Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame


El viejo gruñón y la ardilla
 
-¿Qué andas buscando pequeño ladrón? ¿Es que tu padre te mata de hambre para que le robes el desayuno a un pobre viejo?- dijo el mago muy enojado.
-No tengo por qué contestarte, invasor -respondió el príncipe-. Y no soy un ladrón, mi nombre es Legolas, y mi padre, el rey Thranduil, es el Señor de este Bosque, entrégate o, en su nombre, me veré obligado a enfrentarte - agregó con un aire muy seguro y altanero.
-¿A sí?, con que un príncipe ¿eh? -dijo el mago y parecía divertido-. Pues verá Su Señoría -dijo, al tiempo que se inclinaba hasta que su barba rozaba el suelo-, he viajado por tierras con las que ni siquiera has soñado, he cabalgado junto a reyes Elfos y Señores enanos y Hombres poderosos, y en todos mis largos años no había conocido a ningún muchachito más altanero y mentiroso que tú, no creo que sea algo digno de un príncipe robarle la comida a la gente, menos aún tratándose de un Elfo -dijo, y ahora parecía enfadado.
-Ya te dije que no te debo explicaciones, anciano. Vendrás conmigo, te presentarás ante mi padre y explicarás qué haces en sus dominios sin su venia -dijo Legolas sin siquiera pestañear.
-Muy valiente ¿eh? Ya veremos -esta vez el mago sonaba amenazante.

      Legolas retrocedió pues el viejo levantó su bastón y le apuntaba con él. El príncipe quiso responderle sacando su daga pero el mago fue más rápido y pronunció palabras extrañas en una lengua desconocida, al minuto siguiente Legolas pendía boca abajo de una rama muy alta, sujeto por una cuerda que sujetaba sus piernas. El mago continuaba su búsqueda mientras Legolas lo enloquecía cantando con un lenguaje que no era precisamente propio de un príncipe, mezclando algunas gracias que había escuchado en las canciones y conversaciones de los guardias.

Barba gris, barba gris
¿dónde estás abuelo?
el día es joven y aún no has desayunado
¿qué piensas comer?
bayas rojas, dulces manzanas
fresas con leche, pan blanco o miel.

Nariz rota, nariz rota
¿qué haces abuelo?
ya es mediodía y no has probado bocado
¿qué vas a engullirte?
acaso el ganado de un pobre granjero,
acaso un niño atado de pies.

-La verdad, alteza –dijo el mago interrumpiendo la “canción”-, no había pensado en eso... hasta ahora. Pero no creo que seáis un buen bocado, no; los niños no saben bien si han comido demasiadas frutas, es mejor macerarlos bien, untarlos con mantequilla y aceites, bañarlos en vino y luego... ¡a la cacerola!
-¡No seréis capaz de hacerlo! -gritó Legolas tratando de disimular su repentino miedo.
-Tenéis razón, no me gusta comer solo. Tal vez sólo te lleve conmigo hasta el Bosque de los trolls y... -pero Legolas no lo dejó terminar.
-¡Os digo que pronto vendrán por mí! Ya verás, en unos minutos cien arqueros estarán rodeándote, estarás perdido -dijo Legolas mientras se balanceaba y forcejeaba inútilmente, y sonaba muy seguro.
-¡Que vengan! Es lo que quiero: alguien que me recuerde el camino correcto.
-¡Te digo que...!
-¡Silencio! No puedo concentrarme con tanto alboroto, chillas más que una rata enjaulada... pero... ¡qué idea tan buena! -dijo el mago con una amplia sonrisa.
-¿De qué hablas, abuelo?
-En eso te convertiré si sigues gritando: ¡una ratita!. Y le daré tus características: será pequeña, chillona y muy molesta. O mejor: una ardilla, así por lo menos no tendrás que huir de los gatos hambrientos -respondió el mago y parecía muy complacido y orgulloso de su idea-. En verdad... - continuó mientras sacaba de su bolso algunos de esos extraños paquetitos que Legolas estuvo a punto de abrir-, no acostumbro hacer este tipo de cosas, sólo lo hago cuando encuentro tipos mentirosos, ladrones y usurpadores... eso me da mucha hambre...

      Así hablaba el mago y no se percató que Legolas se hacía de su pequeña daga, oculta en una de sus botas, de inmediato cortó la cuerda y estuvo a punto de caer estrepitosamente al suelo, pero el hermoso cervatillo lo recibió en su lomo y echó a correr. De esa manera logró escapar al hechizo del mago y llegar a la entrada de los túneles de su padre. – ¡Preso otra vez! -gritó, y las puertas mágicas se abrieron de par en par, el túnel era muy delgado pero Legolas y el cervatillo cabían con holgura. Al fin, llegó al Salón donde había un gran estrépito, sin duda por él, pensó. Pero estaba dispuesto a contarle a su padre todo cuanto había sucedido en su aventura con el viejo.

 

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