Nimedhel

Osadías y amenazas

Los Elfos se despertaron con los primeros rayos del alba que bañaban sus rostros. Un coro de suaves risas terminó por despertar al rey, si es que en verdad había estado durmiendo, salió de la tienda que sus súbditos habían preparado para él y seguido por su escolta llegó hasta donde se amontonaba un considerable grupo de Elfos que, muy divertidos, abrieron paso a su soberano inclinándose pero sin poder contener la risa,  aunque también podían escucharse algunas frases de desaprobación; el motivo del alboroto: Rilrómen había estado comprobando con el desafortunado Lindir las propiedades de aquella extraña hierba que encontrara Mirluin en uno de sus innumerables viajes. El Elfo, aturdido, permanecía apoyado en el hombro de uno de los miembros de su comitiva mientras Rilrómen se llevaba una mano al mentón en actitud pensativa, frunció el entrecejo y arrojó las hierbas al suelo aludiendo que no servían para somnífero y que Mirluin le había mentido. Lindir lo hubiera golpeado, si el comentario, algo inocente por cierto, de Rilrómen no le hubiese causado tanta gracia, y terminó por reír a carcajadas, cosa que los demás Elfos imitaron, incluso el mismo rey.

Lejos del alboroto, aunque no menos divertido, se encontraba Legolas atento a cuanto Mirluin le decía pero buscando con el pensamiento a Nimedhel, Legolas siempre había escuchado a Mirluin como quien recibe honrado y agradecido los sabios consejos de un hermano mayor, sin embargo, en esa ocasión era desesperante, había llegado el día anterior y no había tenido tiempo de decirle a Nimedhel lo mucho que la había extrañado. Mirluin, sin embargo, no dejaba de quejarse de Rilrómen.

- Golpearlo, eso debería haber hecho desde hace años. Se pasa la vida comportándose como un estrepitoso casar (Enano), rebuznando tonterías. Casi le dobla la edad a Nimedhel y sigue haciendo las travesuras de un infante -dijo Mirluin en un tono que demostraba que estaba a punto de cumplir lo que había dicho.

- No hay motivo para reprenderlo, mi buen Mirluin. Vivimos días alegres y no hay por qué escatimar risas.- trataba de calmarlo Legolas.

- Almarë! (saludos) –dijo Nimedhel acercándose a ellos, Legolas hubiera pensado que ella le leyó los pensamientos.

- Alasse’ aurë (Buenos días) –respondió el príncipe un tanto nervioso.

- Alasse’ aurë, seler (Buenos días, hermana) –dijo Mirluin en el mismo momento que Rilrómen llegaba corriendo y besaba en la mejilla a su hermana, cosa que Linorn imitó.

- ¿Se puede saber por qué lleva tanta prisa el más prudente de mis hermanos? –dijo un sarcástico Mirluin.

- Asuntos que no te conciernen... –respondió un atrevido Rilrómen al tiempo que prudentemente se alejaba de Mirluin y se colocaba detrás de Linorn para usarlo como escudo en caso que Mirluin decida enderezarlo- ...por el momento –agregó para sí mismo, pero Nimedhel logró escuchar aquel susurro.

- Debería castigar muy severamente esa osadía tuya -dijo un amenazante Mirluin-, pero hoy no desperdiciaré energías en ti, ya sé que eres un caso perdido, si quieres seguir comportándote como un Enano es asunto tuyo. Ahora iré a resolver algo y para esto necesitaré el consejo de Legolas.

- Ahora voy -dijo un resignado Legolas, no quería ir con Mirluin, pero tampoco podía negarse, hubiese sido una completa descortesía. Lo observó alejarse hacia el campamento y en ese momento en que Mirluin estaba de espaldas y Linorn  preguntaba a Rilrómen hasta cuándo lo utilizaría como escudo de defensa entre él y Mirluin, decidió hacer algo que tal vez le costaría una bofetada, o algo peor.

- Tenna rato (hasta pronto) –dijo Legolas a Nimedhel al mismo tiempo que rápidamente besaba su mejilla, tal y como lo hicieran sus hermanos, para luego echarse a correr tras de Mirluin.

