Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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18. Vacaciones




Galadriel se mecía indolentemente. En su regazo un libro de literatura numenoreana. El balancín, cubierto de madreselva, se movía sin emitir un sonido, como si no quisiera alterar la silenciosa paz que reinaba en Ost-in-Edhil aquella calurosa tarde de verano.

Los ojos azules de la dama vagaron por el paisaje, los campos que rodeaban a la capital se habían vestido con colores dorados y marrones.

Celeborn salió a la terraza. Llevaba una sencilla camisa gris con finas calzas, el sol arrancó matices áureos a su cabello plateado. Literalmente, se desplomó junto a su esposa.

- Es insoportable – masculló – Este calor mataría a cualquiera -.

- Estoy de acuerdo, hace que le invada a uno una horrible pereza – coincidió Galadriel.

- He estado pensando, ¿y si nos escapamos unos días a Telpëmár? -.

- No hay problemas en perspectiva, supongo que podríamos irnos – contempló el horizonte completamente despejado de nubes – Es más, creo que se presenta como una necesidad -.

- Si quieres podemos invitar a algunos de nuestros amigos -.

- ¿En serio? -.

Celeborn asintió con la cabeza y una espléndida sonrisa.

- ¿Cuándo nos iríamos? – Galadriel se había levantado, ilusionada.

- Hoy mismo al caer el sol, así evitaremos morir calcinados -.

- Perfecto -.

Ella iba a entrar a la casa, sin embargo volvió sobre sus pasos como si hubiese olvidado algo, y besó dulcemente a Celeborn. El sinda correspondió, abrumado por el amor que esa Señora de los Noldor podía despertar en él.

- Lo echaba de menos -.

- ¿Qué? – se extrañó Galadriel, aún entre sus brazos.

- Gestos espontáneos como éste, siempre recordaré la primera vez que me besaste – su expresión se tornó soñadora, y ella volvió a ver al mismo muchacho tímido y hermoso que había conocido en Doriath – No podía creer que tú, la hija de Finarfín, la Princesa de los Noldor, me quisiera -.

- Decepcioné a muchos grandes señores, ¿verdad? – interrogó divertida.

- Más bien los dejaste estupefactos, nadie esperaba que señalases a tu favorito besándole en el Salón del Trono delante de toda la Corte -.

- ¿Te fijaste?, en ese momento yo creí que te iba a dar un ataque, el color rojo de tu cara contrastaba de manera muy interesante con tu pelo albino -.

- Disfrutas siendo el centro de atención -.

- Más que eso, me gusta ser el centro del universo y que todo el mundo me quiera y me necesite -.



Esa misma tarde una pequeña expedición abandonaba Ost-in-Edhil a lomos de sus monturas élficas. Invitación por aquí, invitación por allá, al final resultó un grupo ciertamente heterogéneo: Mírwen, Súlima, Celebrimbor, Fendomë y Aegnor, fueron invitados por gusto; mientras que, medio de rebote, se unieron a ellos Finculin, Orrerë y Fanari.

- ¿No viene Valglin? – se interesó Mírwen.

- Me dijo que tenía trabajo atrasado y que se traía entre manos unas observaciones que no podía posponer por la rotación de estrellas – explicó Galadriel – Sin olvidar que es el mejor regente al que podía dejar en mi ausencia -.

- Os noto inquieta, ¿es por los presentimientos? -.

- Algo va a suceder y no sé qué es, eso me tiene ligeramente alterada – frunció el ceño, expresión clara de su frustración – Muerde los límites de mi conciencia, pero cuando parece que por fin voy a atraparlo desaparece y no vuelvo a sentirlo hasta que bajo la guardia -.

- Acabaréis desquiciada – afirmó Fendomë, poniendo su corcel a la altura de Galadriel.

- ¿Alguna solución, Fendomë? – sonrió ella.

- No soy un mentalista, sin embargo creo que deberíais relajaros y descansar, si seguís en este permanente estado de alerta vuestro poder se verá muy debilitado para cuando la auténtica amenaza se presente -.

- De eso pensaba que os ocuparíais vos -.

