Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Antes de la Última Batalla

 Era tarde, la noche ganaba terreno y el cielo se vestía de negro. La batalla concluyó con una victoria cara para los Hombres, y todo era pesar. El campo entero estaba teñido de negro y rojo y pardo. Mirluin contemplaba las llanuras del Pelennor y algo le oprimía el corazón.
-Legolas, hermano. No te hallé en la batalla, de seguro has de estar limpiando tus armas... o cuidando y sanando a los heridos. Entraré ahora y, si no deseas dejar a los Hombres con sus propios problemas, me quedaré contigo a pelear contra la Sombra –pensaba Mirluin. Sus brazos estaban cansados, pues había combatido él solo a una hueste entera de crueles Haradrim. Y éstos respondieron huyendo. Pero su espíritu no conocía la fatiga. Decidió entonces entrar a la Ciudad y buscar él mismo a Legolas. Sin embargo, no dio paso alguno, sintió que una leve brisa acariciaba sus cabellos y su rostro hermoso. Y de repente recordó el suave perfume de las flores en primavera y las risas de los muchachos en las orillas del río. Su corazón estaba más aliviado, pero al mismo tiempo... inmóvil. Giró el rostro hacia el Este y el Norte y palabras lejanas y confusas llegaron a sus oídos.
-Almarë, vanya (Salud, hermoso) Mirluin.... Almarë... –decía la voz, y era dulce y tenue-. Almarë... –seguía diciendo la voz y ahora era más clara-. ¿Manna lelyalyë?(¿A dónde vas?)
-Esto es un encantamiento, tan dulce voz no puede ser sino de... Pero no es posible. ¿Acaso mis oídos me engañan? –se preguntó Mirluin.
-Serë len (paz para ti), Mirluin...
-Ahora me desea paz y a la vez me ordena detenerme. ¿Qué significa esto?. Extraño hechizo, palabras dulces y...
-Enomentuvalmë (Volveremos a encontrarnos ) -concluyó la voz.
-Ahora entiendo. Pero no diré más, iré al encuentro del dueño de tan suave voz y ahí terminaré de comprender.
 Y, como guiado por un mandato superior a su propio entendimiento, Mirluin abandonó la búsqueda de Legolas. Tomó las riendas de su caballo y giró para dar marcha atrás.

De muy lejos en el Este vino el Clan de los hijos de Harmírion, y llegó al Bosque en años verdes y jóvenes. El Reino de Thranduil fue su Hogar y el mismo Rey se portó como un padre piadoso y sabio. Pero la Oscuridad ensombreció el Bosque, el Señor de Barad-Dur se estableció allí, y su morada fue Dol-Guldur. Mucho tiempo los atormentó la Sombra, y vivieron encerrados esperando amaneceres que alivien el peso de la reclusión. Pero breve fue la tregua, y largo el encierro. La fortuna llevó al hijo del rey a Imladris, donde Elrond daría consejo, y este emisario volvió con noticias más amargas aún: Una Compañía viajaría a Mordor, a la misma Boca de la Oscuridad... y Legolas del Bosque iría con ellos. Las doncellas y los amigos lloraron la partida de su príncipe, y canciones cada vez más sombrías atormentaban los oídos del rey, su padre. Pero Mirluin, Señor de este Clan, también sufría en silencio. Así, decidió un día que no perecería en el encierro, él mismo elegiría su suerte. Y la suerte amarga, el destino cruel que escogió... fue la Batalla. Mirluin dejó el Bosque para buscar a Legolas y pelear a su lado, y una vez vencida la Sombra, vana esperanza en ese entonces, regresarían juntos al Hogar. Pero los corazones élficos ardían de dolor, impotencia e ira. Pues veían una batalla perdida y las esperanzas se habían agotado. La hermosa gente pensaba entonces: ¿por qué no partir de una vez? Esta era es del Hombre, dejad que se las arreglen como puedan. Y fue eso lo que movió al Señor Mirluin a ir en busca del príncipe del Bosque. Dejarían la Tierra con sus dolores y sus cuitas. Los Elfos ya no podían proteger al Hombre. De este modo, Rilrómen se convirtió, por breve tiempo, en el Señor, y era hermoso portando la sagrada diadema. Anunció entonces las decisiones tomadas y amarga fue la noticia de la inminente partida para todos.

