Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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9. La Ruina de Doriath




Sentada en un banco en los jardines, disfrutando del sol otoñal, Galadriel cosía una capa gris con hermosos motivos que sugerían nubes y estrellas. Era un regalo para la joven Elwing, su imprevista discípula. Nimloth era la que había insistido para que Galadriel aceptara tutelar a la niña, y le enseñara los secretos de la naturaleza y la magia.

Levantó la mirada de la costura y observó como Eirien le enseñaba a Elwing el manejo del arco. Era una escena que alegraba el corazón después de tantos desastres, pero así era la existencia, una sucesión de momentos felices y otros aciagos.

La chiquilla apenas tenía veinte años solares. Su rostro recordaba al de Lúthien aunque no alcanzara su belleza legendaria; vivos ojos grises como las nieblas de Aelin-uial, piel nívea como marfil tallado y cabellos que reflejaban las sombras de la noche. Era alegre, divertida, inquieta, curiosa e inteligente, una niña encantadora.

- Llamaré al retratista real para que las pinte -.

- Aiya Thranduil – sonrió Galadriel, mientras el elfo se sentaba junto a ella - ¿Qué nuevas me traes? -.
- Nuevas y malas – suspiró él con profunda tristeza – El Silmaril ha vuelto a Menegroth -.

- ¿¡¿¡Qué!?!? -.

- Anoche vino un elfo verde de Ossiriand, traía el Nauglamír; al parecer Lúthien y Beren han abandonado este mundo para ir a las Estancias de Mandos -.

- El mundo se estremece y cambia... -.

- ¿Decías? – parpadeó Thranduil.

- Nada, cosas mías – la dama hizo a un lado su labor – Con Doriath abierto al exterior, no pasará mucho tiempo antes que los hijos de Fëanor sepan que Dior tiene el Silmaril -.

- Sobre todo si lo lleva puesto a todas horas – afirmó mordaz el sinda – Me han dicho que el Salón del Trono prácticamente no necesita iluminación con esa cosa en el cuello del rey -.

- ¿Hay noticias de Círdan? -.

- Faltan pequeños detalles, pero Caras Sirion está en condiciones de recibirnos si fuese preciso – tomó las manos de la dama entre las suyas – Has hecho todo lo que has podido Galadriel, ese refugio salvará muchas vidas y, lo que es más importante, avivará la esperanza -.

- Quisiera poder protegerlos a todos, mas me es imposible – replicó casi como disculpándose.

- Estás perdiendo firmeza, si tu mayor deseo sigue siendo gobernar a otros no puedes preocuparte de cada súbdito, hay que pensar en el bien común -.

- ¿Aunque implique sacrificar a muchos de los que amas? -.

La fría mirada de zafiro provocó un escalofrío en Thranduil.

- Sí – afirmó él, con un ligero temblor en la voz.

- Sí – pensó la dama noldorin – Sabes lo que es correcto y posees el valor necesario para llevarlo a cabo, puedo ver la corona que un día lejano ceñirá tu cabeza; tu destino es ser rey como el mío es ser reina, nuestros caminos discurrirán paralelos amigo mío -.

Eirien y Elwing se aproximaron a ellos.

- Dama Galadriel, ¿me acompañáis?, antes mi madre me ha dicho que deseaba hablar con vos – afirmó la muchacha.

- Vamos -.

Menegroth bullía de actividad, igual que bajo el reinado de Thingol y Melian. Sin embargo no se sentía lo mismo, ya no quedaba nada de esa despreocupación y seguridad que avivó en su día la Cintura de Melian. Doriath era prospera de nuevo, mas una sombra pesaba sobre ella atraída por el Silmaril. Galadriel empezaba a acostumbrarse a vivir con sus premoniciones, había aprendido a reír y disfrutar aún sabiendo que aquello tendría un final.

Encontraron a Nimloth supervisando la preparación de lembas. Sólo la reina ostentaba el privilegio de decidir a quien se le entregaba el Pan del Camino, y era su obligación controlar su elaboración y conserva.

- Aiya, dama Galadriel -.

- Elwing me ha dicho que queríais verme, massánië -. (“Dadora de Pan”)

La reina de cabello níveo la invitó a sentarse un tanto apartadas de las trabajadoras elfas.

- Seré sincera Galadriel, pues vuestro poder os indicaría enseguida si miento u os oculto algo -.

