Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Confesiones

      Aquel fue un grandioso encuentro en el Bosque de Fangorn: ¡Gandalf estaba vivo!, y ahora vestía de blanco y brillaba como el día. Prestos los compañeros, ahora acompañados por el istari, marcharon a la Marca, presentándose ante el rey de la Ciudad, Théoden hijo de Thengel. El mago apartó el mal que apresaba al viejo rey, expulsando de su mente y cuerpo la malicia de Saruman. Sin embargo, aún había que luchar. La gente, amedrentada y triste, fue conducida a una grieta lejana: el Abismo de Helm, donde se desató una feroz y dura batalla. Rohan disputaba su libertad con fuerzas reducidas y armas melladas. Aragorn, Gimli y Legolas juntaron armas y obtuvieron mucha honra. Y se ganó la batalla, no sin un poco de ayuda inesperada, y la Compañía se encaminó a Isengard. Y, aparte de un mago derrotado y escondido en su madriguera como una rata asustada, hallaron también a sus amigos antes presos por los orcos: Merry y Pippin.
     
      Luego de una fatigosa charla, en la que la curiosidad de los Hobbits no se vio saciada, los miembros de la Compañía se unieron a la marcha de los Rohirrim de retorno a su Ciudad. Cabalgaron hasta que estuvo muy entrada la noche. Pero, por fin hicieron un alto (...) Luego de haber recorrido una o dos millas hacia el oeste llegaron a un valle (...)Encendieron una hoguera en una concavidad junto a las raíces de un espino blanco... organizaron turnos de guardia, de dos centinelas. Los demás, luego de comer, se envolvieron en las capas, y cubriéndose con unas mantas se echaron a dormir.