- ¿Yo? -.

- Os he invitado a todos mi modesta casita de campo y tenemos un par de días de viaje por delante, espero que sea suficiente para que vuestro legendario ingenio conciba unos cuantos juegos para distraerme -.

- Habrá uno que se hará bastante popular, mi señora, para desgracia de los presentes – suspiró y echó un vistazo por encima de su hombro, en previsión de posibles oídos indiscretos – Conseguir que vuestros tontos enamorados no se maten -.

- Eso ha sido cruel, Fendomë – le acusó Mírwen, vehemente – No tenías ningún derecho a decir eso, discúlpate -.

Tanto Galadriel como el reprendido miraron a la joven noldo como si la viesen por primera vez.

- Os ruego que me perdonéis si mis palabras han resultado ofensivas, no pretendía tal cosa – inclinó ligeramente la cabeza – Mi intención era exponer un hecho que puede convertirse en un serio problema, sobre todo si nuestra reina desea descansar -.

- Lo sé, pero ha sonado muy mal como lo has dicho antes -.

La Dama Blanca sonrió para sí. Mírwen estaba haciendo prodigiosos avances con el taciturno elda; le tuteaba y le regañaba sin compasión, y él parecía aceptarlo sin mayores complicaciones.

- Bueno, ¿alguna idea para solucionar ese serio inconveniente? – interrogó Galadriel.

- La mayor parte del tiempo será fácil evitar choques entre ambos, los momentos conflictivos surgirán durante las comidas, parece que a los dos les encanta sacar a relucir sus diferencias sobre todo es esos momentos -.

- Eso es cierto – asintió la dama.

- Entonces lo único que podemos hacer es improvisar -.

- Me temo que así es, Mírwen – aseveró Fendomë – Aunque, si se ponen muy pesados, siempre podríamos arrojarlos al río para que se les bajen los humos y las ganas de liarse a tortazos -.



Telpëmár era una hermosa villa ubicada en medio de viñedos y trigales, próxima a un río. Construida en piedra sin desbastar sobre una colina rodeada de álamos, tenía un marcado aire silvano.

Cinco elfos silvanos se encargaban de cuidar la hacienda. Tres de ellos salieron a recibir a sus señores e invitados.

- Es un lugar precioso – elogió Súlima – Tan distinto a Ost-in-Edhil -.

- Esa era la intención – replicó Celeborn.

- Galadriel, has vuelto a hacer trampas – protestó Fendomë con una mordaz sonrisa en sus labios y prescindiendo de todo protocolo.

- ¿A que te refieres? -.

- Esta casita de campo ya existe en otro lugar, ¿verdad? -.

- Sí, una casa muy semejante a ésta se levanta en Valinor – reconoció ella, como una niña a la que han atrapado en alguna travesura – Mi padre la construyó para llevarnos a toda la familia cuando salía de caza con mi tío Fingolfin y mis primos -.

Mientras hablaba de su antiguo hogar, todos pudieron atisbar brevemente a la mujer que existía detrás de la máscara de reina.

- Tú también ibas con ellos, lo recuerdo -.

- Sí, por aquel entonces aún me llamaban Nerwen – sonrió ella – Pero basta de recuerdos, pronto será medio día, así que os propongo un almuerzo junto al río y un buen baño en sus aguas -.

- Apoyo la moción, tengo encima unos diez kilos de tierra del camino – afirmó Celebrimbor – Por no hablar del calor -.

- Acompañadme dentro, tengo algunas ropas para bañarnos juntos sin que nadie vea comprometido su recato -.



- ¡Allá voy! -.

Finculin, Orrerë y Mírwen estallaron en carcajadas. Al saltar al río habían, literalmente, duchado a Aegnor.

- ¡Ahora veréis! -.

El Mantenedor de los Fuegos nadó en pos de sus atacantes, abalanzándose sobre ellos. Una de sus manos agarró al muchacho pelirrojo y le sumergió sin piedad.

- A este paso matará a Finculin – comentó Fanari, preocupada.

