Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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LIBRO TERCERO
 
SOBRE LA VIDA EN EL BOSQUE ANTES DE LA GUERRA

Los hermanos llegan al Bosque
 
Cuando los cuatro hermanos apenas se adentraban en un desconocido Bosque del Norte persiguiendo un grupo de wargos (horribles bestias muy parecidas a los lobos y más grandes que un caballo), un grupo de arqueros a caballo, liderados por un delgado jinete vestido de verde y plata, se les adelantó, eliminando la mayor parte de la manada (desde luego, se trataba de Legolas y su compañía de cazadores); luego de intercambiar miradas de asombro, pues una pálida doncella Elfo venía persiguiendo a caballo montaña abajo al más grande de los lobos, el líder de los jinetes de verde se apresuró a dar alcance a la, aparentemente, frágil muchacha y prestarle auxilio, grande fue su sorpresa y la de todos, menos para los tres hermanos de la muchacha, cuando ésta, en un movimiento rápido hasta para los ojos de los Elfos, sacó del carcaj una delgada flecha de plata  que soltó en el mismo momento en que el gran lobo daba un violento giro para encarar a su perseguidora, la flecha atravesó la garganta de la bestia a la mitad del salto, y el desgraciado animal cayó con estrépito sobre la hierba. La doncella se apeó del dorado caballo y se acercó hacia su derribado oponente, arrancó la flecha ensangrentada y la levantó en señal de victoria mirando a sus hermanos quienes cabalgaban con no poca alegría hacia ella.
-Otra vez nos ganó el botín –dijo una dulce voz, aunque en un tono de reproche, un Elfo rubio y de aspecto muy joven, Linorn, el tercero de los hermanos, quien parecía no haber notado la presencia de los otros jinetes.
-La verdad es que si no hubiese sido por ese caballo que tiene, otro hubiese sido el resultado –acotó sonriente un segundo Elfo, también rubio y de apariencia despreocupada y jovial: Rilrómen, el segundo hermano, quien sí se había percatado de los otros mas parecía darles muy poca, o ninguna, importancia.
-Déjame recordarte Rilrómen... –dijo en un tono un poco severo un Elfo de elevada estatura, cabellos oscuros y ojos del color del mar, vestido de azul - ...que “ese caballo”, como tú lo llamas, alguna vez te perteneció, claro que prefirió escapar de tu trato casi bestial para buscar un amo más digno de él –tales fueron las palabras de Mîrluin, el mayor de los hermanos, quien se interrumpió sorprendido al advertir que el jinete de verde estaba apeándose de su caballo y se dirigía hacia su hermana menor.
     
      Al advertir Nimedhel (pues de ella se trataba) que no estaba sola, empuñó rápidamente su espada, una hoja de un frío brillo y empuñadura negra, cuya punta se detuvo a pocos centímetros del cuello del recién llegado.
-¿Acostumbra acercarse por la espalda y sigilosamente a las personas mientras están ocupadas? ¿O prefiere acaso perseguirlas a caballo mientras tienen la vista y las manos entretenidas? –preguntó la doncella mirándolo a los ojos, y había mucho orgullo en sus palabras.
-Pues... –respondió tranquilamente el hermoso arquero– no he conocido hasta ahora a ninguna doncella que se entretenga limpiando la sangre de sus armas, aunque me complacería en reconocer la destreza y el valor de mi Señora, y si me permitiese honrarla como es debido sin duda lo haría, siempre y cuando no tenga una afilada espada cerca de mi cuello.
      
      Dicho esto, Nimedhel bajó la espada confundida, y el arquero se inclinó en una profunda reverencia.
-Legolas del Reino del Bosque, mi padre, el rey Thranduil, se sentirá complacido sin duda si os invito a sus estancias, hermosos salones iluminados con oro y decorados con plata, pues estoy seguro que deseará conocer a tan diestros arqueros –dijo Legolas, haciendo gala de su verbosidad-. Quentuvalyë nin esselya, Heri? (¿me dirás tu nombre, Señora?)- agregó.
-Vannië, hija de Harmírion, también llamada Nimedhel por mis hermanos, desde lejanas tierras vengo con ellos dando caza a estas criaturas –dijo ella inclinándose apenas–. Mi Señor, me sentiría honrada si me permitieseis, a mí y a mi gente, entrar a tu Reino y conocer al Señor de este Bosque.
     
