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Nimedhel
31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Algunas millas al Norte
Entre pasajes tibios cubiertos de suaves cortinas, entre columnas nacaradas con vigas de madreperla... Nimedhel tejía. Tenía entre las manos hojas color ocre y entre los dedos delgados, maravillosos hilos de oro. -Esto tampoco sirve –dijo Nimedhel-, ni el tejido, ni el bordado, ni la lectura, ni las canciones. ¿Cuánto más habré de hacer?... Oh, preferiría mil veces cabalgar hacia el Sur y buscarlo yo misma. Mas no para retenerlo y hacer que regrese, pues sé que tal no sería su deseo, pero sí lucharía a su lado. -Antes, a vuestro hermano Mirluin se le secaría la garganta por los gritos de furia que soltaría en caso que vos decidieseis ausentaros del Bosque –respondió Einiel, tan sensata como siempre. -Einiel, tus palabras sinceras siempre me devuelven a la realidad –dijo Nimedhel dejándose caer en un cómodo sillón-. Ya me había imaginado la larga cabalgata y los días a veloz carrera, hasta el encuentro deseado... ¡al fin lo vería!, y no volvería a alejarme de él. -Sueños, ilusiones, visiones ... nada más que eso, mi querida Señora –dijo Einiel. -Sueños sí, pero no por eso imposibles de hacerse realidad –dijo una voz conocida tras las espaldas de Einiel. -¡Rilrómen! Niño, por todos los Valar, ¿hasta cuándo mantendréis esa costumbre de espantar a las personas? –inquirió Einiel. -Ya, ya entendí. No tienes por qué enfadarte, ¿por qué nadie me comprende? Sólo quería entrar en la charla, es todo –dijo Rilrómen-, tú... ¿no estarás enojada conmigo, cierto Nimedhel? -Estoy demasiado acostumbrada a tus locuras para enojarme por esto. Pero, ¿a qué has venido, hermano? –preguntó Nimedhel. -Vengo a ofrecer mis servicios de mensajero... –se explicó Rilrómen-, no me gusta verte triste, y conozco tus motivos. Te comprendo, hermanita. Tu corazón carga nostalgia e incertidumbre, sé que no puedo quitarte ese pesar, pero sí alivianarlo un poco. Partiré al Sur mañana mismo a enviar tus palabras y bendiciones a nuestro amado príncipe, si a cambio me obsequias una sonrisa. Así dijo Rilrómen, pero su hermana le dio más... abrazó a su hermano fuertemente y besó su frente en señal de agradecimiento. -Tus gestos son más que elocuentes, Vannie Nimedhel. Iré a prepararme para el viaje ahora mismo. ¡Ah!, lo olvidaba... ni una palabra de esto a Mirluin, es que... anda buscándome, ¿saben? Y si se entera que me he ausentado del Bosque... es capaz de seguirme con medio ejército de arqueros –dijo Rilrómen con un aire preocupado. -Confía en mi silencio, hermano. Oh, largamente agradeceré este gesto tuyo. Pero, no partas antes de verme de nuevo pues tengo algo que quiero le des en las manos a Legolas –dijo Nimedhel. -Así sea. Al amanecer vendré a verte y me dirás todo cuanto quieras que Legolas oiga. -Así sea.
Amanecía en el Bosque Negro, el aire era tibio en los pasajes de la fortaleza del rey. En medio del silencio de la aurora, una figura encapuchada se deslizaba por los pasillos rumbo a los portales. -¿Tan temprano de cacería, Rilrómen? –preguntó una voz grave desde el otro lado del pasillo. -¡Mi Señor! –respondió Rilrómen al recién llegado, se trataba del mismísimo rey, ¡lo había sorprendido!-. Alteza, yo... decidí ausentarme, debo entregar noticias... -A mi hijo, lo sé –a Rilrómen casi se le para el corazón, el rey era demasiado suspicaz-, no, no te preocupes. Sé de la discreción con que planeabas llevar a cabo tu plan, pero como rey y único soberano del Bosque, debo saber de las cosas que suceden a mi alrededor, sobretodo si se trata de mis hijos. -Señor, me honráis con vuestras palabras. Pero no era mi intención burlar vuestra autoridad. Mi hermana... cada día está más pálida, y hasta ha pasado por su mente la idea de ir a luchar al lado de nuestro querido Legolas. -¡Eso jamás! Ella es como mi hija más pequeña, nunca permitiría tal cosa. -En eso coincidimos, Señor. Pero ella... ya la conocéis, es muy testaruda a veces, y no dudo que un día de estos intentará llevar a cabo su cometido. -Si te tranquiliza, yo mismo velaré por ella. Así, cuando partas, no tendrás más preocupación si no es la de llegar a tu destino a salvo. Ve con mi bendición, pero antes, yo también tengo algo para Legolas –dijo el rey y puso un extraño paquete en las manos de Rilrómen-. Sólo espero que lo reciba a tiempo. -Lo tendrá en sus manos antes que la Luna mude su aspecto de nuevo. -Prometes mucho, hijo. -No por el tamaño de las promesas es que éstas no se cumplen, Señor. Os he prometido algo, y así será. -Que Manwe te escuche, y que Yavanna te guarde –dijo el rey apoyando sus manos bellas sobre los hombros de Rilrómen, que era como su hijo-. Y no te preocupes, no te delataré ante tu hermano mayor, aunque sea la primera y última vez que prometa algo así. -Mi eterno agradecimiento, Alteza –respondió un más aliviado Rilrómen. Así, con promesas y palabras corteses, se despidieron.
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