 El Clan entero partió del Bosque con el corazón oprimido rumbo a los Puertos, porque tal era el deseo de Mirluin, a quien ya daban por perdido. Y Rilrómen marchaba a la cabeza de todos. Dentro de ellos el deseo era no partir, pero tampoco se atrevían a desobedecer. Mas, Rilrómen también dudaba, y sus hermanos se negaban con el corazón y las lágrimas a seguir huyendo, a seguir escondiéndose de la Oscuridad tormentosa y cruel.
-No vayamos a los Puertos –le decían a cada instante-. No sin los que más amamos, hermano y Señor.
 Así, antes de que naciese el tercer día de cabalgata desde que se despidieran de Thranduil Rey, Rilrómen los convocó a todos y con estas palabras habló el Señor de los Elfos Peregrinos:
-Hermanos, ya antes hemos cruzado este camino. Errar por tierras ajenas, escondiéndonos de las fieras. Vagando sin rumbo ni consuelo. Pero yo digo, ¡que se eleve el estandarte de los reyes de los Elfos! ¡Marchemos todos juntos a conquistar nuestra última victoria! Porque tal ha sido el destino de todos los Grandes de nuestro Clan. Yo les digo, hijos de Harmírion el hermoso, que no pereceré consumido por la pena, mis manos no estarán ociosas esperando la noticia de la caída del Hermano amado. ¡No! Yo he de ir hacia la guerra, daré honra a mi espada y a mi brazo. No abandonaré a los Hombres cuyos padres algún día protegimos de los lobos. Hombres con los que los padres de nuestra raza se aliaron contra la Sombra. La espada será blandida con orgullo ante la Oscuridad, el estandarte de los hijos de Caranfind flameará contra el viento y el nombre de nuestros antepasados será recordado de nuevo en el Sur y en el Este maldito. Pelearé hasta que mis hazañas sean dignas de ser cantadas. Lucharé hasta que haya entregado mi último aliento a la crueldad y a la guerra.  ¡Que eleve sus armas el que quiera acompañarme en esta empresa, que para muchos será la última!
 Pero antes que hubiese cesado de hablar, todos tenían las espadas, o los arcos, o las lanzas, o las banderas en alto. Y gritaban los nombres de sus antiguos Señores con furia y orgullo. No lo pensaron dos veces, cabalgaron de vuelta al Bosque y el temerario discurso fue repetido ante los Elfos de Thranduil. Los más veloces se acercaron y ofrecieron sus arcos. Pero el tiempo apremiaba. Eligieron de entre ellos no más de una veintena, los mejores, porque el viaje habría de ser largo y sin descanso. Del Clan, ninguno se quedó, pues hasta las más hermosas y venerables se cubrieron con acero y diamante. Así, abandonaron el Bosque con menos de un centenar de guerreros dispuestos a todo.

 Cabalgaron días enteros, sin descanso, con Sol o Luna, o sin ellos. Rilrómen avanzaba a la vanguardia y los estandartes de su Clan y del Bosque estaban ocultos. Hasta ellos mismos, pues llevaban ropas oscuras que cubrían sus cuerpos y sus rostros élficos. Pero el aviso de la batalla llegó a sus oídos arrastrado por el viento. De esta manera supieron que la Ciudad estaba en llamas y que Mirluin peleaba en esta batalla. Y temieron que pereciera. Pero en aquella hora de angustia, en medio de un país extraño, de una tierra desconocida, la esperanza renació. Pues hasta las aves los habían acompañado y con ellas enviaron sus mensajes a Mirluin. Y las aves cantaron al viento: Fama y gloria por muchos años tengas, Mirluin el hermoso, el de los ojos como el zafiro. Salud y paz, Mirluin. ¿Adónde te llevan tus pies cansados? No te internes solo en la oscuridad espesa que te ciega y te consume. Ve a las colinas y espera. Debes esperar. Palabras que, arrastradas por el viento y el canto de las alondras, encerraban a la vez un mandato y un encantamiento. Las voces debían decir eso, y eso fue lo que dijeron. Así, al cuarto día al fin lograron divisar las altas montañas cercanas a la Ciudad Blanca. Apresuraron la marcha, y al concluir el segundo día desde que enviaran el mensaje con las aves... llegaron al Reino de los Hombres.

Aragorn, Gandalf, Legolas, Gimli y Pippin marcharían a la última batalla. Merry se sentía avergonzado, inútil, como un traste o un estorbo que se quita de en medio. Él también quería ir, sin embargo sus heridas no habían curado y era menester que se quede a descansar en la Ciudad. Pero un muchacho llamado Bergil lo acompañaba.
-Arriba esos ánimos, maese Hobbit. Los Hombres volverán pues son los más fuertes de la Ciudad y además mi padre va con ellos.
-Que tus palabras se hagan realidad, joven Bergil –respondió Merry. Y ambos charlaron largas horas hasta que la noche descendió. Al día siguiente se reunieron de nuevo, y otra vez charlaron. Era muy temprano y apenas empezaba a amanecer, los compañeros se disponían a bajar a sus cuartos para abrigarse un poco más, cuando algo llamó la atención del Hobbit.
-Pero... mis ojos me engañan ¡o lo que veo son fantasmas! –dijo Merry con la mirada fija en el horizonte. Bergil se percató del asombro del mediano y corrió hacia la plataforma donde Merry se encontraba-. ¿Logras verlo también, Bergil? Allá cerca de las colinas... una mancha difusa... ago desconocido se mueve hacia el Este.
-Puedo verlo, maese perian. Es un grupo blanco. ¿Cree que deba dar la alarma?
-¿Alarma? ¿A quién se la darías? Vamos, no sé de qué se trate esto pero en mi corazón no siento temor. Es  un Grupo Blanco como el lino y Verde como los retoños del olmo.
-Desde aquí apenas distingo los colores, ¿no será una visión o un juego de la niebla? –preguntó el muchacho incrédulo.
-Eso parece pues... ¡Mira! Ha desaparecido. Oh, creo que sólo ha sido un sueño –dijo el Hobbit y la vaga alegría y tenue emoción que sintió al ver al extraño grupo blanco... también desapareció.

