Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Decisiones

Un profundo y terrible grito resonó en el valle y llegó fasta los oídos de Caranfind y sus hijos, ahora lo sabían: el Señor había muerto. La bella Señora de los Elfos errantes se dejó caer como si hubiese sido ella la herida por el wargo, y en esto hay mucha verdad, pues tan unidos estaban ella y sus esposo que es posible que hayan compartido incluso este dolor hasta el último día de él. Rilrómen tomó en brazos a su madre y la pequeña Vannië corrió a auxiliarla, tomando su rostro entre sus delicadas manos.

      Todo el campamento era un caos, los que podían trataban de protegerse y otros luchaban cuerpo a cuerpo con aquellos salvajes, hermosas figuras de jóvenes Elfos yacían inconscientes en el pasto y acaso también niños y dulces y hermosas muchachas cuyas voces nunca volverán a ser escuchadas. Mirluin tomó el mando de los arqueros Elfos y una lluvia de flechas arrasó con la mitad de los invasores, eran en verdad muy diestros los soldados de Mirluin. Rápidamente se deshicieron del resto de orcos y muy pronto el campamento estuvo libre de ellos. Pero el paisaje era desolador, fuego y ceniza, sangre y lágrimas, hermosas vírgenes elfas y delicados muchachitos bañados en dolor y desesperación. Los caballos enloquecieron de miedo y la mayoría huyó hacia el descampado. Durante largo tiempo contemplaron la ruina de su ciudad y ahí permanecieron, mudos y tristes.
     
      Había que tomar decisiones, ahora eran muy pocos y no podrían defenderse de los orcos adecuadamente, su Señor había partido y la reina estaba triste y la pena estaba cerca y el dolor era muy grande. Partieron entonces hacia los puertos donde Círdan, Carpintero de Barcos, les dio la bienvenida. Reposaron ahí un tiempo, mientras Círdan trataba inútilmente de dar un consuelo al dolor de Caranfind. Pasado un breve tiempo, reunió a su gente para comunicarles una decisión muy importante. Una tarde tibia se juntaron no muy lejos de las costas y esperaron. Al fin la Señora tomó la palabra y así dijo:
-Muy amado pueblo mío, hermanos y amigos. Cierto es que la pena aún está muy cerca, pero en momentos así las decisiones no deben hacerse esperar ni tampoco el momento para decirlas, sobretodo cuando los más indefensos de los nuestros aún peligran. Durante largos años hemos errado, andando por tierras extrañas, viviendo al amparo de los árboles y la luz de las estrellas. Encontramos un hogar y por un tiempo tuvimos paz para nuestros hijos, mas esto ha terminado. Pues bien, para el bien de todos esto es lo que decido: Todo aquel que se sienta cansado de sufrir en esta tierra, y esto incluye también a mis hijos, tiene mi permiso para partir hacia el hogar que los Valar prometieron a nuestra gente, hermosos barcos de blancas velas zarparán pronto, seréis guiados por los heraldos del Señor Círdan. A mis doncellas y demás vasallos que alguna vez me juraron lealtad a mí y a mi esposo, en nombre de ambos os libero, sois libres de elegir entre el camino a través del mar o seguir errando en esta tierra tras los pasos de sus Señores, pues sépase también que yo no he de partir, aquí permaneceré, en la tierra que tanto amó vuestro valiente rey.

      Así habló la reina y muchos de los presentes lloraron la última decisión de su Señora: quedarse en la tierra donde pereció su Señor. Sin embargo, y por insistencia de Caranfind, muchos partieron hacia el Hogar de los Elfos. Sólo sus hijos y un pequeño séquito de guardias, jóvenes cazadores y dulces doncellas, decidieron quedarse. A las últimas, Mirluin encargó especialmente el cuidado de su madre, pues ahora la envolvía un halo gris y sus ojos habían perdido el brillo. Rilrómen guardó los cuchillos obsequiados por su padre en un cofre y pasó mucho tiempo antes que se atreviese a usarlos de nuevo, la voz de Linorn se apagó por un buen tiempo y Nimedhel se escondía todas las mañanas para que sus hermanos no la vieran llorar.