      El silencio y la calma reinaban en el valle, ya la Compañía había logrado conciliar el sueño (a excepción de Merry y Pippin que continuaban cuchicheando en algún rincón), el Enano buscaba un lugar cómodo donde depositar sus mantas y echarse a descansar, pero advirtió que Legolas no estaba, como era su costumbre, canturreando por ahí o vigilando el cielo y las colinas. Pero esta vez Gimli no tuvo que buscarlo, Legolas vino por su cuenta y lo llamó.
-Eh, Gimli, ¿descansas?- dijo el Elfo apareciendo detrás de Gimli.
-¡Ah, diantre! -gritó el Enano, pues Legolas lo había sorprendido-. No me asustes así Elfo, quiero decir... -corrigió rápidamente- que podría haberte lastimado seriamente con mi hacha... de haber estado más prevenido, claro.
-Lo tendré en cuenta -rió Legolas.
-Ya basta, no había motivo para que me sorprendas. Pero bien, ¿ahora qué te ocurre Elfo? ¿necesitas que Gimli el Sabio te brinde consejo? -dijo Gimli en un tono arrogante.
-Algo así, no me atreveré a discutirte lo de sabio, pero sí puedo asegurarte que necesito que me escuches -dijo Legolas.
-Adelante, amigo. Cuentas con mis atentos oídos -dijo el Enano en un tono que revelaba mucha curiosidad.
-Tal vez me haya arrepentido de contártelo -dijo el Elfo.
-No hay necesidad que te pongas así, yo ya sé qué te pasa, de seguro quieres hablarme de la Dama Nimedhel y no te atreves por simple vergüenza. Vamos, no seas cobarde.
-¡No es cobardía! Y, en realidad... sí, es por Nimedhel -dijo Legolas sorprendido por la suspicacia del Enano.
-¡Por todo el mithril de la tierra! Cada vez que mencionas ese nombre palideces y hasta podría decir que te quedas embobado, mirando el vacío. Es como una enfermedad -dijo Gimli.
-Sí amigo, creo que debo darte la razón en esto -repuso el Elfo, quedándose en silencio e inmóvil durante un buen rato.
-¿No dirás nada más? ¿lo que te sucede con esa muchacha? ¿por qué palideces cuando la nombras? -dijo finalmente Gimli, sin poder contenerse.
-Eres realmente curioso, Gimli hijo de Glóin. No creo necesario contártelo ahora -dijo Legolas.
-Y por qué no. Venimos de una agradable victoria y un feliz encuentro, claro que es hora de charla. Además fuiste tú el que me llamó -dijo el enano.
-Es cierto -respondió Legolas-. Bueno, no sé por donde empezar.
-Empecemos por tu parte favorita: Nimedhel -dijo Gimli y el Elfo no pudo evitar sonrojarse-.
-¡Ajá! Ahí está de nuevo la enfermedad, sólo que esta vez no palideciste sino que te pusiste rojo como una manzana. Ja ja ja.
-Si sigues así despertarás al campamento entero -le reprendió Legolas-. Y ya deja de reír, que de veras me incomodas.
-Ya, ya, Legolas. No es para que te enojes, sólo quería levantarte el ánimo, pero si te molesta no lo haré más. Bueno, bueno, ¿qué tienes que decir?
-¿Logras ver esa colina teñida de púrpura? ¿y esas estrellas que forman un arco? ¿y la luz incandescente que asciende por el fuego?
-Hasta donde mis ojos me lo permiten, pero ¿qué tiene que ver todo eso?
-Sus cabellos son rojos como esas llamas y sus ojos resplandecen como las estrellas y... el día que partí de mi Bosque, ella usaba un traje del color de esa colina. Sólo..., sólo me preguntaba si en algún momento ella me recuerda así -dijo Legolas con un aire muy triste.
-Ah, con que era eso: un Elfo enamorado, ni más ni menos -rió el Enano, pero no era por burla, era ternura.
-Podrías haberlo dicho un poco más fuerte, tal vez no te escucharon bien en Moria -le increpó Legolas a Gimli.
-Te pido perdón, Legolas. No volveré a levantar tanto la voz, debo aprender a ser más discreto. Pero, ¿ya le has dicho algo a ella? -preguntó Gimli.
-No te lo negaré Gimli: amo a la Dama Nimedhel hasta donde mis fuerzas me lo permiten, y ella me correspondió el día anterior a mi partida. Pero... temo, Gimli, temo que la lejanía termine haciendo que me olvide.
-Pero ¡¿cómo?!, ¿amas a esa niña desde hace incontables años y no le habías dicho nada hasta un día antes de partir? No me equivoqué al pensar que eras un cobarde -Gimli fue muy duro con Legolas.
-Claro que te equivocas. No sabes la historia completa -dijo el Elfo enojado, era la segunda vez que su amigo lo llamaba cobarde.
-Eso es porque aún no me la has contado, Elfo parco -respondió el enano, dando a entender que no lo dejaría en paz hasta haber escuchado más-. Dices que la amas desde que la viste, pero nada más te sinceraste unas horas antes de marchar a Rivendel, ¿qué clase de amor es ese si no es el de un miedoso?
-Basta con eso. Pero ya comprendo tu insistencia, bien, tú ganas -dijo Legolas resignado-. Tenías razón al decir que necesito tu consejo. Tengo un gran dilema y no sé cómo resolverlo. Mi amor secreto por Nimedhel me destrozó por años, pero ahora, al estar lejos de ella... siento que me ahoga. Me es difícil evitar recordarla, sobretodo desde que salimos de Lórien, pues no te negaré que la Dama Galadriel también penetró mis pensamientos y lo que pude ver en ese instante fugaz, cuando la alta Galadriel clavó sus ojos en los míos, fue maravilloso: Las estancias de mi padre allá en el Reino del Bosque, bellamente iluminadas por las rojas antorchas, el perfume de las flores silvestres que las doncellas cuelgan en los arcos y las columnas en otoño, mis buenos amigos del Bosque: el buen Linorn, el impetuoso Rilrómen y Mirluin, siempre grave. Mi padre me sonreía desde algún lugar en el gran Salón y todo era alegría y las caras eran de gozo. Pero no era eso lo que me hacía feliz, pues más allá, donde no llegaba la luz de las teas, estaba Nimedhel brillando con luz propia, mirando hacia el vacío con sus manos blanquísimas adornadas con perlas y de sus rizos como el fuego colgaban cuentas como estrellas, llevaba en el cuello el fino collar que alguna vez le regalara poco después que llegó al Bosque con sus hermanos, y su vestido era púrpura y lo atravesaban finas hebras plateadas, parecía hecho de un retazo de cielo nocturno, así estaba ella, enmarcada por las flores, su rostro pálido resplandecía sin más adorno que su propia belleza.
-¡Vaya que tienen hermosas visiones los Elfos! -exclamó Gimli fascinado-. ¡Una dura prueba te puso en verdad la Señora Galadriel con esa visión! Si hasta me la puedo imaginar: el cabello como el rubí, la piel blanca como el diamante y los ojos..., un momento, ¡no me has dicho cómo eran sus ojos!
-Grises en el amanecer y plateados en el crepúsculo. Contemplarla al recibir las  noche era una visión gloriosa -dijo el Elfo ensimismado.
-Es muy hermoso todo aquello que me cuentas, suficiente para hacer dudar entre el camino de ida y el del retorno. Pero ¡continúa! No creo que eso sea todo lo que viste -dijo Gimli.
-De nuevo aciertas -dijo Legolas-. Pues bien, en mi visión pude acercarme y ella me sonrió. Extendió su mano y yo la tomé y me miró a los ojos con esa mirada que tantas veces me ha hecho temblar. Me senté a su lado y ella hizo algo que me quitó toda duda.
-¿Qué fue eso que hizo? -preguntó ansioso el enano.
-Cantó. Cantó con la voz más dulce que haya escuchado nunca y eso fue suficiente para mí en ese momento. Pero ahora... el miedo me carcome de nuevo.
-Pero... ¿qué diablos te dijo, Elfo?- preguntó Gimli casi gritando, le desesperaba que Legolas lo dejase casi siempre con la mitad de lo que quería saber.
-Unos versos muy hermosos- respondió Legolas sin dar importancia a la impaciencia de su amigo-, pertenecientes a un antiguo himno -Legolas no esperó a que Gimli le gritase que cante, como de seguro haría, así que comenzó a cantar mirando al fuego y luego a las estrellas.

