Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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La princesa cuenta-cuentos y los siete enanos

Desde luego que resulta muy difícil saber qué hora es cuando se ha estado en una cueva de Enanos por un tiempo relativamente largo, más aún para Mirluin, que no gustaba mucho de los Enanos, menos aún su avaricia ni su apariencia. Sin embargo, fue puesto al tanto por el joven Linorn, pues acababa de ingresar a la caverna por un pasadizo con pequeñas ventanas desde las cuales se podía distinguir el cielo.
-Bien, sólo falta esperar a Rilrómen –dijo Mirluin, un tanto fastidiado pues intuía que, como siempre, su hermano le daría contratiempos.
-Olvidas a Nimedhel –dijo Linorn.
-¡Claro que no! Eso nunca –dijo Mirluin elevando un poco la voz.
-No comprendo –dijo Linorn con su tono habitual, pues no se alteraba nunca como sí lo hacía su hermano mayor-, si no está aquí contigo, ni con Rilrómen ¿dónde puede estar?
-La dejé en compañía de unas señoras Enanas en un almacén, para que escogiera todo lo que desee.
-¡Grandioso! –se emocionó Linorn-, iré a su encuentro y la ayudaré a escoger. Apuesto que no se decide entre un cuenco para dar de beber a sus aves y algún obsequio para alguno de nosotros.
-No será así, le dije claramente que ahora tendrá que escoger algo para ella.
-Siendo así, apuesto que también tardará siglos en decidirse –dijo Linorn entre risas-. Iré a buscarla.
     
      El dulce Linorn fue hasta donde Mirluin le había dicho que estaba su hermana, mas no encontró allí más que un par de Enanas muy jóvenes que no le dieron más referencias que las de un Enano viejo que aseguró que la vio caminar hacia una bodega que se encontraba a unos cuantos metros de aquí. Claro que unos cuantos metros equivalían a kilómetros, que Linorn recorrió sin hallar a Nimedhel. Regresó hasta donde estaba Mirluin, quien casi enloquece cuando Linorn le contó lo sucedido.
-Iremos primero donde esas Enanas, algo más sabrán sobre Nimedhel –dijo Mirluin una vez que Linorn lo hubo calmado un poco.
-Bien, tú irás a aquel almacén, yo iré por las bodegas y Rilrómen... ¿dónde está Rilrómen?
     
      Pero no tuvo que esperar a que Mirluin estalle de nuevo ante la ausencia de Rilrómen, la respuesta apareció de pronto entre risas y palmadas en la espalda.
-Es cierto, Órin. ¡hip! ¡Vaya que eres terco! –dijo alguien que parecía ser Rilrómen.
-Pues... ¡hip! No más terco que tú, ¡hip! –dijo un Enano que por el momento servía de bastón al Elfo-. Un jarro fue suficiente para marearte... ¡ja ja ja!
-¡Silencio!, qué insolencia la tuya. Puedo beber más de esa... esa... ¿cerveza, cierto? ¡hip! ¿así es como se llama este brebaje?
-Así es, Señor ¡hip! –dijo el Enano tratando, sin buenos resultados, de parecer orgulloso y solemne-, ¡la mejor cerveza del país!
-Nunca había probado nada semejante ¡hip! Es peor que... ¡Que Eru me guarde si ese que viene es mi hermano! –dijo alarmado Rilrómen-. Sálvame Órin, por la amistad que ahora nos une, ocúltame en una mazmorra si puedes y luego... Oh, ya es tarde.
     
      En efecto, Mirluin y Linorn estaban ahora frente a él. Mirluin lo destruía con la mirada y Linorn se debatía entre la sorpresa y la risa, aunque finalmente decidió  permanecer callado pues en una situación como esa hasta una sonrisa hubiese sido motivo para que Mirluin lo reprenda.
-Luego me ocuparé de ti –dijo Mirluin amenazante-. Ahora hay cosas más importantes que castigarte por este... espectáculo –Rilrómen sólo pudo bajar la cabeza y tragar saliva, luego tendría que enfrentarse al inminente castigo. Pero aún le intrigaba lo último que había dicho Mirluin, ¿qué era eso más importante que castigarlo? No tardó en enterarse-. No hallamos a Nimedhel.
-Oh, no puede estar lejos. Quiero decir..., ella no es como yo, no desaparecería así como así y sin ningún motivo –dijo Rilrómen recobrando, parcialmente, la noción de la realidad.
-Sea como sea, la buscaremos y no saldremos de aquí hasta haberla encontrado.
     
