Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Numerosos encuentros II

 Los medianos se recuperaron y ahora la Compañía entera estaba reunida. Hubo un banquete espléndido en el que se celebró la victoria, un juglar cantó para todos y no pudo haber día más feliz. Días después, el rey hacía su entrada a la Ciudad. Mucho les alegró a todos cuando Arwen, la hermosa hija de Elrond, llegó a Gondor y se convirtió en la esposa de Aragorn. Pero el tiempo de la tercera edad terminaba y llegaba también el tiempo de la separación. Así, antes que se separasen, Legolas invitó a todos a reunirse con él. Pues deseaba compartir con ellos una noticia, y los compañeros acudieron al llamado. Estaban en una hermosa sala con altas ventanas que miraban al jardín, ahí habían sillas para todos y ya sentados estaban cuatro bellos príncipes. Se saludaron con palabras corteses y Legolas habló así:
--Amigos míos. Durante meses hemos compartido dolores y penas que, al fin, hemos dejado atrás. Pero del verdadero motivo de mis pesares sólo uno de vosotros ha sabido –dijo mirando a su entrañable amigo Gimli-. Mas ahora, deseo compartiros mi máxima alegría.
-Habla ya, Elfo. De seguro tienes una noticia grande y, como siempre, la demoras con palabras largas –dijo un impaciente Gimli.
-Silencio, mi buen Gimli –dijo Gandalf-. Estoy seguro que la noticia es grande, pero no es necesario apresurar las cosas. Y dinos, Legolas, ¿qué es aquello tan importante que tienes que decirnos?
-He aquí a los hijos de Harmírion –dijo el Elfo señalando a los cuatro príncipes que estaban sentados a su diestra-. Estos son mis hermanos: Mirluin, Rilrómen y Linorn.
-A todos ellos los conozco bien, y tienen mi eterno agradecimiento –dijo Aragorn.
-Pero también conocéis a Vannie Nimedhel, hermosa Dama del Bosque. Y ante vosotros deseo pedir la mano de ella al Señor de su Casa –dijo Legolas. Entonces, Mirluin se puso de pie. Y caminó hasta estar frente a Legolas.
-Palabras duras te dije allá en el lejano Bosque. Olvídalas, príncipe Legolas. Quiero que sepas que nunca hubo rencor. Mi deseo desmedido de proteger a los míos tal vez te lastimó, pero ha pasado. Desde ahora y como siempre, hermano, eres bienvenido en mi corazón y en mi familia –dijo Mirluin y poniendo la mano de Nimedhel sobre la de Legolas, dijo: -Te concedo, pues, de buen grado la mano de mi hermana. El máximo tesoro de mi Clan. Aunque... ¿me equivoco al pensar que tú, amada hermana ya se la habías concedido hace tiempo?
-De eso no tendrás la respuesta. Pero sí, mi corazón siempre viajó a tu lado. Yo también deseo compartir mi alegría y mis días contigo, Legolas –dijo Nimedhel.
-Siendo así, amigos míos, recibid mi bendición. Esta es una alegría enorme. Tan grande que me quedo corto al daros tan sólo mis saludos –dijo Aragorn.
-Todo eso que has dicho encierra otra cosa, Aragorn Rey –dijo Pippin con una sonrisa pícara-. ¿Me equivoco o acaso estás pensando en dar un regalo especial a la parejita de tórtolos?
-¡Silencio, Peregrin Tuk! Imprudente mediano, si el rey quiere hacer un regalo o no, eso es asunto suyo y de nadie más –replicó Gandalf. Pero Aragorn sonreía.
-Has acertado, Pippin –dijo el rey y tomó asiento en la silla más alta, luego pidió a Legolas y Nimedhel que se acercasen-. A Legolas, príncipe del Bosque Negro, y Vannie Nimedhel, princesa del Valle, entrego los Bosques de Ithilien, donde se reencontraron luego de una feliz victoria. Son desde ahora, y hasta que sus corazones lo quieran, los Señores de esas Tierras. Embellecerán esos lugares con su presencia y que nadie entre ahí si tal no es su deseo -sentenció. Y ambos Elfos besaron la mano del rey.
-¡Fantástico! ¿Lo oye, Señor Frodo? Todos tienen lo que quieren –dijo Sam.
-Esto merece una celebración. ¡Que traigan los barriles de cerveza! –dijo Merry.
-Que así sea, amigos. Celebremos, pues tenemos estos días para eso –dijo Aragorn y ordenó traer cerveza para sus amigos, y mucho vino y numerosos manjares.

