Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Baile de otoño

Numerosas damas y caballeros Elfos se preparaban para el festín, pues el otoño estaba llamando a las puertas del Bosque, hermosa estación para deleitarse en los palacios de los reyes elfos, donde el sonido de las risas de las muchachas y las mil arpas élficas conformaban un espectáculo sublime.
     
      Era ya media mañana y el príncipe seguía en cama, no tenía muchas ganas de escuchar a su padre recitándole todos sus deberes de heredero del trono. Ya no era más el niñito al que las nodrizas molestaban muy temprano para vestirlo y acicalarlo, no. Era un hermoso joven Elfo, alto y esbelto, de ojos brillantes y larga cabellera dorada. Intentó levantarse, pero el pensamiento del banquete a media tarde y las carreras a caballo del día anterior con algunos muchachos de su corte terminaron por cansarlo. Así, se recostó de nuevo en el suave lecho y extendió su cuerpo cuan largo era, sus manos tocaban las  finas cortinas que colgaban de un parante de plata. Aún siendo ya un joven, todavía algunas veces las nodrizas tocaban a su puerta.
-Señor, esperan por vos en la Gran Sala –dijo una voz femenina.
-En un momento, buen ama –respondió Legolas en un tono indiferente.

      Era un momento perfecto para tomar una siesta, los ojos fijos en el techo imaginando cosas que sólo pueden imaginar los Elfos. Esta vez decidió hacerlo en el Bosque, cerca al río, o sobre un árbol, ya lo decidiría estando allí, pero... ¡hoy era la fiesta de bienvenida al otoño! Se incorporó de un salto y terminó de colocarse la ropa, un broche de plata y perlas sostenía la verde capa. Salió de su habitación y caminó a lo largo de los amplios pasadizos que conducían a las estancias de su padre; a la derecha y abajo, sabía muy bien él, estaban las mazmorras que servían de calabozo para los enemigos, aunque rara vez estaban ocupadas. Hacia la izquierda los túneles eran más numerosos, ahí estaban las bodegas y los cuartos de guardia. Más adelante y hacia la derecha se abría un pasillo muy iluminado, pinturas y grabados de muchas épocas se dibujaban en los muros, el Bosque, los árboles, aves y bestias conviviendo, todo era hermoso en los recintos del rey Thranduil, su padre. De pronto se topó con las escaleras, cortas y alfombradas, unas cuantas gradas y ya estaba en el Salón principal, ahí estaba sentado el rey, vestido de granate y adornado con hojas de haya, los cabellos de oro, coronado con hojas encarnadas. Al parecer ultimaba los detalles para la fiesta, pues ahí ante el rey se hallaba el buen Galdion, que respondía a las peticiones del monarca con asentimientos de cabeza.
     
      Al entrar, los Caballeros miembros de su corte lo saludaron inclinándose, las jóvenes doncellas decoraban con hojas de muérdago, fresno y roble las columnas de la Sala. Una de ellas, Ryriel, hija de un distinguido miembro de la corte, se acercó al príncipe y lo saludó con deferencia.
-Alteza, es bueno verlo aquí. Vuestro padre ha estado preguntando por vos –dijo Ryriel haciendo una reverencia.
-Lo sé. Ahora voy con él –dijo Legolas casi sin prestarle atención.
-Espero... –dijo la muchacha-, espero, mi Señor, que la fiesta sea de su agrado, mucho nos hemos esmerado las Doncellas de la corte en preparar las salas donde se celebrará el banquete, trenzando las hojas y los pétalos con el hilo dorado del que tanto gusta.
-Es hermoso –dijo Legolas con una sonrisa, luego de dar una fugaz ojeada al Salón, que lucía bellísimo.

