Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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El juez, el defensor y el acusado

Legolas se apeó del  gracioso ciervo y, eludiendo a los guardias y las doncellas, buscó a su padre por todo el Salón, mas no lo encontraba por ningún lugar. Corrió hacia su habitación y sólo encontró a una de las nodrizas reprendiendo a las dos doncellas encargadas de atenderlo esa mañana. Bajó hasta las bodegas donde el mayordomo del rey, Galdion, daba unas órdenes a los guardias.
-Buen día, joven Señor -saludó el mayordomo con una reverencia, los guardianes Elfos lo imitaron y luego iniciaron sus labores.
-Buen día, noble Galdion -respondió correctamente Legolas-, ¿sabes dónde se encuentra el rey?
-Esta mañana partió a buscarlo, alteza. En verdad... dio un buen susto a su padre y a todos, si me permite decirlo -dijo el mayordomo.
-Buen Galdion, eres justo y sabio, necesito tu consejo, yo... escapé muy temprano esta mañana y temo el castigo que bien merezco -dijo Legolas y parecía estar muy asustado.
-Mi Señor, el mejor consejo que os puedo dar es hablar con la verdad ante vuestro padre. Ignoro qué razones tendríais para haber decidido salir sin compañía alguna y sin autorización, pero lo que sí sé muy bien es que el rey es justo y sabrá comprenderlo si le habla con franqueza.- dijo Galdion y su voz suave y su sabio consejo calmaron al pequeño príncipe.
-Te agradezco lo dicho, buen Señor -dijo Legolas inclinándose ante Galdion-  ahora... buscaré a mi padre y le hablaré con la verdad, aún sabiendo que esto podría costarme un largo encierro.
-Vaya en paz, Señor -se despidió el buen Galdion.
     
      Asustado, se dirigió hacia el Salón, tal vez su padre haya regresado de buscarlo. Pero el salón estaba vacío, se preguntó por qué las nodrizas no habían venido a molestarlo, tal vez el noble Galdion ya las haya calmado. Buscó con la vista al ciervo y lo encontró tras unas columnas con la cornamenta adornada con flores silvestres, - qué hermoso -pensó. Había demasiado silencio, ¿dónde estarían todos?, debía explicarle a su padre lo sucedido y debía también alertar a todos sobre ese peligroso viejo. El efecto de las palabras de Galdion estaba por desvanecerse, nuevamente se sentía nervioso, lo único que había querido hacer era dar un paseo, como lo hacen a menudo los cazadores y hasta las doncellas acompañadas por las Damas nobles y los músicos. De repente, un sonido de pasos y risas, Legolas se incorporó y miró en dirección al túnel que llevaba a la entrada, el sonido de las voces se hacía más fuerte y el pequeño pudo reconocer la voz de su padre: Así es, sabio Señor. Me alegra de veras que hayáis llegado, aunque deseo escuchar el relato completo. Legolas se preguntó entonces con quién podría estar hablando el rey, la respuesta vino de inmediato: Muy pronto, Señor del Bosque, sabrás todo cuanto debes saber. ¡Era el mago!, pero, ¿cómo era eso posible?, su padre debería saber quién era ese anciano que ahora hablaba en un tono amable y hasta parecía contento, cuando hace poco había querido convertirlo en ardilla ¡y hasta comérselo!. No, no lo permitiría. Mas, continuó escuchando y esto fue lo que oyó:
-Rey Thranduil, soberano del Reino del Bosque, es este un hermoso recibimiento: doncellas, danza, música y vino, pero te repito que ya me habían dado la bienvenida, muy curiosa por cierto -dijo el mago.
-Gandalf, hay dos enigmas que hasta ahora no quieres resolver para mí, el primero: dices saber dónde está mi hijo y me aseguras que está bien, siendo tú quien me lo dice permanezco tranquilo. El segundo: esa bienvenida..., debes saber que no he enviado ni mensajeros ni guardias por el lado del Bosque por el que dices haber llegado. Entonces, ¿dónde está mi hijo y quién te recibió de esa manera?
-Ambas preguntas están relacionadas mi Señor, la respuesta sin duda la hallarás aquí mismo, pero no por mí -dijo Gandalf, el poderoso mago gris de quien tantas canciones hablan, sabio, fuerte, de rápida cólera y gran energía. El príncipe deseó estar a muchos kilómetros de ahí, escondido en la oscura caverna de algún enano. Sin duda sabía quién era Gandalf, se sabía muchas canciones que hablaban de un mago poderoso, alto, gran conocedor de historias y canciones, Maestro del fuego y un fuerte Señor- ¡Sal de ahí, joven príncipe! -ordenó de repente-. No es propio de los hijos de los reyes Elfos esconderse -Legolas, que había intentado escabullirse entre las cortinas, obedeció.
-Salve Gandalf, Señor de encantamientos -dijo el pequeño inclinándose, cerrando los ojos y deseando no estar ahí.
-Con que ahora soy un Señor, ¿eh? Ya no mas el viejo nariz rota o el invasor. Ja ja ja -rió el mago-. Le agradezco, joven Señor, el haberme cambiado de apelativo, no me hubiese gustado ser escoltado hasta aquí como el que intentó transformar al hijo del rey Thranduil en ardilla.
     
