Historia de la Dama Blanca

22 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Elanta
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21. Tancol, hijo de la Estrella




La lluvia caía delicadamente sobre Ost-in-Edhil, barnizando sus calles y edificios. Al ser última hora del día y con un tiempo tan poco apacible, casi todos los habitantes de la ciudad permanecían en sus casas, entre ellos la familia Real.

Galadriel bordaba, alternando su mirada entre la tela y el paisaje del otro lado de la ventana. Sentados sobre la alfombra, Tancol y Celeborn jugaban al ajedrez. Glorfindel leía un libro, un pequeño tesoro que contenía información sobre los Pueblos Humanos que vivían entre las Montañas Azules y las Nubladas. Lothiniel, la sierva silvana, inundaba el salón con el sonido de su flauta.

La hogareña y pacífica escena fue bruscamente interrumpida por el furioso golpear del aldabón en la puerta. Uno de los criados silvanos dejó entrar a un elfo calado hasta los huesos, al quitarse la capucha todos reconocieron a Finculin aunque su rostro, cabello y ropas estaban manchados de negro y rojo.

- Las Estancias de la Plata... accidente... explosión... – barbotó.

- Especifica – le pidió Galadriel, aún sabiendo qué había sucedido.

- No sé... todo el taller voló por los aires, mi tío se muere – se derrumbó, llorando.

- Lothiniel, haz que avisen a todos los sanadores de la ciudad y que preparen la Casa de Salud – ordenó la reina – Celeborn, Tancol y Glorfindel id a la Casa y llevad a Finculin, yo voy al Mírdaithrond -.

- Puedo ir yo en vuestro lugar, alguien en vuestro estado no debería... -.

- No, Anardil, iré yo, e intenta reservarte comentarios sobre mi estado – sonrió Galadriel – No es algo tan extraño después de todo -.

- ¿Su estado, qué estado? – Celeborn les miró interrogante.

Glorfindel se echó a reír.

- Te lo explicaré cuando vuelva - prometió Galadriel.

La Dama Blanca cogió una capa azul profundo y salió bajo la lluvia. Mientras corría calle abajo, un presentimiento creció y se asentó en su corazón; ante ella se abrían dos caminos, salvar la vida del maestro herrero o dejarle morir, si salvaba a Celebrimbor la oscuridad se abatiría sobre toda la Tierra Media pero si él moría el Mal sería detenido.

Nada más salir de la ciudad empezó a cruzarse con los primeros heridos. Franqueó los jardines y dejó atrás rápidamente los primeros edificios del Mírdaithrond, sólo detuvo su carrera al subir a un ortan.

Desde el ascensor de cristal vio las puertas de las Estancias de la Plata, selladas, con el humo y el fuego arremolinándose en el interior. También vio cerradas las esclusas de las Estancias del Oro, al parecer una reacción en cadena se había desatado siguiendo los conductos del gas; si aquello seguía propagándose corrían el riesgo de que toda la estructura del Mírdaithrond colapsara y se viniera abajo.

Bajó del ortan. Los primorosos suelos resultaban resbaladizos, mancillados por la sangre de los heridos y los escombros que habían salido disparados durante las explosiones. En medio del caos, Galadriel alzó su autoritaria voz; los mírdain acataron al momento las indicaciones de la reina eldarin, nadie se le opuso. Entonces localizó a Celebrimbor, era transportado por Aegnor, Orrerë y otros tres elfos. Cuando se acercaron, la dama pudo comprobar las terribles heridas del príncipe noldo, se estaba desangrando por momentos; e hizo su elección, le salvaría porque le quería demasiado como para dejarle morir.

- ¿Por qué no le habéis evacuado antes? – preguntó Galadriel, intentando correr al tiempo que usaba su poder para frenar la hemorragia.

- No nos lo ha permitido – respondió Aegnor – Fendomë ha quedado atrapado dentro de las Estancias de la Plata y Celebrimbor le ha ordenado a Annatar que lo saque de ahí, no quería irse sin comprobar que su amigo era rescatado -.

La Dama Blanca no pronunció palabra, su rostro expresaba de sobra el dolor que le causaba semejante noticia.

- Es culpa mía – musitó el Mantenedor de los Fuegos, una vez en el ascensor.

