Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Cuando la Oscuridad retrocedió
     
      Duro fue el castigo para el joven capitán, y no menos duro para el buen Galdion; el delito: dejar escapar a los Enanos prisioneros. Pues no tuvieron que pensar mucho en cómo escaparon los reos, el rey era muy suspicaz y ya había adivinado en parte cómo se había dado la fuga. Al joven capitán de las llaves de las celdas lo enviaron a la frontera Norte, un lugar nada agradable en el que debería integrarse a la Cuarta Compañía de Vigilancia durante sesenta veces sesenta días. Al pobre Galdion, el mayordomo en jefe, lo recluyeron en la cocina, de la que no saldría en un buen tiempo, tal vez hasta que se le pase la ira al rey, en su lugar estaría otro mayordomo, menor aunque eficiente.
     
      Por ese entonces hubieron noticias de que un Dragón, el viejo Smaug que años atrás había desolado la Ciudad de los Hombres, merodeaba de nuevo río arriba. El rey había enviado espías a la Ciudad y las zonas aledañas desde que los Enanos se dieron a la fuga y muchas cosas habían sido reveladas: Los Enanos despertaron al Dragón Smaug en la montaña y éste atacó la Ciudad, reduciéndola a cenizas. Rápidamente el rey partió en su auxilio, pues durante largos años mantuvieron negocios con aquellos Hombres y una antigua amistad los unía, a Elfos y a Hombres. Pero los acontecimientos que siguieron a la partida del rey fueron en parte muy desgraciados, por un lado era inminente una guerra, y por otro, recibieron de nuevo la visita de un antiguo Amigo de los Elfos, más amigo que ningún Hombre: Gandalf volvió a ver al rey. Thranduil llegó a la Ciudad, o lo que quedaba de ella, acompañado por un numeroso ejército, el batallón principal estaba liderado por el mismo Legolas, ahora lucía alto y arrogante, y paseaba orgulloso sobre un corcel blanco. A su lado marchaba Mirluin, Permitidme acompañarlo, mi Señor y huésped, había pedido Mirluin al rey y éste asintió de muy buena gana.
     
      Sucedió así que después de celebrar consejo una noche cerca al río, los capitanes de los Elfos (Mardaer, Mirluin y Legolas) y de los Hombres (de los cuales el principal era un tal Bardo) entraron a la tienda del rey a deliberar junto a Gandalf cuál era el siguiente paso, pues los Enanos habían provocado al dragón y éste había destruido la Ciudad y los Hombres exigían un reparo por ello, pero los Enanos, si bien son criaturas hábiles también pueden llegar a ser muy ambiciosos, y el deseo por el oro ciega sus corazones, no estaban por consiguiente dispuestos a dar ni un solo gramo del tesoro que habían arrebatado al dragón. Y llamaron a sus parientes de más allá de las montañas y éstos acudieron en gran número para librar batalla en caso que sea necesario. Pero no hubo enfrentamientos entre Elfos y Hombres contra los Enanos (entre los que Throrin era el más importante), pues una legión de centenares, y hasta podría decirse miles, de trasgos de las montañas apareció de súbito como una marea de una negrura repugnante. Fue así que se libró la Batalla de los Cinco Ejércitos, tan recordada en las canciones. A los Hombres, Elfos y Enanos se les unieron las Águilas, lideradas por Gwaihir, un ave gigantesca y orgullosa, y lucharon contra los Lobos gigantes y los malvados Trasgos, que eran sus jinetes. Larga y dura fue la batalla y muchos jóvenes Elfos perecieron, y Hombres valientes y Enanos ilustres cayeron también. Pero finalmente llegó la paz, pues el dragón fue herido por Bardo, capitán y ahora rey de los Hombres de la Ciudad, y la malvada criatura escupe-fuego no volvió a batir las alas.
     
      La Oscuridad retrocedió en el Bosque y por largo tiempo hubo tranquilidad de nuevo. El rey se preparaba para su retorno al hogar y con él marchaba Beorn, el cambia-piel, y Bilbo Bolsón de la Comarca, un hobbit compañero de los enanos que había participado en el Consejo de los Capitanes, y el rey lo vistió con cotas de malla de Elfo y los nombró Amigo de los Elfos, y el pequeño señor Bolsón (que apenas medía la mitad de un Hombre, y era el mismo que había interrumpido el banquete del rey al inicio del otoño) agradeció al rey Thranduil su amabilidad y su justicia, obsequiándole un espléndido collar de plata y perlas, que el rey lució desde entonces como una insignia: el regalo de un amigo ilustre y valioso.
     


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