Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Las decisiones del Concilio

-Parto a Rivendel –dijo Legolas-. Debo dar cuenta de la huída de la criatura Gollum, pues fue Gandalf quien nos lo confió, aunque muy a pesar nuestro. Además, el mismo Aragorn nos ratificó la necesidad de mantenerlo encerrado y no dejarlo ir. Pero, ay, que cortas quedaron las advertencias. Y aquí estamos ahora, doliéndonos aún por los que nos dejaron y sin atrevernos a más que a continuar el luto.
-Malas serán las noticias que lleves, sin embargo, algo más que palabras habrás de encontrar, pues, si bien es cierto que el poder del Señor Elrond de Imladris es el de la sabiduría y los consejos, el corazón me dice que tu viaje traerá no solo palabras –dijo el rey.
-Padre, ¿estás viendo en mi futuro? –preguntó Legolas.
-¿Futuro? Hasta esa palabra suena pretenciosa. No, no veo el futuro, mi mente no es tan poderosa, pero mi corazón, amado hijo, a menudo me dicta frases que no comprendo pero que mi alma interpreta y que luego manifiesta en sentimientos. Eso es lo que pasa –respondió el rey.
-Crees entonces que he de demorarme –dijo Legolas.
-Así me dice el corazón. Pero sea lo que sea que encuentres en Imladris, no hagas caso a mis temores, obedece a tu conciencia. Eres un príncipe de los Elfos y te he educado bien. Confío en ti pues sé que tus decisiones son siempre justas y tu corazón es altruista. Sí, ve, hijo, y envía mis saludos a Elrond, e infórmale bien sobre lo que aquí acontece –dijo el rey.
-Así lo haré, padre –respondió el príncipe, luego se inclinó ante su padre y salió de la estancia.
-Ay –se quejó Thranduil cuando Legolas se hubo marchado-, mucho lamentaré dejarlo ir, pero es un muchacho insistente, sabio y valiente, pero también impetuoso. No, no he de temer, en el pecho un presentimiento me oprime y me lastima, pero más fuerte es mi hijo, sí, mucho más poderoso –pensaba el rey mientras recordaba los duelos a espada entre Legolas y Rilrómen, en los que su hijo siempre ganaba.


      Salió sin despedirse de nadie, un jinete solitario que avanza con el Sol naciente. Llegó a Rivendel, también llamado Imladris por los Elfos, casi al concluir el día segundo. Ahí fue recibido por el propio Elrond, pero ese día el Señor de Rivendel no quiso escuchar noticias, a cambio invitó a Legolas a que tomase un descanso pues aquella noche había fiesta, pero Legolas prefirió quedarse en la alcoba que le había sido preparada, pues al día siguiente se celebraría un Concilio, donde muchas cosas que fueron se dirían, los secretos serían develados y decisiones importantes habrían de ser tomadas, para bien o para mal. Ya en la mañana, fue conducido hasta el Concilio y ahí se enteró de cuan peligroso era para todos la huida de Gollum, pues se trataba de una criatura que durante larguísimos años había sido consumida por un anillo de poder, el Anillo único de Sauron. Lamentó terriblemente el haber sido tan indulgente con Gollum cuando lo tenían preso en las mazmorras de Thranduil, mas ya nada se podía hacer ahora. Gandalf el mago estaba en la reunión, y también Aragorn el Dúnadan, además de otro Hombre alto y hermoso, y un grupo de Enanos importantes. Desde luego que habían Elfos ahí, príncipes y mensajeros. Y ante todos ellos tuvo que hablar.
-La criatura Gollum, ahora llamada Sméagol, ha escapado –anunció con pesar el Elfo y todos los que comprendían bien el peligro que representaba aquel ser, los sintieron también. Pero Legolas explicó los pormenores, sin duda no había sido por falta de vigilancia, mas sí por exceso de bondad, pues como él mismo había dicho a su padre... si el mago le da esperanzas a esta criatura, ¿no será preciso creerle? Pues la esperanza es una luz pequeña que no se alimenta más que de las migajas de alegría que nosotros escasamente le damos. Entonces, la Oscuridad le lleva la delantera, démosle una ayuda a la minúscula esperanza de este desdichado, démosle un poco de Luz. Así había dicho Legolas, llevado más por la piedad que por el buen juicio.
Pero el daño estaba hecho, Gollum había escapado de Mordor... o tal vez lo hayan dejado ir con alguna oscura misión, en todo caso las decisiones debían tomarse pronto. El Anillo único estaba ahora en Imladris, en posesión de el hobbit Frodo quien lo heredara de su tío Bilbo, pero el poder de los Elfos no retendría mucho tiempo la malicia y astucia de Sauron y tarde o temprano éste se enteraría del paradero de su anillo e iría por él. Estaba decidido, el anillo no podía permanecer ahí, pero entonces, ¿qué sería de él? Muchas opciones fueron planteadas, pero ninguna los suficientemente satisfactoria. Destruirlo era sin duda la mejor salida, mas el único lugar de la Tierra en que podía ser destruido era en Mordor, en la boca del volcán donde fue forjado, sólo cuado su materia se consumiese en el fuego habría de desaparecer para siempre. Pero nadie se atrevió a decir que iría, Legolas mismo tanteaba la posibilidad en su mente y la rehuía, entonces se preguntaba ¿quién de entre todos los mortales o inmortales osaría poner un pie en Mordor portando entre las manos un regalo así?, ¿quién? Pues el más pequeño, no queriendo decir el más insignificante, de todos los presentes, el representante más anciano de una raza pequeña sin gusto para las guerras o las aventuras: Bilbo el Hobbit. Legolas estaba admirado, cuánto valor, cuánto coraje podría caber en el cuerpo menudito de ese anciano y pequeño señor. Pero Gandalf se opuso, pues Bilbo estaba ya muy viejo, su cabello era de nieve y apenas si podía sostenerse en dos piernas sin tambalear, entonces hubo de nuevo un silencio incómodo, que se interrumpió por una vocecita, débil y extraña a los oídos del Elfo.
-Yo llevaré el anillo a Mordor –dijo resuelto un segundo hobbit, más joven y robusto: Frodo Bolsón, heredero de Bilbo y actual portador del Anillo-. Aunque... no conozco el camino –dijo algo menos seguro.

