Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Revelando secretos
     
-Sólo hay un nombre para eso, joven Señora: amor –dijo Einiel. Nimedhel no supo que responder en ese instante, al cabo de un largo silencio habló.
-¿Eso significan esos latidos fuertes que siento cuado él se aproxima? ¿mis manos temblorosas cuando me toca? ¿ese frío sudor que recorre mi frente cuando escucho su voz? –decía Nimedhel.
-Nada más y nada menos, mi niña. Y lo que sentisteis aquella tarde cuando esa muchacha Ryriel se acercó al joven Señor Legolas... no fue otra cosa que celos –explicó tiernamente Einiel.
-Dicen que los celos son el miedo que se siente a perder lo que no se tiene, y es mi caso, lo sé muy bien. Pero ahora, ¿qué he de hacer? Pensé que cuado abriese mi corazón las respuestas vendrían por sí mismas, pero no hallo ni las respuestas ni el coraje para buscarlas yo sola –dijo tristemente Nimedhel.
-Es que no habéis hablado con quien debíais hablar –dijo Einiel.
-¿Pretendes acaso que se lo diga todo a Legolas? Oh, Einiel, no me pidas tal cosa –dijo Nimedhel.
-No, en todo caso callareis y dejareis que sea otra quien hable.
-¿Qué dices? Oh, veo que tú también lo has notado, pues el único motivo para que Ryriel me tienda esas frías miradas sólo puede ser uno: Legolas –dijo Nimedhel-. Ah, tantos años en el Bosque, compartiendo las mismas cavernas y yo sumergida en el silencio. Ahora mi miedo se agranda y temo, ya no por que una araña lo lastime, sino por que una criatura más astuta me prive de él. Pero, ¿qué cosas digo? Si ni siquiera sé bien lo que él siente por mí. Ahora que Linorn y Rilrómen lo llaman hermano, y amando yo al rey como un padre... ¿será posible que él me vea tan sólo como una hermana? Sí, tal vez así me vea: como la más pequeña de sus hermanas y la más insignificante de las doncellas que lo rodean –dijo Nimedhel y había tristeza y amargura en su voz. Einiel la abrazó y acarició sus cabellos.
-No penséis así. Pues nadie seca las lágrimas de una persona si no es su amigo, y esta es la primera condición para que nazca el amor. Además, ¿no me dijisteis acaso que le confiasteis un secreto en la Fuente?, pues ahí está la segunda condición: la confianza, él os escuchó y vos a él, ambos se han contado cosas secretas y extrañas desde que llegasteis al Bosque. Y si se cumplen las tres condiciones, el amor está implícito –dijo Einiel.
-¿Cuál es la tercera condición? –preguntó ansiosa Nimedhel.
-La admiración, querida niña. ¿Admiráis al príncipe?
-Oh, creo que esa palabra queda muy corta, Einiel. Él es valiente y aguerrido, fuerte y temerario, y a la vez tan tierno y dulce, sabio y al mismo tiempo prudente. Y... tan hermoso –dijo Nimedhel un poco turbada.
-Pues ahí lo tenéis: amor –dijo Einiel.
-Pero no sé si él sienta lo mismo. Ha secado mis lágrimas como haría el mejor de los amigos o cualquiera de mis hermanos. También me ha confiado secretos, pero no más que travesuras o pequeñas aventuras fuera del Bosque, pero no sé si me admire, y tampoco sé si algún día encuentre motivo para hacerlo –dijo Nimedhel.
-Es posible que no se haya dado la oportunidad –dijo Einiel.
-¿Qué hago para saberlo entonces? –preguntó Nimedhel.
-Esperad. Esperad a que el momento llegue, el tiempo es más sabio que cualquier consejo que una nodriza pueda dar –dijo Einiel.
-Y sin embargo, nadie me había hablado con más sabiduría que tú hasta ahora, Einiel. Pero temo que por más razón que tengas, ahora sólo me queda un camino: esperar, oh, ojalá los años no pesen tanto en mi por la espera. Cómo quisiera saber lo que piensa, qué es lo que siente. Pero por otro lado preferiría no saberlo, pues tal vez sólo llegue a confirmar mis temores, y ahí sí me volvería etérea y desearía desparecer –dijo Nimedhel.
-No habléis así, pues hay muchos caminos, algunos más misteriosos y ocultos, pero siempre los hay.

      Ambas se quedaron un rato más en la alcoba de Nimedhel, charlando y confiándose secretos que nadie más escucharía nunca. Luego Einiel ayudó, como era su deber, a Nimedhel a desvestirse y acomodarse las ropas para dormir. Una vez lista, las dos caminaron hasta la Sala de la Fuente para dar de comer a los pajarillos.



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