Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Conversando en la oscuridad

      Caminaron hasta llegar a los bordes de un Bosque extraño, ahí se detuvieron por orden de Aragorn, quien ahora lideraba la Compañía. De súbito, una vaga alegría tocó al Elfo, estaban en la entrada del País de Lothlórien, Morada de Elfos poderosos y sabios. Entraron por el sinuoso camino hasta llegar al borde de un río, ahí Legolas cantó para ellos la Balada de Nimrodel, y los hobbits se deleitaron con la voz de Legolas, más suave que el rumor de las hojas. Pero antes de llegar más allá, fueron descubiertos por un grupo de Elfos, vestían ropas grises como la niebla y tenían un aspecto muy noble, saludaron a Legolas en su lengua y permitieron que todos entrasen, pero no fue tan fácil con el Enano. Los Elfos no son malvados, pero desconfían mucho de los Enanos, pues antiguas riñas los dividieron. Mas ahora no se trataba de un enemigo, sin embargo se decidió que todos entrarían con los ojos vendados, o por lo menos sería así hasta que los Señores de aquel país decidiesen lo contrario. Así, entre protestas, amenazas y una que otra maldición (para variar entre el Elfo y el Enano) entraron en el hermoso País de Lothlórien.
     
      Estaba oscuro cuando subieron por una empinada escalera rumbo a la Sala de los Señores, y llegaron a una estancia maravillosa. Legolas estaba en una cámara ovalada, y en el medio crecía el tronco del gran mallorn, ahora ya adelgazándose pero todavía un pilar de amplia circunferencia (...) Una luz clara iluminaba el aposento; las paredes eran verdes y plateadas y el techo de oro. Había muchos Elfos sentados. En dos asientos que se apoyaban en el tronco del árbol, y bajo el palio de una rama, estaban el Señor Celeborn y Galadriel... Ambos se incorporaron para dar la bienvenida a los viajeros, y luego que el Señor hubo saludado y contemplado a cada uno de los miembros de la Comunidad, la Dama tomó la palabra para indagar sobre Gandalf. Muy grande fue la pena que invadió los corazones de los presentes, muchos gritos de angustia y dolor inundaron la habitación cuando Aragorn hubo anunciado la caída del Peregrino Gris. La Dama entonces escrutó el rostro de cada uno y nadie, excepto Legolas y Aragorn, soportó mucho tiempo esta mirada. Más tarde, cuando hubo llegado el momento de descansar en los confortables refugios que los Elfos habían preparado para ellos, se detuvieron a meditar y al parecer algo similar les había ocurrido a cada uno de ellos mientras Galadriel les perforaba los ojos, y el espíritu, como si se les hubiese ofrecido la posibilidad de volver por un camino de luz lejos de las sombras y la de avanzar por un sendero de espinas, oscuridad y muerte... pero de esto Legolas no dijo una palabra en ese momento, los hermosos ojos élficos apenas habían vacilado cuando la Señora reparó en ellos, en ese momento se sintió separado del mundo, era como regresar sobre sus pasos y encontrase rodeado de luz, en una amplia sala, brillante, el suelo de nácar, los muros de perla, las vigas de plata y una inmensa alfombra de coral e hilos de oro... hermosas eran sin duda las estancias del palacio de Thranduil, rey de los Elfos del Bosque Negro.
     
