Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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El rescate

-Mirluin, por favor... –insistía Nimedhel.
-No esta vez –dijo Mirluin, tajante, y mucho le pesaba tener que darle una negativa a su hermana.
-Escuchad a vuestro hermano, mi Señora. De mucha ayuda nos serían vuestras flechas, pero en esta ocasión estoy de acuerdo con Mirluin, desearía que esté a salvo en el campamento junto a mi padre que debe estar necesitando más de vuestras palabras que Linorn de vuestra ayuda –dijo Legolas, y pareció que la había convencido.
-No... no tarden –dijo ella en voz muy baja y con una profunda tristeza. Besó la mano de Mirluin y éste acarició su rostro.
-Mejor es que unos cuantos de nosotros vayamos y el resto regrese... sí será mejor hacer esto antes que todos desesperemos y nos perdamos –dijo Mirluin y luego se alejó con Legolas y un grupo de cazadores.
     
      Nimedhel regresó con Rilrómen (que por orden de Mirluin tuvo que regresar) y tres cazadores más al campamento, donde el rey y los suyos ya habían sido puestos al tanto de la situación. Ahí, en la tienda de Thranduil, él y Nimedhel esperarían por mayores noticias.

-No deben andar muy lejos –dijo Mardaer.
-Los nidos están en lo más profundo del Bosque, ahí entre los árboles secos esas criaturas tejen sus casas –dijo Legolas- ¡Maldita sea esta inmundicia de araña! –agregó enojado cuando se toparon de repente con una gruesa pared tejida de blanco que cerraba el camino.
-Ningún hilo hecho por un ocho-patas famélico me impedirá pasar –dijo Mirluin.

      Con una rápida estocada abrió un boquete en la tela y lo atravesó, tras él fue Legolas, y luego Mardaer y el resto de la compañía. Llegaron al centro de un antro de telarañas, un espectáculo espantoso: en un extremo había un boquete hasta el cual habían arrastrado un caballo, sus huesos estaban expuestos y hedía, algunos otros esqueletos, de criaturas desdichadas y olvidadas, yacían también en el suelo, entre los restos podían distinguir cráneos pequeños, como de muchachitos de cara redondeada, algunas armas ya cubiertas por la herrumbre, retazos de grueso cuero que aún se mantenía duro, y el resto del lugar estaba tapizado con hilos pegajosos de una blancura mortecina. Permanecieron observando por unos segundos junto al boquete, al otro lado de éste y entre dos árboles distinguieron la figura delgada de un muchacho, parecía dormir apoyado contra el tronco de un árbol, aún podía verse sus finas manos y parte del rostro, y algunos mechones dorados luchaban contra las blancas redes que decenas de arañas tejían sobre él: era Linorn. Un silbido se dejó escuchar, Legolas hizo cantar su arco y atravesó a una araña que intentaba lastimar el costado de Linorn con su aguijón. En poco tiempo la compañía se deshizo de la mitad de aquel tropel de ocho-patas. Mardaer era muy fuerte y, aunque menos alto que Mirluin, sí era más fornido, no menos fuerte era Legolas, y sus ágiles brazos disparaban flechas con una rapidez asombrosa. Vilambar, hijo de Teralonwe y compañero de cacería de Legolas, luchaba al lado de su hermano Umbandil, los demás empuñaban largas espadas y afilados cuchillos que clavaban sin piedad en las arañas.
-¡Legolas, ahí! –advirtió Umbandil.

      El príncipe se percató de una vieja y gorda araña que se balanceaba en una rama y estaba a punto de escabullirse entre el follaje, pero Legolas saltó ágilmente y subió hasta la rama que la ocho-patas usaba como puente, cortándole el paso. Era esta una bestia de increíble tamaño, sus patas eran tan gruesas como dos piernas de hombre y su cuerpo bien podría haber soportado a un caballo entero dentro.
-Sssíiiiiiii, sssíiiii, vennn niñooo, vennn –parecía cantar la vieja araña en esa grotesca lengua suya, mientras movía sus espantosas patas de un lado a otro.
-Más te vale callar de una vez, hija de la oscuridad –dijo Legolas amenazante, acercándose con pasos cautelosos hacia ella, empuñando un largo cuchillo adornado con runas virtuosas.
-Hummm, hummm, los niños no deben jugar con las armas de los grandes. Vennn, dame ese juguete que tienesss en la mano, pequeño. Sssíiiiiiii, dásssela a esta pobre y vieja madre indefensssaaa –así hablaba la ocho-patas, que no sabía temer a los Elfos.
-¡Silencio, horrible araña vieja! –dijo Legolas, ahora más enojado.
-Te enssseñaré a respetar a las viejasss, niño tontooo, te enssseñaré... –pero no terminó de decir su última frase pues en un movimiento muy veloz, Legolas se lanzó contra ella y la atravesó de parte a parte con el cuchillo.
     