 Aquello fue digno de una canción, los medianos no dejaron de beber toda la noche y deleitaron una y otra vez a los Elfos con canciones de su querida Comarca.
-Para beneplácito de usted, rey. ¡Y también para la Dama! Hip, deleitaremos vuestros duros oídos con los himnos de nuestra patria, hip –dijo un solemne y ebrio Pippin.
-Así que nada de quedarse dormidos, hip. Y uno, y ¡hip! Y dos y uno, dos y tres y.... ¡y música, maestro! Hip –dijo Merry, y comenzó a cantar. Y Pippin bailó y tocó usando el casco de Gimli como tambor. Ambos Hobbits entonaron canciones que a los Elfos les parecieron deliciosas en tan dulces vocecitas. Gimli empezó a perseguir al pobre Pippin para que le devolviese su casco mientras el resto se partía de risa al ver tan inútil persecución. Al fin, el Enano se dio por vencido y dejándose caer a una gruesa silla.
-Estoy rendido –dijo.
-¿Qué os ocurre, Señor Enano? ¿Estáis demasiado cansado para beber con un Elfo? –preguntó Rilrómen-. Aún no he olvidado vuestras palabras allá en la lejana Rohan. Pues bien, ha llegado la hora en que el debate finalice. Veremos si vuestra cerveza es mejor que nuestro vino.
Así dijo y de inmediato los demás pararon la oreja, el mismo Aragorn sirvió la cerveza a ambos competidores y el concurso empezó.
-Ya antes he probado de vuestro vino. Oh, nada más suave para el paladar. Pero esto es cerveza pura de mi país. ¡A ver si resiste, Señor Elfo! –retó Gimli.
-Pamplinas. Esto no es más que agua a mi gusto. ¡Empezad ya, Señor Enano! –respondió Rilrómen alzando la jarra al mismo tiempo que Gimli.
Todos, incluso Mirluin alentaban a los adversarios. Pero al cabo de casi dos horas, éstos ya no podían más. Se tambaleaban como barcos en una tormenta y decían cosas sin sentido, pero ninguno soltaba la copa.
-Esto es por el orgullo de la Montañaaaaaaa... Sí, señooor. Que no se diga más, hip. ¡¡¡Los Elfos no saben beber cerveza!!!, hip. ¿Se rinde, Señor perdedor? –dijo Gimli, sosteniéndose apenas con una mano al borde de la mesa.
-¡Nunca antes alguien me había llamado perdedor!... ¿O sí?... en fin, ¡no me rindo!, hip. Podría beberme todo el río Celebriant, hip –respondió Rilrómen aferrándose con ambas manos a la mesa. Pero la cosa se puso complicada. Legolas intentó quitarle la copa a Gimli, que ya estaba al borde del delirio. Lo mismo quiso hacer Linorn con su hermano. Pero los competidores ya estaban cayéndose de borrachos. Así terminó la competencia, con un empate y dos ebrios en el suelo.
 
 La noche pasó y también la borrachera. Los amigos aprovecharon el tiempo para pasear a su antojo por la Ciudad y pensar en el futuro. Pero el tiempo pasó y los caminos de cada uno se bifurcaban. Los medianos regresaban a su hogar llevando consigo muchos obsequios. Aquella fue una despedida amarga, pues sabían que nunca más la Comunidad estaría reunida. Gimli charlaba alegremente con Rilrómen, y Mirluin y Gandalf no cesaban de hablar de los hechos de antaño. Pero Legolas dijo entonces:
-Tiempo atrás, Señor Enano, hicimos promesas. Yo visitaría las Cavernas centelleantes contigo... y tu vendrías al Bosque de Fangorn conmigo.
-No se me ha olvidado, maese Elfo –respondió el Enano-. Pero ahora tienes a tu amada contigo, ¿la dejarás aquí?
-Maese Gimli –dijo Nimedhel, que se había acercado a ellos sin que éstos lo notasen-. Si pudierais contar con piedras preciosas todo el tiempo que he esperado por obtener mi felicidad... ni todas las gemas de Erebor bastarían. No os preocupéis. Mi amado os ha hecho una promesa y la cumplirá. Pero en su ausencia yo iré al Bosque de Ithilien, y ahí estableceré mi morada con los míos y todo aquel que desee seguirnos.

 Entonces, Legolas marchó junto a Gimli. Ambos cumplieron sus promesas y nunca hubo viaje más afortunado. Gimli se convirtió en Señor de las Cavernas centelleantes y muchos Enanos los siguieron para morar con él en tan bellos aposentos. Legolas, luego de cumplir él también su promesa, llegó al Bosque y su padre lo recibió besando muchas veces su frente. Se elevaron cantos y durante algunos días el príncipe permaneció al lado del rey, hablando sobre el largo viaje y los días por venir.



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