Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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En la noche

      Cada día era más notorio, a pesar que Legolas era discreto, y a pesar que Nimedhel nada decía. Pero Mirluin era suspicaz, y aunque el semblante no tenía edad, muchos años pesaban en él, y era sabio y severo. Siendo así, no esperó a que Legolas se atreviese a hablar, él mismo fue a su encuentro dispuesto a enfrentarlo, a decirle cara a cara que no estaba dispuesto a permitir que su hermosa hermana se despose con alguien “inferior” a ella, por más amor que Mirluin le tuviera a Legolas, no lo amaba más que a Nimedhel. Estaba muy cerca ya de la habitación del príncipe cuando una voz lo llamó.
-Sé a qué vienes, Mirluin –dijo, era Legolas.
-Pues si lo sabes, o crees que lo sabes, me ahorrarás el tener que explicarte mis motivos –respondió Mirluin. Ambos de pie, cara a cara, dos Señores Elfos, hermosos e impasibles-. No tocarás su mano hasta que no lo merezcas, es todo lo que tengo que decir.
-Y yo no habré de reclamarte esto hasta no merecerlo, Mirluin –respondió Legolas, y en su voz había seguridad y una gran majestad.
-Eres lo suficientemente sabio para entender, me doy cuenta. Nimedhel está por encima de cualquier príncipe o Señor de esta Tierra. Pero no he de negarle la felicidad, y si corresponderte es el deseo de ella, no me opondré, pero te digo, Legolas, que no será nunca suficiente ostentar una corona que no te has ganado para merecerla –dijo Mirluin.
-Ni siquiera siendo un rey de Elfos y Hombres me sentiría digno de ella, Mirluin –respondió Legolas-, pero no puedo callar a mi corazón, y si mi alma la reclama sólo espero que ella me corresponda.
-Que sea como ella elija. Aunque ya sabes mi posición –dijo Mirluin.

      Mientras se alejaba, Legolas lo observaba pensativo, ¿qué había querido decir Mirluin con lo de ostentar una corona que no se había ganado? Mas no lo tomó como una ofensa, Mirluin era un Señor Elfo y él un príncipe, y el breve diálogo había tenido la altura necesaria. Pero dejó a un lado esos pensamientos, se sentía finalmente delatado y eso lo incomodaba, aunque lo aliviaba un poco haber salido mejor parado de lo que pensaba ante Mirluin. Así que se encaminó a su habitación a descansar, pues al día siguiente se adentraría en el Bosque con Linorn, y ambos acompañarían a los guardias a pasear a Gollum. Caminó a través del largo pasillo y que grata fue su sorpresa cuando entró a su habitación, ahí estaba Nimedhel, blanquísima y vestida como el cielo, portaba en las manos una delicada vasija de la cual vertía agua hacia un cuenco a los pies de la cama del príncipe.
-Resulta... –dijo Nimedhel sin inmutarse siquiera, e indicando a un pequeño jilguero posado en el borde del cuenco-, que este pequeño no quiere salir de aquí, así que decidí darle de beber en este lugar y llevármelo luego cuando su ánimo lo permita. Pero soy una grosera, he entrado sin tu permiso, lo lamento en verdad.
-No tienes que pedir disculpas, me es muy grato verte siempre, cualquiera que sea el lugar, y si de aves se trata... sé que no dudarías en darles de beber hasta en la boca de un volcán –dijo Legolas sonriendo comprensivamente.
-Te lo agradezco, Legolas. Ahora me iré, sólo permíteme terminar de vaciar el agua, y luego me marcharé a descansar y tú también deberás hacerlo. Sé por Linorn que mañana se internarán en el Bosque. Piensa entonces en el camino que es largo y peligroso y, por lo tanto, más emocionante, pues sé cuánto gustas de aventurarte fuera de las cavernas. Ahora, reposa tus ojos y tu mente- decía, mientras terminaba de vaciar cristalina agua hacia el bebedero para las aves.

      El príncipe obedeció, adormecido, dominado por la voz de la Dama, se recostó en unas mantas y finos cojines con detalles de hojas de laurel, y fijó la vista en los delicados adornos de plata que simulaban estrellas, parecían sus ojos, los de ella... rápidamente su pensamiento se extravió entre las hojas y amaneceres fugaces. La Dama sonrió, depositó más agua del fino recipiente y giró para retirarse, de repente algo, ¿curiosidad tal vez?, le impidió salir de la habitación del príncipe, se acercó a él, largo tiempo lo miró ahí solo, indefenso, ¡quién diría que fuese un gran guerrero, derribador de trasgos, arañas y lobos! Tan joven, tan dulce, tan hermoso... Dejó a un lado el recipiente con agua y entre sus finas manos tomó la del príncipe, aparentemente dormido, y la besó.
-Alassëa lómë... Lissi olóri melda Legolas (Buenas noches... dulces sueños querido Legolas) -dijo dulcemente.
-Alassëa lómë –respondió él, sorprendiéndola, ella casi se cae de la impresión y la vergüenza-. Perdóname, pero deseaba ser yo quien bese tu mano –dijo él, y así lo hizo y la Dama le sonrió y salió de la habitación del príncipe canturreando frases incomprensibles pero alegres. Esa noche ambos tendrían sueños de maravilla.



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