- Sería una falta de respeto por mi parte emplear mi magia en vuestra persona – se defendió la noldo – Hablad como os parezca más conveniente, mi mente no se entrometerá en vuestros pensamientos -.

- Escuché accidentalmente una conversación entre Aradar y Phaire, mencionaron una ciudad con la que mantenéis contacto para llevar allí a los sindar -.

La princesa entendió enseguida la acusación velada que encerraban sus palabras.

- Caras Sirion – confirmó abiertamente – Mantengo correspondencia con Círdan desde hace siglos. Cuando el Silmaril quedó en manos de Thingol yo sabía que la Maldición despertaría en cualquier instante, temiendo lo peor hablé con Círdan y proyectamos edificar un refugio en la Desembocadura del Sirion, así resultaba defendible por las naves de la Isla de Balar. Unos meses antes de la muerte de Thingol Caras Sirion ya era habitable, sólo viven allí algunos telerin para mantener todo en buen estado. Ahora que el Silmaril ha vuelto a Doriath he puesto sobre aviso a aquellos que me apoyaron en esta empresa; casi todos los señores de las Casas nobiliarias lo saben y están mentalizando al resto de habitantes de Menegroth, Eirien y Thranduil hicieron otro tanto con las comunidades agrícolas de Region y Neldoreth. No intento usurpar el trono, si es lo que pensáis -.

- Ahora que me lo habéis explicado entiendo vuestras intenciones, os había juzgado mal, disculpadme – Nimloth sonrió, tranquilizado su ánimo en ese aspecto - ¿Creéis que Doriath corre peligro? -.

- En el momento en que Dior reciba un mensaje de los hijos de Fëanor, esa será la señal – auguró Galadriel – Si vuestro esposo devuelve el Silmaril no sucederá nada, si, por el contrario, decide quedárselo se condenará a sí mismo y a Doriath igual que hizo Elu Thingol -.

- Entiendo -.

- Debo irme, tarinya – se excusó la princesa – Elwing me espera en el invernadero -.

- Una última cosa, si sucediera lo peor ¿cuidaríais de mis hijos? – preguntó Nimloth, angustiada – Mi deber es permanecer junto a Dior, pero mis niños no están obligados a ello -.

Galadriel la observó, severa.

- Haré lo imposible por llevarles hasta Caras Sirion, os lo juro -.



Elúred y Elurín eran gemelos, y los críos más pequeños de Menegroth con apenas tres años solares. Los cuidadores estaban encantados con ellos.

Siempre que podía, Elwing se escapaba de sus tareas para jugar con sus hermanitos. Así la encontró Galadriel, sentada en el suelo y entreteniendo a los pequeños con un par de muñecos. Desde una discreta posición, escuchó el relato que la muchacha representaba con los juguetes; más de una vez sonrió divertida, al ver como explicaba las mismas historias de la antigüedad que intentaba inculcarle.

- Parece que, después de todo, atiendes mis disquisiciones -.

- ¡Dama Galadriel!, yo... verá... es que... -.

La joven princesita se había incorporado a toda velocidad, sonrojada por la vergüenza.

- No te apures Elwing, entiendo que quieras pasar tiempo con tus hermanos, sólo acuérdate de avisarme para no estar horas buscándote por medio palacio -.

- Lo siento, en adelante os avisaré -.

- Bien, y ahora, ¿puedo jugar con vosotros? -.

A Elwing se le iluminó el rostro. Galadriel se sentó en la alfombra y cogió en brazos a uno de los niños.

- Ese es Elurín -.

- ¿Cómo los distingues? – interrogó.

- No sé, nunca lo había pensado – la muchacha junto sus finas cejas en un gesto de concentración – Será por intuición -.

- Eres su hermana, ese vínculo te permite apreciar detalles que otros no captamos -.

Elurín gorjeó. Agarró con su manita el pelo dorado de la dama y tiró con esa terrible fuerza que poseen todos los bebés, arrancando una mueca de dolor a la noldo.

- Otro que se encapricha con mi cabello – rió.

- Elurín, suelta, vamos, abre la mano -.

- Tranquila Elwing, no importa, me agradan los niños, son los únicos que me tratan sin preocuparse de quién soy – abarcó con un movimiento de la mano el patio de juegos – Cuando era más joven solía escaparme de Melian para venir aquí un rato, era mi pequeño rincón, el lugar dónde me evadía de obligaciones -.

La princesa sinda sonrió y retomó la historia donde la había dejado.



- No entiendo por qué no hemos avisado a nadie más, sabes que se preocuparán -.