-Hemos llegado –dijo Rilrómen haciendo un gesto de alto a su compañía-. Ante nosotros se extienden las colinas de Gondor. Según lo que cantaron los vientos, nuestro hermano ha debido de esperarnos aquí.
-Señor –advirtió un soldado-. Mirad hacia delante, una figura a caballo se acerca.
 Pero las advertencias estaban de más, Rilrómen corría hacia la figura que marchaba hacia ellos.
-Hemos llegado –repitió Rilrómen cuando hubo llegado ante el extraño jinete.
-Eso veo. Pero no han debido de hacer esto –respondió el jinete, y su voz era fría como la brisa mañanera y grave como el cuerno en la batalla.
-Mirluin, Mirluin... –repetía Rilrómen, pues se trataba de su hermano mayor-. No nos digas eso. Larga es la senda que hemos andado, mucho lo pensamos antes de emprender el viaje y estamos decididos: Pelearemos.
-Ah, temo que a pesar de todo lo que pueda decirles... no cambiarán de opinión –dijo Mirluin-. ¿De veras estáis todos decididos? –preguntó, pero Rilrómen habló primero.
-¡Hermanos míos! He aquí a vuestro verdadero Señor. ¿Esperaréis a que su corona caiga en las Tierras Malditas o pelearéis a su lado? –preguntó Rilrómen y toda la hueste estalló en gritos salvajes y cantos de gloria-. Tu gente ya te ha contestado, Mirluin Señor. ¿Qué esperáis para guiarla? –dijo quitándose de la frente la bellísima diadema y colocándola en la cabeza de su hermano. Entonces, Mirluin miró gravemente a la tropa, y luego contempló el horizonte en dirección al Este. Por unos minutos nada dijo, pero luego volvió a mirarlos y así habló ante todos:
-Sabéis en vuestros corazones que en este camino no hay retorno. No sirve de nada insistir en que regresen, pues sé que por nada que yo pueda ofreceros aceptarían esa senda; ni tampoco la victoria, pues hasta para mí resultará cara. Entonces, alzad las armas y marchemos a la ruina, los Hombres están cansados y sus pechos oprimidos. Pero nuestra lucha será por nuestro honor, no más huir y llorar por caminos desconocidos ¡¡¡Nuestra raza hará mella en Mordor, el Señor de Barad-Dur temblará ante nuestra llegada, quebraremos sus cimientos con nuestras voces y nuestros cuerpos, así sea la última empresa que los hijos de Harmírion realicen!!! –terminó de decir Mirluin y de nuevo la tropa estalló en gritos. Así, avanzaron a galope tendido deteniéndose apenas para escuchar más claramente a los vientos.

 Al segundo día de fatigosa cabalgata, llegaron a la cima de un monte gris. Aún era temprano, pero el cielo advertía lo contrario. Miraron el paisaje desolador que se dibujaba ante sus ojos. Ahí, rodeados como en una isla, estaban los Hombres de Gondor, y delante y atrás y a ambos lados, como un mar espeso cargado de dolor, se arremolinaban las fuerzas de Mordor. Los Hombres estaban perdidos. Entonces, como respondiendo a una orden de su conciencia, los Elfos Blancos y Verdes desplegaron los estandartes de sus pueblos y se quitaron las capuchas negras que cubrían sus hombros, y he aquí que bajo las pesadas ropas de viaje llevaban hermosas capas blancas como el lirio, y algunos traían ropas verdes con armaduras pardas. Entonces, Mirluin giró para ver a su tropa y besó las manos de cada uno de los soldados, desde el más alto y fornido hasta el más frágil y delgado. Pero todos eran fuertes y estaban decididos.
-Esta es la hora, por el honor de los Elfos del Valle y los del Bosque Negro. ¡Adelante! ¡¡¡Mettanna!!! (Hasta el final) –dijo Mirluin con una voz poderosa que retumbó en el valle. Y la hueste entera descendió el monte, rugiendo y gritando y aclamando con sus bellas voces la gloria de sus ancestros. Los Arqueros Verdes alzaron sus arcos de cedro y oro, y los Jinetes Blancos desenvainaron sus largas espadas. Así, se internaron entre las filas de toscos orcos y audaces Hombres del Este. Mettanna, los gritos no dejaban de oírse entre los tambores. Mettanna, mettanna, respondían los gondorianos. Caían los Hombres, sonaban los cuernos, golpeaban los tambores, se alzaban los gritos. Pero Elfos y Hombres, juntos tal vez por última vez, peleaban contra la Oscuridad. La Hueste Blanca cabalgó hasta rodear con todos sus hombres a la acorralada isla y, blandiendo sus armas, dieron feroz y cruel batalla. Mettana, mettanna, tal vez nunca antes esta antigua y ya olvidada frase élfica fue más apropiada. Mettana, hasta el final.



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