Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Travesuras

      Los días pasaban sin novedad, la monotonía empezaba a aburrir a Legolas, pero sucederían cosas que pronto le cambiarían el ánimo. Para empezar, Rilrómen lo retó a un duelo con espadas, pues sabía que en cuchillos nadie le ganaba y no era su deseo hacer pasar un mal rato a Legolas. Se reunieron en un amplio salón, y en medio de éste comenzaron la lucha. Algunas doncellas se habían apostado entre las columnas y daban vivas a sus favoritos, la mayoría de éstas daba su respaldo a Legolas, pero Rilrómen tenía un importante número de admiradoras entre ellas, y a cada movimiento acertado suyo las muchachas aplaudían y Rilrómen las recompensaba con una sonrisa coqueta. Pero muy distinto era Legolas, no se preocupaba por los aplausos ni las vivas, sino por derribar a Rilrómen. El combate estaba parejo, ambos eran buenos espadachines.
-Ríndete ya, Legolas –decía Rilrómen con su habitual sonrisa-, anda, no me dejes mal frente a las doncellas. Además... Aivyen está observándome.
-Y también a mí me observan, pero mi prioridad no son los elogios, amigo. Deseo vencerte y si para eso tengo que dejarte mal parado ante tu Dama preferida... me temo que no podré complacerte –dijo Legolas.
-Sea. Tú lo pediste, ahora no tendré piedad de ti –dijo Rilrómen, y retomaron la lucha con más fuerza.
-Deteneos –ordenó una voz, era el rey-. ¿Se admite uno más? –preguntó, y los presentes callaron admirados, sabían que el rey era un gran guerrero pues en batallas antiguas y terribles había hecho honra a la fuerza de su brazo, mas no habían tenido la oportunidad de verlo luchar.
-Señor –dijeron Rilrómen y Legolas al mismo tiempo, brindando una reverencia al rey.
-Hoy soy sólo Thranduil para ustedes. Thranduil el guerrero, ¡atrévanse a enfrentarme! –dijo el rey y los otros dos se pusieron en posición de ataque. Largo fue aquel duelo, pues el rey, aunque antiguo, era extremadamente fuerte y hábil, rápido como el viento y potente como el rayo. Minutos después, Legolas y Rilrómen estaban casi sin aliento, Thranduil era muy difícil de derribar. Entonces, el rey soltó el arma y con un rápido giro evitó un golpe de Legolas y una estocada de Rilrómen, haciendo que ambos perdiesen el equilibrio y cayeran uno sobre otro al suelo. La corte entera aplaudía admirada, contemplaban a su rey con una veneración nueva. Mas a nadie parecía importarle la suerte de los perdedores, pero igual, ambos reían y luego de levantarse se hincaron ante el rey.
-Disculpadme, los dos. Extrañaba estos breves minutos de gloria –dijo sonriente el rey-. Y ahora, a darse un buen baño tibio –acotó y se marchó seguido aún por los aplausos.
-¿Sabes? –dijo Rilrómen nostálgico, y su dulce voz resonaba en la sala vacía-. Mi padre también solía hacer esto. Interrumpía los duelos entre mis hermanos y yo. Nos vencía a todos y luego de vernos derrotados sin remedio en el suelo nos decía que lo disculpásemos, pero que ésa era la mejor forma de enseñarnos a pelear como se debe, y Mirluin lo retaba y mi padre accedía, y luchaban toda la tarde, yo sentía que me dejaban de lado, pero mi hermosa madre me enseñó a usar otras armas, aparte de la espada. Así, un día fui yo quien reté a mi padre y luchamos hasta que el Sol se ocultó, pero mi padre no se fatigaba, y yo ya no sentía mis miembros. Mas, había urdido un plan, en un descanso breve que nos dimos, mojé con una poción mía el paño con el que mi padre se secaba la frente, y retomamos el duelo, pero al cabo de dos minutos mi padre caía mareado al piso y yo cantaba victoria alrededor de su largo cuerpo tendido en el pasto. No lo olvidaré, Mirluin casi me mata, me amenazó con venderme como esclavo a una mina de Enanos si no despertaba a papá. Pero no tenía idea de cómo hacerlo, así que mi hermano mayor me arrastró del cuello de la camisa e intentó lanzarme al río. Pero Linorn y Nimedhel, aún unos niños, se arrodillaron ante Mirluin rogándole entre lágrimas que no me matara, ¡que inocentes! Mamá ya había preparado otra poción para mi padre, y él estaba despierto, aunque aún algo mareado, cuando mis hermanos le suplicaban a Mirluin que no acabase con mi vida... sí, aquello fue muy divertido, papá me perdonó desde luego, pero mi madre tenía para mí un castigo: ¡contar las hojas del árbol que Mirluin eligiese! Y el muy tirano escogió el más grande del Valle. Pero sólo fue para asustarme, y vaya que lo lograron. Ah, fue divertido, ahora que lo recuerdo después de tantos años...
