Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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6. La Cuarta Guerra



Los aplausos, risas y gritos resonaban en uno de los patios. Aquella noche de invierno invitaba a recrearse entre los protectores muros al calor de las chimeneas, y los elfos de Menegroth no se habían hecho de rogar.

En esos momentos jugaban al pañuelo. Los dos equipos se habían visto reducidos hasta que sólo quedaban dos participantes, Celeborn a un lado y Thranduil al otro. La doncella que sujetaba el paño dejó que la tensión creciera, disfrutando de la atención de sus compañeros.

- ¡Da la señal, Eirien! – la instó uno de los asistentes.

- ¡No te hagas de rogar! – coreó otro.

Ella aguardó un par de segundos más, y obedeció. Ambos elfos salieron a toda velocidad. Fue Celeborn quien cogió el pañuelo, sin embargo Thranduil realizó un placaje que dejó a su amigo literalmente por los suelos.

- ¡Eres una mala bestia! – le espetó.

- Tampoco ha sido para tanto – se defendió el ganador, ayudándole a incorporarse.

- ¿Qué os parece si optamos por un entretenimiento más pacífico? –.

La mayor parte apoyaron la propuesta de Galadriel. La princesa permanecía sentada en un banco junto con algunos amigos, desde allí había contemplado el desarrollo del juego.

- ¿Historias? – sugirió Thranduil.

- Buena idea, empiezas tú -.

Él contrajo el rostro como si lo hubiesen golpeado. Todos se sentaron sobre la alfombra mientras Thranduil buscaba un buen relato, algo divertido.

Por fin empezó a narrar las disparatadas peripecias de un elfo llamado Dirghel que, según la descripción que de él hizo, era el despiste y la jovialidad personificados. Inventó un cómico encuentro con orcos, un combate a muerte con un terrible monstruo que Dirghel ganó aún sin saber que estaba luchando a muerte con algo en ese instante, el rescate de Dirghel gracias a una hermosa doncella que supuestamente él tenía que salvar, y así mil situaciones absurdas más. Su grupo de amigos acabó muerto de risa, sencillamente Thranduil era muy buen actor y sus chanzas harto ingeniosas.

Muchos se sorprendieron de escuchar a Galadriel reír abiertamente, por norma general solía ser más comedida. Mas no sólo hubo sorpresa, uno de los presentes se sintió invadido por los celos y la aprensión; ante lo irracional de aquellos sentimientos prefirió retirarse disimuladamente.

Celeborn se sentía perdido. Sabía que Galadriel odiaba los pretendientes, los consideraba tan molestos como los insectos, y por nada del mundo deseaba que ella pensara así de él; sin embargo, si no hacía algo pronto para conseguir captar la atención de la princesa noldorin acabaría arrojándose de cabeza al Esgalduin, desde el punto más alto de Menegroth a ser posible.

- ¡Celeborn! -.

- Beleg, por Eru, ¿qué sucede? -.

El arquero traía el aspecto de quien ha cabalgado cientos de leguas con una pesada carga.

- Malas noticias, la guerra ha estallado de nuevo en el Norte -.

- ¿Cuándo? -.

- Días, dos semanas a lo sumo; las huestes del Enemigo han cogido a los defensores completamente por sorpresa, mis informes son limitados pero me hago una idea de la situación y es catastrófica – el guerrero echó a andar con su amigo de cabello plateado a su lado – Ard-Galen ha sido arrasado, seguramente Dorthonion haya corrido la misma suerte, los ejércitos de Morgoth han atravesado el Paso del Sirion aislando Hithlum, también ha caído Lothlann, y Himland no creo que tarde mucho si pierden el Paso del Aglon -.

- Hay que frenar su avance, a este paso tendrán todos los reinos en sus manos antes de acabar el invierno -.
- He dicho que la situación era catastrófica no desesperada, los príncipes noldo se reagrupan y los veo capaces de plantar cara a los orcos; Elleth ha ido con su tropa a Brethil para investigar, y Meldon ha hecho lo mismo pero con las tierras del Gelion como meta -.

- Contar contigo es como contar con un ejército entero, estás en todo amigo mío – lo elogió Celeborn, llegando a los aposentos reales.

