Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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17. Solsticio de Verano




Valglin tomó con cuidado la lente y la ajustó a su nuevo telescopio. Tras asegurarse que todo estaba perfectamente encajado, trotó alegremente hasta el observatorio en el último piso de su casa.

Situó el instrumento en la ventana y procedió a lanzar un hechizo sobre él. Con el entusiasmo de un niño, miró a través del telescopio y escrutó el cielo nocturno.

- Es el mejor que he construido – sonrió satisfecho – Nunca vi con tanta nitidez las constelaciones -.

Las estrellas cobraron vida e informaron al astrólogo de los acontecimientos que estaban por venir. Valglin tomó abundantes notas, más tarde las revisaría y vería si había pasado algo por alto.

- ¡Valglin! – llamó alguien desde el piso de abajo.

- ¡Sube! – gritó él a su vez, sin descuidar ni un instante su labor.

- ¿Qué te cuentan las estrellas? -.

- Aiya, Ninquenís... pues está noche están muy parlanchinas, me dicen que la cosecha será buena, que no lloverá para el solsticio y tampoco habrá luna, sólo los astros nos iluminaran -.

- Eso es perfecto, cuéntame los problemas -.

- No hay – el jovial noldo se giró para sonreír a su amiga.

- Eso no es cierto – protestó ella.

- Ninquenís, no hay más problemas que los que tú ya conoces: el precio del mithril, las rencillas entre Casas, los asentamientos humanos al sur y ese espinoso asunto del que me hablaste hace tiempo -.

- Me gustaría poder deshacerme de todos los conflictos -.

- Entonces reinar sería muy aburrido – replicó Valglin. Adoptó una pose de profesionalidad tan cómica que Galadriel no pudo evitar echarse a reír. – Tu reino es próspero y tu gente es feliz, los bardos cantan a la Dama Blanca ensalzando su belleza y su virtud -.

- También me gustaría que vieran que no soy perfecta, un día voy a defraudar a miles de elfos que creen que el mundo gira porque yo existo -.

- ¿Acaso no es verdad? -.

- Eres imposible Valglin -.

- Por eso me quieres tanto - le guiñó un ojo, divertido - Por cierto, ¿a qué hora y dónde puedo encontrarme con vosotros para ir al Festival? -.

- En mi casa una hora antes de ponerse el sol, no creas que este año te vas a librar de cargar con alguna cesta – contestó la dama.

- ¿Quién más nos acompaña? -.

- Thranduil, Eirien, Celeborn y yo, los demás has dicho que se reunirán con nosotros en la pradera -.

- Me alegra que los reyes de Bosqueverde hayan podido escaparse unos días de su reino -.

- Se marchan mañana, es una lástima, pero entiendo que no puedan ausentarse más tiempo de su nuevo hogar -.

La campanilla de la puerta interrumpió la conversación.

- Esa niña... – el noldo agitó su rubia cabeza.

- ¿Qué? -.

- Ven conmigo -.

Galadriel siguió a su amigo escaleras abajo. Cuando éste abrió la puerta Mírwen les devolvió una mirada entre azorada e intrigada.

- Mi señora, ¿qué hacéis vos aquí? – preguntó una vez hubo entrado.

- Valglin es mi consejero – le recordó ella, sonriendo – ¿Y a ti qué te trae hasta su casa? -.

- Pues, yo... verás... es que... -.

- Niña, ya te advertí que sería difícil – intervino Valglin.

- Es más que difícil, es imposible – protestó la joven.

- Paciencia y constancia, no es de piedra pero ha pasado mucho tiempo creyendo que lo es, una vez rompas su escudo te será fácil llegar hasta él -.

La reina miraba a uno y a otra alternativamente. Aquel diálogo era de lo más extraño, no era capaz de discernir de qué hablaban y su buena educación le impedía invadir la mente de sus amigos para averiguar el tema en discusión.

- Necesito algo más consistente, señor -.

- Sé tú misma -.

- Con todos mis respetos, eso es de lo más estúpido y estereotipado -.

- Al contrario, es una de mis mejores reflexiones – se defendió el astrólogo.