-Sabía que eras travieso, Rilrómen, pero ¿dormir a tu propio padre? Quisiera haberlo visto –dijo Legolas.
-Oh, oh –se quejó Rilrómen.
-¿Ahora qué? No, ¿qué hiciste ahora? –preguntó Legolas alarmado.
-Tu padre, es decir, el rey, salió con dos guardias por ese pasillo. Oh, no –dijo Rilrómen al tiempo que elevaba las manos al cielo como pidiendo algo de ayuda-, es que se me ocurrió que más tarde Mirluin pasaría por ahí y....... rocié la estancia con un aroma... adormecedor –explicó Rilrómen.
-Oh, Rilrómen, si lo que quieres decir es que dormiste a mi padre... no sé qué voy a hacerte –dijo Legolas enojado.
-¡¡¡Rilrómen!!! ¡Tú, grandísimo asno! –dijo una voz, era Linorn que venía corriendo desde el otro lado de la sala-. No pongas esa cara de yo no fui por que ya sé lo que hiciste, ¿cómo se te ocurre hacer algo así?
-Te juro que no quería dormir al rey... –empezó a decir Rilrómen pero Linorn lo interrumpió.
-¿El rey? No sé de qué hablas. Yo me refería a esto –dijo Linorn mostrando entre sus manos un pequeño jilguero dormido-. Nimedhel te matará si ve lo que le hiciste a su ave.
-Mejor será que vayamos al pasillo. Quiero ver qué hiciste exactamente con mi padre –dijo Legolas y los tres se encaminaron al final de la sala. Una vez ante el pasillo, contemplaron estupefactos la estancia donde Rilrómen había intentado hacer una broma a Mirluin. Ahí yacían dos guardias tirados en el suelo y a la derecha estaba el rey, parecía dormir plácidamente. Alrededor de los durmientes pudieron distinguir numerosas aves de todos los tipos, y más allá estaba otro cuerpo: era el Señor Oiolonwe.
-Ahora sí la hiciste, cerebro de orco –dijo Linorn.
-No fue a propósito, y no me llames así –dijo enojado Rilrómen.
-No te quejes, mereces que te llamen por nombres peores, Rilrómen, ¿cómo has podido dormir a mi padre? Ahora mismo enviarás por más guardias y lo despertarás, luego tendrás que reparar esto –dijo Legolas y le salía fuego por los ojos.
-En primer lugar, Legolas, ya te dije que no lo hice a propósito y en segundo lugar... ¡No soy tu sirviente para que me des órdenes, principito! –dijo Rilrómen con arrogancia.
-Eres un.... –iba a decir Legolas.
-Cuidado en como me llamas –dijo Rilrómen.
-No, tú ten cuidado –dijo Legolas-. Si no piensas reparar esto por lo menos me aseguraré de que no sigas haciendo de las tuyas en un buen tiempo.
-¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Rilrómen, pero la respuesta vino muy violenta, porque tanto Legolas como el propio Linorn se lanzaron sobre él derribándolo, pretendían atarlo y encerrarlo en su habitación hasta que por lo menos la cólera se les haya pasado. Pero Rilrómen era fuerte, tomó por el cuello a Linorn y a Legolas y una lucha feroz, y algo cómica, se libró al final del pasillo. Linorn ahorcaba sin piedad y con ambas manos a Rilrómen, y Legolas sujetaba sus piernas con las manos, pero Rilrómen logró tomar el cabello de Legolas y lo zarandeó como hacen algunas madres con sus pequeños cuando estos se portan mal, así que Linorn fue en su auxilio e intentó hacer que Rilrómen soltase el cabello del príncipe. Rilrómen aprovechó esta breve libertad para patear a Linorn en los cuartos traseros, haciendo que el pobre caiga entre trompicones al piso, llevándose de paso a Legolas en la caída. Linorn y Legolas no se darían por vencidos, de nuevo se lanzaron sobre Rilrómen y éste no pudo soportar la embestida esta vez, así que los tres rodaron por el suelo formando un extraño nudo.
      Pero de repente se quedaron quietos, ahí, de entre las sombras al otro lado del pasillo y tras el cuerpo aún caído del rey, surgió una figura alta: era Mirluin, y tenía una mirada asesina. Los tres estaban aterrados, no sólo Rilrómen, pues Mirluin parecía venir hacia ellos dispuesto a todo, cuando en el acto, no bien hubo dado un primer paso al interior de la estancia, calló desplomado. En verdad era muy potente el brebaje de Rilrómen.