- Simplemente me he adelantado a unas ordenes obvias, así ganamos tiempo -.

El rey disfrutaba en esos momentos de la compañía de su mujer e hija. Lúthien cantaba acompañada por el arpa de su progenitor; en aquella habitación el invierno había dado paso a una mágica primavera, tal era el poder de la princesa.

- ¿Qué os trae hasta mí? – interrogó Thingol, tras los habituales saludos de cortesía.

- Problemas -.

Beleg repitió lo que le contase a Celeborn.

- No enviaré tropas a no ser que Doriath corra peligro – fue la resolución del rey – Aunque no retendré a nadie que desee tomar las armas y acudir al Norte -.

- Supuse que diríais eso – replicó ácidamente Beleg – He enviado algunos exploradores a Brethil y al norte de Ossiriand, el ser precavido nunca ha hecho daño a nadie -.

- Apruebo tu decisión, mantenme informado de esta nueva guerra -.

- Sí, mi señor, ¿alguna cosa más antes de que parta? -.

- Procura que nadie más se entere, no hay necesidad de alarmar a nuestra gente -.

- Así lo haré, namarië -.

El Arco Firme salió a paso rápido de la habitación. Celeborn lo siguió, sumido en oscuros pensamientos.

- Celeborn -.

- ¿Mi señor? -.

- ¿Hay algo que desees compartir con nosotros?, pareces disgustado -.

- Puedo equivocarme, pero creo que deberíamos socorrer al Pueblo de Fingolfin y Finrod; mientras nosotros vivimos cómodamente en el interior de la Cintura mágica de la reina fuera muere gente, elfos y hombres, algunos no merecen ni que se les dirija la palabra pero ¿y los otros?, los valientes y honestos, el abandonarles a su suerte nos convierte en cómplices de la maldad de Morgoth – realizó una somera reverencia – Pero vos sois el monarca y ésta es sólo la opinión de uno de vuestros súbditos -.

Terminada su disertación salió de la estancia. Thingol se veía consternado, Lúthien se contenía para no aplaudir y Melian habló.

- Ahí va un rey -.



Del otro lado de las montañas se elevaba un humo negro plagado de resplandores rojizos. El caballo de Finrod se removió nervioso.

- Calma, amigo – murmuró palmeándole la testuz.

Hacía una semana que empezaron a llegar los refugiados a Nargothrond procedentes de Ard-Galen; portaban noticias que hablaban de fuego y muerte, de la terrible guerra que había estallado en el Norte, de los miles de orcos que invadían las tierras junto con licántropos, balrogs y el horror llamado Glaurung, y de la muerte de Angrod y Aegnor. Si no hubiera sido por su llegada, Orodreth no habría podido defender Tol Sirion mucho más tiempo contra semejante ofensiva.

La hueste de Finrod avanzaba rápido y pronto encontraron el campo de batalla de los Marjales de Serech. Allí gentes de Dorthonion y de las fortalezas élficas de Ered Wethrin hacían frente un ejército de orcos.

- A Elbereth Gilthoniel o menel palan-diriel, le nallon! A tiro ammen, Fanuilos! -.

Al grito de batalla de Finrod su ejército se abalanzó sobre los orcos. Él mismo desenvainó su espada y cargó; su montura chocó contra los monstruos y pisoteó a conciencia a aquellos que cayeron bajo sus cascos.

Alzó y descargó la espada, una, dos, tres, cientos de veces, hasta que la brillante hoja desapareció bajo la ponzoñosa sangre. Los elfos avanzaban y los orcos huían en desbandada.

Finrod gritó ordenes y su hueste se reagrupó para perseguir al enemigo. Ufano, pensó que, después de todo, esa guerra no sería mucho peor que la anterior. Exterminarían a esas alimañas, ayudaría a Orodreth y vengaría la muerte de Angrod y Aegnor; Morgoth iba a saber de una vez con quién estaba tratando.

Sus alegres cábalas se hicieron pedazos al ver lo que tenía delante. Una nueva fuerza de orcos acompañados de licántropos surgió de los marjales y otros tantos se hundieron en el flanco del ejército de Nargothrond partiéndolo en dos.