- A mí no me mires, no he entendido ni una palabra desde que has entrado – fue la replica de la reina a la expresión desamparada de la muchacha.

- Tu forma de ser es tu mejor arma, tu espontaneidad, entusiasmo y alegría arrastran a todos aquellos con los que te cruzas – Valglin sonrió con picardía – Además eres de las doncellas más bonitas de todo Eregion -.

- Gracias – Mírwen bajó los ojos, ruborizada.

- Ahora vete e intenta tener un poco más de fe en ti misma -.
- De acuerdo – asintió ella y se volvió a Galadriel – Señora, ¿vendríais a cabalgar conmigo esta tarde? -.

- Sí, espérame en los establos -.

La pizpireta noldo salió de la casa y se alejó por la calle tarareando una alegre melodía.

- Es un chico, ¿verdad? – comentó la reina.

Valglin enarcó una ceja.

- Lo que le sucede a Mírwen -.

- Es obvio – él se encogió de hombros bajó la túnica gris perla – Aunque ha puesto su punto de mira bastante alto -.

- ¿Quién es? -.

- No soy quién para contároslo, así estaría faltando a la confianza de la jovencita -.

Harta, Galadriel prescindió de cualquier protocolo y asaltó la mente del astrólogo sin previo aviso. Los brillantes ojos azules se abrieron de par en par por la sorpresa.

- Veo que su majestad está de acuerdo conmigo – la sonrisa de Valglin era de puro deleite.



Último recuento. Parecía que estaba todo. Celebrimbor cogió su cesta y sonrió ampliamente a sus dos amigos. Vestían la misma túnica que él, blanca, pero cada uno con adornos correspondientes a sus Estancias; Fendomë en rojo, Aegnor en azul oscuro y él en plata.

- Listo -.

- Debes llevar media despensa después de lo que nos has hecho esperar – protestó Aegnor.

- Hay que ser selectivo, no se puede llevar cualquier cosa al Festival -.

- Celebrimbor, un apunte, da igual lo que lleves, todo el mundo sabe que lo tuyo es hacer objetos de metal no cocinar con ellos – indicó Fendomë, completamente serio.

Aegnor estalló en fuertes carcajadas mientras su señor les miraba consternado.

- ¿Qué culpa tengo yo si hoy cada uno ha de hacer su propia comida? -.

- Pudiste pedirle ayuda a Danil – sugirió su hierático camarada.

- Se fue ayer a casa de unos amigos, querían preparar algunos juegos para esta noche -.

- Bien, pues si queremos cenar hoy sólo nos queda una solución -.

- Sí, buscar una simpática muchacha dispuesta a alimentar a un maestro artesano inútil en las artes culinarias – afirmó Aegnor.



El Solsticio de Verano, la noche más corta del año, era la segunda fiesta más importante del reino tras el Solsticio de Invierno. Mientras que el segundo era un momento para disfrutar con la familia, el primero consistía en un Festival durante el cual desaparecían todas las diferencias entre Noldo, Sinda y Silvano. Nadie daba ordenes esa noche, todos se divertían por igual en los juegos y compartían la comida entre los diferentes grupos. Los campos que rodeaban Ost-in-Edhil se llenaban de mágicos farolillos, mantas y manteles sobre los que se comía, tenderetes con bebidas y golosinas, y, por supuesto, había música, ninguna fiesta élfica que se preciara carecía de ella.

Mírwen caminaba entre los asistentes buscando algún rostro conocido, había salido tarde de casa por culpa del quisquilloso de su padre y ahora no encontraba a sus amigos.

- Alassëa lómë -.(Buenas noches)

La doncella descubrió a su lado a un joven de cabellos rojizos, muy alto y de porte orgulloso.

- Ah, aiya Finculin – respondió al saludo.

El sobrino de Celebrimbor solía ser muy amable y lisonjero con las muchachas, lo que, junto a su atractivo físico, había conseguido convertirle en el favorito de toda fémina en varios kilómetros a la redonda. Sin embargo Mírwen sabía que para él las mujeres sólo eran un pasatiempo, lo único que le interesaba era superar a su tío en la forja.