      Abajo, la lucha continuaba, Umbandil y su hermano Vilambar arrasaban con cualquier araña que se atravesase en su camino, ya sea con la espada, la flecha o las manos. Mardaer, el capitán, hacía lo propio con otro grupo de arqueros. Legolas bajó del árbol de un salto y junto a Mirluin empezaron a cortar las redes que aprisionaban a Linorn mientras que el capitán y los demás arqueros disparaban flechas contra las pocas arañas que aún se atrevían a enfrentarlos. Linorn estaba casi liberado, su hermano mayor lo sujetaba con ambas manos y Legolas cortaba los últimos hilos, cuando una araña que no se resignaba a perder a su presa saltó desde atrás intentando lastimarlos, pero el príncipe fue más rápido y la derribó con un golpe de espada, que aunque certero no fue suficiente para evitar una herida. Con el brazo lastimado y el carcaj vacío, ordenó la retirada y muy pronto estuvieron cabalgando de vuelta al campamento.
      
         En la tienda de Thranduil, él y Nimedhel esperaban, los pajes y las doncellas preparaban todo para volver a las cavernas apenas regresase el grupo de rescate. Entonces, Rilrómen los llamó, el grupo volvía galopando a gran velocidad, Nimedhel salió seguida por el rey y ya los veían llegar, Legolas encabezaba la cabalgata, lo escoltaba el capitán Mardaer y a su lado estaba Mirluin, que llevaba en brazos a su hermano, todavía inconsciente.
-No debes preocuparte, Nimedhel. Quédate con él mientras Rilrómen y yo preparamos algo para curarlo –dijo Mirluin tratando de calmar a su hermana. Al mismo tiempo, acostaban a Linorn en un suave lecho de almohadas.
-Las arañas tienen aguijones capaces de dormir al más grande de los caballos –dijo Legolas-, pero Linorn es fuerte, se sobrepondrá.

 Nimedhel, de rodillas junto a su hermano, cantaba algo en los oídos de Linorn y Mirluin tocaba su frente con ambas manos y Rilrómen lo ayudaba a beber una extraña infusión. De repente, Linorn despertó.
-¿Qué veneno me estás dando, Rilrómen? –dijo Linorn haciendo un gesto de repugnancia.
-Te respondería si no estuviera tan feliz de verte otra vez despierto. ¡Vaya susto que nos diste! –dijo Rilrómen abrazando a su hermano.
-Hay que cuidarse más de esos aguijones. Ahora, volveremos al palacio, Linorn, tú cabalgarás conmigo, lamento decir que tu caballo no corrió la misma suerte que tú –dijo Mirluin.
-Bienvenido de nuevo al mundo, Linorn –dijo Legolas sonriendo-. Ahora que despertaste, avisaré a mi padre para que de la orden, pues se ha decidido que no habrá Torneo, el terreno es hostil y ni qué decir de las criaturas.
-Por mí está bien –asintió Linorn-, no deseo internarme solo en el Bosque una vez más en un buen tiempo.
     
      Legolas salió entonces y tras él fue Nimedhel, pues había notado la sangre en el brazo de él. Ya iba a llamarlo por su nombre para que Mirluin lo sanase, pero se quedo sólo con la intención, pues en el preciso momento que abría la boca para llamarlo, Ryriel, doncella de la casa de Oiolonwe, corría hacia el príncipe con un cuenco y paños blancos. Alteza, yo me encargaré de vuestras heridas, dejad que los soldados carguen a los caballos, decía ella y Nimedhel se quedó ahí, quieta y sola. Mas, pronto despertó, ¿qué era eso que sentía? Su hermano había despertado pero aún estaba débil, ¿no debería ella acaso estar a su lado y cuidar de él? Claro, su deber de hermana así se lo decía y una y otra vez repetía eso en su mente. Ve con tu hermano, le decía la cabeza, pero otra voz, venida quién sabe de dónde, la empujaba hacia el príncipe. Pero ella misma decidió no escuchar, habían doncellas como Ryriel y sirvientes del príncipe que bien podían encargarse de un raspón en el brazo. Pero su hermano había sido secuestrado por las arañas y acababa de despertar. Decidida, giró sobre sí misma para entrar a la tienda donde sus hermanos mayores atendían a Linorn, pero una punzada de arrepentimiento le hirió el corazón cuando corrió la cortina para entrar, quería voltear y ver al príncipe, tal vez era algo más que un raspón, había visto sangre manchando la chaqueta ceñida de Legolas. Pero otra vez desechó estos pensamientos y entró a la tienda a seguir cuidando de su hermano. Pronto partirían de vuelta al palacio.



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