Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Un trío muy extraño

-Háblame más de ti, Gimli hijo de Gloin –dijo Legolas, pues la noche aún no moría-. Durante meses te he estado atormentando con las penas de mi corazón, pero yo de ti no se más de lo que cualquiera podría notar a simple vista.
-¿A qué te refieres con eso? –preguntó Gimli.
-A que eres un Enano, y un guerrero, y un buen amigo mío. Mas no se nada de tu hogar ni de tu gente. Cuéntame, Gimli, algo más de tu pasado.
-Veamos... los Enanos no somos tan abiertos, en eso podría decir que nos parecemos a los Elfos, no andamos hablando de nuestros asuntos a los cuatro vientos como haría un imprudente Hobbit. Pero tú, Legolas, eres mi amigo, un gran amigo... sí, a ti te contaré las maravillas de mi país y te narraré además las historias que guardamos.
-Ah, me alegras el corazón, Gimli.
-En Erebor, mi hogar, han sucedido cosas de las que no guardo memoria, pues no participé en ellas. Tú, en cambio, podrías darme datos a mí, mas no me centraré en eso. Dijiste que querías saber sobre mí... bueno, bueno, ¿por dónde empezar?
-¿Qué tal tu familia?
-Buena idea –asintió el Enano-. Mi padre Glóin, Enano ilustre, muy fuerte y hábil, hacía fuego con las piedras y podía triturarlas con una sola mano. Ése es mi padre, quien sirvió a Thorin, un Señor Enano del que tú bien podrías hablarme... –dijo el Enano, recordando la batalla de los Cinco ejércitos en la que tanto Elfos como Enanos lucharon juntos contra la Oscuridad.
-No te detengas en cosas que ya sé, Gimli. Pues en esa batalla fui capitán y conocí a tu valiente padre. Créeme que tanto mi padre como yo nos arrepentimos luego de no haberlos recibido de una manera más decorosa –se disculpó Legolas, recordando cuando los Enanos amigos de Gloin estuvieron presos en las mazmorras de Thranduil.
-Bah, dejemos eso de lado. Hace tiempo que nuestros pueblos quedaron en paz, o eso creo. Pero bien, aún no te he hablado de mi madre: Zelda, grandiosa Enana, sí, tiene más historias para contar que el mejor de los cantores Elfos. Por este motivo es muy querida en mi pueblo.
-¿Historias dijiste? Vaya, me encantaría escuchar siquiera una –dijo Legolas ilusionado.
-Muchas de nuestras historias tienen que ver con los Elfos, éstas sin duda ya debes conocerlas, pero hay otras, remotas y difusas, tan extrañas que hasta pareciera que no pertenecen a nuestra raza. Hablan de Moria y otras ciudades desconocidas para los Elfos, grandiosos recintos de piedra brillante, de pisos marmolados, Legolas, los arcos de diamante, puertas tachonadas de esmeraldas, lozas adornadas con piedras de colores, oh, Legolas, si tan sólo pudieses ver la mitad de lo que yo veo cuando tengo esas ensoñaciones tan maravillosas –decía el Enano, y los ojos le relampagueaban.
-Podría verlos, quizá, si empezases de una buena vez a contarme esas historias –dijo el Elfo, al parecer algo contagiado de la impaciencia del Enano.
-Bien, bien. Hay historias que nos hablan de Magandum y Khazarbul, y en ellas extraños viajeros visitaban las ciudades para comerciar. El oro se derramaba de los bolsillos de nuestros antepasados, muchos ya ni siquiera pedían gran cosa por algunos de sus juguetes, en cambio... poco a poco empezaron a valorar muchísimo las telas, pues los nuestros vestían rudamente y las mujeres empezaban a hartarse de las joyas dentro y fuera de sus camisas. Pero no había muchos proveedores ¿sabes?, y a la mayoría le apenaba bastante dar obras de arte a cambio de trapos, como les decían los viejos a las capas bordadas de los Elfos. Pero no me mires de esa manera, ¡yo no pienso que tus ropas sean trapos, amigo! –se apresuró a decir el Enano, pues su comentario había incomodado un poco a Legolas-, bien, bien, ¿en qué estaba? Ah, sí. Antiguos parientes nuestros habitaban esa ciudad, y tenían almacenes bien surtidos con juguetes mágicos y joyas encantadas. Además, en la... oye, ¡¿estás escuchándome o qué?! –dijo Gimli furioso pues Legolas miraba el horizonte fijamente.