El combate se recrudeció entonces. Los elfos, agotados, cedían terreno, cayendo fatalmente ante las bestias. Finrod intentó reorganizar a su gente, fue en vano. Un nuevo embate del enemigo le separó junto con cinco compañeros del grueso de sus soldados.

Ni siquiera la magia podía mantener a raya a los orcos, cuando uno caía dos lo reemplazaban. Tres de los amigos del rey cayeron bajo las hachas, él apenas conseguía sujetar la espada del agotamiento.

Los dos elfos que quedaban fueron descuartizados ante él, la sangre manchó su resplandeciente cota de malla. Los orcos avanzaron y el caballo de Finrod se encabritó arrojándolo al suelo, ellos lo despacharon al momento en pos de la magnifica presa que representaba el rey.

- Ai Elentári! Danedhalye nin! -.

El ruego de Finrod debió ser escuchado, pues los orcos que iban a abalanzarse sobre él fueron muertos a flechazos y varios hombres le rodearon formando un impenetrable muro de lanzas.

Sintió como le cogían del brazo y le obligaban a moverse, abandonando el campo de batalla por caminos ocultos en la maleza. El elfo escrutó al que parecía ser el jefe de sus improvisados rescatadores. Era un hombre relativamente joven, fuerte, de cabello negro anudado toscamente en la nuca, su expresión resultaba desafiante en el rostro de marcadas facciones e inquisitivos ojos grises.

- ¿Eres de la Casa de Bëor? -.

- Sí, mas apresuraos, una vez a salvo os diré quien soy -.

- No puedo abandonar a mi gente -.

- Vuestro ejército está perdido, apenas quedaban elfos en pie cuando os sacamos de allí; desistid de una inútil acción heroica, hay más gente en Nargothrond que os necesita – el guerrero adan señaló el pantano – Los Marjales de Serech son nuestra única oportunidad de perder a los exploradores del enemigo, después os llevaremos a Minas Tirith con vuestro hermano Orodreth -.

Finrod asintió. El humano tenía razón. Siguieron avanzando en silencio, abriéndose paso entre los matojos y las ciénagas.

Tras una agotadora marcha, se detuvieron a pasar la noche en el límite entre los Marjales y las faldas de Ered Wethrin. No encendieron fuego. Comieron las raciones de viaje frías acompañadas por agua de manantial.

- ¿A quién debo mi vida? – interrogó Finrod.

- Soy Barahir, hijo de Bregor y señor de Dorthonion, aunque ahora nuestro hogar es arrasado por la guerra y mi pueblo ha de luchar días para conservar cada palmo de tierra -.

- ¿Y tu hermano Bregolas? -.

- Murió en las primeras semanas de combate -.

- Me duele oírlo, fue un magnifico guerrero y un buen líder – Finrod miró el cielo del Norte, iluminado por el rojo de las llamas del Orodruin – Todos hemos perdido a personas muy queridas en esta guerra y, si mi corazón no se equivoca, aún habremos de perder a muchos más antes que todo esto acabe -.

- Señor, espero fervientemente que os equivoquéis -.

El miembro más joven del grupo de guerreros, un chico de unos dieciocho años, se acercó a ellos.

- Beren, ¿has visto algo? -.

- No, creo que conseguimos despistarlos – sonrió en la oscuridad, gesto que no escapó a la vista del elfo – Podemos llegar a Tol Siron sin problemas -.

- No será necesario – interrumpió Finrod – Barahir, os agradezco vuestra ayuda y no deseo teneros apartados de la defensa de vuestro hogar, mañana yo seguiré hacia el Sur mientras vosotros volvéis al Norte -.

- Pero señor... -.

- Es mi decisión Barahir – el elfo cogió la mano del humano y depositó en ella un pequeño objeto – Este anillo será testigo de la eterna amistad entre nosotros, el día que tú o alguno de tus descendientes necesite ayuda sólo habrá de pedirla y Finrod Felagund se la dará sin restricciones, os lo juro -.

- Os agradezco el honor -.

