Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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APÉNDICES

Ryriel

 El Bosque Negro en el Norte era una vasta región atravesada por un río. Ahí habitaba un rey Elfo, y también su joven hijo. El pueblo de este bosque estaba compuesto por numerosos jovencitos y muchachas, ellos disfrutaban de la música y las fiestas como ninguna otra cosa. Entendían bien a las plantas y amaban las bestias, y tenían ojos fulgurantes y arcos poderosos. El rey Elfo se llamaba Thranduil, y era conocida su sabiduría y justicia. Su hijo era Legolas, parecido al padre tan sólo en la apariencia, pues, contrario a él, el príncipe era más reservado y dulce, tenía una apariencia tierna, como de niño travieso y a la vez dócil como los ciervos.

 Era pues este reino un sitio hermoso. Y al rey Elfo lo rodeaban varios parientes poderosos, antiguos jefes de grandes Casas y familias importantes. Uno de estos jefes era un tal Oiolonwe, de carácter duro pero justo. Y tenía él entre sus familiares a hermanos y primos más jóvenes que él. Pero había también un número considerable de jovencitos y algunas doncellas, una de éstas se llamaba Ryriel, y era su sobrina. Era Ryriel una muchacha delgada y, como la mayoría de Elfos de ese pueblo, de cabellos rubios y facciones y ojos hermosos. Creció ella en el Bosque, jugando con sus numerosos primos y amigos. Muchas cosas pasaron entonces en el Reino de Thranduil y las familias viajaron para finalmente establecerse muy al norte de la floresta. En ese tiempo Ryriel era apenas una niña y no comprendía bien algunas cosas. Pero contemplaba siempre desde las ventanas a los altos caballeros que se aventuraban en el Bosque, portando arcos largos y altos estandartes verdes. Mas, su vista no se distraía nunca en algún punto fijo... hasta que, un día, algo llamó su atención. Era un jovencito, no pasaría de la veintena de años, que viajaba entre los soldados. Cabalgaba él entre los más altos de la Compañía al lado del rey y su frente joven estaba ceñida por una corona de plata y perlas: era el príncipe. Muy hermoso e infinitamente sublime le pareció entonces, pero al mismo tiempo lejano. Ese muchacho era valiente y hábil, su padre lo amaba como a nada sobre la Tierra, pero era de temperamento tranquilo y reservado. Tan sólo se sabía que tenía algunos amigos, jóvenes como él, con los que salía a cabalgar muy seguido, odiaba la sobreprotección y a menudo escapaba a la vigilancia de las nodrizas, lo que en más de una ocasión puso de cabeza al reino entero ante la furia del padre. Sí, era hermoso, rebelde y dulce. Así que desde entonces, Ryriel sólo tuvo ojos para él. Aunque éste nunca en vida se diese por enterado.

 Los años pasaron y Ryriel se convirtió en una doncella del rey. Era bella y algo tímida, acostumbrada a guardar secretos y a callar y escuchar antes de hacer cualquier cosa. Entonces, hecha ya una señorita, vivió en el palacio del rey con permiso del jefe de su Casa, el severo Señor Oiolonwe. Y numerosas veces danzó para el rey y la corte entera en primavera y otoño, como cuando lo hacía de niña con sus primas cerca al río. Y transcurrió el tiempo hasta que una noche de baile fue elegida por el rey, y por el mismo príncipe, como la mejor bailarina. Legolas Príncipe la coronó con hojas y plata, y la llamó Doncella de Yavanna. La muchacha fue feliz entonces, pero así como la dicha... también conocería la desgracia. Pues el príncipe era callado y serio, tan sólo manifestaba su rebeldía cuando escapaba de su padre para ir de paseo con los amigos, y parecía no interesarle la vida cortesana, ni las formas, ni ninguna doncella que se acercase a él; era un aventurero, temerario y fuerte. Así que la pena la embargó, mas no perdió esperanzas, pues aún vivía en el palacio. Pero adquirió la costumbre de vagar por los pasillos vacíos, de esconderse tras las cortinas, de ocultarse tras las columnas de los salones solitarios... y escuchar. Su objetivo era encontrar al príncipe, o escuchar algo de él que la ayudase a acercarse. Pero casi nunca se topaba con Legolas, y cuando esto sucedía era tan fugaz que apenas le alcanzaba tiempo para ver sus cabellos desaparecer tras su escolta. Pero nunca perdió el hábito de espiar, de esa forma se enteró de muchas cosas, algunas de las cuales utilizó para sus propósitos.