-Nos salvamos –dijeron los tres dando un suspiro, aún en el suelo.
-Y gracias a mí –dijo Rilrómen, los otros dos lo miraron como si no creyesen lo que habían oído-. ¿Se imaginan lo que hubiese sucedido si Mirluin llegaba hasta nosotros? Tal vez ahora estuviésemos dando explicaciones en un interrogatorio. O quizá nos hubiese obligado a pedir perdón ante el reino entero.
-No será necesario –dijo una voz suave, aunque severa, tras ellos.
-¡Nimedhel! –dijeron los tres en coro mientras intentaban levantarse aparatosamente.
-Merecen que los echen del Reino, ¡a los tres! Y tú, Rilrómen ¿cómo te atreviste a dormir a mis aves? –dijo Nimedhel muy enojada.
-Y yo que le tenía miedo a Mirluin, pero tú resultaste peor –dijo Rilrómen asustado-. Lo siento, hermana, no quise hacerlo, la broma era para Mirluin por prohibirme usar las hierbas negras, sólo quería demostrarle el poder de estas plantas, pero... se me pasó la mano.
      Linorn y Legolas permanecían de pie y en silencio, estaban muy avergonzados por haber sido encontrados así, en medio de una gresca tan innecesaria y tonta.
-Sois todos unos niños –dijo ella al final-. Pero no se queden ahí parados, el suelo frío no es lecho digno de un rey. Yo me llevaré a los jilgueros, ustedes encárguense del rey y el Señor Oiolonwe.
Con un encantamiento sencillo el efecto de las hierbas pasó de inmediato, pero el rey, Mirluin y Oiolonwe aún dormían.
-Lo he hecho yo, están encantados. No despertarán hasta mañana y creerán que todo fue un mal sueño –dijo Nimedhel.
-Pero aún debemos esquivar a los guardias que reposan a las puertas de la habitación de mi padre –dijo Legolas.
-Es cierto, no creo que nos dejen pasar así nada más cuando llevemos al rey a rastras –dijo Rilrómen.
-Todo lo ven problemas. Está bien, yo me encargaré del rey, sólo ayúdenme a llevarlo hasta sus puertas, ahí les diré qué hacer –dijo Nimedhel. Así que luego de llevar a Oiolonwe y Mirluin a sus habitaciones, Nimedhel encargó a Linorn el cuidado de sus aves, cuando éste las hubo tomado ella les dijo lo que había planeado.
-Dadme al rey. Soy tan fuerte como cualquiera de ustedes, puedo llevarlo –dijo ella, pero tanto sus hermanos como Legolas la miraron incrédulos-. Basta, no dejaré que me subestimen –dijo y tomó delicadamente al rey entre sus brazos y he aquí que era cierto, pues el rey parecía caminar con los ojos cerrados cuando Nimedhel avanzó con él unos pasos, pero aún estaba el inconveniente de los guardias, aunque no tuvieron que preocuparse, pues en una fracción de segundo, como obedeciendo a los pensamientos de ellos, Nimedhel se volvió etérea, casi transparente, y con su cabello y su delicado manto envolvió al rey y ambos desaparecieron en el pasillo. Luego de algunos segundos oyeron cuando el guardia daba ronquidos, otro encantamiento de seguro, y entonces las puertas del rey se abrieron y luego se cerraron. Pasó no más de un minuto cuando Nimedhel apareció de nuevo entre ellos, con una sonrisa de satisfacción.
-El rey duerme ahora, soñará toda la noche –dijo ella.
-Grandioso, no encuentro otra palabra –dijo Legolas y los otros pensaban igual. Pero Nimedhel aún estaba enojada.
-Oh, Rilrómen, no olvidaré esto, lo juro –dijo ella mirando amenazante a su hermano-. Pero a ustedes dos los puedo perdonar, Legolas y Linorn, sólo que la próxima vez procuren no pelear como niños.
-Ya, Nimedhel. Estamos lo suficientemente avergonzados, de veras –dijo Linorn. Pero ella acarició su rostro y le sonrió.
-Mañana será otro día –dijo-, ni el rey ni Mirluin recordarán esta noche -así dijo, y así fue. En la penumbra de la noche, cuatro muchachos avanzaron silenciosos por los corredores apenas iluminados escabulléndose de los guardias preguntones y de las entrometidas nodrizas. Vaya travesura que hicieron, años más tarde la recordarían entre risas y lágrimas de alegría, cada uno a su manera.


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