- ¿Puedo ayudarte?, pareces algo perdida –. Aquella sonrisa desarmaba a cualquiera, por muy sobre aviso que estuviese.

- No encuentro a mi señora -.

- Sin problema, sé dónde están – Finculin le cogió la cesta y le ofreció el brazo, que ella aceptó – Estás muy linda, Mírwen -.

- Gracias, tú también estás muy elegante, pero preferiría que dejarás de intentar cautivarme -.

- Es un defecto de carácter, ¿podrás perdonarme? – interrogó él, poniendo cara de perrito abandonado.

- Oh, ¡basta ya! – rió ella.

Finculin la condujo hasta uno de los círculos de elfos que cenaban sobre la hierba. Celebrimbor, Aegnor, Fendomë, Galadriel, Celeborn, Thranduil, Eirien y Valglin eran los conocidos por Mírwen además de un par de muchachos de la élite noldo. El chico pelirrojo se encargó de presentarle a Orrerë, su mejor amigo y aprendiz en el Mírdaithrond, y a Fanari, la jefa de los alquimistas, sanadores y herboristas que se ocupaban de la salud de la Hermandad de los Orfebres.

- Ni se te ocurra ponerle la mano encima a mi dama de compañía – le advirtió Galadriel a Finculin, una vez se hubieron sentado y él se cuidó mucho de tener a la susodicha doncella junto a él.

- Majestad, ¿la he rescatado y así es como me lo agradecéis? -.

- Cuidado Finculin, tus encantos no sirven conmigo -.

- Tranquilizaos, no voy a hacerle nada... nada que ella no quiera – bromeó para diversión de los asistentes.

- Creo que te equivocaste al elegir tu vocación, la de juglar sería más apropiada – señaló la Dama Blanca.

Celebrimbor fue de los que más rió con aquel singular combate entre su sobrino y la mujer a la que amaba en silencio. Sin embargo, aquella cena era una de las múltiples pruebas a las que se enfrentaba desde hacía varios años. Desde que se extendieran los rumores en torno a la relación entre él y Galadriel, Celeborn parecía haber despertado de su letargo volcándose por completo en su esposa y, tras años de estar enfadados, por fin se habían disculpado el uno con el otro.

Todos estaban tan pendientes de la amena discusión que nadie alcanzó a ver la mezcla de envidia, cólera y desesperación que encendió sus habitualmente melancólicos ojos plateados, a causa del irrisorio gesto del rey al poner su mano sobre la de la reina. Aunque quizás sí le vio alguien. Mírwen compadecía a Celebrimbor, sabía cuanto amaba a Galadriel pero en el corazón de la dama sólo había lugar para un elfo.

- Eso se resolvería si ampliaran el número de miembros de la Hermandad – estaba diciendo Finculin – Todos los problemas vienen por el exceso de aprendices y, no me niegues, que algunos son más hábiles que sus maestros -.

- En parte tiene razón – reconoció Aegnor – Desde que fundamos el Mírdaithrond ha llegado mucha gente, esos problemas podrían convertirse en una auténtica crisis si no tenemos cuidado -.

- Diez maestros herreros, cincuenta herreros y ochenta aprendices, esa es mi oferta – dijo Celebrimbor.

- Son muy pocos, ¿y qué hay de los Maestros de las Estancias? – interrogó su sobrino.

- Seguirán siendo doce, dos por Estancia, ya hay suficientes discusiones entre ellos como para aumentar su número -.

- En eso estoy de acuerdo – asintió Fendomë – Cuando alguien consigue el puesto de Maestro de una determinada Estancia su ego parece multiplicarse hasta el infinito, y eso a sabiendas que los cargos son renovables cada treinta años -.

- ¿Renovables?, vamos Fendomë, tú sabes que hay maestros que han ocupado ese puesto mucho más tiempo; el mejor ejemplo es Kaldagor, lleva como Maestro de las Estancias de las Altas Joyas desde que se fundó el Mírdaithrond -.