 El tiempo cambiaba y noticias de lobos en las fronteras llamaron la atención del rey. Así que se preparó una expedición, y el mismo príncipe, hábil tanto con la espada como con el arco, iría encabezando la cacería. Pues la sola mención de estas terribles criaturas alteró la paz de los Elfos del Bosque. Salieron entonces, y algunos días se ausentaron, mas ninguna noticia de ellos, o los lobos, llegaba a los oídos del rey. Pero al cabo de una semana extrañas cosas empezaron a suceder: aves de todos los tipos, tamaños y colores revoloteaban entre los árboles, y eran criaturas nuevas para estos Elfos. Un avezado gorrión llegó hasta el regazo del rey y se inclinó como si lo saludara con una reverencia, luego se marchó volando a toda prisa. Esto pareció un augurio entonces, mas no podían descifrarlo. Ryriel, enterada de todo por medio de sus artes de espionaje, fue hasta el Gran Salón del rey a esperar las nuevas. Pasaron algunas horas y llegaron dos heraldos anunciando cosas tan extrañas como maravillosas. Mas de esto sólo el rey escuchó. Entonces, mandó el soberano que los miembros más importantes de su pueblo, así como too el que pudiese venir, acudiera al palacio. Ordenó que una escolta esperase en la entrada de las cavernas donde vivía y que las doncellas estuviesen preparadas para recibir visitas.
-¿A quién esperamos? –se preguntaban algunos.
-Dicen que gente salida de nuestras canciones... príncipes que hasta para nosotros son lejanos –contestaban otros.

 Pero el momento llegó y Ryriel pudo ver con sus ojos algo que la hizo temblar. Una hueste vestida como el cielo entraba al Gran Salón precedida por cantos de trompetas y el jugueteo de las aves. A la cabeza iba el príncipe Legolas, y a su lado estaba un Elfo alto vestido de azul y de cabellos de ébano: un Señor Elfo. Pero tras ellos marchaban más elfos, y algunos llevaban en brazos estandartes blancos. Una historia de feroz cacería fue narrada y estos elfos fueron presentados ante la corte entera como príncipes del Valle en el crudo Este. Hijos del rey Harmírion, muerto hacía muchísimos años, y recordado tan sólo en canciones. Pero no era esto lo que inquietó a Ryriel. Ella clavaba los ojos en otro punto: tras el Señor de azul iban dos príncipes de cabellos de oro (quienes sorprendieron por su parecido a Legolas), pero entre los dos caminaba una muchacha delgada de considerable blancura. Su piel brillaba como la nieve contra el Sol, pero tenía fuego en los cabellos. El rey la recibió y la amó como a una hija desde entonces. Pues sus ojos de plata eran tristes y a la vez tiernos. Por su valentía y sabiduría muchos llegaron a amarla y a considerarla la Señora del Bosque, y era esta princesa, llamada Vannie Nimedhel, muy querida en el reino entero. Mas no sólo tenía el amor del Pueblo del Bosque Negro. Se ha dicho ya que Ryriel, en sus años de largo escondite, había aprendido a escuchar y observar bien, y se percataba mejor que nadie de lo que otros pensaban por los gestos que hacía, así que no tuvo que pensar mucho para deducir que el príncipe amaba a la recién llegada Nimedhel, aunque éste, en su timidez, pretendiese que nadie pudiera notarlo. Entonces, Ryriel la odió. La odió como nunca antes alguien ha odiado. Pues sentía que tenía derechos sobre el príncipe, porque había soportado la indiferencia de éste durante años, porque había sufrido con cada desavenencia y cada caída, cada herida de Legolas. Y su corazón se tornó frío, y durante muchos años urdió planes secretos para apartar a la princesa Nimedhel de la mente de Legolas.