Barahir tanteó el anillo, apreciando la sinuosa forma del oro tallado en forma de dos serpientes entrelazadas y la corona sobre una de ellas.

Antes del alba, los guerreros edain se despidieron del elfo y cada uno tomó su camino, incapaces de ver como el destino se cerraba en torno a ellos.



Harta del enclaustramiento, Galadriel fue a cabalgar al alba. Últimamente sufría la desagradable sensación de que los muros se cernían sobre ella asfixiándola, y Melian se había negado tanto a explicarle el por qué como a continuar las clases.

El aire fresco resultó el mejor remedio. La nieve, que había vestido de blanco los bosques y campos durante el invierno, empezaba a derretirse y el paisaje resplandecía como adornado con nácar.

Poniendo a Alqua al galope, siguió la corriente del Esgalduin hasta llegar a su desembocadura en el Sirion; remontó entonces las aguas hacia el Norte. Pasado el mediodía paró a comer el refrigerio que traía en las alforjas, el vado que conducía al Bosque de Brethil no andaba lejos. Alqua agradeció las frutas que le ofreció su ama.

- Volvamos a Menegroth, se hace tarde -.

La yegua relinchó su asentimiento. Fue entonces cuando se escuchó el sonido de caballos a galope, monturas élficas pues apenas hacían ruido.

- Vienen de Brethil, ¿te parece que investiguemos un poco? -.

Alqua censuró a su señora con la mirada, la palabra “cotilla” brillaba claramente en la mente del animal.

- Es por curiosidad, nadie entra a saco en Doriath sin una buena razón – se defendió ella.

La yegua resopló, resignada.

Escasos minutos después cinco jinetes grises surgían de la floresta y cruzaban el vado. El que iba en cabeza refrenó a sus compañeros, había reconocido a la princesa noldorin a pesar de la sobreveste gris y la capucha que ocultaba los mechones dorados.

- Aiya, alteza -.

- Mae govannen, Elleth, ¿de dónde venís con tanta prisa? -.

Esa pregunta era la que se temía la exploradora sinda, la misma que hacía que Galadriel fuera la última eldalië que habría deseado ver ese día.

- Misión secreta para Thingol, señora -.

- Más tarde o más temprano sabré qué sucede, habla – tanto misterio empezaba a inquietar a Galadriel.

- Ha estallado la guerra en el Norte, Beleg nos envió para saber exactamente lo que está sucediendo – confesó Elleth – Siento deciros que no son buenas noticias, si tuvierais a bien acompañarnos podréis escucharlo todo en Mengroth, el tiempo apremia -.

La Corte de Menegroth se reunió en cuanto se supo de la llegada de los exploradores. El silencio se hizo en el Salón del Trono nada más entrar Elleth y sus compañeros.

- Sed bienvenidos, ¿qué nuevas traéis del Norte? -.

- Guerra, mi señor, que se halla más o menos estabilizada después del primer asalto del Enemigo. Más allá de Brethil sólo encontramos desolación, dimos por casualidad con algunos refugiados de Dorthonion y nos explicaron que ríos de fuego brotaron de Thangorodrim y arrasaron Ard-Galen – la mirada de Elleth fue de Thingol a Galadriel – Muchos noldor murieron en el ataque por sorpresa en mitad de la noche, también los señores de esas tierras, Angrod y Aegnor -.

La princesa palideció, pero no dio más muestras visibles de dolor.

- Sentimos su muerte – el rey inclinó la cabeza en dirección a Galadriel – Prosigue, Elleth -.

- Escuchamos que el señor de Nargothrond cayó en una emboscada en los Marjales de Serech y fue rescatado por unos edain, guerreros de la Casa de Bëor creo, y ha vuelto a su reino para organizar una defensa. Orodreth aguanta en Minas Tirith y ha frenado en parte la entrada de orcos por el Paso de Sirion, es donde se llevan a cabo la mayor parte de las refriegas. Hithlum no ha sufrido daños, protegido por las Ered Wethrin y el rey Fingolfin ataca al enemigo desde la seguridad de sus atalayas; sin embargo, Dorthonion es un auténtico campo de batalla, los edain tienen todas las de perder. No sabemos exactamente que sucede más allá del Paso de Ladros, esa es tarea de Meldon, pero nos dijeron que Celegorm y Curufin habían huido a Nargothrond, eso sólo puede significar que Himland ha caído -.