- Si no lo saben no podrán albergar esperanzas vanas -.

La voz de Galadriel tenía ese tono característico que usaba cuando daba por zanjada una cuestión. Celeborn agitó la cabeza disgustado, pero no añadió nada.

Ambos cabalgaban por las nevadas llanuras del otro lado del Sirion, camino de Amon Rûdh. Allí habían concertado una entrevista secreta, un último intento de evitar la guerra a dos meses escasos de finalizar el invierno.

Una ráfaga de viento arrancó la capucha de Galadriel. Ella volvió a ponérsela y afianzó las cintas de su capa de pieles. Alqua resoplaba de vez en cuando, seguía sin entender qué demonios hacía trotando por la nieve en lugar de estar calentita en los establos de Menegroth. Rochelw era participe de su opinión.

En mitad de la ventisca, alcanzaron a ver una mole solitaria que se erguía en mitad de la nada. Los elfos instaron a sus monturas a apretar el paso.

A cubierto entre los riscos, al pie de Amon Rûdh, descubrieron el titilar de una hoguera. Al parecer los otros habían llegado primero. Dos sombras les invitaron a acercarse y cobijarse de la tormenta.

- Aiya Nerwen -.

- Aiya Maedhros, cuanto tiempo -.

La princesa examinó a sus dos primos allí presentes, el odio que había crecido en ella durante todos los siglos anteriores se suavizó merced a una inesperada compasión. En Maedhros y Maglor apenas quedaba un triste recuerdo de los dos grandiosos príncipes que partieron de Valinor, desposeídos de todo y condenados a vagar sin patria por la Maldición, parecían mendigos de los edain, desarrapados y de aspecto salvaje por la vida en los bosques. La luz de los Árboles casi se había extinguido por completo en su mirada, sustituida por la desesperación y el sufrimiento.

Por el contrario, los hijos de Fëanor contemplaron en Galadriel la evolución de la adolescente guerrera, de su revoltosa y caprichosa prima no quedaba nada en aquella grandiosa y hermosa dama, sólo ese eterno gesto de desafío que engrandecía la determinación y firmeza de su espíritu.

- Os presento al caballero Celeborn, príncipe entre los Sindar y mi esposo -.

- Es un placer – replicó formalmente Medhros – Yo soy Maedhros y él es mi hermano Maglor, ambos de ascendencia de sobra conocida -.

- Querías parlamentar, ¿acaso tienes en tu poder el Silmaril? – interrogó Maglor.

- No, Dior es quien lo lleva – respondió la dama sentándose junto al fuego, los tres elfos la imitaron.

- Esto es fácil, prima, o nos entregan el Silmaril o atacamos Doriath -.

- Calma Maglor, deja que Galadriel exponga lo que ha venido a decir – lo silenció Maedhros.

- Dior es mi rey y jamás le arrebataré la Joya por la fuerza – ella levantó una mano y Maglor refrenó su lengua – Quería preguntaros algo, ¿recordáis Aqualondë? -.

Los hijos de Fëanor palidecieron ligeramente y asintieron.

- ¿Y seréis capaces de repetir esa matanza?, elfos matando a elfos otra vez -.

- Estamos atados por el Juramento, tú estabas presente cuando lo formulamos –.

- Maedhros, por favor, recapacitad, una guerra es una locura, Morgoth continúa en Thangorodrim y gozará al ver como nos destruimos nosotros solos -.

- Vete de Doriath, Nerwen, y llévate a los que ames; la entrega del Silmaril es lo único que podría hacer cambiar nuestros designios -.

Los ojos de zafiro se entrecerraron. Celeborn presintió que no sólo habría tormenta en el exterior.

- ¡Sois unos malditos cabezotas orgullosos! – espetó enojada – ¡Vais a perder a la mitad de vuestra gente por un absurdo Juramento! -.

- También es tu gente – apuntó Maglor.

- No si invadís Doriath; yo seré una de los que dirijan a los defensores y, ten por seguro, que si un sinda está a punto de morir por una espada noldo mataré sin dudar al noldo -.

- Creo que eso cierra cualquier posibilidad a proseguir con el diálogo – afirmó cáustico Maedhros.

- Pensadlo primos, meditad aquello que estáis a punto de hacer – insistió Galadriel – Un día fuisteis mi familia y aún conservo algo de ese amor pasado, ni yo misma me lo creo pero no deseo vuestra muerte, y no quiero verme obligada a levantar mi espada contra mi propia sangre -.