- Ni se te ocurra pensar eso, Aegnor -.

- Las fraguas son mi responsabilidad -.

- Sí, pero esto no ha sido originado por una negligencia – Galadriel señaló las dos Estancias clausuradas, llenas de fuego y humo.

El maestro artesano asintió, comprendía a qué se refería.

En el exterior la lluvia arreciaba. Galadriel cubrió al herido con su capa e instó a los portadores que aceleraran el paso.



- ¡Quiero en la primera planta a los heridos graves!, ¡en la segunda a los que estén conscientes y no corra peligro su vida! -.

Thalos iba de un lado a otro dando ordenes, toda su gentileza se había esfumado.

- Es muy eficiente – comentó Tancol, ayudando a Fanari con un aprendiz que tenía las piernas fracturadas por varios sitios.

- Sí... ¿eres sanador? -.

- ¿Por? -.

- He visto como te defiendes con las plantas medicinales y a la hora de tratar a los heridos -.

- Bueno, puede decirse que siempre me ha gustado cuidar de la gente – explicó el elfo - ¡Finculin!, ¡ayuda a Fanari a subir a este herido al segundo piso! -.

El noldo de cabellos rojos se había sentado en un rincón y no reaccionaba.

- ¡¡¡Finculin, amorto!!! -.(levanta)

- Ah... voy -.

Tancol pasaba a ocuparse de otro convaleciente, cuando la puerta se abrió y entraron Galadriel y su tropa completamente empapados.

- ¡Necesitamos ayuda!, ¡Celebrimbor se muere! -.

- ¡Por aquí! – indicó Ariel.

Thalos y Celeborn entraron tras ellos en la habitación. Entre los dos sanadores y los monarcas, después de luchar durante unos interminables minutos, consiguieron extraer la pieza de metal y frenar la hemorragia.

Usando magia procuraron regenerar lo más posible el cuerpo del príncipe noldo, teniendo buen cuidado en no agotarse pues había más heridos que necesitaban de sus habilidades. Tancol entró entonces acompañado por Glorfindel y con un bebedizo en sus manos.

- Dádselo – fue lo único que dijo al entregarle el vaso a la reina.

Ella así lo hizo. Glorfindel se arrodilló junto al lecho y deslizó sus dedos sobre la herida, la expresión de su rostro se tornó grave mientras conducía su poder curativo.

La expresión de Thalos y Ariel fue de estupefacción, al contemplar como progresivamente se normalizaba la respiración y color de Celebrimbor.

- ¿Quién es ese tipo? – inquirió la sanadora.

- Uno de los súbditos de Gil-galad – sonrió Glorfindel.

No hubo tiempo para disfrutar de la pequeña victoria, el alboroto del zaguán les anunciaba la llegada de más heridos. Sin embargo se encontraron con una escena muy distinta a lo esperado, algo que les dejó literalmente petrificados. Annatar, chorreante de agua y con un aspecto lastimoso de cabellos enmarañados, ropas desgarradas y carbonizadas, portaba en brazos un cuerpo tan quemado que era irreconocible.

- Aún respira – informó el maia – Daos prisa o Mandos reclamará su vida -.

- Por favor, traedlo a este cuarto – le pidió Thalos.

Cuidadosamente, Annatar depositó al moribundo Fendomë sobre la cama. Dio media vuelta con la intención de abandonar la Casa de Salud, una mano en su brazo le retuvo.

El cansancio y la confusión del momento habían hecho que tanto la dama como el maia tuvieran las defensas mágicas bajadas. Galadriel vio el espíritu de Annatar, una hermosa luz que la oscuridad había devorado hacía milenios, encontró un profundo remordimiento y dolor, envidia por la felicidad de los elfos que a él le estaba vedada, y el desgarrador odio que derivaba de aquel conflicto interno.

Por su parte, Annatar percibió el resplandor de una estrella en la Dama Blanca, un fuego arrollador núcleo de su poder y su férrea voluntad, pero también encontró comprensión, ternura, una voz que repetía “hay esperanza hasta en la más negra noche, en el más terrible de los tormentos y en el más oscuro de los corazones”; ella le ofrecía perdón, le ofrecía unirse a esa felicidad tanto tiempo anhelada porque “en el fondo ellos eran iguales”, necesitaban gobernar a otros.