- Pero Kaldagor es bastante más agradable que el resto, por mí podría conservar su cargo eternamente, en su Estancia se trabaja mucho mejor y puedes concentrarte sin temor a que una discusión haga que estropees una hermosa pieza -.

- Tú no la estropearías, tienes demasiada habilidad como para siquiera dejar que te afecte un terremoto – sonrió Celebrimbor.

- Yo no, pero la cabeza que recibiera el impacto de la joya sí -.

Estallaron en carcajadas.

- ¿Cómo sois capaz de bromear sin siquiera sonreír? – inquirió Fanari.

- He comprobado que eso hace que el chiste les resulte mucho más gracioso a mis amigos – se encogió de hombros.

- Bueno, someteremos este tema al Consejo de la Hermandad en un par de días, ahora debemos centrarnos en la fiesta – dijo Celebrimbor, zanjando de esa manera la cuestión.

Aún así los temas de conversación siguieron girando en torno a la administración y la política, después de todo allí estaban los señores de Eregion, el Mírdaithrond y Bosqueverde, sus obligaciones no se alejaban durante mucho tiempo de su mente.

- Serían más cordiales si se les permitiera el acceso a Ost-in-Edhil de la misma forma en que ellos nos abren las puertas de Hadhodrond -.

Orrerë generalmente era un muchacho silencioso, pero en ese momento toda su timidez había desaparecido a la hora de defender su postura contra el rey y su fiel amigo Thranduil. Había que dejar que los enanos c ircularan libremente por Eregion como los elfos lo hacían por Kazad-dûm.
- Dejarles entrar sería correr un riesgo innecesario – afirmó Thranduil - Son seres envidiosos, codiciosos, consideran poco menos que animales al resto de razas y se enojan con un facilidad pasmosa -.

- Pero también son amigos fieles, tenaces trabajadores, inquisitivos, inteligentes y honorables - apuntó en tono desafiante Orrerë - Los naugrim han compartido muchos de sus conocimientos con nosotros y han permitido que trabajemos en su ciudad a cambio de mithril, creo que se merecen que les devolvamos la misma cortesía que ellos nos han mostrado -.

- He dicho que no – la voz del rey se tornó severa – No consentiré que esas alimañas entren en mi reino, no cometeré el mismo error que Thingol -.

Fendomë, sutilmente, sujetó con fuerza el brazo de Celebrimbor hasta hacerle daño. Eso evitó que el señor herrero hablara y convirtiera una sencilla riña en un guerra.

- Majestad, creo que Orrerë intenta deciros que los naugrim con los que tratamos no son los mismos que provocaron la caída de Doriath – afirmó el noldo de cabello negro azulado – Reconozco que siguen siendo una raza testaruda y egocéntrica, pero también lo es la nuestra, y, como bien ha dicho el chico, los enanos de Kazad-dûm nos han ayudado en muchos aspectos. Reconsiderad vuestra posición, sobre todo porque si nos quedásemos sin mithril os encontraríais a toda la Hermandad a las puertas de vuestra casa, protestando como niños a los que les han quitado las golosinas -.

- ¿“Protestando como niños a los que les han quitado las golosinas”? – sonrió Aegnor – Mejor que no te oigan algunos de nuestros compañeros -.

- Qué más da que le oigan, ninguno se atrevería con Fendomë, el gran Guardián del Mírdaithrond – clamó Eirien, divertida – No sé por qué nunca quieres participar en los torneos, seguro que maltratarías a más de uno de esos estúpidos que te critican -.

- Dicen que el mayor insulto que alguien puede recibir es que se le ignore, así que yo me paso casi todo mi tiempo insultando a esos personajes -.

- Y si eso no funciona siempre puedes estropear algunas de tus joyas – apuntó Valglin.

Mírwen reparó en como Galadriel se relajaba visiblemente. Durante un instante todos habían temido que estallara una trifulca entre Celebrimbor y Celeborn, por suerte Fendomë había reaccionado a tiempo cambiando de tema a través de una de sus cáusticas observaciones.

- Estás muy callada Mírwen, nos estamos perdiendo tus incomparables opiniones desde el principio de la velada -.

