Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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La Sombra crece
     
        Cuando hubieron pasado el alboroto y las carcajadas, pues Linorn repitió el chiste de Rilrómen a todos, los participantes se encaminaron hacia el Norte, deteniéndose a pocos kilómetros del gran camino del Bosque; ahí, en un sendero casi oculto por la maleza se alzaban espesos árboles, y entre los altos ramajes de vez en cuando se oían extraños rumores; la idea era cabalgar lo más rápido posible a través de aquel sendero y en la carrera disparar a los blancos que habían sido ya dispuestos por otros Elfos en todos los lugares posibles, esto hubiese sido una labor imposible para cualquier Hombre, e incluso extremadamente difícil hasta para los mejores de entre ellos, pero los Elfos tienen una vista penetrante y pueden distinguir en una noche negra, y a muchos kilómetros de distancia, una alondra de un jilguero.
     
      Empezó la competencia y Mirluin, que tenía una gran visión, hasta para ser Elfo, llevaba la delantera, pues sus brillantes ojos podían ubicar más rápido los objetivos, pero los obstáculos eran difíciles de evadir a caballo; llegaron entonces al punto donde debían abandonar a los corceles y emprender la marcha a pie, esto agradó más a los participantes pues los ligeros pies de los Elfos apenas si se dejan sentir sobre el suelo. Avanzarían hasta encontrar el último blanco, un manojo pequeñísimo y color rojo puesto sobre una roca del tamaño de un troll y semioculta por el musgo y las ramas caídas de los sauces. Mirluin ya había conseguido clavar sus flechas en muchos blancos, las suyas se distinguían por un penacho azul brillante, las de Linorn en cambio eran pardas y tenían como único adorno una pluma blanca en el extremo; las flechas de Legolas eran grises y el adorno consistía en dos pequeños penachos verdes como las hojas del haya, las de Rilrómen eran un poco más gruesas y claras, sin adorno alguno; por último, las de Nimedhel eran más delgadas que las demás, del color de la madera y con una línea plateada que las atravesaba hasta la punta en cuyo otro extremo había una hoja encarnada, símbolo del otoño.
     
      A pocos metros a la izquierda, Legolas distinguió un blanco colocado entre las ramas de un roble, pero apenas hubo hecho cantar su arco cuando otra flecha, larga y adornada con un penacho azul, logró clavarse en el objetivo, al dirigir la mirada hacia la dirección desde donde había venido la saeta, pudo ver a Mirluin que ya disparaba otras dos flechas hacia nuevos blancos. Rilrómen, por encargo de Mirluin, avanzaba tras Nimedhel tratando que ésta no lo vea. Debes ser útil para algo, le había dicho Mirluin, siempre te he dicho lo desagradable que es el espiar a las personas, pero esta vez tendré que recurrir a esa fastidiosa costumbre tuya. Tengo un mal presentimiento, siento que el Mal está avanzando en el Bosque más rápido que los lobos en temporada de cacería. Cuida de Nimedhel, si la Sombra cayese hoy con más fuerza, no me gustaría que se encontrase sola. Rilrómen recordaba con exactitud cada orden de Mirluin, como ya estaba metido en muchos problemas, como siempre, esta vez decidió complacer a su hermano, después de todo sus presentimientos eran prueba segura de que algo ocurriría. Vigilaba a Nimedhel muy de cerca, la vio disparar y su flecha plateada dio en el blanco, de repente giró sobre sí misma hacia Rilrómen, Si no dejas de seguirme la próxima flecha será para ti, hermano, dijo ella y Rilrómen no supo qué decir: lo había sorprendido. Iba a contestarle con esa desfachatez tan habitual en él pero se petrificó cuando en efecto Nimedhel soltaba su flecha en dirección a él, la esquivó de un salto y cuando cayó al pasto escuchó un golpe tras de sí: una araña gigantesca había caído, Nimedhel la derribó de un flechazo cuando el monstruo intentaba lanzarse contra su hermano por la espalda. En seguida otros sonidos, semejantes a la caída de un halcón desde mucha altura, resonaron en el Bosque: decenas de arañas caían de los árboles al suelo tapizado por los recuerdos de antiguos inviernos.
-¡Regresad! Son demasiadas –gritaban algunos.
-¡Todos, a los caballos y luego al campamento! –se oyó la voz de Legolas.
     
      Veloces como ciervos los Elfos corrieron hasta el lugar donde habían dejado sus caballos, montando en ellos emprendieron el retorno hacia el pequeño campamento donde el Rey y los demás esperaban. Sin embargo, las arañas se multiplicaban mientras los perseguían, era como una marea negra que avanzaba violentamente, como una ola que arremete contra las rocas para destrozarse en ellas. Cerca de medio centenar de esas criaturas se dejó caer de repente entre ellos, intentando dispersarlos. ¡No se separen! Gritaba Legolas, pero su voz se perdía entre los gritos de los jinetes y los chillidos de las arañas.
-Utilizan las ramas de los árboles como si fueran ruecas –dijo Linorn.
-Tratemos de evitar que tejan, ahora ¡tirad a los hilos! –ordenó Mirluin a cuatro arqueros que estaban cerca a ellos, las flechas cortaron los hilos principales de los que pendían algunas arañas, que cayeron estrepitosamente al suelo.
     
      Algunos metros más allá, Legolas acababa con una araña especialmente fea que trataba de huir entre las ramas, mientras que Rilrómen destrozaba con sus cuchillos a otro par de ellas. No muy lejos estaba Nimedhel, más preocupada en encontrar a sus hermanos que en deshacerse de las arañas que la perseguían.
-¡No te atrevas a tocarlo, criatura inmunda! –gritó con furia la muchacha, clavando una flecha en la cabeza de una araña que intentaba lanzar una red sobre Legolas.
-Nimedhel, por aquí ¡rápido! –dijo Legolas y ambos cabalgaron hacia Rilrómen.
     
      Llegaron donde Mirluin y los demás arqueros, con esa voz fuerte que caracterizaba a Mirluin, llamó a los demás y al cabo de unos minutos se reunieron de nuevo.
-¡Atrás, engendros de las Sombras! –dijo Mirluin y pareció que las bestias lo obedecían, pues durante un breve instante no se movieron, incluso algunas retrocedieron. Pero nuevamente la masa avanzó hacia ellos.
-Esto no es natural, algo las empuja hacia nosotros –dijo Legolas.
-Sea lo que sea, tendrá que cansarse en algún momento, y si ese algo tiene  cuerpo además de voluntad y conciencia, ¡entonces caerá! –respondió Mirluin.
-¡Linorn! –gritó Rilrómen.
     
      Una sombra cubrió sus ojos y por un instante se perdieron, lo último que Rilrómen vio fue a una araña, o algo que parecía serlo, tras Linorn. El miedo se apoderó de la compañía y numerosos gritos y llamadas se oyeron entonces. Pero los Elfos del Bosque conocen la magia muy bien y ésta aflora en ellos en los momentos de más necesidad. Los que no habían perdido del todo el rumbo lograron aproximarse a la enramada y tomar algunos leños, que se encendían con una simple orden. El fuego de los Elfos, de un brillo plateado, ahuyentó a las criaturas, que se internaron en las sombras y no retornaron. Luego de mucho esfuerzo consiguieron reunirse de nuevo, ahí estaban, fatigados pero a salvo. De repente un grito les advirtió de un nuevo peligro: Linorn no estaba con ellos.
     
 

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