Ganaron los siglos de odio y maldad.

- Gracias – dijo Galadriel.

- A vuestro servicio – fue la escueta respuesta de Aulendil.

Ella le vio abandonar el edificio, salir a la noche y la lluvia. Annatar había elegido su destino y así sellaba el de toda la Tierra Media.

Al asomarse a la habitación una profunda tristeza invadió a la Dama Blanca, Fendomë había sido su amigo durante cientos de años, y ahora yacía al borde de la muerte y sin posibilidad de recuperación.

- No podemos curarle – confesó Thalos, no menos triste que la reina.

- Fendomë – sollozaba Aegnor, arrodillado junto al lecho.

Galadriel escuchó a alguien decir que no quedaban más heridos graves, todos ya habían sido trasladados a la Casa de Salud. Ariel y Thalos fueron a atender a sus pacientes, dejando a los reyes y Aegnor velando a su amigo.

- ¡...pasar!, ¡quiero verle! -.

Celeborn se asomó al pasillo. Orrerë y Finculin intentaban por todos los medios impedir que un torbellino verde y azabache continuara su camino.

- Es Mírwen – informó.

- Esa niña no debe entrar aquí -.

- Yo me encargo -.

La doncella dejó de debatirse en cuanto divisó a su señora.

- Dama Galadriel, ¿cómo está? -.

Su respuesta consistió en abrazar a Mírwen.

- ¡No es cierto!, ¡no es cierto...! – gritó descorazonada.

- Lo siento, mi querida niña, lo siento tanto -.

Incapaz de mantenerse en pie, Mírwen se deslizó hasta el suelo. Lloraba como nunca lo había hecho, y aún así sentía que no era suficiente. Sabía que no podría seguir viviendo sin ver sus nostálgicos ojos azules, sus sonrisas entre amargas y socarronas, su dulce espíritu eternamente atormentado por un terrible sentimiento de culpabilidad, su carácter educado y, en ocasiones, insolente.

- ¡Oh, Iluvátar, señor de Eä!, ¡Elbereth, Iluminadora de Estrellas! – clamó en su interior – Os suplico que le perdonéis la vida, permitid que viva y siga a mi lado... prometo, juro, que jamás le abandonaré, le cuidaré y estaré con él tanto en la vida como en la muerte -.

Una mano se posó sobre su hombro.

- Heru Anardil – dijo ella, reconociendo al elfo – Fendomë fir -. (Señor Anardil, Fendomë se muere).

- Acompáñame -.

El heraldo de Gil-galad sólo permitió que permanecieran en la habitación Celeborn, Galadriel y Mírwen. La doncella hubo de apoyarse en la pared para no caer de nuevo, la visión de aquel cuerpo calcinado, su respiración estertórea, casi fueron demasiado para ella.

Con una infinita suavidad y lentitud, Tancol cubrió la carne abrasada con uno de sus misteriosos preparados medicinales. El aroma fresco y dulce de un bosque en primavera llenó la estancia, sobreponiéndose al de las quemaduras.

A continuación, colocó una de sus manos sobre la frente de Fendomë y otra sobre su pecho. Cerrando los ojos, liberó el poder que hasta ese momento había escondido; su rostro se hizo indescriptiblemente hermoso cuando una intensa luz blanca se extendió por él hasta cubrirle junto con el agonizante.

Galadriel había visto aquella expresión y aquel poder con anterioridad, el mismo que Lúthien Tinúviel poseyera.

- Lasto beth nin. Tolo dan na ngalad -. (Escucha mi voz, vuelve a la luz)

Ante los atónitos ojos de los presentes, la piel de Fendomë se regeneró, los huesos fracturados se reconstruyeron y la respiración se normalizó, signo inequívoco del restablecimiento de sus órganos internos.

La luz se extinguió y Tancol cayó de hinojos, lívido por el agotamiento. Celeborn le ayudó a sentarse en una silla y le ofreció un poco de agua.

- Mil gracias, mi señor, jamás podré pagaros semejante milagro -.

- Fendomë es alguien excepcional, me alegra haber podido sanarle, aunque sólo no habría sido capaz – sonrió enigmático – Cuídale, Mírwen, así en la vida como en la muerte -.