- Tenna rato! –respondió Nimedhel con una sonrisa, aunque esto no lo pudo ver Legolas, mas sí pudo oírlo, con lo que el corazón se le alegró. Después de todo, pensaba Nimedhel, él era como uno de sus hermanos y así lo quería, o por lo menos eso era lo que creía hasta ahora.

De nuevo estallaron las risas, esta vez por un chiste de Rilrómen sobre unos Hombres que querían cruzar el río a la manera de los Elfos y que perdieron todas sus monedas de oro en el intento. Aunque Nimedhel no lo había escuchado, pues estaba despidiéndose de Legolas, e insistía a Rilrómen para que se lo cuente.

- Con una condición: Deberás guardar un secreto que voy a contarte -sentenció él.

- ¿Qué te traes ahora entre manos mi buen Rilrómen?, recuerda que Mirluin no está lejos de cumplir su amenaza de lanzarte al río si vuelves a hacer de la tuyas –dijo divertida Nimedhel.

- Nada de qué preocuparse, créeme hermanita. He estado meditando y... tal vez sea necesario despertar un poco a nuestro buen Legolas -dijo Rilrómen.

- No te atrevas -dijo ella en voz muy baja y tomando a su hermano por el brazo-, ni a Linorn ni a Legolas, me lo prometiste una vez, no los lastimarías ni los harías víctimas de tus locuras. Oh, empiezo a pensar que Mirluin sí debería cumplir su amenaza -dijo una alarmada Nimedhel.

- No exageres, no es para tanto, sólo pensaba en una broma pequeña y muy tonta, algo insignificante, incluso para tus parámetros.

- No lo molestes Rilrómen, te lo advierto, o yo misma te acusaré -amenazó Nimedhel.

- ¿Pero qué te ocurre? Tú siempre has sido la que más festeja mis bromas, además de ser mi mejor defensora. ¿Qué te sucede ahora hermana? ¿Tanto te duele que vaya a asustar a nuestro querido príncipe? O mejor dicho... ¿tu querido príncipe?-agregó un malicioso Rilrómen.

- No te entiendo, Rilrómen, grandísimo truhán –dijo ella muy indignada-. Durante mucho tiempo te has ensañado con Mirluin y con los guardias y Legolas siempre ocultó tus secretos ante Mirluin y hasta ante el propio rey. No es leal de tu parte querer gastarle una broma a tu amigo y además cómplice. Me decepcionas Rilrómen -dijo Nimedhel, muy apenada, esperando disuadir a su hermano.

- No te pongas así. Vamos, si Mirluin te ve triste o enojada, y si sabe que es por mi causa, ¡es capaz de arrancarme la piel! Vamos, sonríe… Hazlo o le diré a todo el reino que amas a Legolas –dijo Rilrómen.

- Tanto como a ti, que eres mi hermano, y al propio rey, que es como un padre para nosotros. ¿Qué insinúas Rilrómen? ¿qué pretendes diciendo tantas sandeces?

- ¡Por Eru! Trato de arreglar las cosas, de verte contenta. Está bien, si mi comentario no te pareció gracioso entonces tendré que recurrir a otras medidas -amenazó Rilrómen.

- ¿Qué harás ahora? –se alarmó Nimedhel.

- ¡Que no se diga más!, inmediatamente enviaré a Eilien por tu vestido favorito y me lo pondré y lo luciré delante de todos, y si eso no es suficiente para hacerte feliz, entonces bailaré ante de toda la corte de Thranduil como lo hacen las doncellas en Primavera, y si eso aún no te hace reír, pues empezaré  a cantar un himno para Yavanna alternando el canto con la frase esto lo hago sólo para que mi hermana me perdone y sonría... tra la la le le..., y si eso no basta entonces...

- Basta ya, de veras estás tan loco como dice Mirluin -dijo Nimedhel y su alegría no podía ser más notoria.

- De veras que haría todo esto sólo por verte así todos los días -dijo un tierno Rilrómen.

- Y yo daría toda mi alegría por verte comportarte como un Elfo adulto sólo por un día -respondió una aliviada Nimedhel.

- Oye, dijimos que ya no habrían amenazas -bromeó Rilrómen.