-Lo siento, amigo, pero me pareció ver allá a lo lejos a un jinete. Perdóname pero debía estar alerta –se excusó Legolas.
-No te preocupes, pero ¿estás seguro de lo que viste?
-Mi vista nunca me ha engañado, Gimli. Y... ¡mira! Sí es un jinete, y se acerca a gran velocidad –dijo Legolas.
-Sí, puedo verlo –dijo el Enano sacando su hacha. Y, en efecto, un jinete se acercaba hacia ellos, pero su silueta era apenas visible para el Enano, pues el color de su capucha se confundía con la oscuridad. Al fin, bajó la pendiente y saltó ágilmente sobre una barrera de altas rocas que se erigían ante el Elfo y el Enano, Legolas tomó por precaución el mango de su cuchillo, pero Gimli se adelantó levantando el hacha.
-¡Eh, tú! Descúbrete extraño, o probarás el filo de mi hacha –dijo Gimli amenazante. El jinete se apeó del arrogante caballo y caminó despacio hasta ellos. El Enano esperaba atacar, pero para su sorpresa el jinete se hincó ante él.
-Salve, Señor Enano –saludó el encapuchado y se incorporó, entonces vio Gimli que aquel extraño era alto y de figura esbelta, se preguntó en sus adentros si acaso se trataba de un Elfo-. Hace larguísimos años que no tenía oportunidad de ver a uno... Vaya, si hasta me parece verlo de nuevo.
-¿Qué? ¿verlo? ¿a quién? –preguntó el Enano muy confundido.
-A Órin el herrero, Órin el hacedor de juguetes, Órin el bebedor de cer... cer...
-Cerveza –le recordó Gimli, y le pareció ver un brillo plateado en los ojos del jinete.
-Sí, cerveza. Nunca fui bueno en recordar el nombre de aquel brebaje –dijo riéndose, se sacó la capucha y al hacerlo Legolas corrió hacia él, y ambos se abrazaron.
-¡Rilrómen, hermano! –dijo Legolas emocionado-. ¿Cómo no pude haberte reconocido antes?
-Tal vez porque estaba yo disfrazado, ¿lo ves? Llevo las ropas de un mortal –dijo Rilrómen girando sobre sí mismo, y lucía muy orgulloso al hacerlo.
-Pero, ¿cómo? –preguntó Legolas.
-Un grupo de Hombres con carretas, parecían comerciantes. Me topé con ellos en el camino y les hice un trato: La ropa de el más alto de ellos a cambio de una poción mía, ¿qué tal? –dijo Rilrómen sin dejar de reír, pero luego divisó el horizonte hacia el Este, y su tono de voz cambió drásticamente-. Es bueno encontrarte, hermano. He cabalgado mucho y las noticias que los árboles cuentan son favorables.
-Puede que sean favorables, pero nada más que un tímido retoño en un árbol seco –dijo Legolas.
-Disculpen, si no les molesta... creo que me retiraré –dijo Gimli, sintiendo que estaba de sobra.
-Oh, que descortés he sido –dijo Legolas-. Gimli hijo de Gloin, Enano de las Montañas. Éste es Rilrómen hijo de Harmírion, príncipe Elfo y hermano mío.
-Es todo un honor, Señor –dijo Gimli haciendo una reverencia.
-El honor es mío. Vaya, pero si eres muy parecido –respondió Rilrómen de la misma manera y mirando a Gimli de pies a cabeza.
-¿Parecido a quién? –preguntó el Enano un poco incómodo.
-Oh, ya lo dije antes: Órin el Enano –respondió Rilrómen.
-Pues ese que nombras es un antepasado mío: Órin padre de Bórin, padre de Floni, padre de Foli, padre de Kloi, padre de Advari, padre de Narin, padre de Gloin, padre de Gimli el Enano –dijo Gimli orgulloso.
-Pues de todos ellos sólo tengo el placer de conocer a dos: Órin y vos mismo, Señor –dijo Rilrómen.
