Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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LIBRO CUARTO

SOBRE EL VIAJE DEL ANILLO Y LOS HECHOS DEL BOSQUE


Comienza el viaje

-Mi Señor Glorfindel –saludó Legolas con una reverencia, y Glorfindel respondió de la misma manera.
-Parten hoy, eso me dicen los heraldos. Irás en representación de nuestra raza, ¡que no te falten la valentía ni el coraje en las venturas que has de pasar! –dijo Glorfindel.
-Ojalá vuestros deseos se cumplan. Pero, ¿aún está aquí ese casar (enano)?, y ¿por qué carga semejante equipaje? –preguntó Legolas, pues no muy lejos estaban dos enanos de aspecto importante, uno de ellos era muy anciano, pero el otro era joven y fornido, su barba era de un color castaño rojizo y había soberbia en su mirada, Legolas reconoció en ellos a los Enanos del concilio y le extrañó hallarlos ahí.
-¿No lo sabes aún? Gimli, el enano joven, irá en la Compañía en representación de su pueblo –informó Glorfindel.
-Enanos... criaturas hábiles dicen, pero no muy prudentes. Ah, sólo espero que el jaleo del enano no nos cause ninguna molestia en el camino –dijo Legolas con un suspiro.
-Prudente o no, está decidido, pues Elrond mismo lo eligió –dijo Glorfindel, y ambos se alejaron hacia las caballerizas.

Más allá, Gimli el Enano hablaba con su padre, una despedida breve pero afectuosa, así eran, y siguen siendo, los enanos.
-Padre, procura llegar a la montaña a salvo. Los caminos fueron despejados hace tiempo y Beorn aún vigila las fronteras, pero en esos tiempos la Oscuridad se torna más amenazante... ve y dale mis despedidas a todos –dijo Gimli a Gloin, su padre.
-Bah, me hablas como si yo fuese el que va en el verdadero viaje. No, hijo, no temas por mí, soy viejo pero aún puedo derribar a un par de orcos con mis propias manos. Mas tú... tú partes y tu retorno no es seguro, soy yo quien se queda solo. No, no me escuches, eres fuerte, Gimli, confío en tu juicio, en el filo de tu hacha y en la fuerza de tu brazo, vas con gente importante, ¡y no menos alto eres tú entre todos ellos! Que Aule te guarde, haré oír mis oraciones a los siete padres de nuestra raza y ellos te protegerán, mas no esperes más ayuda, pues como un viejo amigo me dijo hace tiempo: la Oscuridad es engañosa, quién sabe qué sorpresas te traerá el camino si no sabes controlar tus pies –dijo el venerable Gloin, y ambos, padre e hijo, se estrecharon las manos fuertemente.

      El cielo oscurecía, la brisa era más fría y las primeras estrellas empezaban a aparecer, Elrond los despidió con bendiciones y palabras corteses. Al fin, la compañía se alejó por una quebrada y, dando vuelta al último recodo, se perdieron de vista. Pasaron varios días, caminando a tientas, perseguidos por el invierno. Aún era difícil para Legolas soportar el barullo del enano, era increíble, pensaba él, la manera cómo respiraban esas criaturas, entre refunfuños y bufidos... Un caballo viejo y gordo haría menos alboroto, pensaba a menudo para sus adentros. No más agradables eran los pensamientos del Enano, Elfos, niños bonitos que no hacen otra cosa que perderse en canciones tontas, creen que con esas flechas de acero mal trabajado pueden compararse a la fortaleza de un Enano, ¡ja! Sólo espero que pronto lleguemos al punto donde la valía de un Enano hará falta... ¡y ahí verán!, se decía Gimli a cada momento.
      Pasó el tiempo y la preocupación se hizo más evidente en el rostro de Gandalf y los ojos de Aragorn. El motivo: Moria, antigua ciudad de los Enanos, pero que con sólo nombrarla, al mago, a Aragorn y al mismo Legolas se les encogía el corazón. Sólo Gimli mostraba verdadero interés en ir, pero antes decidieron correr el riesgo de cruzar el paso del Caradhras, y he aquí que fue desastroso. Pues no sólo casi mueren los medianos, sino que el mismo Gandalf se arrepintió de este camino. Mas no había manera de bajar, una tormenta terrible había cubierto el estrecho camino y ahora sólo Aragorn y Boromir de Gondor, hombres fuertes y fornidos, podían bajar, no sin mucho esfuerzo. Pero Legolas los miraba mientras ellos intentaban abrir un camino sin más ayuda que la de sus propios miembros, y reía.
-¿Los más fuertes tienen que buscar un camino, dijeron? Pero yo digo: que el labrador empuje el arado, pero elige una nutria para nadar; y para correr levemente sobre la hierba y las hojas, o sobre la nieve... un Elfo.
Dijo así y de un salto llegó a la cima del cúmulo de nieve, ahí Frodo notó que en lugar de botas de viaje, Legolas llevaba el liviano calzado de camino, luego Legolas saludó a Gandalf: Voy en busca del Sol. Dijo y se alejó corriendo, perdiéndose de vista. A Gimli le hubiese gustado que se tropezase, Elfo engreído, pensó, pero nada dijo.
      Al cabo de un rato, el Elfo llegó y tras él los Hombres, quienes llevaron a los Hobbits en la espalda, por ser demasiado pequeños para abrirse paso en la nieve. Ya abajo, oyeron el ruido sordo de las rocas que se arremolinaban contra el camino, un minuto más y habrían muerto enterrados por la mala voluntad de la montaña. Pero ahora era momento de deliberar, la montaña era infranqueable, mas existía otro paso, y era lo que Legolas temía: Moria. estaban por decidirse, pero el viento aullaba... ¡con voz de lobo! Una manada de espanto los rodeó y se vieron obligados a defenderse en medio de un círculo de canes feroces, Legolas soltó varias veces sus flechas y con el poder de Gandalf y la fuerza de los Hombres lograron espantar a las bestias. Que fuerte era la Compañía, a todos les pareció de repente que no habrían podido encontrar mejores compañeros de viaje, pues tanto el fuego, la espada larga, como el arco y el hacha se llevaban muy bien en la batalla, y habían logrado vencer a toda una manada. Sin embargo, el corazón se les oscureció de nuevo pues ahora no había más remedio que escuchar el consejo de Gandalf, y así también lo decidió el Portador, irían a Moria, así fuese el último camino.



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