- Buen trabajo, podéis retiraros e ir a descansar -.

Los exploradores se despidieron con una reverencia y abandonaron el Salón. Galadriel también se marchó, no se sentía capaz de escuchar a Thingol diciendo que no iba a mover un dedo por ayudar a los Noldor.

- Alatáriel -.

No necesitaba volverse para saber quién la llamaba.

- ¿Qué quieres, Celeborn? -.

- A ti – pensó y sin embargo fueron otras palabras las que pronunció – Saber si podía hacer algo por ti -.

- No, a menos que puedas devolver la vida a aquellos que se han ido -.

Él ignoró el tono mordaz y le ofreció su brazo.

- Te acompañaré a tu cuarto y me aseguraré de que nadie te moleste -.

Galadriel aceptó, dejándose conducir dócilmente por los pasillos.

- Al escaparte para cabalgar te has perdido una peculiar escena -.

- ¿Qué ha pasado? -.

- Thranduil ha pedido la mano de Eirien -.

- Me alegro por él, llevaba casi un año para decidirse – afirmó ella.

- Estaba aterrado -.

- Eirien no es alguien que inspire miedo precisamente -.

- Ella no, pero su padre sí... bueno, más que miedo dejémoslo en respeto – comentó Celeborn – Impone mucho respeto -.

- ¿Beleg Cúthalion?, parece muy severo pero es cordial y simpático cuando se lo propone, en mi opinión es porque se toma sus responsabilidades demasiado en serio, y siempre tiene esa expresión de estar a punto de clavar a alguien en la pared de un flechazo -.

- Hemos llegado – el elfo sinda se hizo a un lado para que ella pudiese abrir la puerta - ¿Necesitas algo? -.

- No, y gracias -.

Antes entrar a la habitación, Galadriel le dio un fugaz beso en la mejilla. Una sonrisa de triunfo y felicidad absoluta iluminó el rostro de Celeborn, y siguió allí, imborrable, incluso después de concluir la reunión en el Salón del Trono.



Sentado en el árbol, Thranduil contemplaba su entorno sin prestar demasiada atención. Le tocaba guardia junto a uno de los vados del río Aros, pero su mente flotaba perdida en otros menesteres muy distintos a la vigilancia: su adorada esposa Eirien; recién casados y a Mablung no se le ocurre otra cosa que mandarle a leguas de Menegroth.

- ¡Thranduil, ven rápido! -.

El sinda bajó del árbol en dos saltos y corrió siguiendo la voz. Descubrió, horrorizado, a su compañero de guardia llevando a la espalda un cuerpo cubierto de sangre.

- ¡Por Elbereth, Thoron!, ¿quién es? -.

- Es Meldon, lo encontré del otro lado del río, hay que llevarlo al sanador -.

- Estamos cerca de una de las comunidades de Region, aprisa -.

Entre los dos no les costó transportar rápidamente a su amigo. En la pequeña población se ocuparon al momento del herido, el animista que se hizo cargo dijo que estaba grave pero sobreviviría.

- ¿Tienes idea de lo que pudo pasarle? – preguntó Thranduil a su camarada, mientras se lavaban para quitarse la sangre.

- Lo encontré con dos de los exploradores que le acompañaban en su expedición, ellos estaban muertos y él agonizaba así que no me fije mucho, aunque vi armamento orco -.

- ¿Orcos en Estolad? -.

- Me temo que las noticias que trae Meldon son peores que las de Elleth – afirmó Thoron, metiendo su rubia cabeza en el arroyo.