- ¿Quién sois? – preguntó, victima de un escalofrío.

- Alguien bendecido por los Valar, y por Eru – afirmó Galadriel – No sabía que poseyerais tanto poder, mi noble señor peredhel -.

- ¿Medioelfo? – la doncella se sentía perdida.

- Mi verdadero nombre es Elrond, soy hijo de Elwing y Eärendil, y hermano de Elros, el primer rey de Númenor -.

- ¡Eärendil! – exclamó Mírwen. Revisó mentalmente la genealogía del medioelfo y le contempló como quien ve un fantasma.

- Creo que la he asustado – bromeó Elrond – Los demás heridos permanecen estables, así que deberíamos descansar un poco -.

- Estoy de acuerdo – asintió Galadriel – Sería conveniente que nadie entrase en esta habitación, la milagrosa recuperación de Fendomë ha de permanecer en secreto por el momento, aunque no creo que tarde mucho en revelarse vuestra identidad, caballero Elrond -.

- Yo me quedaré para cuidarle – dijo Mírwen.

- Glorfindel estaba ocupándose del brazo de Celebrimbor, supongo que ya habrá acabado, él también podría quedarse – añadió Elrond.

- Él también estará exhausto – repuso Celeborn – Todos lo estamos -.

- Le diré a Lothiniel que venga – dijo Galadriel.

- ¿Lothiniel? – interrogó Elrond.

- Esa muchacha me es absolutamente leal, si yo le pido que custodie esa puerta ni un dragón la haría apartarse – afirmó la reina.

Los tres grandes señores elfos se marcharon. Mírwen cogió la silla que instantes antes ocupase Elrond y se sentó junto al lecho, estaba dispuesta a velar a Fendomë el tiempo que hiciese falta.



Horas, días, Mírwen dejó de percibir el paso del tiempo, en su mente sólo había lugar para Fendomë. Ella se encargó de suministrarle las medicinas, el agua y el caldo, no permitió que nadie la ayudase, había hecho un juramento ante Eru y Elbereth y lo cumpliría a toda costa.

Terminaba de colocar las almohadas del convaleciente, cuando Galadriel entró en la habitación.

- Alassë´aurë – saludó la dama - ¿Cómo se encuentra nuestro amigo? -. (Feliz día).

- Bien, aunque me angustia que no despierte -.

- Paciencia, Elrond nos advirtió que su espíritu tardaría en volver -.

- Eso es lo que me da miedo, conozco a Fendomë y puede decidir que esto es el castigo que merece por lo de Aqualondë – la doncella le apartó los negros cabellos de la frente – No quiero perderlo -.

- Puedo hacer que tu voz llegue hasta él – replicó suavemente Galadriel – Pero requiere que estés descansada, de lo contrario no funcionaría y podría hacerte daño -.

- Prometí cuidar de él -.

- No podrás hacerlo si caes rendida de agotamiento -.

Galadriel se asomó fuera y dio algunas indicaciones a uno de los guardias de Glorfindel. Al poco, trajeron un colchón y una frazada. Mírwen observó perpleja el proceso.

- Ahora descansa un poco, yo cuidaré de Fendomë -.

- Pero... -.

- Oltho -. (duerme).

El hechizo de la reina hizo caer a la joven noldo en un profundo sueño. Galadriel la llevó hasta el lecho y la arropó, luego fue a sentarse junto al Fendomë.

- Veamos qué sucedió -.

Cerrando los ojos, desplegó su poder y entró en los recuerdos del elda. Vivió el accidente del Mírdaithrond a través de los ojos de Fendomë, sintió su dolor, confusión, miedo, y su resignación al sacrificar gustosamente su vida por la del señor, amigo y hermano.

- Mírwen tiene razón – suspiró la dama, retirando su mente – Desea morir -.

Permaneció allí sentada unas tres horas, tiempo suficiente para que cualquier elfo recobrara sus fuerzas. Anuló entonces el sortilegio que mantenía dormida a su joven amiga.

- ¿Cuánto he...? -.

- Lo necesario – la atajó Galadriel – Ven, has de buscar a Fendomë o no regresará -.