- Lo siento, Nerwen, mi corazón ansía poder escucharte mas no puede – aseguró el primogénito de Fëanor – Nuestro destino está atado a los Silmarils y lo sabes, no puedes cambiar algo que es como el nacer y la puesta de sol. Me alegro haber podido verte una última vez antes de convertirnos en enemigos, querida prima -.

Una sonrisa melancólica asomó a sus labios tras besar, con sincero respeto y cariño, las manos de la dama. Maglor imitó el gesto de su hermano con idéntico sentimiento.

Emocionada, Galadriel los acogió a ambos en un fuerte abrazo. Así permanecieron varios minutos, postergando el último adiós y disfrutando del calor que sólo la familia puede otorgar.

- Debemos irnos – dijo Maglor al tiempo que rompía el abrazo – Nuestros hermanos nos esperan -.

- Comunicad a Amrod y Amras mis saludos – les pidió la princesa – Vuestros otros hermanos no los merecen después de lo que le hicieron a Finrod -.

- Se los daremos de tu parte – prometió Maedhros – Aquí se separan nuestros caminos, namarië Altáriel -.

- Namarië, primos -.

Apagaron el fuego y los cuatro abandonaron el refugio. El viento había cesado, pero seguían cayendo gruesos copos blancos. Repitieron la despedida antes de cabalgar cada cual en dirección a su hogar.

Galadriel sentía una extraña felicidad. Saber que Maedhros y Maglor no se habían convertido en unos monstruos como Caranthir, Celegorm y Curufin la reconfortaba, les movía el Juramento no el odio. Con un poco de suerte ella encontraría la manera de entregarles el Silmaril y evitar la guerra.

Los copos de nieve se agitaron ante ella fundiéndose en una visión que conocía muy bien, Menegroth arrasada con cientos de muertos llenando sus estancias.

- Los advertirás del precipicio y ellos seguirán corriendo hacia él – musitó desgarrada por el dolor de su esperanza hecha pedazos – Eru, ¿por qué tiene que ser así?, ¿por qué? -.



Revisó los documentos otra vez. Celeborn disfrutaba con el papeleo, solucionando problemas de propiedades, conflictos de rango o ascendencia, rencillas entre tal o cual Casa nobiliaria y otra, y un largo etc. Sin embargo Galadriel aborrecía sentarse frente a una mesa, ella prefería solucionar los problemas en el momento. Él era reflexivo, ella impulsiva.

Celeborn colocó los pergaminos y fue a cenar. Esa noche la velada reuniría al grupo de amigos más cercanos a él y su esposa, querían terminar de ultimar los detalles con respecto a Caras Sirion y pasar un tiempo todos juntos.

El pequeño comedor estaba iluminado por candelabros. Él tomó asiento entre Galadriel y Thranduil. Mientras comían la conversación giró en torno a sucesos cotidianos, recuerdos, anécdotas y chanzas. Nadie más pareció percibirlo, sólo Celeborn veía que la dama noldorin se mantenía silenciosa, como retrasando el momento de intervenir y destruir la alegría imperante.

Ya al final, tras tomar un delicioso pastel de frutas como postre, Galadriel llamó la atención de los comensales.

- He de informaros de la llegada ayer noche de un mensajero, un guerrero que sirve a Maedhros, con un mensaje que insta a nuestro rey a entregarles el Silmaril a los hijos de Fëanor – respiró hondo y prosiguió – Dior se ha negado -.

Todos los elfos allí reunidos entendieron lo que eso significaba. La guerra y el exilio.

- No atacarán Doriath inmediatamente, primero necesitan preparar su ejército, además el invierno se avecina y no es la estación más propicia para iniciar una campaña bélica – deslizó su mirada sobre sus amigos - Esto ha de comunicársele a la población, darles la opción de partir hacia Caras Sirion -.

- Pocos serán los que acepten marcharse, prefieren morir luchando por su hogar y su rey – repuso Aradar.

- Lo sé, enviaré un mensaje a Círdan para comunicarle lo que sucede -.

- Dáselo a Elleth, es la más rápida – dijo Phaire.

- No quiero que vaya sola, Morgoth sigue causando estragos cerca de nuestras fronteras. Creo que Meldon podría ir, o Thranduil o Eirien -.

- Ni hablar, si un ataque pesa sobre Menegroth me niego a estar a cientos de kilómetros de aquí cuando empiece – afirmó Thranduil.