      Se despidieron de su gente cuando se hicieron a la mar, y también del amable Señor Círdan. Partieron con sus bendiciones de regreso a las tierras pardas y a la montaña, y al cañón y al valle. Largo tiempo erraron a través del cañón y las montañas, cubiertos los rostros, cansado el espíritu. En cuanto a Caranfind, una tristeza infinita la invadió, caminaba sola, fría, un fantasma era ahora, su brillo se languideció y su voz no se volvió a escuchar. Cansada de ver su propio fuego consumirse, y sintiéndose una carga para sus hijos, decidió abandonarse a su dolor. Muy tarde un día, cuando el Sol se ocultaba y teñía de nácar el río, Caranfind avanzó con pasos ligeros hasta la orilla, Mirluin dormía plácidamente sobre la hierba, pues había hecho guardia por dos noches enteras y el cansancio y la pena lo vencieron aquella tarde. Caranfind acarició el suave cabello oscuro de su hijo mayor y le dijo en un susurro Tú serás quien los guíe, ahora eres el Señor de estos Elfos. Y a donde tú vayas, ellos te seguirán. Observó largo tiempo el rostro de su hijo aún dormido... y derramó lágrimas, la única vez que ella lloraría, la primera y última vez que lo haría en una vida llena de felicidad junto a su esposo y sus hermosos hijos. La bella Señora se alejó entonces y dejó que el agua bañase sus pies; ya decidida, cruzó sus aguas, caminó de vuelta hacia el valle y hacia la montaña, por prados secos y tierras estériles, descalza y triste, y entre rocas, tierra y mucho dolor... se perdió; así terminaron los días de Caranfind, la sabia Señora de los Elfos escondidos, que decidió dormir y soñar para siempre, en un túmulo donde eternamente crecieron delicadas florcillas encarnadas, que luego los hombres llamarían no me olvides. 
     
      La tristeza de Vannië aumentó hasta la palidez. Su madre desapareció más allá del agua, su padre entre las rocas; y ella, no menos hermosa, no menos sabia... palideció (hasta ser casi etérea cuando así lo deseaba, pues tal era su poder), desde ahí fue llamada Nimedhel por sus hermanos, que quiere decir Elfa blanca, más blanca que ninguna; y aquella tristeza la embelleció y le dio una ternura inimaginable, nunca más que ahora sus hermanos deseaban protegerla, como a un antiguo tesoro, noble testigo de los días de paz.
     
 En vano llamaron a Caranfind los hermanos y, de algún modo, sabían que no habrían de encontrarla hasta que el lejano juez Mandos lo decidiese, pues las últimas palabras de Caranfind fueron un mandato en la mente de Mirluin, quien en adelante fue el Señor y guía de todos los que sobrevivieron y decidieron quedarse. Así, ordenó a las doncellas y los guardias que regresasen a los puertos, pero éstos decidieron seguirlos y los hermanos erraron con su séquito y la pena a cuestas. Mirluin resolvió cumplir una de las últimas órdenes de su madre: debían avisar al rey de los Hombres que ya no había Elfos ni en el cañón, ni en el valle, ni en la montaña. Por lo tanto estos Hombres tendrían que ser más precavidos, pues los lobos sin duda volverían a ser una amenaza para ellos. Atravesaron el cañón, de vez en cuando dejaban escuchar sus voces; las doncellas, y en especial una llamada Eilien, no se separaban de Nimedhel. Eilien la quería mucho y decidió cuidar de ella por el amor que tenía a Caranfind, pues había sido su doncella desde mucho tiempo atrás.
  
      Mirluin guiaba la marcha y más atrás caminaban los otros, las mujeres en silencio, deteniéndose aquí o allá para recoger flores blancas, pues eran muy aficionadas a ellas. Los guardias charlaban casi susurrando y decidían los turnos para la guardia de aquella noche. Rilrómen se entretenía trenzando unas delicadas raíces amarillas entre sus dedos, cuando Linorn empezó a cantar...

Mar o tierra,
valle o montaña.
¿dónde podrán mis pies descansar?
El día se despide
y ya no es hora de jugar.

Blancas flores,
verde olivo
¿a dónde me lleva este camino?
La noche envejece
y no he encontrado mi hogar .

Susurra el viento,
se esconden las aves
¿el camino correcto no me dirán?
La luna aparece
y las puertas ya van a cerrar.

Limpio sendero,
fuerte caballo
¿tampoco ustedes me pueden guiar?
El cielo oscurece y
los míos no me esperarán más.

En el mar o la tierra,
en el valle o la montaña
¿algún día encontraré descanso?
La noche envejece
y aún no encuentro mi hogar.

Linorn siguió cantando un poco más. Mirluin marchaba muy por delante de todos, sus ojos como el mar resplandecían en el crepúsculo, una brisa suave jugueteó con sus brunos cabellos, se cubrió el rostro con la fina capa gris y de su boca brotaron suspiros y de sus ojos cayeron lágrimas, mas esto nadie nunca lo supo.
 

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