      Legolas estaba cautivado por el arrojo, la dignidad y dulzura de Nimedhel, su voz era como la música del viento cuando arrastra los cantos de las aves, sus ojos tenían un brillo helado que estremecía hasta a las rocas, vestida de blanco hacía un hermoso y violento contraste con su cabello de fuego. Era arrogante, misteriosa y muy bella. Una repentina sensación de estar siendo observado interrumpió sus pensamientos, los tres hermanos mayores de Nimedhel estaban sobre sus caballos frente a ellos. Legolas se adelantó a saludarlos.
-¡Salve, jinetes!, aunque no conozco vuestros nombres debo honrarlos por vuestra valentía, digna de ustedes si en verdad son hijos de Harmírion el Arquero, a quien por, no pocas, canciones conocemos por su valentía y belleza, y en realidad poco habría que decir aquí sobre su hermosura si se le compara con la grandiosidad de sus proezas.
-Pues en esto no te equivocas, Legolas hijo de Thranduil –respondió Mirluin apeándose de Nenroch, y su voz era profunda como el abismo y fría como el hielo, por un momento Legolas titubeó y hasta casi retrocede, pues la presencia de Mirluin era imponente, había sabiduría en su frente y fuerza en aquellas manos- y si son ciertas tus palabras –continuó-, permítenos, Señor, conocer a vuestro padre y rendirle los tributos y honores que le corresponden como Señor de este Bosque, pues hemos invadido vuestra tierra sin consentimiento del que la gobierna, aceptad pues en su nombre mis disculpas.
      
      Y diciendo esto se inclinó ante Legolas, sus hermanos lo imitaron  y  Nimedhel ofreció la fina flecha de plata que derribó al wargo como una suerte de ofrenda para el perdón de ella y sus hermanos. Legolas la tomó con una de sus manos y ofreció la otra a Nimedhel, quien se incorporó sonriente. No bien hubieron terminado de llegar los guardias de Legolas, cuando de entre los árboles salió una música hermosa, triste y alegre a la vez, si esto es posible, el séquito de los Señores jinetes entraba al Bosque. He aquí algunos fragmentos:

Mar lejano que se llevó a nuestros padres,
cruel montaña que derribó a nuestro rey,
¿será este el fin del camino?
Ea! Que son oscuros los bosques
y amables y extrañas sus criaturas.

Frío viento que recoge nuestras voces,
duro suelo donde aún sufren nuestros pies,
¿habremos llegado al fin a destino?
Ea! Pues las flores se abren
y las aves nos reciben con canciones de cuna .

Cabalgaron lentamente a lo largo del camino que apenas se distinguía entre el follaje, Legolas iba delante con Mirluin, detrás cabalgaba Nimedhel flanqueada por sus otros dos hermanos, tras ellos avanzaba el resto del séquito. Legolas hubiese querido voltear de vez en cuando para ver a la muchacha, pero algo en los ojos de Mirluin se lo impedía cada vez que trataba de hacerlo.
     
      El Sol estaba poniéndose ante las puertas mágicas de las tibias cavernas, cuando llegaron a los recintos del rey Thranduil, quien al enterarse de quienes eran les rindió honores, pues eran hijos de Harmírion, el de las fuertes manos. Todos los presentes enmudecieron al ver llegar a los hermanos, hermosos como príncipes venidos de más allá del mar, seguidos de un séquito de hermosas muchachas portando blancos estandartes y altos hombres armados con bellísimos arcos y espadas resplandecientes. Entonces, el rey mandó servir una multitud de manjares a los recién llegados mientras los demás Elfos escuchaban asombrados de boca de su príncipe el relato de la Caída del Gran Lobo, que fue cantada aquella noche. Al concluir la canción, Legolas puso la delgada saeta en manos de su padre, como una muestra de la veracidad del relato, desde ese momento los hermanos fueron recibidos en la casa del rey y éste los tuvo en su más alta estima.
 
 

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