- Opino lo que mi esposo -.

- Meldon entonces – decidió la dama – Los demás nos reuniremos los próximos días para organizar una defensa más efectiva que la que presentamos a los naugrim -.

- ¿Sabemos ya qué es ese metal del que estaban hechas sus armas? – interrogó otro de los nobles.

- Sí. Envié una muestra a una comunidad de elfos noldor que vive en la costa sur de las Falas, entre ellos se encuentran algunos de los mejores artesanos que vinieron de Valinor y han dicho que se trata de un extraño y escaso metal que sólo los enanos saben dónde encontrar; no se quiebra con facilidad, conserva los hechizos, nunca se oxida ni pierde el filo y es más ligero que el acero – explicó la princesa noldo.

- Un ejército pertrechado con ese material sería invencible – comentó Thranduil – Eso explica porque fuimos incapaces de frenar a los naugrim -.

- Pudo ser peor – asintió Phaire, ella sabía mejor que nadie las heridas que causaban las hachas de mithril por ser la Sanadora jefe.

- Si no hay nada más, sugiero que vayamos a descansar – indicó Galadriel – Mañana nos encontraremos aquí -.

Salieron en silencio. Una creciente sensación de amenaza se había instalado como una nube sobre ellos y crecía por momentos.



El invierno se recrudeció. Los sindar se encerraron en sus hogares, aguardando la llegada de la primavera con inquietud.

En uno de los salones con chimenea, Galadriel leía cómodamente instalada en una butaca. Tirados sobre la alfombra, Thranduil y Celeborn jugaban al ajedrez. Eirien tocaba el laúd con aire ausente, tarareando melodías sin letra. Era un ámbiente relajado, apacible, familiar.

El libro resbaló de las manos de Galadriel y golpeó secamente el suelo. Sus compañeros la miraron interrogantes.

- No puede ser... – balbució.

- ¿Qué no puede ser? -. Eirien dejó el instrumento y se levantó.

- Convocad a los oficiales, los hijos de Fëanor han entrado en Doriath – anunció con voz trémula.

- Eso es imposible, nadie está tan loco como para iniciar una guerra en pleno invierno – objetó Thranduil.

- Fueron capaces de matar a sus amigos en Valinor, los creo capaces de cualquier cosa – replicó ella – Celeborn, avisa a los reyes; Eirien, tú encárgate de organizar la evacuación; Thranduil, acompáñame, debemos despertar al ejército -.

- Galadriel, es una locura, la evacuación debía hacerse a través del embarcadero secreto, con este clima usar las barcas sería un suicidio – arguyó Eirien.

- Usadlas hasta que lleguéis al Sirion, allí podréis seguir a pie – sugirió la dama – Es la única manera de sacar a nuestra gente sin que se produzca una carnicería -.

Rápidamente la alarma cundió en Menegroth, los sindar se aprestaron para la batalla, aunque no lo suficiente como para estar preparados para el asalto. Los magos noldor atacaron las Puertas con fuego y hechizos similares, los arietes golpearon una vez y las echaron abajo.

- Voy a los aposentos reales, mis primos buscarán al rey para arrebatarle el Silmaril – le dijo Galadriel a Thranduil.

- Te acompaño, no debes ir sola -.

A diferencia del ataque de los naugrim, que sólo buscaban el tesoro, los guerreros noldor perseguían a todo sinda viviente para destrozarle. La princesa y su compañero asistieron a escenas terribles, más de una vez Galadriel hubo de arrastrar a Thranduil y obligarle a seguir corriendo.

- La muerte de unos pocos por el bien de la mayoría, eso fue lo que dijiste – le gritó, en un intento de hacerle reaccionar – Debemos distraer a los hijos de Fëanor mientras los demás escapan -.

- No son unos pocos, morirán cientos – sollozó el sinda, sin embargo permaneció con ella.

Las habitaciones de los reyes estaban vacías cuando llegaron, habían sido registradas a conciencia poniendo todo patas arriba sin duda en busca del Silmaril. Al salir tuvieron una pequeña escaramuza con una avanzadilla noldo, el resultado fue Thranduil con un severo tajo en el brazo izquierdo y cinco noldor muertos.

- El Salón del Trono – señaló Galadriel – Vamos -.

Para llegar se vieron en la necesidad de combatir. La dama no iba a consentir que le pusieran la mano encima a su amigo, así que, con profundo pesar, usó su poder y fue dejando tras de sí un reguero de elfos inconscientes. Aquello la agotó sobremanera, otorgando a sus ojos un ligero brillo febril.