Cuando la joven noldo sintió todas aquellas miradas posadas sobre ella, odio sinceramente a Finculin.

- Prefiero escuchar – se excusó.

- ¿Tú?, pero si eres de las personas que sacarían un divertido tema de conversación de bajo las piedras -.

- Hoy no me siento inspirada -.

Él sonrió maliciosamente y se inclinó para susurrarle al oído.

- Si no empiezas a participar y nos ayudas con mi tío y el rey... -.

- ¿Qué? – le desafió Mírwen.

- Podría encauzar la conversación hacia tu persona, empezando por la predilección que sientes hacia uno de nuestros señores herreros -.

Ella palideció.
- ¿Qué le has dicho? – demandó Galadriel, a todas luces molesta.

- Nada serio, he descubierto un pequeño secreto que guardaba nuestra querida Mírwen – sonrió burlón – Pero como soy un caballero le he prometido que no se lo contaré a nadie -.

La reina miró interrogante a su dama de compañía, Mírwen era de su responsabilidad y si alguien la ofendía era como atacarla a ella.

- Si recibo una sola queja de ella desearás no haber nacido, Finculin – amenazó sin preocuparse en suavizar sus palabras.

El joven pelirrojo se sintió más que un poco alarmado. Ante aquella reacción Mírwen puso en marcha su venganza.

- Eso podría resultar interesante – apuntó la doncella – Si se te ocurre intentar chantajearme otra vez Finculin, creo que le pediré a mi señora que haga valer su amenaza -.

- ¡Mírwen! – protestó él.

- Vaya, mi señora Galadriel, ¿os resultaría un inconveniente que recurriera a vos cada vez que mi sobrino se mostrara rebelde? -.

- Celebrimbor, tú podrías hacerle lo mismo que yo -.

- Posiblemente, la diferencia estriba en que mi hermana no intentaría mataros si maltratarais a “su niño”, a mí sí -.

- Podría plantearse todo un nuevo concepto del sistema educativo a raíz de esta conversación – comentó Valglin.

- ¿Cuál? – se interesó Fanari.

- Que Galadriel tuviera una pequeña charla con cada adolescente y le amenazara de la misma forma que a Finculin, pocos osarían desobedecerla -.

- Pocos, en realidad, son los elfos dispuestos a desafiar a la Dama Blanca – apostilló Aegnor.

- Y los que tuvieran las “presencias” necesarias para hacerlo acabarían en la Casa de Salud – coreó Thranduil.

- Habláis de mí como si fuese una tirana – se quejó Galadriel.

- Por supuesto que no majestad, sois la mejor reina que Eregion pudiera desear, pero reconoced que tenéis aterrorizados a todos los caballeros después del último torneo en que os dio la neura de participar - sonrió el rey de Bosqueverde.

- No es para tanto -.

- Altáriel, sí que lo es – afirmó Celeborn – Recuerdo aquel hechizo que casi deja tieso al caballero Khelekar -.

- Me insultó -.

- Ibas disfrazada, no sabía que eras tú -.

- Eso no es excusa -.

- Tampoco lo es que le lanzaras un rayo -.

- No iba a matarlo, sólo intentaba que aprendiese a respetar a las damas contra las que compite en lugar de ir soltando comentarios obscenos sobre ellas -.

- A mí me parece un buen cambio de conversación – le dijo Mírwen a Finculin en voz baja.

- Muy hábil, has conseguido cambiar las tornas usándome a mí – la dedicó una de sus mejores sonrisas.

- Cuestión de inteligencia -.

- Continuemos con el juego -.

- ¿Qué...!? -.

Aquel beso la pilló completamente desprevenida. Perplejos o estupefactos son adjetivos que se quedan cortos de significado para expresar como se quedaron los demás.

- ¡¡¡Finculin!!! –. El grito de Galadriel posiblemente llegó hasta Valinor.

- Tu sobrino quiere morir joven por lo que veo – le comentó Aegnor a Celebrimbor.

- Eso parece -.

El chico soltó a Mírwen tras el grito de su reina, la doncella procedió en ese momento a ponerle la cara tan roja como su pelo de una soberana bofetada.