- Sólo es un juego – sonrió Celebrimbor, flotando lánguidamente – Esto es una gozada, me quedaría metido en el agua todo el día viendo como ahogan a mi sobrino -.

Sentados en las piedras que formaban la pared artificial de la poza, Galadriel y Fendomë intercambiaban opiniones acerca del último torneo de tiro con arco. En la orilla, Súlima y Celeborn compartían recuerdos de Doriath.

- Ninquenís -.

- Dime, Aegnor -.

- ¿Puedo ahogar un poco a vuestra damita sin arriesgarme a que me convirtáis en rana? – preguntó el artesano, sujetando a Mírwen que no cesaba de patalear.

- Siempre que no la lastimes, supongo que sí -.

- ¡Mi señora! -.

La protesta de Mírwen desapareció junto con su persona bajo el agua, en medio de un intenso chapoteo. Finculin y Orrerë acudieron en su ayuda. Celebrimbor decidió echar una mano a su camarada, dada la desventaja del tres contra uno. Fanari, harta de guardar la compostura, se lanzó en auxilio de sus jóvenes amigos. Y, por si fuera poco, Súlima decidió que nadie iba a estropear a su querido Aegnor.

- Recomiendo un poco de adormidera en la merienda – dijo Celeborn, yendo junto a su esposa y Fendomë.

- Una idea interesante – asintió Galadriel, en extremo entretenida por la batalla acuática.

- ¡Fendomë, ayúdanos! – le gritó Aegnor, entre aguadillas.

- No, pero gracias por el ofrecimiento – replicó el elda.

Por encima del alboroto sonaron las arcanas palabras de un hechizo. El agua cobró vida y, formando un torbellino, arrastró a los jóvenes combatientes hasta dejarles colgados de los árboles que se inclinaban sobre el río.

- ¡Tío, eso es trampa! – se quejó Finculin - ¡Has usado magia! -.

- Nada me prohibía echar mano de un poco de poder – replicó Celebrimbor – Y como esto parece que está solucionado, ¿qué os parece si merendamos? -.

El resto del día transcurrió entre baños, comida, risas y mucho descanso. Por unas horas se olvidaron las responsabilidades.

La noche llegó como una bendición más, sobre todo gracias a la fresca brisa que hacía murmurar a los álamos que rodeaban la villa. Celebrimbor dejó a Súlima y Aegnor conversando, necesitaba soledad. Sus pasos le llevaron hasta el bosquecillo del río, tan abstraído iba que no reparó en alguien sentado en la oscuridad.

- Una noche perfecta para pasear -.

Aquella voz sobresaltó al noldo. De las sombras surgió una figura plateada, Celeborn.

- Disculpadme, no os había visto, continuaré mi paseo – dijo Celebrimbor, dando media vuelta con intención de marcharse.

- Aguarda -.

- ¿Deseáis algo? -.

- Hablar contigo, señor herrero – respondió el rey – Siempre estamos rodeados de gente preocupada por si decidimos tirarnos a la yugular del otro, ¿qué te parece una pacífica conversación? -.

- No quisiera ofenderos pero, ¿de qué queréis hablar? -.

- De la persona a la que ambos amamos y que, a su vez, nos ama -.

Celebrimbor sintió como si acabara de tragarse una piedra.

- No pongas esa cara – sonrió Celeborn – No tengo pensado ningún discurso acusador y ofensivo, al contrario -.

- ¿Al contrario? – parpadeó extrañado el príncipe.

- Quiero que hablemos de Galadriel, porque creo que no sabes como es realmente -.

- Me mostró su pasado a través de un hechizo – dijo Celebrimbor, desafiante.

- Entonces sabes el motivo por el que abandonó Valinor -.

- Quería ser reina -.

- Exacto, y eso es lo único que le importa -.

- Galadriel no es... – la frase quedó a medias, cuando unas palabras pronunciadas hace mucho tiempo volvieron a su mente.

- Acabas de despertar a la verdad – filosofó el sinda, sin perder el buen humor en ningún momento – El centro de su existencia es gobernar un reino, parece tener una innata necesidad de organizarle la vida a la gente -.

- Sí, lo sé -.