Encontraron la puerta del salón abierta, dentro sonaban gritos y entrechocar de espadas. Estaban a medio pasillo cuando salió del Salón alguien con las ropas empapadas en sangre y el rostro contraído por el llanto.

- Elwing -.

La muchacha se arrojó a los brazos de su maestra, conmocionada y presa de un ataque de histerismo. Galadriel comprobó aliviada que la sangre no era suya.

- Madre... muerta... padre... hay tanta sangre... -.

- Thranduil, llévatela con los otros evacuados -.

- Pero... -.

- ¡Obedece! -.

El guerrero cogió en brazos a la chiquilla, procurando olvidar el dolor del brazo herido.

- Suerte – dijo antes de marcharse.

La dama se adentró en la gran estancia. Una fría ira se apoderó de ella ante el dantesco espectáculo. Varios guerreros sinda y noldor muertos salpicaban el suelo. Nimloth yacía en un charco formado por su propia sangre, su expresión era de perplejidad. Reconoció a Curufin, con la empuñadura de la espada del rey sobresaliendo de su pecho, y a su lado Celegorm muerto por un brutal mandoble. Dior descansaba sobre las escaleras del trono, con la garganta cortada, derramando su sangre por los escalones de mármol.

En pie permanecían Maedhros y Caranthir. Éste último sujetaba del cabello a Celeborn, arrodillado y con un feo tajo en el costado, y la espada apoyada amenazadoramente contra su cuello.

- ¡Áva carë, Moryo! -. (¡no lo hagas, finwë oscuro!).

- Vaya, Nerwen, ¡qué sorpresa! – comentó sarcástico Caranthir.

- Suelta a mi esposo – ordenó Galadriel.

- ¿Tu esposo?, ¿te has casado con un sinda? – interrogó estupefacto - ¿Cómo has dejado que esta escoria te ponga la mano encima? -.

- Aparta tus manos de él -.

- Caranthir, suéltale – recomendó Maedhros – Si ella decide atacarte no seré yo quien te defienda -.

- Eres un cobarde y ella una traidora, esa sangre que mancha su puñal pertenece a nuestro pueblo – escupió y arrojó a Celeborn contra el suelo – Ven, primita, intenta ayudarlo -.

Sonrió. Galadriel sonrió y avanzó con todos los músculos de su cuerpo preparados cuan ave de presa. Caranthir se arrojó negligentemente sobre ella con su espada. La princesa aprovechó su orgullo y precipitación, giró sobre sí misma en el último momento y clavó con fuerza la daga en la nuca de su adversario. Sintió una inmensa satisfacción al escuchar el crujido del hueso y la exclamación ahogada del elfo. De un brusco tirón recuperó su arma y, sin pararse a mirar, fue a comprobar el estado de su marido.

- ¿Me desafiarás tú también? – le preguntó a Maedhros.

- No -.

- Tus “honorables” guerreros están matando a mujeres y niños, ¿lo sabías? -.

Él guardó silencio, avergonzado y pesaroso.

- Al menos ya tenéis el Silmaril -.

- No, Dior no lo llevaba – negó Maedhros.

- ¿¡Qué!? – exclamó Galadriel – Bueno, búscalo en palacio, aunque deseo fervientemente que el rey haya tenido el buen juicio de tirárlo al río... Celeborn ¿cómo te encuentras? -.

- Molido – gimió al moverse – Ese loco usó un hechizo que me cegó cuando defendía a Dior, mató al rey y a mí estaba a punto de hacerme lo mismo, Maedhros intentaba evitarlo cuando llegaste -.

Galadriel puso sus manos sobre la herida y convocó el poder curativo que todos los elfos poseen en mayor o menor medida. Detuvo la hemorragia y calmó el dolor, si bien no pudo sanarle por completo, sobre todo después del esfuerzo al que estaba sometiendo su magia desde que comenzase la batalla. Maedhros volvió de la habitación contigua con una botella de vino.

- Esto le reanimará -.

Por muy enojada que estuviese, la princesa aceptó la ayuda del noldo.

- ¿Dónde están Eluréd y Elurín? – le preguntó a su esposo.

- No lo sé, recuerdo haber visto a Elwing aquí pero de los príncipes ni rastro – respondió Celeborn, sus mejillas habían recuperado algo de color.

- ¿Maedhros? -.

- Descríbelos -.

