.

- ¿Qué sucede, Thranduil? -.

- Oh, nada en particular, venía a sacarte de tu diario enclaustramiento en la biblioteca, pero veo que alguien se me ha adelantado – dedicó una sencilla reverencia a Galadriel – Mi señora, lamento la interrupción -.

- Descuidad, Thranduil – sonrió ella – Secuestrad un rato a vuestro amigo -.

- Mi eterna gratitud a vuestra alteza -.

- Sigo creyendo que deberíamos investigar tu ascendencia Thranduil, ¿seguro que nadie en tu familia es un nando? – interrogó Celeborn.

- No me molestaría demasiado tener parientes entre los Elfos Verdes, son muy parecidos a los Sindar con la ventaja de un imperturbable buen humor, ¿será porque se toman la vida menos en serio? – replicó su jovial compañero – Si no tienes más preguntas tontas, ¿qué te parece si nos vamos? -.

- Disculpadnos, Alatáriel – se excusó Celeborn.

- Me ha gustado conversar con vos, espero que no desaparezcáis y podamos vernos algún día – se despidió la doncella eldalië.

Celeborn asintió con una sonrisa. Thranduil se encargó de ser más explícito.

- No os preocupéis, princesa, yo impediré que se fugue -.

Divertida, Galadriel observó como el sinda de cabello plateado arrastraba a su compañero fuera de la biblioteca.



Pasaron los días y Galadriel descubrió cuanta razón tenía Celeborn. Nadie le había retirado ni la palabra ni el cariño, incluso hubo quien procuró animarla con regalos o haciéndola interesarse por los más diversos entretenimientos.

- ¿Os resultaría un inconveniente continuar con las lecciones? -.

Melian dejó irse al pajarito con quien mantenía una melodiosa charla y encaró a su discípula.

- ¿Has resuelto tu dilema? -.

- Sí, con un poco de ayuda -.

- ¿Qué has descubierto? -.

- La cantidad de gente que me quiere; antes creía que sólo mi familia era capaz de profesarme tanto cariño, es alentador saber que aquí me desean el mismo bien – la sonrisa de Galadriel la hizo resplandecer.

- Jamás olvides esta lección, nada, absolutamente nada, ni el poder o las riquezas, pueden superar al mayor de los dones: amar y ser amado -.

La actitud de Melian era tan severa que no pudo evitar sentir que aquellas palabras eran más una profecía que un sabio consejo.



- ¡Finrod! -.

Galadriel prescindió de cualquier mínimo de recato. Saltando de su montura, corrió hasta los brazos abiertos de su hermano.

- Hermanita, nunca cambiarás – rió él – Aiya, Beleg, es un placer veros de nuevo -.

- Puedo decir lo mismo, majestad – replicó el arquero sinda.

- Un momento... ¿ese es todo tu equipaje? -.

Galadriel asintió.

- No creo que esas sean todas tus posesiones -.

- No lo son -.

- Yo creía que cuando Nargothrond fuese terminado te vendrías a vivir conmigo -.

- Eso prefiero discutirlo en privado -.

El rey noldorin dio algunas ordenes a sus sirvientes para que acompañaran a Beleg y sus guerreros a las habitaciones dispuestas para los invitados. A continuación, llevó a su hermana hasta una cómoda salita.

- Es un lugar muy hermoso – Galadriel no había parado de elogiar las maravillas de Nargothrond.

- ¿Vas a explicarme por qué no quieres vivir en Nargothrond? -.

- Por dos motivos, uno ya lo conoces... -.

- Melian -.

- Sí, mi aprendizaje continúa, el otro... prométeme que no te vas a reír -.

- ¿Cómo se llama? -.

Finrod estalló en carcajadas ante la expresión de desconcierto absoluto de Galadriel, por no decir el súbito color rojo que invadió sus mejillas.

- Eres odioso -.

- No, soy tu hermano, siempre me ha resultado extremadamente sencillo saber lo que pasa por tu cabecita – consiguió decir entre risas.

- Su nombre es Celeborn -.

- Me resulta familiar -.

- Es pariente cercano de Thingol, puede que te lo presentaran durante alguna de las fiestas a las que has asistido en Doriath -.

- Sí, sé quien es, aunque he tenido poco trato con él durante mis breves estancias en Menegroth – tomó las manos de su hermana – Me basta saber que es el elegido por tu corazón para llamarle amigo -.

- No empieces a hacer planes de boda, aún no hay nada oficial, sólo quería compartir contigo mi elección -.

- De acuerdo, pero acuérdate de avisarme con tiempo para viajar a Doriath y no te olvides de tus otros hermanos -.

Alguien llamó a la puerta. Galadriel escrutó al personaje que se asomó, un joven humano de cabello rubio y brillantes ojos grises, sin duda no era tan hermoso como los Primeros Nacidos pero alcanzó a sentir un poder diferente en él no menos grande que el de los Eldar.

- Lo siento, mi señor, no sabía que teníais visita – hablaba el sindarin con un curioso acento.

- No hay problema – Finrod se levantó y le animó a entrar – Bregolas, hijo del señor de la Casa de Bëor, os presento a mi hermana, Galadriel -.

- Es un honor conoceros, vuestro noble hermano habla maravillas de vos – el adan realizó una refinada reverencia.

- Os creo, Bregolas, y para mí también es un placer disfrutar de tan inesperado encuentro -.

- Eres el primer Edain al que ve – le informó Finrod.

- ¿Es cierto entonces que Doriath está cerrada para los Hombres? – interrogó Bregolas.

- Me temo que sí, aunque también lo está para más de las tres cuartas partes de los eldalië -.