- Por eso, en Doriath, me eligió a mí -.

- Explicaos -.

- Puede que no sea un poderoso príncipe noldo, sin embargo el tiempo me ha otorgado sabiduría y no soy un mal guerrero – sus ojos translucidos brillaron en la penumbra – Todos los nobles de Doriath, y muchos visitantes, se empeñaban en demostrarle a Galadriel su amplia gama de dones y habilidades; sin embargo ella no buscaba un compañero que la igualara en poder, algo de por sí bastante difícil siendo la única eldar de la Casa de Finwë que sigue con vida en Endor. Aquello que me permitió desposarla fue que no me importaba permanecer en segundo plano, Galadriel no podría convivir con alguien que se enfrentara a su autoridad, ya visteis lo que sucedió la última vez que se me ocurrió oponerme a ella, el enfado duró años -.

- Esto es lo más absurdo que he oído, ella... – Celebrimbor calló, asustado por lo que había estado a punto de decir.

- Ella ¿qué? – interrogó el rey – Adelante, dilo, no me enfadaré -.

- No era nada -.

- “Ella me ama”, eso es lo que temes decir – afirmó burlón – Es un secreto a voces que amas a mi esposa y que ella, a su manera, te corresponde -.

Esta conversación iba a atormentarle durante bastante tiempo, uno o dos siglos, calculó Celebrimbor con amargura. El elfo que tenía ante él no parecía ser el mismo indolente, deprimido y egoísta Celeborn, el que se hallaba ante él gozaba de firmeza, inteligencia y una facilidad para reírse de todo que empezaba a trastornar al noldo. Galadriel tenía razón, Celeborn se guardaba más de lo que mostraba a los demás.

- Discúlpame si soy tan crudo y cínico – se excusó – Es mejor bromear y aligerar de dramatismo a este tema, de lo contrario corremos el riesgo de acabar a golpes -.

- Creo que empiezo a acostumbrarme, mantened ese tono si lo preferís -.

- Me parece que no sólo desconocíais el carácter de mi Altáriel, también el mío te está resultando... indigesto -.

- Por eso mismo os pediría que me rematarais lo antes posible -.

Celeborn le ofreció una sonrisa de sincera comprensión y amistad.

- No te odio Celebrimbor, aunque muchas veces pueda parecer que sí; sencillamente me altero siempre que alguien habla de los naugrim, es un odio tan aferrado a mi corazón que tendré que aprender a vivir con él y controlarlo en la medida de lo posible – cruzó los brazos y su gesto se tornó grave por primera vez – Sin embargo he de pedirte que dejes en paz a mi esposa, resulta muy incomodo saber que otro elfo la corteja a mis espaldas; sí, ya sé que no lo haces directamente, pero de una forma indirecta buscas su atención y aquiescencia, como cuando le regalaste la Elessar de la cual no se separa en ningún momento -.

- ¿Lo ordenáis como rey? – el maestro artesano se armó con su orgullo.

- No, éste no es un asunto que concierna al monarca, ni tampoco es una orden; sólo soy un elfo pidiéndole amablemente a otro que renuncie a lo que no puede ser, Galadriel jamás te ofrecerá más de lo que ya te ha dado -.

- Eso está por ver -.

- Acabarás autodestruyéndote -.

- Quizás no sea yo el que acabe mal -.

- Sea si lo prefieres así, lucha igual que todos los familiares que te han precedido y sucumbe a la maldición que pesa sobre ti, nieto de Fëanor – le espetó Celeborn – A Fëanor le perdió su oscuro amor por los Silmarils, a ti te destruirá la obsesión por la Dama Blanca -.

- Si habéis terminado vuestro discurso volveré a la casa, antes que alguno hagamos algo de lo que nos arrepintamos -.

- Nada más me queda por decir -.

- Maer fuin anle -.(Buena Noche a vos).

Celebrimbor giró sobre sí mismo y se alejó a grandes zancadas. El elfo gris permaneció inmóvil, viendo desaparecer en la noche al impulsivo y orgulloso príncipe; una honda preocupación se instaló en su interior, un eco de los malos presentimientos que asediaban a su esposa.