      Pero no fue necesario que buscaran, cuando Mirluin acababa de hablar escucharon un coro de fuertes risas, algunas roncas y otras más claras, y entre las voces pudieron distinguir claramente la de su hermana. Inmediatamente los tres hermanos, a los que Órin se unió, fueron al lugar de donde habían provenido las risas y esto fue lo que encontraron: En una habitación, no muy lejana de donde había estado antes Rilrómen, parecía celebrarse una extraña reunión, una graciosa chiquilla con trenzas rojas atadas con cintas y vestida de nácar narraba la historia de cómo las bestias del campo decidieron elegir un rey, - Animales con alas y animales sin ellas. Animales con cuatro patas y animales que no tenían ninguna... –decía ella mientras, alrededor, seis Enanos... bueno, ahora siete pues Órin se les había unido, escuchaban atentamente las palabras de Nimedhel, pues se trataba de ella. – Animales desnudos y otros acorazados, unos con piedra otros con cáscaras de nuez... –continuó narrando hasta que se vio interrumpida cuando estaba en lo de animales con penachos de colores y animales sin adorno alguno. Mirluin hizo un gesto indicando a Nimedhel que se acercase, pero ella no obedeció. – Dame más tiempo, hermano. Les prometí a estos amables señores que terminaría la historia –fue todo lo que dijo. – Es cierto, lo prometió –dijeron en coro los siete Enanos. Mirluin iba a protestar, pero Rilrómen y Linorn se habían unido a la petición de los Enanos, pues aquella era una de sus historias favoritas, así que decidió sentarse a un lado y escuchar hasta el final de la historia. Los Enanos aplaudieron a rabiar cuando acabó el cuento, nunca habían escuchado nada semejante, las imágenes de una florida pradera y una primavera eterna se les quedó grabada para siempre en la cabeza.
-Ahora es nuestro turno, Señora –dijo un Enano, de larga barba gris y aspecto venerable, al tiempo que ofrecía a Nimedhel un hermoso broche de plata con florcillas labradas.
-Pero, mi buen Twalin, yo no os he pedido nada –dijo Nimedhel dulcemente, esperando no ofender al Enano.
-No nos ha pedido nada..., pero sí nos ha dado mucho. Nunca olvidaré las historias que hoy he oído, ni la del monarca de las bestias, ni la del príncipe árbol, ni la de los caballos alados... todo esto será recordado por mi familia, ¡hasta la historia de la princesa cuenta-cuentos! –dijo Twalin, y Nimedhel ya no pudo rechazarlo, pues hubiese sido una ofensa tremenda para el Enano y sus parientes. Así que tomó entre sus manos el delicado broche y se inclinó ante Twalin.
-Yo también tengo algo que decir –se adelantó otro Enano, muy gordo y muy joven-, la historia de las hadas del tesoro fue mi favorita y las doradas y sabrosas visiones jamás saldrán de mi mente... por ello, quiero entregarle este presente –y diciendo esto se inclinó ante ella ofreciéndole con ambas manos un hermoso cuenco de oro, con asas en forma de alas de alondra. El enano depositó su obsequio a los pies de Nimedhel y ésta no pudo más que sonreír, pues ya empezaba a comprender las normas de cortesía de los Enanos. Así, uno a uno fueron entregándole vistosos obsequios, desde un finísimo collar trabajado en diamantes, hasta un brazalete de rarísimas y hermosas gemas púrpura. Hasta que llegó el turno del último.
-Órin es mi nombre, bella Señora –dijo un Enano muy elegante, inclinándose en una profunda reverencia- permítame decirle, si mis palabras no son impertinentes, que nunca en mis largos años había escuchado palabras más maravillosas que las que de vuestra boca han salido hoy. ¡Me sentí soñando!
-Tus palabras son suficiente obsequio para mí, gentil Órin. ¿Qué más podría desear de un Enano tan noble? –dijo Nimedhel con una sonrisa, ante la que Órin no pudo menos que sonrojarse.
-Vuestro afecto me halaga, oh, Nimedhel, Señora de los Cuentos de Maravilla –dijo el Enano inclinándose de nuevo-, sin embargo, no quisiera dejarla ir sin al menos un recuerdo de mi respeto y mi más profundo afecto –dijo Órin ofreciéndole una preciosa diadema de flores blancas como la nieve y hojas encarnadas y brillantes.
-Buen señor, ni quedándome aquí mil años contando historias podría yo compensar tamaño regalo.
-No dudo que el adorno es sumamente valioso, trabajado por mis ancestros, destinado a la cabeza de una reina... por eso, yo Órin, Señor de  gemas y brillantes y piedras, os doy la Corona del Otoño, que así es como la llamaron mis abuelos. Y así como para Usted nuestro afecto será imperecedero, también lo serán para nosotros sus historias. Pues sus palabras me son ahora muy caras. Oh, Sabia Señora, no sabéis cuánto me habéis dado a mí; hoy he ganado un buen amigo y una magnífica herencia para mis hijos -dicho esto, Nimedhel se inclinó ante Órin y decidió que sea éste quien la corone. Así hizo Órin y aquella gloriosa visión de Nimedhel como Reina del Otoño bajo la Montaña, se les grabó para siempre.



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