Nimedhel

Linorn, el cantor
 
Cuatro eran los hijos de Harmírion el valiente que habían sobrevivido a las matanzas de los orcos hace ya mucho tiempo, cuando Caranfind la bella enseñaba a Rilrómen a utilizar el arco y compartía con Nimedhel los dulces secretos de los poderes de las hojas. Pero el padre había partido para siempre gritando el nombre de sus hijos hace largo tiempo y ya no estaba la hermosa Caranfind para enseñarles canciones. Largos años habían pasado y los Elfos que decidieron quedarse erraban a través de las llanuras y las colinas. Y Mirluin, el mayor, era el líder de todos ellos.
     
      A la hora del crepúsculo acostumbraban subir a las más altas colinas y ahí esperar la llegada de las estrellas, que recibían con dulces canciones. Durante el día las Damas realizaban preciosos bordados en hilos de oro sobre sus brillantes ropajes y los Caballeros afilaban sus espadas; por las tardes, muchachos y muchachas se perfeccionaban en el manejo del arco y los cuatro hermanos cabalgaban hasta muy entrada la tarde, cuando los últimos rayos del Sol aún invadían el cielo púrpura, despedían a los caballos con tiernas palabras y éstos partían hacia los valles dando saltos y volvían siempre al mediodía del día siguiente. En ocasiones, estos hermanos se ausentaban por temporadas relativamente largas, para esto dejaban encargado a un heraldo, regresando al cabo de unas semanas cargados de mercancías de todo tipo: desde hilos de plata para los vestidos de sus doncellas y los cinturones de los guardias, preciosas vainas para las espadas, vino dulce e hidromiel, y gemas de colores (de seguro obtenidas de negocios con los Enanos) con las que elaboraban graciosos adornos y tocados. Algunas veces esta tarea era encomendada a un grupo de jóvenes casi siempre liderados por Rilrómen (de quien se dice que tenía muy buenos tratos con los Enanos), pero la mayoría de las veces eran Mirluin, Rilrómen, Linorn y hasta Nimedhel quienes, inseparables, cabalgaban hasta lejanas Tierras y negociaban con Enanos y Hombres. De esta manera pasaban el tiempo, vagando en la vastedad de los territorios entre las montañas, las llanuras y los hielos; pero cualquiera que sea el lugar, siempre estaba el deseo inextinguible de dar caza a cuanta criatura oscura se cruzase en su camino, siendo las más odiadas los grandes lobos de las Tierras pardas.
     
      Cierta vez que los cuatro hermanos salieron de cacería, pues tal era la actividad preferida de estos Elfos, decidieron separarse y así cercar a la presa: esta vez un atrevido lobo gigante. Pero en la carrera, Linorn se extravió en un espeso Bosque, antiguo como ninguno en la Tierra Media, cayó la noche y encontrándose muy solo en un claro rodeado de gruesos e imponentes árboles, sentose a la mitad del terreno, miró hacia arriba y observó largo tiempo e inmóvil las estrellas, en ese momento se sintió nostálgico, pues habían pasado muchos días desde que se separó de sus hermanos, la corona azul del cielo le hizo recordar a Mirluin y sus ojos como el zafiro, y la brisa helada le susurró al oído un sonido muy parecido a su fría y hermosa voz, las estrellas que ya empezaban a aparecer en el firmamento eran como el brillo de la sonrisa eterna de Rilrómen, y el último rayo del Sol que aún coloreaba el cielo como una violenta línea de sangre en un escarchado vestido se parecía a los cabellos de Nimedhel cuando galopaba contra el viento. Sintiéndose inspirado por todo aquello entonó un canto nostálgico con una voz tan dulce que los árboles más cercanos a él se estremecieron e incluso parecía que lo acompañaban en su pena. Era tan dulce la canción que cualquier Elfo testigo de los Días Antiguos que lo hubiese escuchado en ese momento podría haber pensado que Maglor hijo de Feanor, grande entre los cantores de antaño, hubiese vuelto de su largo paseo para internarse a cantar en los Bosques de Fangorn. Las palabras de aquella canción hablaban de la pena por la separación de los seres amados, y de la nostalgia que se sentía al saberse solo, como el  saber que lo que se busca está a pocos pasos de uno mismo pero sin saber qué rumbo tomar en medio de tanta oscuridad.
     
      Luego de mucho tiempo el canto se interrumpió bruscamente, pues Linorn había advertido en medio de su canción otras voces que le eran desconocidas, y aunque en ese momento no comprendió las palabras que se decían, aquello le pareció en extremo hermoso, pues las voces eran profundas, como el sonido grave de un cuerno mezclado con el dulce susurro del follaje, y a aquella melodía se unió la voz de Linorn que ahora había cobrado una renovada belleza y comprendía muy bien todo lo que allí se decía, pues las voces hablaban de Fimbrethil, la de los Miembros de Junco, que cruzó el Anduin y se extravió para siempre, convirtiéndose en recuerdo; así nació la Canción de la Busca de los Ents, con el mediodía de oro y la lluvia que golpea. Bárbol, grande entre los pastores de árboles, elevó su voz hasta fundirla con la del Elfo, luego se inclinó ante él y le susurró algo al oído. Linorn no cayó en la cuenta que ya amanecía cuando de repente el canto se interrumpió de nuevo, estaba solo pero al mismo tiempo no lo estaba, buscó con la mirada a aquellos árboles que habían cantado con él, mas no los encontró. Emprendió la marcha algo confundido y poco tiempo después encontró Linorn a sus hermanos y éstos no volvieron a separarse.