Al cuarto día de estancia en Telpëmár, durante uno de los baños colectivos en el río, un mensajero llegó con una misiva urgente para la reina.

- Lindir, menuda sorpresa – dijo Mírwen, nada más reconocer al joven noldo de cabello rubio y rostro de halcón.

- Más tarde, amiga, ahora Ninquenís debe leer esto – la interrumpió él.

- ¿Ha sucedido algo grave? – interrogó la reina, preocupada.

- Depende como se mire – el elfo se encogió de hombros bajo las ropas verdes de explorador – La carta es de su majestad Gil-galad de Lindon, llegó a Ost-in-Edhil justo cuando yo partía para informaros de la aparición de un desconcertante visitante -.

- Explícate -.

- Es un maia, se hace llamar Annatar y dice que ha venido a Endor para ayudar a los elfos -.

- Un maia – murmuró Celeborn, el ceño fruncido.

Galadriel rompió el sello del sobre y leyó en silencio la carta, una expresión fúnebre se instaló en su rostro.

- ¿Qué dice? – inquirió Celebrimbor.

- “A mi hermana en el gobierno y en el corazón” – repitió en voz alta – “No adornaré este mensaje, pues es urgente que tengáis conocimiento de lo sucedido en mi reino. Un extraño llegó hace poco a las puertas de mi palacio. Cuando le concedí audiencia se hizo llamar Annatar y Aulendil, pues decía que era uno de los siervos de Aulë y que había sido enviado a Endor para ayudar a los elfos. Nos ofreció amplios conocimientos a cambio de nada. Muchos de los miembros de mi Corte me instaron a aceptarle, a permitirle vivir entre nosotros, sin embargo me negué, había algo en él que no encajaba. Cierto que era un maia escondiendo su apariencia bajo la de un elfo de cabellos rubios y túnica nívea, pero no era sólo eso, mi mente se retorcía ante la idea de concederle vía libre en Lindon, una oscuridad se cernió sobre mí, un miedo eco de otro no tan lejano que conocí en las guerras contra Morgoth. Elrond se mostró completamente de acuerdo conmigo. Quizás este Annatar explique tus negros augurios, ese presentimiento que compartiste conmigo sobre un mal no muy lejano. Temo que, tras ser expulsado de Lindon, haga su intento de entrar en Eregion; ten cuidado con cualquier maia que se presente ante ti, aunque sé que contigo no son necesarias las advertencias...” ¿Quién llevó esta misiva a Ost-in-Edhil? -.

- Uno de los más importantes oficiales de Lindon, Glorfindel de la Flor Dorada – informó Lindir – Ha cabalgado noche y día sin descanso para entregar el mensaje lo antes posible -.

- Se acabaron las vacaciones, recoged todo, volvemos de inmediato a Ost-in-Edhil – ordenó Galadriel – Lindir, descansa un poco, nos iremos en un par de horas -.

- No os preocupéis, Sairon y yo estamos acostumbrados a largas cabalgadas, estaremos listos para cuando vos deseéis partir -.

A un ritmo vertiginoso, con un poco de ayuda mágica, apenas tardaron un día en volver a la capital. Faltando alrededor de dos horas para amanecer, Galadriel había descargado su equipaje, convocado al Consejo y arreglado su aspecto para la audiencia.

Desde la ventana del dormitorio, la Dama Blanca contempló como una multitud entraba en la Sala del Consejo; estaría llena a rebosar, todos deseaban ver al maia enviado por los Valar.

- ¿Nerviosa? -.

- No exactamente, siento crecer en mí la angustia que me ha perseguido durante los últimos meses -.

Celeborn tomó las manos de su cónyuge y las besó. Ella le sonrió y le devolvió el gesto.

- Bella es la blanca estrella del crepúsculo, y más claro el cielo al final del día. Pero ella es más hermosa y amada. ¡Ella, la amiga de mi corazón!. Bella es la blanca estrella del crepúsculo, y la luna que vaga hasta el final del cielo. Pero ella es más hermosa y más adorable. ¡Ella, la amiga de mi corazón! – cantó el sinda, buscando confortar a su dama; si un maia les esperaba, ella debía acudir con su poder centrado y el ánimo tranquilo.