- Son gemelos, muy rubios, tienen cinco años y visten túnicas grises con el emblema real bordado – insistió la dama – Tienes que haberles visto, los niños estaban con su madre igual que Elwing -.

- Celegorm – masculló el príncipe noldorin, dando un violento puñetazo al suelo – Sus guerreros son los más crueles de todos, fue él quien encontró a la familia real y la trajo al Salón del Trono; cuando yo llegué él ya estaba muerto y Curufin también, Caranthir me dijo que los guerreros de Celegorm tenían algo para resarcirse por la muerte de su señor, es posible que se refiriera a los niños -.

Una tropa de sindar irrumpió en la estancia. Coléricos, se aprestaron para dar muerte a Maedhros y cobrar venganza.

- No le hagáis nada – ordenó Celeborn y miró a su sorprendido enemigo – Al menos os debo eso después de facilitarle a Elwing la huida y por intentar evitar que Caranthir me degollase, marchaos -.

- Intentaré encontrar a los príncipes... namarië -.

Maedhros les dedicó una somera reverencia y partió.

- Llevad al caballero hasta el embarcadero – dispuso Galadriel.

- ¿Y tú? – interrogó alarmado.

- Voy tras los guerreros de Celegorm, le juré a Nimloth que cuidaría de sus hijos y pienso cumplirlo -.

- ¿Es que los noldor no aprendéis nunca?, ¿cómo se te ocurre hacer semejante promesa a sabiendas de lo que iba a suceder? – le increpó Celeborn.

Como Galadriel sabía que actuaba así movido por la preocupación no se molestó. Le dio un beso y abandonó la sala a la carrera.

- Un día va a matarme de un disgusto – farfulló él, mientras era cargado literalmente hasta el muelle.

Los combates en las Mil Cavernas se recrudecieron. La dama noldorin intentaba convencer a los defensores para que huyeran al pasaje secreto que conducía al embarcadero subterráneo, pocos prestaron oídos a sus consejos.

La mayoría de los noldor conocían a Galadriel, nadie se cruzó en su camino por respeto a su raza y linaje, y respondieron a las preguntas de la dama. Varios combatientes le indicaron que la hueste de Celegorm la había emprendido contra las comunidades agrarias de los alrededores. Debía apresurarse.

Se le fue el alma a los pies al ver los establos devorados por las llamas. Un relincho procedente de los árboles le reveló la presencia de Alqua, corrió hacia ella y la abrazó aliviada.

- Amiga, necesito tu ayuda para encontrar a esos bastardos y que paguen por todo el mal que han hecho -.

La yegua asintió y la instó a subir a su lomo. Al montar sintió un acceso de vértigo y un sudor frío recorrió su rostro, empezaba a pagar las consecuencias de abusar de su poder; aterrada, recordó el día que estuvo al borde de la muerte por forzar su mente hasta la extenuación. Permaneció unos instantes apoyada contra el cuello de Alqua, los ojos cerrados y respirando profundamente hasta recobrar el control de sí misma. En el horizonte empezó a despuntar el alba, oscurecido por nubes de tormenta.

Agarrada firmemente a las crines blancas, Galadriel galopó hacia la zona del bosque iluminada por las llamas. Atravesó tres aldeas arrasadas hasta los cimientos antes de dar con la tropa de Celegorm, justo acababan de lanzarse al ataque contra una cuarta población.

- Son como perros salvajes, ¿cómo han llegado a convertirse en esto? -.

Galadriel sabía que no podía usar la magia so riesgo de perder la vida, el puñal que colgaba de su cintura era su única arma.

- ¡Galadriel! -.

Desde la maleza una figura gris agitaba la mano para que se acercara a ella. La dama así lo hizo y descubrió que el elfo estaba acompañada por unos cincuenta sindar armados hasta los dientes.

- Soy Kheleha, ¿querréis dirigirnos en la batalla, señora? – inquirió el jefe de la hueste.

- Será un honor, sólo recordad dejar algún superviviente para interrogarlo – afirmó con una sonrisa – Aguardad aquí hasta que os dé la señal -.

La dama y su montura resplandecieron a la luz de las llamas. Habló en quenya llamando la atención de los atacantes, ellos la contemplaron como quien ve un fantasma.

- Deponed las armas o morid – advirtió ella.

- ¿Es broma? -.

Algunos se echaron a reír.

- Insisto en que cualquier resistencia es vana -.