 Pero el tiempo transcurrió y, viendo la inutilidad de sus constantes rabietas, preparó un último plan: la idea de una mente enferma y desesperada. El hermoso príncipe viajaría muy lejos, como nunca antes lo había hecho, y su retorno era incierto. Ryriel pensó entonces que sería su última oportunidad y quiso hacerle saber al príncipe todo cuanto sentía, pero grande fue su sorpresa. Pues cuando llegó a una Estancia fresca hasta donde había seguido a Legolas... ésta lo encontró ya ahí, pero no solo, pues con él estaba la Dama Nimedhel, y ambos se juraban sincero y eterno amor. Ryriel no lo soportó. Gritó, lloró, soltó improperios contra todo aquel que se acercase y, una vez que el príncipe se hubo marchado, fue a enfrentar a la princesa del Bosque. Mas ésta le respondió con palabras sabias y de consuelo; y Ryriel no encontró armas con qué atacarla, así, movida por la desesperación... corrió hasta salir de las cavernas y fue a llorar sola al Bosque. Ahí conocería la oscuridad, pero de esto ninguna canción canta.

 Mucho tiempo se encerró entonces y aprendió de los Pergaminos numerosos secretos, pues los hijos de Harmírion eran sabios y su saber quedó impreso para siempre en los libros de los Elfos, que luego ellos se llevaron consigo. De esta forma, obtuvo un nuevo conocimiento, y ganó poder. Se tornó oscura y melancólica y quiso hacer lo mismo con Nimedhel. Quería que ella sufra, que llore y grite y que desespere hasta que el dolor la hiciera olvidar todo cuanto sentía por Legolas; y se deslizó como una serpiente hasta los pies de Nimedhel y segregó veneno en sus oídos. Pero cuando había creído concretar su plan, pues Nimedhel se marcharía del Bosque con sus hermanos, la suerte se volteó. Nimedhel se iría, es cierto, pero tampoco Legolas estaba cerca. Así que una vez más desesperó y se encerró entre los muros y pilares a leer hasta que sus ojos se secaron buscando, en vano, algo que la ayude a atraer al príncipe hacia ella.

 Pero al cabo de casi un año, en el que siguió atormentándose, muchas nuevas llegaron al Bosque. Salió de su encierro y lo que oyó sólo terminó de enloquecerla. El mal había sucumbido, el Señor del Anillo, y al Anillo mismo, fueron destruidos. Los parientes regresaban al hogar y Legolas venía con ellos. Mas a esto se le sumó un nuevo rumor: el rey de los Hombres había dado licencia a los Elfos para habitar un Bosque lejano, y Legolas iría ahí a morar con todo aquel que desease seguirlo. Y eligió como esposa a Vannie Nimedhel, que había regresado, para que sea su Señora en la lejana y bella Ithilien. Todos festejaban, menos, claro está, Ryriel. ¿Cómo era posible que con su conocimiento y poder el veneno no haya sido suficiente? Pues había sembrado la duda en Nimedhel, de quien estaba segura que ya no amaba al príncipe. Pero estaba equivocada, pues Nimedhel viajó para desposarse con Legolas. Y el rey así lo confirmó en su reino. 