- Discúlpenme – masculló Mírwen antes de levantarse y abandonar el círculo.

- Te lo advertí – dijo la Dama Blanca y arrojó un hechizo sobre el muchacho – Estarás un mes entero bajo los efectos de mi sortilegio de fobia -.

- ¿Fobia?, ¿a qué? -.

- A los lugares cerrados y bajo tierra, como el Mírdaithrond, y a las mujeres – sonrió una satisfecha Galadriel – Aunque el miedo no hará que pierdas la afición que sientes por ambas cosas -.

- Definitivamente majestad, dais miedo – afirmó Aegnor.



Cuando el enfado hubo pasado, una gran tristeza invadió a Mírwen. Abatida, se sentó sobre una piedra cercana a un sencillo escenario. Allí tocaban unos músicos y salía a cantar quien lo deseara. La elfa que ocupaba el escenario parecía una sinda por el corte de la ropa y los adornos, sin duda tenía una bonita voz para la alegre canción que interpretaba, incluso había puesto a bailar al numeroso público.

- ¿Gustas? -.

Una manzana recubierta de caramelo acababa de interponerse entre ella y el escenario. Fendomë sonrió suavemente ante la expresión sorprendida de la doncella.

- Oh, sí... gracias – Mírwen le hizo hueco en la piedra – Sentaos, por favor -.

- Descuida, puedo sentarme en la hierba -.

El señor herrero se sentó y apoyó su espalda contra la roca, disfrutando de su propia manzana con caramelo. Desde arriba ella no conseguía verle el rostro.

- ¿Y los demás? – inquirió la muchacha.

- Después que Galadriel lanzara un hechizo sobre Finculin, decidimos separarnos antes que alguien acabara más perjudicado de lo recomendable -.

- ¿Hechizo? -.

- Sí, fobia a las mujeres y al Mírdaithrond – resumió.

Ella se echó a reír con deleite.

- Es el mejor castigo que podían ponerle a Finculin -.

- Estoy de acuerdo, aunque no creo que tarde en volver a las andadas una vez se disuelva el sortilegio – replicó Fendomë.

- Es incorregible, por mucho que me haya molestado lo que ha hecho supongo que acabaré perdonándole -.

- No se lo merece -.

- Aunque quisiera no podría seguir enfadada, no va conmigo; mi señora dice que soy demasiado feliz y despreocupada como para permitir que los malos sentimientos aniden en mí – explicó ella alegremente.

- Es un don envidiable -.

Discretamente, despacio, casi con miedo, Mírwen se deslizó de la piedra hasta estar sentada en el suelo junto al elda. Fendomë la miró con curiosidad.

- Estar ahí arriba resultaba incomodo –.

- No sabes mentir – sonrió él, sin pedirle más explicaciones.

Durante algunos minutos permanecieron en silencio. Escuchando las canciones y comiendo cada uno su manzana.

Mírwen se encontraba en un alto estado de euforia, que procuraba ocultar con bastante éxito de momento. Valglin le había dicho que tuviera paciencia y obtendría algún resultado, lo que ella no había imaginado es que acabaría la velada sentada junto al severo maestro artesano.

- Mírwen -.

- Ah, ¿sí? -.

- ¿Podría hacerte una pregunta? -.

- Sí, por supuesto -.

- Sé cuanto quieres a la reina, y he visto la expresión que has puesto cuando ha estado a punto de estallar una discusión entre Celeborn y Celebrimbor – sus ojos azules se clavaron en ella - ¿Qué es lo que sucede entre nuestros respectivos señores, Galadriel y Celebrimbor? -.

- ¿Podría negarme a responderos sin que os enfadaseis? – inquirió la noldo, inquieta.

- Celebrimbor ama profundamente a Ninquenís, lo sé, pero necesito saber qué siente ella, por favor – suplicó Fendomë.