Enviaron un mensajero a Menegroth para informar del incidente, además se ofrecieron a llevar a Meldon a palacio en cuanto éste se encontrara en condiciones de viajar. Sin embargo Thingol no esperó. Tres días después de rescatar a Meldon, al alba, Thranduil observó un brusco cambio en su entorno; los últimos retazos del invierno que coleaban en el bosque se vieron sustituidos, en cuestión de horas, por todo el esplendor de la primavera. No tuvo que esperar mucho para descubrir el motivo, un cántico de una belleza indescriptible inundó sus sentidos y, junto con los trinos de las aves, anunciaba la llegada de la princesa de Doriath. Lúthien sonrió y saludó alegremente al embelesado elfo, nadie escuchaba y miraba a la hija de Thingol sin sufrir los efectos de su hechizo.

- ¿Dónde tenéis a Meldon? -.

- En casa del sanador, os guiaré -.

Los habitantes de la pequeña aldea se inclinaban ante Lúthien con reverente respeto. El curandero se hizo a un lado sin protestar al irrumpir en su casa, perfectamente consciente del poder de su ilustre visitante.

La princesa abrazó al herido y cerró los ojos. Una intensa luz azulada brotó de su interior y se derramó por el cuerpo de Meldon como si de agua se tratase. Apenas unos instantes después, Lúthien se apartó y sonrió con ternura al recuperado elfo.

- ¿Cómo te sientes? -.

- Yo... bien... – balbució Meldon, desorientado – Gracias alteza, pero ¿qué ha pasado? -.

- ¿No recuerdas nada? – interrogó Thoron, que había entrado detrás de la princesa y su guía.

- Lo último que tengo en mente es que huíamos de una horda de orcos, perdí a dos compañeros antes de avistar el Aros, luego sólo hay oscuridad -.

- Siento comunicarte que eres el único superviviente – anunció Thranduil – Será mejor que te llevemos ante Elu Thingol, así podrás informarle de lo sucedido y de los resultados de vuestra exploración -.

- Sí, los orcos están a las puertas de Ossiriand, vayamos rápido -.



Los golpes en la puerta interrumpieron la delicada música del arpa. Galadriel abrió y se encontró con Eirien.

- Han vuelto -.

- ¿Quién?, específica por favor -.

- Thranduil y Lúthien han traído a Meldon, al parecer la guerra es peor de lo que se pensaba... -.

Galadriel no necesitaba más. Agarró a su amiga y se apresuraron en ir al Salón del Trono. Desde la llegada de Elleth la princesa noldorin había esperado impaciente a Meldon, necesitaba saber qué perdidas habían sufrido los hijos de Fëanor.

- Cuéntanos Meldon – decía Thingol cuando ambas elfas entraron.

- Los Noldor llaman a esta guerra la Dagor Bragollach, razón no les falta – a pesar del poder de Lúthien los ojos de Meldon carecían de vida, apagados por la tristeza y el dolor – Mis compañeros y yo remontamos el curso del Celon, así descubrimos en apenas dos días que Himland había caído y estaba atestada de orcos, Celegorm y Curufin habían huido a Nargothrond según nos dijeron. Nos desviamos entonces hacia las tierras del Gelion, la situación era caótica y más de una vez nos tuvimos que unir a la batalla para sobrevivir; de esa manera llegamos a Himring, donde nos acogieron aunque tuvimos que mentir sobre nuestra procedencia, por temor a la ira de Maedhros -.

- Aiya -.

Galadriel se hizo a un lado para hacer hueco a Thranduil y Celeborn.

- ¿Cómo está la situación? -.

- Peor – masculló la doncella noldorin.

- Estuvimos más de un mes confinados en Himring, hasta que los noldor y edain lograron tomar de nuevo el Paso de Aglon. Creímos que por fin el enemigo había sido devuelto a sus tierras, esperanza vana porque en dos días los orcos invadían Lothlann acompañados por Glaurung, un monstruo enorme en tamaño y poder, y bajaban por Rerir arrasando el territorio entre los brazos del Gelion y destruyeron todo Thargelion en apenas una semana. Maglor se unió a Maedhros cuando perdió sus tierras, sin embargo de Caranthir nada se sabe y Amrod y Amras se han retirado hacia el Sur, hasta Ramdal y Amon Ereb -.

- Mis primos son una pandilla de cobardes, sólo Maedhros parece conservar un mínimo de entereza -.

- Es una retirada estratégica – objetó Celeborn a las palabras de su amiga.