-Más tarde podremos recordarlos a todos, pero ahora Rilrómen... dime lo que pasa en el Norte, cuéntame todo –dijo Legolas y los tres se encaminaron a las tiendas.

Tuvieron una charla extensa y agotadora, tanto los Elfos como el Enano deliberaron toda la noche. Aquello fue histórico: un Elfo, un Enano, y un Elfo con alma de Enano, o... ¿un Enano con cuerpo de Elfo? En fin, a Gimli le complació muchísimo conocer a alguien tan bien entendido en cuestiones de Enanos, hasta llamó amigo a Rilrómen, y los mismo con éste, pues el Enano le agradó tanto como su recordado Órin. Pero ya estaba cerca la hora en que el Sol aparecería de nuevo tras los montes y entre las nubes. Los tres amigos salieron de la tienda y ante ellos aparecieron los Hobbits.
-¡Oh, qué hechizo es éste! –exclamó Merry dejándose caer al suelo.
-¡Pero si es otro Legolas! –dijo Pippin.
-Me confunden contigo –dijo Rilrómen a Legolas soltando una carcajada-. Y eso que no han visto a Linorn, pues él es mucho más parecido a ti, Legolas.
-Entonces sí eres un Elfo –dijo Pippin.
-Claro que sí, ¿qué pensabais que era yo, amiguito?, ¿acaso un Hombre mortal?, ¿o un travieso Hobbit? –preguntó Rilrómen inclinándose hasta que su rostro estuvo muy cerca del de Pippin, quien se sintió algo intimidado.
-Ya, Rilrómen. Éstos son los Hobbits de los que te hablé. Muy valientes aunque demasiado curiosos, no dudo que un día de estos nos traerán alguna sorpresa –explicó Legolas.
-En ese caso os pido perdón, valiente maese Hobbit. Soy Rilrómen, hijo de Harmírion –se presentó Rilrómen haciendo una reverencia ante los medianos, éstos estaban demasiado sorprendidos para responder, pero de todos modos saludaron con una reverencia. Los Elfos y el Enano se alejaron hasta llegar cerca al camino que llevaba al Norte, ahí se despidieron. Los Hobbits los seguían con la mirada pues era un espectáculo curioso: dos Elfos hermosos y esbeltos, con cabellos como el oro y ojos brillantes. Y en medio... un Enano, fuerte y arrogante.

-Extrañas son las noticias que llevaré al Bosque Grande: la alta Galadriel te dio regalos, los árboles ganaron la batalla, el Mago revivió con un poder blanco... ¡y Legolas tiene por mejor amigo a un Señor Enano! Sólo espero que alguien me crea –dijo Rilrómen.
-Oh, no tienen por qué dudar de ti, pues todo es verdad –dijo Legolas.
-Sí, y a todos les alegrará recibir nuevas tuyas. Debes saber, hermano, que las canciones sobre tu viaje no han cesado de ser cantadas por las doncellas. Las noticias que llevo las inspirarán aún más.
-Por ahora, lo que más me interesa es que llegues a salvo al Bosque, pero no dudo de tu pericia. No olvides darle mis saludos a mi padre y todas las bendiciones a la Dama del Bosque. ¡Adiós y hasta un nuevo encuentro! –dijo Legolas y ambos Elfos se abrazaron. Luego Rilrómen subió a su caballo y se preparó para partir rumbo al Norte.
-¡Hasta más vernos, hermano! Debo volver antes que Mirluin decida venir por mí –dijo Rilrómen cubriéndose de nuevo con la capucha-. Mucho me hubiera gustado ver a Gandalf, pero me contento con saber que ha vuelto. Y a vos, maese Enano, mucho me alegrará veros de nuevo algún día, si tal cosa es todavía posible. Más adelante, si alguna vez la Sombra es derrotada, quizá podamos sentarnos a charlar largamente y beber algo de... No, esperad, puedo recordarlo... mmm... ya lo tengo ¡cerveza!
-Cerveza, sí, buena cerveza del país de los Enanos –dijo Gimli sonriendo.
-Así es, aunque no más buena que el vino de los Elfos –dijo Rilrómen.