      Thranduil se sentó a la cabecera de una mesa en un salón contiguo, Gandalf se sentó a su lado y el rey indicó a Legolas que se acercase.
-Creo -comenzó a hablar el rey Elfo- que las explicaciones ya no son necesarias, Señor. Por lo visto el travieso muchacho que recibió al mago Gandalf, Amigo de los Elfos del Bosque, con una amenaza... no es otro que mi fugitivo hijo.- así habló Thranduil y Legolas sintió que se partía en dos-. O ¿me equivoco acaso, Legolas?
-No, padre -el joven príncipe se sintió morir, había intentado lastimar al mago que los Elfos nombraron Amigo y había decepcionado a quien más amaba: su padre. Creía merecer un buen castigo por eso.
-¿Es todo lo que tienes que decir?, ¿ni siquiera un disculpa por todo lo que has provocado? -le increpó el rey.
-Rey del Bosque –interrumpió Gandalf-, tal vez no sea oportuno que yo hable, pero créeme que tu hijo no es del todo culpable. Verás, si me brindas un momento antes de seguir reprendiendo al muchacho, es posible que cambies de parecer.
-Adelante, Señor. Considero que es lo más justo que seas tú quien hable ahora -dijo el rey.
-Bien, a mi parecer el príncipe sólo actuó por un sabio instinto que posee todo Elfo. En primer lugar, tal vez (y digo tal vez pues nadie más que el propio príncipe puede asegurarlo), el joven Señor Legolas no tenía la intención de renegar de tu autoridad, sino que es posible que haya seguido ese ímpetu aventurero propio de todo cazador Elfo que se precie de serlo. En segundo lugar, si en algún momento actuó en mi agravio, debes saber, Señor, que lo hizo, no en su defensa, sino en la tuya. Pues fue en nombre del Rey del Bosque que fui acometido, por invadir su suelo y comer de sus frutos sin el permiso debido. En tercer lugar, el muchacho que tienes aquí en frente tuyo, Señor, es sin duda el más valiente Elfo al que me haya enfrentado en mucho tiempo; ni siquiera ante las amenazas de transformarlo en roedor se amedrentó, lo que es decir bastante tratándose de alguien tan joven e inexperto. Por último, yo no escapo al error, ya que en ningún momento me presenté como era debido. Por tanto, considero que debe ser perdonado, y si no compartes mis razones y decides castigar a tu hijo, te pido, alteza, que también selecciones un castigo adecuado para mí, pues soy culpable de muchos delitos: entré en tus dominios sin tu consentimiento; también amenacé a vuestro hijo y por poco lo lastimo; y, a diferencia de él, yo no actué por valentía sino por cólera.- dijo Gandalf al rey- No fue muy sabio, lo reconozco y te pido perdón por ello, joven príncipe -dijo el mago dirigiéndose a Legolas e inclinando la cabeza. El príncipe no sabía qué decir.
-No era necesaria tu defensa, Señor. Pues, aunque cierta, no justifica todo lo que hizo -dijo el rey en un tono muy severo.
-Padre, si me dejaras... -...explicarte iba a decir Legolas, pero su padre lo interrumpió.
-¿No sabes del caos que se armó aquí cuando supimos de tu ausencia? -continuó el rey enfadado, aunque sin levantar la voz-. Huiste sin mi consentimiento, burlaste a las Damas que estaban a tu cuidado, hiciste que medio reino saliera en tu búsqueda, ¡atacaste a Gandalf! y... –el pequeño Legolas quería llorar, pero en su mente se decía a sí mismo que no se lo permitiría. Había que ponerse en su lugar, siendo un niño muy pequeño y recibiendo tamaño sermón, ante un invitado al que por “error” atacamos y amenazamos, no era algo fácil de soportar- y casi me matas por el miedo.
-Pero... –Legolas estaba confundido, ¿había escuchado bien?
-No puedo castigarte, por más que lo merezcas... no puedo, me niego a mí mismo el lastimarte, es algo que jamás haría aunque tus errores lo justifiquen -dijo el rey abrazando al pequeño-. Eres lo más preciado que tengo, entre mi vida y mi Reino, te elegiría a ti, hijo amado.
     
      Y era cierto, entre todo lo existente, Thranduil escogería la felicidad para su hijo antes que cualquier cosa para él mismo. El incidente no pasó de ser eso: un simple y tonto incidente que muy pronto fue dejado de lado, mas no olvidado. Ya tendría el mago la ocasión propicia para recordarle al príncipe sus travesuras, muchos años después.

 

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