- Es una huida, lo mires por donde lo mires -.

- Debes resultar impresionante en el campo de batalla... ¡ouch! – sonrió Thranduil, ganándose un codazo de su esposa.

- Ossiriand se halla literalmente sitiada y los orcos vagan a sus anchas por todo el Este de Beleriand. Como era un suicidio atravesar las llanuras al descubierto, mi grupo optó por dar un rodeo desde Ossiriand pasando por Ramdal, bordeando las montañas de Amdram y subiendo hasta uno de los vados del Aros; no esperábamos que estuvieran tan al sur, la emboscada nos pilló por completo desprevenidos... -.

- Habéis demostrado un gran valor, tú y los compañeros que has perdido, nobles guerreros que recordaremos con orgullo y... -.

Las palabras del rey murieron ante la brusca irrupción de Beleg en el Gran Salón, hacía dos meses que nadie sabía del arquero y su aparición levantó un murmullo entre los asistentes. Galadriel vio la inmensa alegría de Eirien al ver a su padre, y recordó a Finarfin con cierta melancolía.

- Beleg, imprevisto aunque bienvenido sea tu regreso -.

- Majestad, no hay tiempo para formalidades, estoy aquí como emisario del rey Fingon -.

- ¿Más malas noticias?, ¿acaso ha caído Tol Sirion? -.

- No, los noldor mantienen a salvo Beleriand Oeste, Serech es lo más al Sur que ha llegado el Enemigo -.

- ¿Entonces? -.

- Los Noldor están de luto, Fingolfin, el Rey Supremo de los Noldor, ha muerto -.

Galadriel abandonó a la carrera la estancia, jurándose a sí misma que nunca volvería a entrar en el Salón del Trono. Dos de sus hermanos y alguien a quien quería como un padre habían muerto, el dolor le atenazaba el corazón y la asfixiaba, pero era incapaz de llorar. Se recogió el vestido y apretó el paso. Los zapatos golpeaban el suelo causando un curioso golpeteo rítmico, hueco. Corrió hasta su habitación y se encerró en ella, ni siquiera Celeborn fue capaz de arrancarla de su auto impuesto aislamiento. Pasaron días antes que alguien volviera a ver a Galadriel, y los que la conocían veían como iba cambiando su carácter; nada quedaba de la jovial y orgullosa princesa que llegó a Doriath, la pena estaba grabada en el fondo de sus ojos.



Transcurrieron siete años de guerra interminable. Los Noldor consiguieron mantener a raya al Enemigo y los orcos no llegaron a Beleriand; sin embargo Orodreth perdió Tol Sirion a manos de Sauron, señor supremo de los ejércitos de Morgoth, y se retiró con su gente a Nargothrond.

Los pocos edain de Dorthonion que quedaban con vida se unieron a otros pueblos, principalmente a la Casa de Hador en Hithlum, y el resto murieron, entre ellos el pequeño grupo de guerreros de Barahir. Aunque quizás no todos...



N.de.A.: Creo que los capítulos a partir de ahora van a ser bastante largos, sencillamente ocurren muchas cosas y quiero contarlas. Siento si hablo de demasiados sitios, recomiendo que consigáis un mapa de la Tierra Media en la Primera Edad, aunque muchos lo tendréis del Silmarilion (es el que yo he usado).

Aquí están las frases:

A Elbereth Gilthoniel o menel palan-diriel, le nallon! A tiro ammen, Fanuilos!: Oh, Elbereth, iluminadora de estrellas, que ves desde el cielo a lo lejos, ante ti clamo! Oh, miranos, Siempreblanca!

Ai Elentári! Danedhalye nin!: Oh Reina de las estrellas! Salvadme!

La primera es una adaptación del ruego de Sam en su combate contra Ella-araña. La segunda me la curre yo solita, no veáis lo difícil que fue encontrar el maldito verbo "rescatar".

Y estos son los nombres de mis personajillos particulares:

Eirien: ojo del día.

Dirghel: jovial, entusiasta.

Elleth: doncella elfo.

Meldon: querido, apreciado.

Thoron: águila.

Alqua (se me olvidó ponerlo antes ^^U): cisne.


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