-Eso lo comprobaremos después... Ah, mucho tendremos que esforzarnos para que tal cosa suceda, y el hacha no descansará hasta que la Sombra haya caído para siempre –dijo Gimli.
-Oh, maese Gimli, quiera la ventura que vuestras palabras se hagan reales. Adiós, Señor Enano. ¡Adiós a todos! ¡Y que la esperanza no los abandone, valientes amigos!
-Adiós, maese Rilrómen, ¡que los caminos os guarden! –se despidió Gimli.

 El Elfo y el Enano se quedaron ahí un rato más, viendo a Rilrómen mientras éste se alejaba a toda velocidad por el camino. Cuando hubo pasado el límite de visión, los compañeros giraron para volver al campamento y, para su sorpresa, ahí tras ellos estaban los Hobbits.
-Medianos chismosos, ¿qué nadie les ha dicho alguna vez que es desagradable espiar a los otros? –les increpó Gimli.
-Ya, ya. No estábamos espiando, si hasta ese Señor Elfo se dio cuenta que veníamos tras ustedes –respondió Merry.
-Sí, incluso nos dedicó una despedida, nos llamó valientes y amigos –dijo Pippin-. Muy amable ese Señor.
-Más que amable, amigos: un gran Caballero Elfo, como Legolas –dijo Gimli-. Hey, ¿dónde se metió este muchacho?
 El Enano no vio cuando Legolas se escurrió del grupo, deseaba estar a solas pues, en la conversación nocturna, Rilrómen había revelado muchas cosas (en su lengua, claro está, por eso el Enano no se percató de nada). Extrañaba a su padre y éste le había enviado un valioso tesoro, el único recuerdo que guardara de su esposa: un anillo, el aro de plata y la cima tachonada de diamantes y esmeraldas. Y el otro regalo... una flecha de plata en cuyo extremo tenía una hoja otoñal, tal era el obsequio de Nimedhel, su amada, que de esa forma lo alentaba a seguir su camino.
-Muchas esperanzas abrigas en mí, amada Vannie. Y tú también, padre, enviándome el único tesoro que conservas de mi madre: el anillo de los Elfos del Bosque que ella misma eligió para ti –se dijo Legolas-. No sé como puedes llamar a esos medianos entrometidos y hasta chismosos, Gimli. ¿Qué haces ahí espiando como si fueses un Hobbit? Ven aquí si deseas hablar. Te escucharé sin cansarme pues yo nada tengo que decir.
-Ya, Legolas –dijo Gimli-. No estaba espiando, venía a ver qué te sucedía –se excusó el Enano, y todo cuanto decía era verdad, pero pronto se percató de algo más, Legolas palidecía y su mirada estaba fija en el suelo, el cuerpo encorvado y los cabellos cubriéndole el rostro. Esto sorprendió mucho a Gimli, pues había conocido a Legolas como un muchacho alto y arrogante; sin embargo, ahora lo veía frágil, triste y hasta disminuido... como un niño pequeño y tímido que no se atreve a pedir ayuda ni consuelo. El Enano se enterneció y puso la pesada mano en el hombro de su amigo-. Es la Sombra –dijo Gimli-, es la Sombra que debilita tu corazón... porque está partido en dos, una parte permanece en el Bosque junto a tu padre, tus hermanos y tu amada, te llama al hogar y te pide a gritos que regreses. La otra parte está aquí, cumpliendo una misión que debe culminar para bien... o para mal. No, amigo, ni Elfos ni Hombres ni Enanos sobrevivirán si flaqueamos ahora. Las razas libres de la Tierra pelearán juntas por última vez contra la Oscuridad, y hacia esa gran batalla nos dirigimos. No permitas que este Enano cabalgue solo, Elfo engreído. Necesito de alguien que cante mis hazañas si es que no sobrevivo para contarlas yo mismo. Vamos, me hace falta un Elfo pedante y engreído que me sirva de jinete.
-Y a mí lo que me hace falta es un Enano parlanchín, gordinflón... y muy sabio. Oh, amigo, te debo no sólo mi amistad... sino también parte de mi alegría –dijo Legolas-. Marchemos juntos una vez más hacia la gran batalla.
-Marchemos.



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