- Bien, mi trovador, será mejor que nos vayamos -.

Como siempre, en medio de un respetuoso silencio, los reyes entraron en el gran Salón tomados de la mano y ocuparon el centro del semicírculo del Consejo.

- Que pase nuestro honorable visitante – indicó Celeborn.

Era tal y como lo describiera Gil-galad en su carta. Un elfo de elevada estatura, presencia imponente acentuada por las ricas ropas blancas y las resplandecientes joyas; cabello rubio hasta los hombros, enmarcaba un rostro hermoso de profundos ojos azules que transmitían un conocimiento y poder inimaginables en un elfo.

- Mae govannen Annatar – saludó el rey.

- Elen sila lúmenn´omentielvo, aran meletyalda – correspondió el maia, acompañando sus palabras con una cortés reverencia – Gracias por recibirme con tanta premura, teniendo en cuenta que acabáis de volver de vuestro viaje -.

- No todos los días podemos disfrutar de semejante visita, ¿qué hace un maia en Endor si Morgoth ha sido vencido? -.

- Los Valar desean ayudar a aquellos que combatieron valientemente contra las huestes del mal, oí de las maravillas de Ost-in-Edhil y el Mírdaithrond y pensé que agradecerían conocimientos traídos desde las mismas fraguas del Vala Aulë -.

- ¿Los mismos que ofrecisteis al señor de Lindon? -.

Galadriel sintió vacilar al poderoso espíritu, aunque su zozobra no se reflejó en su luminosa expresión.

- Poderoso rey es Gil-galad, pero no deseó ayudarme en mis trabajos – agitó su cabeza, mostrando su frustración - ¿Es posible que no quiera ver que otras tierras sean tan benditas como las suyas?, pero ¿por qué la Tierra Media ha de seguir siendo desolada y oscura cuando los elfos podrían volverla tan hermosa como Eressëa, más aún, como Valinor?; como no habéis vuelto allí, como podríais haberlo hecho, veo que amáis Endor tanto como yo. ¿No es pues nuestra misión trabajar juntos para enriquecerla, y para elevar a todos los linajes élficos que yerran aquí ignorantes a esa cima de poder y conocimiento a que han llegado los de más allá del Mar? -.

- Vuestras palabras son hermosas, ¿lo son vuestras intenciones? -.

- Mi deseo es trabajar por el bien de Endor y para grandeza de los Señores Elfos, es por eso que partí de Lindon sin insistir a Gil-galad -.

El dialogo continuó durante al menos dos horas. Los diferentes miembros del Consejo interrogaron al extranjero, buscando alguna contradicción, una palabra que les demostrara que aquel ser poseía oscuras intenciones bajo su hermoso exterior. Sólo Galadriel permaneció callada, concentrada en usar su poder con la mayor sutileza posible y así abrirse paso en la mente del maia. El entrenamiento recibido por Melian se mostró de lo más efectivo, la reina de Doriath no habría podido tener a mejor discípula que la Dama Blanca. Odio... apenas durante uno o dos segundos, pero ahí estaba, cuando Annatar la había mirado su autocontrol se rompió brevemente y permitió a Galadriel atisbar un profundo odio y resentimiento.

- Nos retiraremos a deliberar – anunció la reina, antes que otro consejero formulara una nueva pregunta.

El Consejo abandonó el Salón y se reunieron en una salita colindante. Nada más salir, Galadriel habría caído al suelo si su esposo y Glorfindel no la hubiesen sujetado.

- ¡Altáriel! – exclamó Celeborn.

- Traedla al sillón – indicó Valglin – Que alguien acerque una copa de vino -.

- Estoy bien, tranquilos – dijo ella, extremadamente pálida.

- Te has agotado – la acusó su marido – Sabes lo peligroso que es... -.

- No ha sucedido nada, estoy bien, algo aturdida quizá – sonrió y aceptó el vino que le tendía una consejera – Y ha merecido la pena -.