      Los Elfos de Lórien habían preparado un pabellón entre algunos árboles cercanos a la fuente para que la Compañía pudiese descansar en cómodos lechos, y almohadas tejidas con delicados hilos de seda gris. Por un tiempo hablaron de lo que había ocurrido en el día, de la Dama y el Señor. Pero Legolas permanecía ensimismado y cabizbajo. Al fin, cuando todos habían logrado conciliar el sueño, Legolas salió de su lecho y caminó hasta unas ramas que se enredaban con algunas flores, Gimli lo había estado observando: una sombra había cruzado por su rostro mientras los demás hablaban sobre lo que habían sentido, la posibilidad de regresar, de “estar a salvo”. Legolas pensaba ensimismado, sentado en unas raíces que sobresalían del suelo. Gimli apareció de pronto, para sorpresa del Elfo.
-Eh, Legolas, ¿pasa algo? -preguntó secamente el enano.
-¿De veras te interesa saberlo, Enano, o lo dices simplemente para satisfacer tu curiosidad? -respondió un altanero Legolas.
-Bueno, no tienes que ser grosero, Elfo. Sólo... sólo pensé que siendo un Elfo este lugar debería representar algo así como un hogar para ti y no comprendo por qué esa cara triste... eso es todo -dijo Gimli.
-Te agradezco tu interés, pero no debes preocuparte, si es que en verdad estás preocupado -dijo Legolas. Gimli estaba dispuesto a marcharse, pero para su sorpresa, el Elfo siguió hablándole, parecía dispuesto a entablar una charla amistosa con el enano.
-Es sólo que... recordé una historia muy triste –dijo el Elfo.
-¿Historia? ¿qué clase de historia? –preguntó Gimli, tratando vanamente de fingir que la historia de Legolas no le interesaba mucho.
-Sobre una Dama que pereció consumida por la tristeza, abandonando a sus hijos y a su pueblo para desaparecer entre el valle y el río –dijo Legolas tristemente.
-Debe haberle pasado algo realmente malo para que haya decidido desaparecer así como así- dijo Gimli realmente interesado en saber más sobre la historia de aquella Dama- ...quiero decir, sin avisar a nadie.... es más... ¿es eso posible?- dijo incrédulo el Enano, y realmente estaba dispuesto a seguir charlando.
-Muchas cosas que son claras para nosotros, para otros se tornan oscuras y misteriosas -dijo Legolas sin mirarlo-. Existe una balada muy melancólica que habla de esta Dama y del fin de los Señores de los Elfos escondidos, y de cómo estos se volvieron otra vez errantes –dijo Legolas como pensando en voz alta.
-Eso estará bien para mí. Me agradan las buenas historias -repuso el enano mientras tanteaba en el suelo buscando un sitio cómodo donde poder sentarse.
-Pero... no he dicho que vaya a contarte ninguna historia -dijo Legolas.
-¿Qué?, oye, esto no se vale -reclamó el enano.
-¿Qué quieres decir? -dijo Legolas-, explícate.
-Vienes intrigándome desde hace rato con esa cara de mira qué triste estoy ¿qué esperas para preguntarme por qué?, y ahora me dices que no me dirás nada, quiero decir... no puedes dejarme con la curiosidad... -le increpó Gimli, ahora lucía muy fastidiado.
-Ustedes los enanos son gente extraña. Demasiado apresurados, no me sorprende que hayan tenido tantos enemigos allá en Erebor.
-No empieces, Elfo. Lo único que quería era saber por qué estabas tan triste, pero si vas a desquitar tu mal humor conmigo entonces me voy. Quizás alguno de los hobbits quiera escucharte -dijo Gimli y ya estaba a punto de retirarse cuando Legolas lo detuvo poniendo su mano en el hombro del enano.
-Te pido perdón Gimli, he sido rudo y descortés contigo y no lo mereces. Discúlpame si te he ofendido -dijo un apenadísimo Legolas.
-Bueno, Elfo, no te saldrá gratis la disculpa -dijo Gimli adoptando un aire de negociante.
-Sé a qué te refieres, Gimli, el más curioso de los enanos -bromeó el Elfo y Gimli rió abiertamente, con lo que casi despierta a la Compañía entera-. Pues, te llamé apresurado por que me entendiste mal y te enojaste. No quise decir que te dejaría con la curiosidad, sólo dije que no contaría ninguna historia.
-Ahora sí estoy confundido, o yo entendí mal o tú hablas una lengua distinta.
-No contaré una historia... pero sí la cantaré -explicó Legolas- ¿No te dije acaso que conozco una balada triste que habla sobre todo lo que quieres saber?
-Oh, ya comprendo... pues bien, ¿qué esperas para contar..., quiero decir, cantarla?
-Está bien, aunque te advierto que es muy larga, comienza así -entonces, el Elfo empezó a cantar con una dulce voz, y mientras fluían las palabras, éstas tomaban forma ante los ojos de Gimli, pronto el enano se encontró vagando en un valle hermoso entre las montañas, con un rey, una reina y furiosos jinetes y bravos guerreros.

      La canción, por cierto, hace tiempo que fue olvidada, no por muchos Elfos, ni por algunos enanos, pero aparte de ellos, quienes muy rara vez la recuerdan, ningún otro ser sobre la Tierra la ha vuelto a cantar. He aquí los fragmentos que sobrevivieron de la Balada del fin del Reino escondido:

Amargo y penoso fue ese día en que ni el Sol ni la Luna se dejaron ver.
Un guerrero valiente, con fuerte brazo
peleaba en la montaña, mientras la bella esposa,
con magia y poder defendía a sus hijos.

Los lobos aullaban, el viento rugía, y los niños y las vírgenes derramaban lágrimas.
Un hermoso valle oculto entre las montañas
ya no sería más el hogar de sus padres.

Valientes guerreros, Señores de antaño.
¿Qué fue de Harmírion?¿Qué fue de su espada y sus manos fuertes?
Los lobos las devoraron.

Hermosas doncellas, orgullosas Señoras.
¿Qué fue de Caranfind?¿Qué fue de su magia y su cabellos de fuego?
La tristeza se las llevó.