 Entonces, oscura, desesperada y loca, escapó del hogar. Y habiendo elegido para sí misma un nuevo nombre que reflejaba su ahora ensombrecido espíritu, huyó sin esperanzas a lo profundo del Bosque Negro. Nadie recuerda ya las lágrimas de su familia, ni los amargos suspiros de dolor de su tío Oiolonwe. Nadie ha cantado nunca el dolor de esa alma desesperanzada que sucumbió al mal, cegada por los celos en busca de la venganza. Pero lo que sí recuerdan algunos, es el grito desgarrador que se dejó oír muchos años después de la partida de los Elfos a otras Tierras más allá del mar. El grito agudo de una criatura herida y salvaje que perforó los oídos de los Hombres a muchas millas a la redonda. Los Elfos dejaron el Bosque y la Tierra para siempre, dicen. Pero no todos lo creen así. Pues muchos años después que el último navío partiera, todavía las gentes mortales escuchaban, o creían escuchar, gritos desesperados y risas amargas de mujer malvada. En las noches sin luna ni estrellas, cuando los niños de los Hombres no desean apagar las velas para irse a descansar, basta con mencionar a la extraña y desconocida mujer que grita para lograr que se metan a la cama. Y ellos todavía creen en esa Bruja chillona que en las madrugadas grita su nombre y pronuncia encantamientos en lenguas extrañas y olvidadas para los Hombres. Úquétima, decía la voz en la penumbra. Un nombre impronunciable. Y algunas viejas dejaron de creer que era un rumor, y de todas partes vinieron por mucho tiempo mujeres extrañas, entradas en años, que entraban al abandonado Bosque y permanecían ahí por largas temporadas, mas nunca volvían a salir. Hay quienes afirman, sin embargo, que cada cierto tiempo se elevan en los aires varias figuras encapuchadas, y los cabellos oscuros les flamean contra el viento, y sus rostros son hermosos y pálidos como la luz de la luna, pero sus ojos están muertos. Y esas criaturas viajan por toda la tierra, y persisten como vecinas reservadas, que compran animales extraños y preguntan por hierbas que nadie conoce y desaparecen los días de Sol.

 Así se esparcieron por la tierra, dicen, esas mujeres sombrías. Que son hermosas como la que más en sus años mozos, y que devienen en trastos humanos en la vejez. Y son expertas en crear maleficios y hacer grandes daños, pues son, según cuentan, las hijas de la Bruja de un antiguo Bosque en el Norte de esta vasta región: la impronunciable Úquétima, llamada luego Úrsula, y también Morgana, y también Endora, y Sarah, y Martha, y Carmen e infinidad de nombres, unos oscuros otros hermosos; eran entonces estas mujeres, las discípulas graduadas de esta Bruja, a las que todavía muchos acuden en busca de un remedio que nunca encontrarán.

Vilyandil

 Nació en los años de mayor dicha de los Señores de Ithilien. Hijo de reyes hermosos y fuertes, llamado así por crecer entre la luz. Pues Legolas, su padre, tenía en brillo dorado del Sol en los cabellos, y su madre tenía fuego ardiente en su rizada melena. Y en los ojos de ambos fulguraban el cielo y las estrellas. No había niño más dichoso que aquél, su cabello era rubio como el del padre y era reservado y dócil, pero en sus ojos había plata pura. Durante su niñez le fue contada la Historia del Anillo de cabo a rabo, y amaba sobretodo la imagen del mejor amigo de su padre: Gimli el Enano.

 Y este muchachito creció en Ithilien viendo el río y esperando el día en que zarpara con sus padres al mar, pues los Elfos tienen esta nostalgia desde que son concebidos. Así, pasaron los años y el día esperado llegó. Subió al gran navío plateado de su padre, y su madre lo llevó de la mano. Un día pasó, y a la mañana siguiente, desde su cuartito, sintió que el barco se detenía y oyó que su padre lo llamaba por su nombre. Salió a su encuentro y la imagen de un Enano robusto y viejo lo recibió. Vilyandil sabía muy bien de quién se trataba, pero su carácter tímido lo contuvo. Se acercó hasta el Señor Enano que tenía en frente y, movido por la admiración y el asombro, se inclinó en una profunda reverencia.
--Así que éste es tu hijo. Muy parecido a ti, Legolas mi amigo. Pero los ojos son de la madre –dijo el Enano, y su nombre era Gimli.
 Entonces, el barco comenzó a avanzar. Y tanto el Enano como sus padres se quedaron absortos, el niño levantó la vista y contempló por última vez la tierra. Ahora estaba en un mar azul que se pintaba poco a poco de plata. Estaba con sus amorosos padres que lo abrazaban y besaban, y Gimli el Enano venía con ellos. Pensaba en que pronto conocería a sus abuelos: los reyes Thranduil y Arniel, y a sus tíos: Mirluin, un gran Señor Elfo, Rilrómen, que antes de su viaje ya había desposado a la doncella Aivyen, y Linorn, el dulce cantor. Como ya se ha dicho, en ese momento, ningún otro niño fue nunca más feliz y afortunado que aquel.



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