- Hubo un tiempo en que existió la posibilidad de que Galadriel correspondiese a Celebrimbor, sin embargo ama profundamente a Celeborn y nunca le alejaría de su lado, cuando pasas mucho tiempo con ellos te das cuenta de hasta donde llega esa comprensión mutua – observó distraídamente el palito donde estaba la manzana y añadió – Las mujeres sabemos cuando una de nosotras está enamorada y de quién; por ejemplo, a mí no me ha costado saber que Fanari quiere a Finculin -.

- A Finculin lo desean todas las mujeres de Ost-in-Edhil -.

- No es eso, ¿nunca habéis sentido vértigo en el estómago, como el pulso se acelera ante una determinada persona?, sentir que sólo ella resplandece entre la demás -.

- No, nunca, y, sin intención de ofenderos, no creo en ese tipo de afecto -.

- Sois tan sabio y al mismo tiempo tan ingenuo – dijo Mírwen, casi como para sí misma – Aunque no creáis acabará por tocaros -.

- ¿Eso piensas? -.

- Sí, y ahora, señor Fendomë, puesto que te estás poniendo trascendental y ésta es una de las fiestas más frívolas que tenemos, me veo en la obligación de pedirte que bailes conmigo –.

La joven se levantó y le tendió una mano.



Galadriel se encargó de agarrar a su esposo y alejarse por la dirección contraria a la de Celebrimbor.

- Siento ser tan testarudo – se disculpó Celeborn – Puedo ceder en todo menos con el tema de los naugrim -.

- Te entiendo, a mí me sucedía lo mismo con la Casa de Fëanor -.

- Pero tú lo superaste hace tiempo -.

- Necesitábamos a los mírdain, eso me hizo cambiar – explicó ella – Quizás la necesidad de mithril te haga cambiar a ti -.

- Quizás – suspiró el sinda.

- ¡Dama Galadriel, Señor Celeborn! -.

Un noldo de cabello oscuro y piel morena por el sol les instó a acercarse a su tenderete. Reconocieron enseguida al padre de Orrerë, el vinatero más renombrado de todo Eregion. Carnil, era un elfo sencillo que disfrutaba cultivando sus viñas, algo realmente extraño para un elda venido de Valinor, y que se sentía ligeramente decepcionado porque su hijo había optado por convertirse en un mírdain.

Allí también estaba su hija Laithen, ayudándole con la abundante clientela. Entre los consumidores Galadriel descubrió a Brethil, el herborista; Khelgin, el vidriero; y Ariel, la curandera.

Carnil les sirvió uno de sus famosos Yuldelisë, un magnifico Chardonnay que se pagaba a precio de oro del Anduin hasta Lindon y de Tharbad a Númenor. La pareja real se quedó allí conversando con sus amigos. A excepción de Carnil, que pertenecía al Consejo de la ciudad, los demás habían perdido contacto con los reyes debido a las respectivas obligaciones.

- Ost-in-Edhil ha crecido mucho, demasiado para mi gusto – decía Brethil.

- Eso es cierto, hay instalaciones que deberían ser ampliadas – ratificó Ariel – Es el caso de la Casa de Salud, los eldalië no enfermamos pero sí los edain, además hay que tener en cuenta los accidentes laborales -.

- ¿Tantos accidentes hay? – inquirió Celeborn.

- En el Mírdaithrond hay varios todos los días, sin embargo esa Hermandad es tan cerrada que incluso han contratado a sus propios sanadores -.

- Eso es envidia de Fanari – bromeó Carnil.

- Sólo digo que un día se van a encontrar con un problema más serio y nos suplicarán a los auténticos profesionales que les salvemos -.

Aquella afirmación cruzó por la mente de Galadriel originando una visión: llamas, fuego, explosiones... y sangre.

- ¿Te encuentras bien? – preguntó su esposo.

- Sí, no ha sido nada -.

- Esas visiones empiezan a preocuparme, cada vez se producen más a menudo – le confesó en voz baja.

- Tranquilízate, sólo son avisos – sonrió para reforzar sus palabras – Hablaré con Valglin -.

- Llévate también a Orophin, es vidente después de todo -.

- ¿No has tenido ningún presagio? – interrogó la reina.