      La reunión concluyó con un mandato de Elrond, él decidiría quienes serían los acompañantes de Frodo. En la noche, Legolas fue al encuentro de Elrond, y así habló:
-Señor, amargas son las noticias que he traído, mas recién aquí he comprendido qué tan malas puedan ser para nosotros. El tiempo de los Elfos se acaba, la era de los Hombres empieza, muchos de los nuestros han partido ya hacia el Oeste, pues esta tierra tanto tiempo amada poco a poco deja de ser un Hogar. Sin embargo hay todavía entre nosotros algunos que no pretenden marchar tan pronto pues en el corazón sienten que su papel aquí no ha concluido. Esto es lo que siento, mi Señor, el corazón me dice que debo partir junto al mediano, pues parte de los males que lo acompañarán son por causa nuestra, es decir, mía y de mi gente. Además, una antigua amistad une a mi padre con el hobbit más anciano. Os pido que me dejéis ir con él, mi arco es vuestro, decidid –dijo Legolas e inclinándose ante Elrond, depositó con suavidad su largo arco a sus pies.
-Levántate, Legolas, hijo de Thranduil –ordenó Elrond-. Esas armas serán más útiles en tus manos que a mis pies. Sea entonces, partirás con el mediano Frodo, serás uno de los Nueve de la Comunidad del Anillo, pues así la he nombrado.

      Legolas le agradeció el permiso con una reverencia y salió de la Sala. Al salir, se percató que no había sido el único en pensar ofrecerle sus armas a Elrond, un Enano joven y fornido se acercaba con pasos pesados, tenía una barba formidablemente trenzada y en su andar había arrogancia y en su mirada, fuerza.
-Salve, Señor. Con su permiso –dijo el Enano sin esperar que Legolas le contestase el saludo o que se presentara. Legolas iba a marcharse cuando el Enano dio media vuelta y agregó en un tono seco, aunque con orgullo:- Gimli, hijo de Glóin, a su servicio.
-Legolas, hijo de Thranduil –dijo Legolas, pero al Enano se le encendieron los ojos.
-¿Thranduil? ¿el Thranduil rey? –preguntó Gimli.
-El mismo, Thranduil rey, soberano del Bosque –dijo un orgulloso Legolas.
-Ya veo –dijo el Enano y desapareció tras la puerta de entrada a la Sala de Elrond.

      Se enviaron mensajeros y exploradores, y se dijo que la Compañía (integrada por Aragorn, Boromir de Gondor, Gandalf, Frodo y tres hobbits más y Legolas) no partiría hasta que no hayan llegado los primeros informes. Pasarían meses antes que cualquier mensajero regresase a Imladris. Entonces, Legolas decidió partir hacia el Bosque a comunicar las nuevas a su padre, y de pasada despedirse. Así, al cabo de un día y medio ya estaba de nuevo cruzando el Bosque, al anochecer llegó ante su padre y le habló de la misión y de todo cuanto aconteció en el Concilio.
-Entonces –dijo el rey- mis presentimientos no eran del todo fallidos.
-Sí padre. Reposaré en mi hogar uno o dos meses, mas al culminar el tercero deberé partir de nuevo a Rivendel, y de allí hacia el Sur, pero el tiempo que me tome este viaje... no lo sé –dijo Legolas.



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