- Sois una traidora, Celegorm así lo dijo – el que habló la señaló con la espada – Creo que deberíamos ajusticiarte aquí mismo, con esos sindar que son ahora tu Pueblo -.

- Que conste que os he avisado – Galadriel sonrió y levantó la mano que empuñaba la daga - ¡Dagro! -. (atacad!)

Sorprendidos por el repentino cambio de los acontecimientos, los noldor fueron incapaces de defenderse del violento embate.

Una vez terminada la rápida refriega, Kheleha hizo conducir a un par de los prisioneros a presencia de la dama.

- Sé que os llevasteis a los príncipes reales de Menegroth, ¿dónde están? -.

- Decidimos abandonarlos en el bosque, para que las bestias y el invierno acabaran con ellos – respondió al momento uno de ellos – Es imposible que los encontréis a tiempo -.

- Mi señora, ¿qué hacemos con ellos? – preguntó el sinda.

- Decididlo entre vosotros, matadlos o dejadles huir – respondió Galadriel, abatida – Cuando terminéis por aquí dirigios al punto de encuentro en los subterráneos, yo iré por el resto de supervivientes que queden vagando por Menegroth -.

- Es definitivo pues, ¿nos marchamos de Doriath? -.

- Doriath ya no existe -.

- ¿Y la familia real? -.

- Sólo queda viva Elwing, la envié al embarcadero a mitad de la batalla -.

- En cuanto podamos nos reuniremos con vos en Menegroth – aseveró Kheleha.

Galadriel instó a Alqua a alejarse de allí. Dio un pequeño rodeo para acercarse a Menegroth por una de las entradas ocultas entre la nieve y la maleza, los guardias que custodiaban el túnel se aprestaron a ayudar a la exánime dama noldorin.

- ¿Qué hacéis vosotros aquí? – inquirió secamente Galadriel al descubrir en la penumbra de las catacumbas a Celeborn y Thranduil.

- Echar una mano – Thranduil se encogió de hombros y extendió una manta para que Galadriel pudiera recostarse a descansar.

Celeborn se sentó a su lado con fría y severa expresión. La princesa miró en torno suyo, escondiendo la sonrisa que asomó a sus labios; su querido sinda estaba enojado con ella, así que lo mejor era dejarle que se calmara un poco antes de entablar conversación.

Estaban en una de las más amplias salas subterráneas, una inmensa cámara abovedada con forma hexagonal. Alrededor de doscientos elfos ocupaban el lugar. Se atendía a los heridos, se dormía, unos cuantos compartían una frugal comida, otros reparaban el armamento dañado. Aquellos eran los supervivientes de las tropas que habían resistido hasta el final en la batalla, se habían quedado a luchar y, posiblemente, morir para proteger al resto de su Pueblo.
- ¿Y los noldor?, ¿se han marchado ya? – le preguntó Galadriel a Celeborn.

- Aún quedan los típicos grupos de saqueadores, deberíamos aguardar un par de días antes de abandonar nuestro escondite – respondió él – Entonces podremos subir, enterrar a nuestros muertos y marchar hacia Caras Sirion -.

- ¿Sigues enfadado? -.

- Sí, cometiste una estupidez innecesaria -.

- Era mi obligación, tenía que intentar rescatar a esos niños y tú lo sabes -.

- Lo sé, pero ello no quita que lo que hiciste fuera un suicidio – sus ojos grises se clavaron en ella, reflejando todo su amor y preocupación.

- Mi amado señor sinda, olvidad eso ahora – sonrió Galadriel al tiempo que le abrazaba – Duerme junto a mí, nos esperan jornadas agotadoras antes de llegar a nuestro nuevo hogar -.

- Serías capaz de detener el sol si quieras – la acusó él, cediendo a sus deseos.

- Algún día, que no esté tan ocupada, lo intentaré –.

Celeborn la rodeó con sus brazos y se quedaron dormidos.



N.de.A: Otro capítulo más, prometo que el próximo será más alegre.^^ Parece que cuento las cosas más rápido, en realidad es que todo esto pasa muy de prisa, después de todo ¿qué son diez años en una vida élfica?.

Massánië, "Dadora de Pan", usado como un título de la más alta mujer entre la gente élfica, porque tenía el secreto y la custodia de las lembas.

Moryo: es una abreviatura del nombre familiar que Caranthir usaba en Valinor, ya por entonces debía tener un carácter de cuidado si le llamaban "finwë oscuro".

Kheleha: significa "transparente", puede interpretarse por "sincero".


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