Al Hogar Prometido partieron las gentes. A la cruel montaña regresaron sus hijos.
Cuatro jinetes, hermosos como el amanecer
erraron por los desiertos, vagaron en los bosques,
cabalgaron en las llanuras.

Muy diestros, muy sabios, los Elfos erraron llevando su pena,
cantando la gloria del pasado, llorando la partida del rey.
Cazando lobos, derribando enemigos, buscando un hogar.

Hábiles cazadores, veloces jinetes.
¿Qué fue de los hermanos?¿Qué fue de sus arcos y sus voces?
Sólo el tiempo dirá qué camino han de tomar.

Sabias consejeras, dulces amigas.
¿Qué fue de Nimedhel?¿Qué fue de su sabiduría y sus ojos plateados?
Sólo el tiempo dirá si encontrará un hogar.

      La canción concluyó con un pensativo Legolas y un hipnotizado Gimli, la balada había actuado como un hechizo sobre él, y aún se encontraba en las llanuras y los bosques buscando a Caranfind y a Nimedhel y a sus hermanos. Legolas lo despertó con una suave palmada en el rostro.
-¿Eh? ¿Qué...?, ¿Dónde...? -Gimli aún no despertaba del todo.
-Tranquilo, ya terminó la canción.
-¿Dónde están? -dijo Gimli buscando su hacha, parecía realmente enojado.
-¿Dónde están quiénes? -preguntó Legolas algo confundido.
-¡Los lobos! -respondió Gimli como si fuese lo más obvio del mundo- Te juro que si veo uno de pie lo haré trizas. Nadie merece sufrir tanta tristeza, mucho menos por causa de esas inmundas bestias.
-De eso ya se encargaron Nimedhel y sus hermanos -dijo Legolas sin quitar su mirada del suelo.
-Pero... ¿cómo? Entonces no has cantado la canción completa, pues dijiste que estaban buscando un hogar, que los hermanos... un momento -Gimli se percató de algo que no había advertido hasta ese momento-. ¿Es eso lo que te pone tan triste? ¿La historia de ese pueblo escondido?, pero ¿qué tiene que ver eso contigo?
-Verás, los cuatro hermanos de los que habla la canción viven en mi Reino, junto a los pocos que los siguieron. Son como hermanos míos y mi padre los ama tiernamente, sobretodo a la menor, la sabia Dama Nimedhel -explicó el Elfo, y al nombrarla algo cambió en su rostro.
-Entonces, ¡encontraron un hogar después de todo! -se alegró el enano.
-Eso espero -dijo Legolas, Gimli notó que la tristeza había atrapado de nuevo al Elfo.
-¿A qué te refieres, Elfo extraño? Ahora sí que no entiendo, es más complicado entenderte que encontrar la llave correcta en un llavero de cien, y eso que soy un excelente cerrajero -le increpó Gimli.
-Tal vez te lo diga más tarde, cuando la tristeza no esté tan cerca. Me destroza pensar cómo le diré a Nimedhel y a mi padre lo de Gandalf, pues él era muy querido en mi Reino.
-Tienes mucho tiempo para pensarlo, en lo que a mí respecta... no te molestaré más, hoy has hablado más de lo que imaginaría que podía hablar un Elfo como tú, quiero decir... nunca imaginé que existiese una criatura tan parca y reservada. Sólo... -y el Enano se detuvo y observó al Elfo- tengo dos cosas que agradecerte: primero... gracias por sacarme de la Cámara de Balin, realmente estaba dispuesto a quedarme ahí. Segundo, te agradezco el que me hayas tenido la suficiente confianza para revelarme aunque sea una pizca de lo que te pasa -el Elfo lo miró confundido-. Debo decirte además que no fue por pura curiosidad que insistí para que me contaras lo que te pasaba, en verdad... me preocupaste cuando saliste de ahí con ese rostro tan apagado.
-No tienes que agradecerme nada, Gimli. Soy yo quien te debe las gracias pues has permitido que te aburra con aunque sea una pizca de mis problemas, ahora sé que cuento con un buen amigo al que podré aburrir cuando yo quiera -dijo un sonriente Legolas.
-Pues entonces ambos hemos ganado un amigo -dijo el Enano, y se marchó, dejando a un Legolas más tranquilo.

      Fue muy afortunado lo que esa noche ocurrió, cuando un Elfo pidió perdón a un Enano, cuando un Enano le dio las gracias a un Elfo, en ese momento nació la amistad más extraña y fuerte que se haya dado entre dos seres de razas tan distintas, Gimli de los Enanos y Legolas de los Elfos se convirtieron en amigos entrañables y su amistad fue grande e imperecedera.



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