      El príncipe se alejó caminando hacia donde estaba su padre, quien lo recibió con una sonrisa. - Tarde como siempre, bromeó el rey; - Es una vieja costumbre familiar, respondió divertido Legolas. La doncella permaneció todavía un rato más en el sitio donde la había dejado el príncipe, desde ahí contemplaba en silencio a los tres caballeros: el rey, el príncipe y el mayordomo, sobretodo al segundo. La llamada de una de las Damas la despertó y se dirigió hacia donde las otras doncellas terminaban de colocar las coronas de hojas de sauce.
-Este será un gran festín, Señor –dijo Galdion, el mayordomo-, el vino es excelente, los frutos ya están dispuestos y el resto de los manjares no tarda en ser servido. Todo está listo, alteza.
-Bendita sea tu eficiencia, buen Galdion –respondió el rey-, no dudo que todo sea como me dices. Sin embargo, no me has dicho nada de los músicos.
-Los arpistas tienen ya sus indicaciones, mi Señor. Esta noche el error no tiene cabida –dijo muy orgulloso el mayordomo.
-Siendo así me quedo tranquilo. Pero, ¡vaya que Galdion no miente! –dijo Legolas-. En mi opinión, padre, habría que dejarlo todo en sus manos, desde el despacho de los barriles río abajo hasta la administración de los banquetes.
-Me halaga su confianza, joven Señor –dijo Galdion haciendo una reverencia-. Pero no creo que merezca tanta responsabilidad, no por que la considere una carga, alteza, sino porque no quisiera defraudaros en algún momento.
-Galdion, has vivido largo tiempo a mi servicio y al de mi hijo y siempre has respondido con lealtad, eficacia y diligencia –dijo Thranduil-, creo que debo dar la razón a mi hijo. Bien, Legolas, has ganado –dijo sonriente el rey, y luego agregó en un tono más solemne: - Acércate Galdion –dijo el rey y el mayordomo se hincó ante él-, desde hoy ningún barril pasará por las compuertas si tú no has dado el visto bueno, ningún fruto será puesto en mi mesa si no eres tú quien lo aprueba, ningún vino será servido en mi copa si no eres tú quien lo permite.
-Alteza, me honra en demasía –dijo Galdion.
-Ya, buen Galdion. ¡A trabajar a la cocina! Alguien tiene que revisar los bocadillos –dijo Legolas sonriente mientras Galdion se alejaba sonriendo también, siempre había disfrutado las bromas del príncipe, desde que éste era un niño-, y... ¡que no se te vaya a pasar la mano con el vino!
-Basta, hijo –dijo el rey muy divertido-, no querrás que se incomode. Pues bien, te hice llamar por algo muy sencillo, pero importante.
-¿Qué podrá ser eso? –preguntó Legolas.
-Deberías saberlo, Legolas –dijo el rey-, ¿seguro que no olvidas nada?
-Pues... ya atendí mis asuntos muy temprano, di las órdenes pertinentes a los jóvenes de la corte y... No, padre, creo que no se me olvida nada.
-¿Y qué hay de tu acompañante? –preguntó de súbito el rey mientras probaba unos bocados que otro mayordomo trajo.
-¿Acompañante, padre? Pero, nunca he necesitado una –respondió el príncipe casi sin aire. Imaginando que tendría que invitar a alguna de las curiosas doncellas de la corte o a alguna altiva Dama.
-Este año será distinto para ti –dijo el rey, que luego tuvo que ser más explícito ante la mirada inquisidora de su hijo-. Mira, ya eres un Caballero de esta corte, no más el chiquillo que acompañaba a su padre a las reuniones colgado de sus faldones. Por lo tanto, es necesario que te comportes a tu altura. Todos los jóvenes nobles de este reino son acompañados por un cortejo de Elfos menores, pertenecientes a sus familias, ¿por qué tú, príncipe del Bosque, habrías de ser la excepción?
-Si es así, padre, puedo respirar otra vez –dijo más calmado el príncipe-, pensé que era realmente necesario lo de la acompañante. Pero si un cortejo me sigue, no habrá diferencia. Haré llamar a los jinetes de mi séquito, los mismos jóvenes nobles que salen de cacería conmigo en invierno.
-Asunto arreglado entonces –dijo el rey-, te veré más tarde, hijo mío, ahora debo ultimar algunos detalles con Galdion.
-Me retiro padre –dijo Legolas haciendo una reverencia.

      El príncipe atravesó la Gran Sala, estaba hermosa, llegó a las escalinatas y desapareció hasta la tarde. No muy lejos, escondida entre las cortinas y las columnas, Ryriel observaba triste, había escuchado la conversación entre el rey y Legolas y la esperanza de ser la escogida para acompañar al príncipe esa noche la había ilusionado, después de todo, pensaba, era ella una joven hermosa perteneciente a la nobleza del reino. Pero la negativa del príncipe era algo que no esperaba, aunque no perdió toda esperanza; dado que aún quedaban algunas horas, pensó que tal vez ya en la fiesta de alguna manera podría llamar la atención de Legolas.
     
      El Sol se ocultaba en las afueras de los recintos del rey. La música de las arpas y la voces élficas se dejaba escuchar en las amplias salas. En medio de los cantos, todos los presentes se inclinaron para saludar al rey Thranduil, que ingresaba al Salón vestido con los colores del Bosque, con una corona de hojas carmesí y tachonado de esmeraldas (que eran las joyas que más amaba el rey) y el cetro de roble. Lo seguía el príncipe Legolas coronado con hojas de plata y perlas que simulaban frutos. Las doncellas más jóvenes no pudieron ocultar su admiración, inclinándose aún más profundamente ante su príncipe e incorporándose rápidamente para regalarle una sonrisa. Todo esto aturdió un poco a Legolas, pero lo tranquilizó saber que lo acompañaba su padre y sus compañeros de cacería.
     
      La fiesta continuó entre risas y vino, llegó el momento en que las muchachas nobles ejecutarían una graciosa danza ante el rey, esa era la costumbre cuando llegaba el otoño y la primavera. Con el sonido de múltiples arpas y flautas y otros instrumentos maravillosos y mágicos se inició la música, un conjunto de hermosas y alegres jovencitas irrumpió en el Salón haciendo graciosos movimientos. El rey aplaudía animadamente desde su trono, a su lado se encontraba su hijo, también complacido en aquel mágico baile. Las doncellas culminaron la coreografía inclinándose en una elegante reverencia. Las Damas intercambiaban palabras y les dirigían miradas de aprobación a las bailarinas, entre las que se encontraba Ryriel. Un paje llevó hasta las manos del rey Thranduil una delicada diadema de hilos de plata para la que, según su criterio, había hecho más honor a Yavanna en su baile. – Acércate Ryriel –ordenó el rey y la doncella rebosaba en alegría cuando el príncipe descendió desde su silla, a la diestra del rey, para colocarle la fina corona. – Por Yavanna, por el rey y por el Bosque, Dama Ryriel –dijo el príncipe, al tiempo que todos los demás aplaudían.
     
      La fiesta prosiguió toda la noche y hubo muchas canciones e historias. Legolas se la pasó, si no hablando con su padre, charlando con sus amigos sobre futuras aventuras, planeando ir hasta los límites orientales o seguir el curso del río hasta cerca de las montañas o ir a pie hasta el Camino casi oculto. De algún modo, esa fue una noche feliz para todos, Ryriel había logrado más de lo que esperaba al ser coronada por el mismísimo príncipe, aunque éste no se haya percatado de haber sido la causa de su alegría.



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