- ¿Qué necesitabas de mí, Bregolas? -.

- Nuestra gente realizó hace cuatro lunas una expedición más allá del Paso del Ladros, a las tierras llamadas Ard-Galen, y no nos cruzamos ni con una mísera patrulla orca -.

- Extraño... -.

- Explícate Finrod, siempre que pones esa cara algo malo está por suceder – exigió la doncella.

- Ard-Galen es una tierra inhóspita, zona fronteriza donde las escaramuzas con los servidores de Morgoth son habituales – frunció el ceño y paseó inquieto por la sala – Trama algo, ahora me arrepiento de haber denegado mi ayuda a Fingolfin para un ataque de castigo contra Angband, he dejado que la Paz me ablandara -.

- No, mi señor, eso nunca; simplemente no deseabais arriesgar inútilmente la vida de vuestro pueblo -.

- Bregolas, descansad en Nargothrond unos días, luego me gustaría que llevaseis unos mensajes a Dor-Lómin, Hithlum, Minas Tirith y a vuestro padre -.

- Estaremos preparados para partir en cuanto lo ordenéis -.

- Gracias -.

Intercambiaron algunas palabras más y luego el adan volvió a dejarles a solas.

- Son idiotas -.

- ¿Qué? – Finrod miró interrogante a su hermana.

- Los que piensan que los Edain son débiles, he presentido un espíritu indomable en Bregolas, si sus congéneres son como él representan una prodigiosa fuerza – respondió ella – El encontrarte con ellos y forjar esa alianza fue lo mejor que pudo pasarte -.

- ¿Y? -.

- ¿Cómo que “y”? -.

- Algo te guardas, habla con plena libertad y sinceridad -.

- Es difícil de decir... – cerró los ojos y convocó su poder – Presiento como las ataduras del destino van de ti a Bregolas y de él a Doriath, eso me angustia sobre manera -.

- ¿Por qué? – la preocupación de Galadriel había hecho mella en Felagund.

- Poco después que llegase a Menegroth la noticia del Despertar de los Hombres, cuando tú intercediste por los Pueblos de Bëor y de Haleth ante Thingol, el rey prohibió la entrada en Doriath a cualquier Humano -.

- Lo recuerdo -.

- Fue porque había tenido oscuros sueños en relación a la venida de los Hombres, desea apartarlos de su reino por temor a un desconocido mal – la voz de Galadriel se tornó grave, como nunca Finrod la había escuchado – Más tarde Melian me confió una visión, según ella habrá un adan de la Casa de Bëor que guiado por los hados atravesará la Cintura, y la historia de lo que entonces ocurra perdurará aún cuando el mundo haya cambiado -.

- Produce escalofríos -.

- Y mi miedo creció al recordar una conversación que no hace mucho tuve contigo -.

Finrod no podía creer que aquella fuese su hermana, toda ella irradiaba una autoridad nacida del conocimiento y de su innato poder.

- Miedo es el que me estás dando tú ahora -.

- No te burles -.

- Es en serio, impones auténtico respeto cuando hablas así -.

- ¿Vas a escucharme? -.

- Sí -.

Ella le reprendió con la mirada antes de continuar.

- Recuerdo que me comentaste que no encontrarías a quien amar en Endor, dijiste que debías de carecer de ataduras por un futuro juramento y que nada quedaría en tu reino que un hijo pudiese heredar -.

- ¿Memorizas todo lo que digo? -.

- ¡Finrod! – protestó ella.

- Intento quitarle dramatismo al asunto querida hermanita, no menospreciar tus capacidades -.

- Cinco siglos hace que nuestra gente llegó a Tierra Media, cuatrocientos cincuenta años del Sol, apenas un suspiro, y la mitad de ese tiempo hemos estado en guerra, perdiendo amigos frente a Morgoth y sin una victoria definitiva – sus ojos se perdieron en la contemplación del magnifico tapiz que presidía la estancia, un mapa de Endor con los reinos élficos y humanos delimitados – Habrá más guerras y no deseo perder en vano a mi familia -.

- Bueno, basta ya – saltó el rey noldorin – Ahora mismo voy a terminar de enseñarte Nargothrond y te presentaré a mis más allegados amigos, aunque a muchos los conocerás de vivir en Tirion -.

Galadriel sonrió, aceptando la propuesta. Finrod siempre conseguía animarla. Se obligó a reprimir sus presentimientos para disfrutar al máximo su visita, así permaneció en Nargothrond casi un año antes de regresar a Doriath. Acompañó a su hermano en expediciones y cacerías, recorrieron los distintos reinos desde las Falas a Ossiriand y desde Ard-Galen a las tierras del sur de Doriath.

Fueron días tan felices que dejar a su hermano resultó una auténtica tortura. Se prometió volver lo antes posible, y Finrod le prometió ir a Menegroth. Ninguno de los dos podía imaginar lo que estallaría en apenas cuatro años, un fuego que inexorablemente consumiría Endor.



N. de A.: Si el anterior me salió corto este capítulo parece eterno ^^.

No he usado nada en élfico. Sólo el nombre de "Eide", que significa "Descanso".

En cuanto a qué pinta Thranduil en Doriath es sencillo, al menos según mi propia teoría ^^. En el Hobbit y el SdlA, Thranduil se nos presenta como un rey sinda gobernando a gentes silvanas en Rhovanion, todos los nobles sindarin vivían durante la Primera Edad en Doriath y seguramente él fue uno de ellos. Si su carácter resulta un tanto risueño es porque aún no ha habido ni un problema serio en Doriath, adquirirá los rasgos que tiene en El Hobbit más adelante y entenderéis por qué odia tanto a los enanos.


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