- ¿Qué debo hacer? – preguntó Mírwen, inquieta.

- Dame la mano, mi poder será el enlace entre ambos, el resto depende de ti – explicó seria - ¿Preparada? -.

- Sí -.

Galadriel convocó todo su poder y fue más allá de la memoria, alcanzando un nivel de conciencia que ningún otro ser sobre Endor podía conseguir. Arrastró a Mírwen con ella hasta una hermosa playa de arena plateada iluminada por las estrellas. Allí tenía lugar una batalla, elfos contra elfos.

Mírwen estaba sola, no había rastro de Galadriel. Se movió con cuidado entre los combatientes, más de una vez estuvo a punto de recibir un mandoble, y buscó a Fendomë. Su corazón se encogió al ver los cadáveres, ¿era posible que los Eldar pudieran cometer actos tan atroces?.

Por fin le vio. Arrodillado, encogido sobre sí mismo, la túnica manchada de sangre.

- Fendomë -.

Él levantó el rostro, la luz de Aman aún no se había marchitado en sus ojos. Ella le sonrió y se agachó a su lado.

- ¿Quién eres? – interrogó el elda – Deberías estar con las otras mujeres y los niños en los barcos -.

- No, mi deber es estar contigo – replicó, sonriente en todo momento, e intentó abrazarle.

Fendomë retrocedió. Fue entonces cuando ella reparó en el cuerpo sin vida, el de una muchacha víctima de la espada del maestro herrero, una pequeña daga resplandecía en la mano inerte.

- Ella me atacó por la espalda, me moví por puro instinto y... – se cubrió el rostro con las enrojecidas manos – Eru, ¿qué hemos hecho? -.

- No es culpa tuya, Fendomë -.

- ¡Sí lo es! – gritó él.

- Has cometido un error, cierto, pero no puedes cargar con toda la culpa – Mírwen abarcó el campo de batalla con un gesto de la mano – Esto es obra de Melkor, del odio que hizo surgir en el corazón de los Noldor; tú seguías a Fëanor, era tu señor y le debías lealtad, nada más -.

- Merezco morir -.

- Nadie se merece la muerte, nadie – aseveró con una profunda convicción – No pretendas dilucidar aquello que sólo está en manos de Eru, sólo Él sabe dónde encontraremos nuestro destino, hasta entonces debemos vivir y asumir la responsabilidad de nuestros actos -.

La doncella se incorporó y obligó al elda a hacer otro tanto.

- Esto es demasiado trascendental para mi gusto, y me veo en la obligación de pedirle que me acompañe señor Fendomë – sonrió y le tendió la mano.

Él recordó una noche de solsticio, la misma sonrisa en aquellos ojos de esmeralda y en sus dulces labios.

- Mírwen... -.

Le devolvió la sonrisa y cogió su mano.

El poder de la Dama Blanca cedió y Mírwen regresó bruscamente a la realidad. Aturdida, tardó un par de minutos en ubicarse.

Galadriel se sentía exhausta, pero satisfecha. Presentía que ahora Fendomë mejoraría rápidamente, gracias a aquella muchacha y su tenacidad.

- ¿Lo he hecho bien? – preguntó Mírwen.

- Sí, no tardará en despertar – respondió la reina – Ahora debo irme, en cuanto despierte haz que avisen a Elrond -.

- Gracias -.

- No hay por qué darlas, el mérito es exclusivamente tuyo – sonrió Galadriel – Nunca lo olvides, tu amor es la mejor de las medicinas -.

Mírwen se sentó junto al lecho y esperó, hasta que unos profundos ojos azules se abrieron para sonreírla.



- ¡Quiero levantarme! -.

- He dicho que no! -.

Fendomë miró molesto a su despótica enfermera.

- Mírwen, llevo dos semanas aquí tumbado sin hacer nada, déjame intentar caminar un poco por la habitación – insistió.

- No -.

- Pues explícame qué sucedió en el Mírdaithrond, lo último que recuerdo es estar discutiendo con Celebrimbor en la fragua de mithril, y no vayas a decirme que puede resultar perjudicial para mi restablecimiento -.

- De acuerdo -.
La doncella noldorin le contó lo que había oído comentar a Galadriel y los otros señores elfos.

