Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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En los llanos de Rohan

      La ambición le había dado a Boromir un brillo distinto en la mirada, ahora Legolas desconfiaba de él, pero no se atrevía a decir nada pues sólo era una vaga sospecha. Pero tarde se arrepintió de esto, pues cegado por la codicia, Boromir intentó quitarle el anillo a Frodo, éste escapó pero ya no pudieron encontrarlo: había huido, completaría la misión él mismo, acompañado tan sólo de su leal Sam. Pero ahí no terminaron los problemas, huestes de orcos los perseguían y atacaron. Y en la lucha Merry y Pippin fueron secuestrados y Boromir de Gondor pereció. Decidieron entonces continuar el viaje, los tres que quedaban: Aragorn, Legolas y Gimli, rescatarían a sus amigos. Pero en el camino no faltarían los inconvenientes, y el primero de ellos se presentó algunos días después de una larga carrera.

-¡Ah! Mis pobres pies –se quejaba Gimli-. Días enteros corriendo, sólo deteniéndonos para respirar un poco más o beber un sorbo de agua, a este paso y llegaré sin piernas a... a... ¡¿a dónde diablos estamos yendo?! Seguimos a las piedras y a los vientos pero... hasta ahora nada he oído o sentido sobre nuestros pequeños amigos, y ¿quién sabe si no estaremos gastando energías en vano?
-¡No en vano, mi buen Gimli! –le respondió Aragorn sin dejar de correr-, días vamos al mismo paso pero te aseguro que esos orcos, a pesar de su gran velocidad, no nos llevan mucha ventaja.
-Cierto es lo que dices, Aragorn –acotó Legolas-, pues el aire arrastra su hedor, no están muy lejos, sólo algunas leguas más adelante.
-¿Sólo algunas leguas dices, Elfo? –continuó quejándose Gimli, pero se detuvo pues Aragorn se había inclinado a escuchar los rumores de las rocas, y Legolas divisaba el horizonte con sus ojos brillantes y poderosos.
-Dime, Legolas, qué ven tus ojos de Elfo –preguntó Aragorn.
-Lo que temía, el camino gira hacia el Este, llevan a los medianos a la morada de Saruman.
-Pues allá habrá que ir, hasta donde los pies resistan para rescatarlos –dijo Aragorn.
-Primero... –dijo Gimli entre jadeos y dejándose caer al suelo-, primero descansemos un poco, ¿quieres? Ya no me responden las piernas y hasta la mente la tengo cansada... vamos, ten un poco de piedad por este Enano.
-Tranquilo, amigo. Pues ya había decidido que descansásemos aquí, el Sol ya no se distingue y mi cuerpo me reclama una siesta. Dormiremos, aunque sea unas pocas horas –dijo Aragorn, para alivio de Gimli.
-Descansa, Aragorn. Yo haré la primera guardia y así podrás dormir mejor, o por lo menos hasta que sea tu turno –dijo Legolas.
-Sea –sentenció Aragorn y pronto cayó dormido. Gimli, por su parte, era prácticamente una roca muerta, a excepción de los ronquidos, nada más lo hubiese delatado en la oscuridad. Lo último que vio fue a Legolas erguido sobre un peñón, el arco en mano y los ojos en lontananza.
     
      A la mañana siguiente, Gimli despertaba enojado por los sacudones que le había propinado Aragorn, aún así se levantó rápido y empuñó su hacha. Alzó la vista y pudo distinguir a su amigo Legolas que corría hacia ellos.
-Fui a explorar algunas millas adelante –dijo el Elfo, Gimli estaba sorprendido pues el Sol aún no asomaba y Legolas decía que había recorrido millas enteras, calculaba que si éste había hecho la primera guardia y encima había explorado el terreno... ¡el Elfo no habría dormido más de un par de horas! Sin embargo, estaba tan fresco y vital como siempre. Miró con envidia a Legolas.
-No me mires así, Gimli –dijo el Elfo, adivinando los pensamientos de su amigo-, ¿estás enojado por la delicadeza de Aragorn para arrancarte del sueño?, ¿o es que acaso querías ser tú el explorador?
-Es muy temprano, Legolas... no empieces. Los Enanos no solemos correr a campo abierto, somos criaturas resistentes, pero no muy dados a las grandes carreras –dijo Gimli.
-De eso no tengo la menor duda. Pero, ¡ánimo, Señor Enano! Sujeta las amarras de tu calzado y trenza bien esas barbas. Aún tenemos un largo camino por delante –dijo Legolas.
-Muy cierto, pero... ¿qué es este temblor? –dijo Aragorn inclinándose hasta que sus oídos estuvieron pegados al suelo rocoso-, caballos... sí, ¡Jinetes de la Marca! Legolas, asómate hacia el Este y el Norte.
-Ya los veo, jinetes fornidos en hermosos caballos. Sus cascos resplandecen al igual que sus rubios cabellos. El jefe es alto y de rostro noble.
-Bendita sea tu vista, Legolas –dijo Aragorn.