El sendero se extiende, al sur y al este,
hacia el mar y la colina; avanza, avanza
hasta la cima del monte más alto.

Cuando haya llegado, al valle y la llanura,
entre el río y la maleza; cantando, cantando
recibiré a los que amo.

El frío avanza, al castillo y la caverna,
contra hombres y bestias; bailando, bailando
habré de vencerlo.

La noche cae, y adormece las mentes,
y trae recuerdos; sonriendo, sonriendo
recordaré mis canciones.

El sendero se extiende, hacia el mar y la colina,
entre el río y la maleza, cantando y riendo
recibiré a los que amo.

-Desde luego –dijo Legolas cuando terminó de cantar-, que esto es sólo un aproximado de la canción verdadera, pues no hay comparación entre este y su versión original en la lengua de mi gente y en la voz de Vannie Nimedhel.
-¿Algún día podré escucharlo de su propia voz? –preguntó Gimli, absorto.
-Sí, si eres tú mismo quien se lo pide -respondió Legolas, complacido en la petición del Enano-. Nimedhel es sabia y generosa, y una antigua amistad la une a los Enanos, complacerá ese deseo tuyo de escucharla cantar si es que algún día vas a mi Reino.
-Prometido, iré si me invitas y si prometes que ella cantará –dijo el Enano.
-Prometido –respondió Legolas con una sonrisa.
-Y en cuanto a mi consejo: No dudes más, amigo mío, pues nadie que no ame canta algo así. Esa canción fue para ti y harás bien en guardarla y recordarla cada vez que esas dudas tontas te llenen la cabezota, ¿he sido claro? –preguntó el Enano, con el gesto de un maestro que interroga, severo, a sus pupilos luego de una detallosa lección.
-Más claro que las aguas del Nimrodel, amigo –respondió el Elfo.



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