- ...y Annatar te trajo hasta la Casa de Salud -.

- ¿¡¿¡Annatar!?!? – exclamó Fendomë, incrédulo.

- Sí, a todos nos sorprendió -.

- Sobre todo porque fue él quien causó el accidente, seguro que Ninquenís piensa como yo -.

- Ahora ya no – repuso ella - Orrerë me dijo que sucedió algo extraño cuando el maia se marchaba después de traerte, Annatar y Galadriel se quedaron plantados uno en frente del otro durante varios minutos mirándose fijamente; desde entonces ha dejado de oponerse al maia -.

- Eso no es propio de nuestra reina – frunció el ceño – Bueno, en cuanto pueda le preguntaré al respecto -.

La doncella cogió las medicinas que tocaban a aquella hora y se las dio al convaleciente.

- Déjame intentar levantarme, por favor -.

- ¿No te cansas? – Mírwen le miró, las manos apoyadas en sus caderas en un gesto de exasperación.

- Estoy cansado de estar tumbado – gruñó Fendomë.

- Vale, intenta levantarte, si te caes no seré yo la que te ayude a volver a la cama -.

El maestro herrero apartó las sábanas. Al principio parecía que las piernas no le sostendrían y tuvo que sentarse un par de veces. Compasiva, Mírwen fue a su lado y se ofreció a servirle de apoyo.

- Tendría que dejar que te partieras la crisma por cabezota – replicó a la mirada interrogante de él.

- Puedo conseguirlo sólo -.

Ella se hizo a parte, aunque procuró mantenerse lo suficientemente cerca como para socorrerle.

Fendomë se levantó agarrándose a la estructura de la cama. Respiró hondo, dio un vacilante paso y luego otro. Se soltó, y consiguió dar otros dos pasos antes de caer sentado al suelo.

- ¿Te has hecho daño? – preguntó Mírwen, arrodillándose.

- Sólo ha salido mal parado mi amor propio – dijo y soltó una sarta de juramentos.

- Ahora que ya te has desahogado, ¿me permitirás ayudarte? -.

Él cedió a regañadientes. La doncella noldorin le sujetó y le incorporó con alguna que otra dificultad, Fendomë resultaba corpulento aún después de llevar un mes de convalecencia.

Un pequeño tropiezo y ambos hubieran dado con sus huesos en el suelo si no llega a ser porque la cama se interpuso. Mírwen estalló en carcajadas. Fendomë, tras convencerse de que estaba a salvo, se apoyó sobre un codo y la observó, sonriente.

- ¿Contento con la excursión? – rió ella, tumbada de espaldas.

- Siempre he disfrutado haciendo cosas arriesgadas, nunca imaginé que andar también lo sería – bromeó el elda.

Mírwen giró la cabeza, el corazón le dio un vuelco cuando tropezó con su intensa mirada azur. Estaba tan cerca que podría haber acariciado su revuelto cabello, negro como el ala de un cuervo.

- La próxima vez ten más cuidado – consiguió responder – No me gustaría tener que ir a buscar al señor Elrond porque te has hecho una brecha -.

- Te preocupas demasiado, estoy bien -.

- Estuviste a punto de morir, así que no me digas que estás bien – la risa se había esfumado, sustituida por una expresión triste – Cuando entré en este cuarto agonizabas sobre esta misma cama, tu cuerpo calcinado hasta resultar irreconocible y... yo... -.

Las lagrimas brotaron igual que antes las carcajadas. Fendomë se sentía profundamente conmocionado, aquellas lagrimas eran por él, no podía ser cierto que ella llorase por él. Diamantes sobre esmeralda, pensó por un instante.

- Mírwen, da igual lo que sucediese, ahora ya estoy casi recuperado – inseguro, cogió una de sus manos – Por favor, no llores -.

La doncella pareció no escucharle, por fin podía liberar todo el miedo y la angustia que había acumulado durante el último mes.

Fendomë, aún sabiendo que se estaba metiendo en un callejón sin salida, rodeó a la elfa con un brazo y la atrajo hacia sí. Susurrando palabras de consuelo fue haciendo retroceder al llanto, hasta que Mírwen quedó en silencio.

- Lamento haberte preocupado, no merezco tantas atenciones -.