- ¿Qué has descubierto? – inquirió Glorfindel.

- Nada que pueda demostrarse – reconoció la Dama Blanca – He conseguido entrar en su mente durante unos instantes, y he sentido un odio terrible; si dependiera exclusivamente de mí, echaría a Annatar de Eregion sin pensarlo dos veces -.

- ¿Cuánto es “unos instantes”? – preguntó Celebrimbor.

- No sé... uno o dos segundos, ¿por? -.

- No has descansado en tres días y la mente que querías leer pertenece a un maia, ¿no sería posible que hubieras errado en tu juicio? -.

Varios de los asistentes emitieron exclamaciones de indignación, nadie osaba dudar del poder de la Dama Blanca, sin embargo otros tantos apoyaron al señor herrero.

- He tenido presentimientos desde hace varios meses, advertencias de un mal que amenazaba Eregion, y mis sentidos se han estremecido ante la sola presencia de Annatar, ¡no es quien dice ser, lo sé! -.

- Yo voto por que Annatar se quede, al menos merece una oportunidad -.

- ¿Osáis dudar de la palabra de Ninquenís, discípula de Melian la maia? – interrogó Glorfindel, indignado en extremo – Su poder mental no es superado ni siquiera por mi rey, Gil-galad de Lindon o por Elrond el Medioelfo -.

- Tranquilo Glorfindel, está en su derecho de expresar su opinión -.

La expresión de Galadriel revelaba todo el desconcierto que le causaba el comportamiento del príncipe noldo.

- Celebrimbor, no – intervino Fendomë – Sé que es tentador disponer de los conocimientos a los que tuvo acceso tu abuelo, pero no merece la pena arriesgarse a perderlo todo. Si la reina ha dicho que no es de fiar, yo la creo -.

- ¿Votaremos o impondrás tu voluntad, meletyalda? – Celebrimbor miró desafiante a la aturdida dama.

- Nunca he impuesto ordenes injustas o desafortunadas, prefiero limitarme a emitir opiniones; de lo contrario tú no estarías aquí, nieto de Fëanor – alegó ella, visiblemente molesta – Aunque, dadas las circunstancias, me atrae fuertemente la idea de expulsar a Annatar, sólo has permanecido unas horas junto a él y ya te ha afectado a tu buen juicio -.

Muchos de los presentes temieron que la discusión pasara en cualquier momento de las palabras al cruce de hechizos.

- Esta disputa es absurda, simplemente debemos ver qué piensa cada uno – apuntó Valglin.

Los ánimos continuaron tirantes pero se prestó atención a la sugerencia del astrólogo. El resultado fue muy ajustado, sólo un voto daba la victoria a la postura de Galadriel. Su primer impulso fue volver al Salón y echar a patadas al enigmático maia, sin embargo las hirientes palabras de Celebrimbor flotaban en torno a ella.

- Que se quede -.

- ¿¡Qué!? – Celeborn miró a su esposa como si acabara de transformarse en un orco o sucedáneo, la cara de Glorfindel mostraba idéntico desconcierto.

- Permitiré que Annatar viva a prueba en Eregion durante un tiempo, si demuestra ser merecedor de mi confianza se quedará cuanto desee; no obstante si se descubre cualquier acto reprochable, por muy nimio que éste sea, le expulsaré de mi reino junto con aquellos que le defendieron hoy –.

Nadie soportó la gélida mirada de zafiro de la reina al pronunciar aquellas palabras, tarde o temprano todos bajaron la cabeza, Celebrimbor el primero.



N. de A.: Gracias por los reviews!!!!!

Alguien me preguntó por las frases en élfico, uso el Quenya y el Sindarin, las frases suelo hacerlas partiendo de lo que ofrece la pagina del Ardalambion http://usuarios.lycos.es/barbol/ardalamb/ardalamb.html y la del Instituto Lingüístico Lambenor http://lambenor.free.fr/

Ah, todos sabemos que los diálogos en élfico de la peli del SdlA están aquí mismo, en http://www.elfenomeno.com/peliculas/faq/dialogos_elficos.asp

Tenna rato ^^.


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