      Así, esperaron hasta que los jinetes los hubieron pasado, y éstos no pudieron notarlos por las virtudes de las capas élficas que los envolvían. Mas he aquí que Aragorn los llamó con su voz imponente y pudieron conocer a los caballeros y al jefe de éstos. Legolas lo vio y le pareció un hombre noble, los jinetes eran de rostros duros pero hermosos y, ¡habría que ver la arrogancia de sus caballos! A Mirluin le hubiese encantado conocerlos, pensó Legolas. Aragorn los presentó a todos, así supieron que el jefe era Éomer, sobrino del rey Théoden. Y éste les dio buenos caballos y malas noticias.
-No dejamos a nadie con vida, los orcos de los que habláis fueron exterminados por nosotros y nada dejamos en pie, nada –dijo Éomer-, quemamos sus cuerpos en una pira, allá.
      Los compañeros, conmocionados pero aún con esperanza, se prestaron a marchar, Arod y Hasufel eran los caballos que les habían sido obsequiados. El de Aragorn, Hasufel, era fuerte y dócil, pero el de Legolas era rebelde y hosco, todos los otros pensaron que la bestia jamás olvidaría al dueño muerto en batalla y que por eso era tan hostil, pero los Elfos no dominan a las bestias como lo hacen los Hombres. Legolas se acercó al caballo y le habló dulcemente en su hermosa lengua.
-Serás más que mi corcel... ¡mi guía y compañero! De ahora en adelante, Arod el hermoso, no andarás si no es por tu gusto. ¡Llévame contigo! Mucho habremos de andar antes de encontrar descanso, pero conmigo jamás tendrás riendas que te aprisionen –dijo el Elfo y sacó la silla de montar del lomo del caballo. Los demás se quedaron boquiabiertos cuando vieron al animal dar brincos gozosos con el Elfo en el lomo. Luego, los jinetes se marcharon desapareciendo en el horizonte, no pasaría mucho tiempo para que volvieran a reunirse.
     
      Se adelantaron entonces y descubrieron huellas de Hobbits, ¡estaban vivos! Sin embargo, aún tenían que recorrer un buen trecho, pues el camino de los medianos iba hacia el antiguo Bosque de Fangorn.
-Ven conmigo, Gimli. ¿No preferirás correr tras nosotros, cierto? –dijo Legolas.
-Oh, lo preferiría, claro que sí. Antes que ir dando tumbos en la grupa de una bestia prefiero correr –dijo Gimli.
-Oh, Enano terco. Cabalgarás conmigo, será lo mejor, este animal es ahora mi amigo y te llevará de buena gana si soy yo quien se lo pide –insistió Legolas.
-¡No!, y es mi última palabra, Elfo engreído –dijo Gimli, parándose tercamente en el suelo.
-Testarudo, tú, tu dura cabeza y tu enorme abdomen no tienen remedio –dijo Legolas fastidiado.
-Y tú, tu palidez mortecina y tus orejas puntiagudas tampoco –respondió Gimli.
-Ya, deja en paz mis orejas, antes deberías fijarte bien en las tuyas: menudas y redondas, muy adecuadas para ti, si me permites decírtelo.
-Bah, otra vez empezamos... Elfo engreído. Ve tú si quieres en ese animal, yo correré.
-Vamos, no hagas que te fuerce... podría alzarte con un solo brazo y llevarte en Arod a una velocidad que no alcanzas a imaginar.
-Y yo con un brazo podría bajarte de esa bestia, y con el otro brazo... ¡darte una buena tunda por haberme llamado cabeza dura! –dijo Gimli.
-Ni en tus más remotos sueños lo harías, Gimli –rió el Elfo-, anda, sube ya.
-No me retes, Legolas Hojaverde–dijo Gimli.
-Pero si no es un reto, es la más pura y triste verdad, Gimli hijo de Gloin –continuó mofándose Legolas. Gimli, fastidiado por el último comentario de Legolas, decidió vengarse de alguna manera. Así, con una fuerte palmada en los cuartos traseros del caballo logró que el pobre animal diese un salto brusco y repentino, la idea era derribar a Legolas del caballo, mas no sólo el Elfo la pasaría mal, pues la bestia encabritada arrojó a su jinete... ¡sobre Gimli! De esta manera el cuerpo del Elfo dio a parar sobre un duro colchón, nada más y nada menos que el inmenso abdomen del Enano. Y ahí estaban los dos, forcejeando aún y diciéndose lo torpes que eran.
-Hasta ahora pensé que no podía haber nada más duro que tu cabezota, Gimli. Pero me he equivocado, sí lo hay: el abdomen de un Enano –dijo Legolas con una carcajada.
-¿Y qué me dices de tu cabezota, Elfo? Ay, eso me dolió tanto como un golpe de trasgo –dijo Gimli.
-¡Ustedes dos, niños! –llamó Aragorn-. Más parecen pequeños Hobbits en lugar de dos Señores de sus respectivas razas –dijo, intentando parecer duro, pero él también reía y al cabo de unos segundos, los tres compartían la gracia.
-Es increíble, sólo había tenido riñas tontas con Rilrómen allá en mi hogar... pero jamás imaginé que podría discutir de esta manera con un Enano –dijo Legolas.
-Y yo nunca pensé que podría derribar a un Elfo sin intención de propinarle una buena paliza... –dijo Gimli.
-¿Qué dices?
-Nada, nada... a pesar de todo esto me divierte; sí, sí, debo reconocerlo –dijo Gimli.
-Si ya terminaron, Señores, será mejor que apresuremos la marcha. El día morirá antes que lleguemos al Bosque de Fangorn, que es a donde vamos –dijo Aragorn.
-Pues en marcha. Y tú, Gimli, sube de una buena vez –insistió Legolas.
-Sólo por que Aragorn insiste en que nos apresuremos, pero sigo pensando que esto de rebotar sobre un caballo es una pésima idea –dijo Gimli.



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