- Eres un idiota – replicó ella, su voz amortiguada por la túnica del elda – Como repitas otra vez el “no soy digno” o “no merezco” me voy a enfadar -.

El maestro herrero la liberó de su abrazo, o por lo menos lo intentó porque Mírwen no se separó de él.

- Mírwen – protestó suavemente.

- Aguafiestas – dijo ella, mirándole decepcionada.

En ese momento la puerta se abrió de golpe y entraron Aegnor y Celebrimbor.

- Vaya, nos habían dicho que te estabas recuperando pero no pensábamos que tan rápido – rió el príncipe.

- Si quieres volvemos más tarde – coreó su amigo.

Fendomë y Mírwen se separaron rojos a más no poder.

- No es lo que parece – se defendió el elda.

- Seguramente – asintió irónico Celebrimbor - ¿Podemos robártelo un rato, Mírwen? -.

- Mientras voy por su cena – consintió ella, recogiendo los pedazos de su dignidad.

- Ni una palabra – amenazó Fendomë, una vez la doncella salió de la habitación.

Sus amigos se miraron de hito en hito y estallaron en carcajadas.

Cuando Galadriel entró en casa encontró a Celeborn esperándola impaciente en el salón. Era algo realmente extraño, su esposo nunca se había mostrado tan inquieto nunca, excepción hecha del conflicto con Celebrimbor.

- ¿Ocurre algo? – preguntó la dama, demasiado cansada como para usar su poder mental.

- Eso mismo iba a preguntarte yo, con los últimos acontecimientos no hemos tenido un momento para hablar -.

- No entiendo – Galadriel se sentó en una butaca.

- ¿A qué se refería Elrond con eso de que te encontrabas en un estado delicado? -.

La reina sonrió. Celeborn tenía razón, el accidente del Mírdaithrond le había impedido comentarle la buena noticia.

- Cambia esa expresión de angustia, no me sucede nada malo – le tranquilizó, divertida.

- ¿Entonces? -.

- Vas a ser padre -.

La risa de Galadriel inundó el salón, un hermoso sonido que raras veces podía ser escuchado en los últimos siglos. La dama no había podido evitar estallar en carcajadas ante la expresión atónita de Celeborn.

Una vez recuperado de la sorpresa, Celeborn abrazó entusiasmado a su esposa.

- ¿Con tu poder puedes saber si es niño o niña? -.

- Será niña, y Amindómiel su amilessë -.

Celeborn sabía, como todo elfo, que el nombre que un bebé recibía de su madre solía tener connotaciones proféticas. En el caso de Galadriel su amilessë hacía referencia su condición de reina, ese toque especial que hacía que todo el que la conocía se rindiese a su poder y sus dotes de mando. Por eso le resultaba desconcertante el nombre de Amindómiel, ¿qué podía significar que su hija se llamase “madre de la estrella del crepúsculo”?.

- ¿Dónde están Glorfindel y Elrond? – preguntó Galadriel, sacándole de sus cavilaciones.

- Glorfindel está en los campos de prácticas demostrando sus habilidades montando a caballo, Elrond ha ido a la Biblioteca – respondió él – Ese muchacho siempre está intentando aprender algo nuevo -.

- Será uno de los grandes sabios elfos, en él presiento un poder muy semejante al de Lúthien aunque no creo que vuelva a existir nadie como ella sobre la faz de Endor – la dama se pasó una mano por los ojos, realmente se sentía muy cansada – Voy a dormir un poco, los últimos acontecimientos me han dejado agotada -.

A pesar de las protestas de Galadriel, Celeborn la cogió en brazos y la llevó hasta la habitación.

La confortable cama fue recibida como una auténtica bendición. Al momento se quedó profundamente dormida, arrullada por la suave voz de su esposo y el etéreo roce de su mano entre las hebras doradas de su cabello dorado.



N. de A.:

Explicación sobre la palabra amilessë, significa "nombre de madre" y, como he puesto más arriba, tiene carácter profético; el mejor ejemplo es Fëanor. Los elfos tienen tres nombres como mínimo, el que otorga el padre, el que otorga la madre y el nombre que se auto impone el niño cuando cumple la mayoría de edad.

Hasta el próximo capítulo, namarië.


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