- No, ese no es mi don – agitó su cabeza plateada – Enviaré mensajeros a Lindon, Drengist y Númenor, allí también cuentan con poderosos sensitivos y podrán confirmar tus presentimientos -.

- Qué haría sin ti -.

Galadriel le abrazó con un cariño infinito.

- ¡Qué bonito!, mi esposa no me cuida ni la mitad de bien que la vuestra, señor Celeborn – comentó Khelgin – Tenéis mucha suerte -.

- Lo sé, ella es el auténtico tesoro de vuestra noble raza y no los Silmarils – la alabó.

La Dama Blanca permaneció abrazada por su querido sinda de cabellos de plata durante la conversación. Un observador casual envidiaría semejante felicidad, sencillamente porque no repararía en el broche aquiliforme con la Elessar que adornaba la dorada melena de la reina.



- ¿Por qué estamos aquí? -.

Fue la pregunta de Celebrimbor cuando él, Valglin, Thranduil, Eirien y Aegnor llegaron junto a un nutrido grupo de elfos que presenciaban un combate cuerpo a cuerpo.

- Estás ligeramente alterado, he pensado que si te zarandeo un poco se te pasarán las ganas de matar a cierto elfo sinda -.

- Vaya, le ha tocado a Thalos ocuparse de los lesionados – observó Valglin – Ariel ha vuelto a escaparse -.

- Eso, o ha convencido otra vez al buenazo de Thalos para que ocupe su puesto; en los mil y pico años que llevo asistiendo al Solsticio creo que Ariel sólo ha estado aquí en unas doce ocasiones – asintió Thranduil.

- Aiya amigos – saludó el curandero, mientras sus ayudantes se dedicaban a colocar un brazo dislocado y empezaba una nueva pelea.

- Almarë Thalos, ¿te tienen muy ocupado? – inquirió el astrólogo.(Salud)

- No demasiado, casi todos se portan bien y no intentan arrancarle la cabeza a su adversario – respondió de buen humor – Además Neithan me ayuda como árbitro -.

- ¿Quién se encarga de las apuestas? -.

- Señor Aegnor, eso no se pregunta así, los reyes se sentirían bastante incómodos si supieran los actos delictivos que se producen en nuestra sociedad – le regañó amablemente Thalos – Ragnor y Daniros son los corredores de apuestas, por eso no se ha armado ninguna trifulca todavía, los muchachos de Daniros pueden ser muy persuasivos con aquellos que consideran que ha habido trampa -.

- ¿Juegas, mi señor? -.

Celebrimbor tenía más poder que su amigo, pero en un cuerpo a cuerpo sin duda Aegnor encontraría la forma de maltratarlo un poco.

- He de negarme, no quiero destrozarte la cara y mucho menos que tú me la destroces a mí -.

- Lástima, hubiese sido divertido -.

- ¿¡Thranduil, Eirien!? -.

Ambos se volvieron y descubrieron a una bonita elfa sindarin que los miraba con los ojos muy abiertos.

- ¡Súlima!, ¡menuda sorpresa! -.

Mientras aquellos tres se saludaban efusivamente, Thalos, Valglin, Aegnor y Celebrimbor se miraban interrogantes.

- Chicos, os presento a Súlima, fue muy buena amiga mía durante el tiempo que permanecimos en Arvernien -.

- ¿Eres de Lindon? – se interesó Valglin.

- Vivo allí pero nací en Menegroth, seguimos al caballero Celeborn hacia Arvernien tras la caída de Doriath y, cuando él se vino aquí con su esposa, mi familia siguió a Círdan – explicó ella.

- ¿Y qué os ha traído a Ost-in-Edhil? – preguntó Aegnor.

- Cuestiones de trabajo, mi familia se encarga de las relaciones comerciales entre Ost-in-Edhil y Drengist, tenía ganas de ver a mis antiguos amigos y decidí acompañar a mi padre y hermanos es este viaje -.



Mientras la noche transcurría alegremente en Eregion, una inadvertida amenaza se cernía sobre el reino de Lindon. Una sombra que, expulsada por Gil-galad, no tardaría en caer sobre el más grandioso de los reinos élficos de Endor.


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