Nimedhel

31 de Julio de 2005, a las 20:37 - Nimedhel
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Arniel Wilwarin

 Legolas retornó a Ithilien junto a su padre, pero también una comitiva numerosa los seguía: Thranduil Rey y todo su reino venían con ellos.
-Me siento cansado –dijo Thranduil cuando hubieron llegado al Bosque. Estaba sentado en la alta terraza de una mansión que habían construido para Legolas, y las doncellas servían vino a él y al Señor de Ithilien.
-¿Cansado, padre? –dijo Legolas.
-Sin duda comprendes bien mis palabras, ¿verdad, hijo? Mi pueblo entero ha aprovechado bien estos años de paz para despedirse del Bosque Negro, que volvió a reverdecer. Pero el tiempo de partir ha llegado. No he de quedarme más, me marcho a los Puertos. Cruzaré el mar.
-¿Te irás? Pero...
-No hablaré más de esto aquí. Salgamos, deseo sentir el olor de las hojas y la tierra húmeda. Vayamos al Bosque y charlemos –dijo Thranduil y padre e hijo caminaron hasta que el aroma del espeso follaje los envolvió. Entonces, ambos Elfos charlaron sobre sus días pasados y venideros. Recordaban a menudo las viejas travesuras y cantaban antiguos himnos de su Bosque. Pero Thranduil calló de repente y Legolas se preocupó.
-Padre, ¿qué te ocurre?
-La verdad sobre nuestra familia no te había sido revelada... ¿verdad? –preguntó Thranduil, pero Legolas no comprendió bien qué quería decir su padre, ¿su familia? Él sabía que tenía un padre maravilloso y había ganado hermanos. Pero... de un momento a otro sintió que había un vacío en su corazón-. Hablo de tu madre, hijo. ¿Qué sabes de ella?
-Sólo lo que tú siempre me dijiste. Que era hermosa y sabia y que partió hace mucho. Pero... nunca quisiste decir más –respondió Legolas.
-Bien, ha llegado la hora en que sepas quién es Arniel. La que te heredó el anillo que te envié hace tiempo, cuando luchabas en Rohan –comenzó a decir Thranduil-. La siempre hermosa Arniel, tu madre, también era llamada Wilwarin, que quiere decir mariposa en nuestra lengua, pues cuando ella nació la constelación de la mariposa alumbraba y el brillo de esas estrellas se quedó grabado para siempre en su rostro. Muy joven la conocí, le encantaba perderse entre las hojas más frescas y jóvenes y ahí bailaba, así la encontré y me uní a su danza. Ella creyó que yo era un loco y se asustó. Ya iba a huir de mí, pero cuando le sonreí su actitud cambió, y fuimos muy buenos amigos durante largos años. Mi padre, el entonces rey Oropher, gobernaba a los nuestros, y mucho tiempo nos guió por caminos tranquilos. Pero he aquí que la Sombra nunca descansa, y hubo guerra, pues Sauron, en ese entonces más poderoso, esgrimía una lanza negra y usaba el Anillo. Nosotros nos refugiamos en los Bosques, pues el bullicio de las ciudades de piedra nos atormentaba, en cambio preferíamos la paz de la floresta. Sin embargo, mi padre obedeció al llamado, en el que Elfos y Hombres se unirían por última vez para intentar darle un fin definitivo a la Oscuridad. Por años, guiados por la mano del hábil Teralonwe, preparamos armas y atuendos, mas no era nuestro deseo partir; Wilwarin lloraba sin lágrimas cuando me veía y mi corazón se hacía trizas cada vez que pensaba en la posibilidad de no volver a verla. Ahí descubrí que la amaba... y ella a mí, decidimos entonces sellar nuestro amor, y mi padre consagró nuestra unión.
      “Mas el día llegó y salimos del Bosque, ah, el estandarte verde estaba casi sin vida, al igual que nosotros. Yo estaba entre los capitanes marchando tras mi padre, y a mi lado estaban Tarmeldil, Nalmilion y Oiolonwe, grandes guerreros. Guiados por Gil-Galad, nuestras huestes mal armadas entraron en el campo de batalla. Oh, las lanzas. Ah, los caballos. No, ni por un ejército diez mil veces mejor equipado cambiaría una vida con Wilwarin... y odié a mi padre por haberme arrastrado a esa locura. Mas, mucho lamenté este sentimiento. La batalla comenzó y la destreza de nuestros arqueros era evidente, arrasamos con muchos orcos. Sí, éramos muy fuertes... pero no lo suficiente. Ahí murieron muchos de los nuestros: Arfildil el fuerte, Terende el del largo brazo, el capitán Nalmilion, Ongaldo padre de Tarmeldil y... mi propio padre, Oropher. Las lágrimas y la ira me cegaban cuando lo vi caer herido, pero aún así logré llegar hasta donde mi padre yacía aún vivo. Mas no pudo pronunciar palabra, a cambio besó mi frente tres veces y secó mis lágrimas con sus cabellos, puso su espada en mi mano y... murió. Luego de eso, permanecí inmóvil, hasta que el grito de Thranduil rey me despertó, y fue mi deber terminar con lo empezado. Larga fue esta guerra y al cabo de ella, en la que por fuerza de Isildur Sauron perdió el Anillo, abandonamos el campo empapados en sangre y dolor.
      “Llegué al Bosque seguido por lo que quedaba de los nuestros y ahí me recibió Arniel Wilwarin, limpió mi rostro con sus manos y besó mi mejilla. Entramos al hermoso claro que antes era nuestro hogar y los súbditos se inclinaron, me llamaron rey, y fueron Tarmeldil y Oiolonwe quienes ciñeron la corona en mi cabeza. Entonces tu madre, reina del Bosque, me dijo algo que devolvió la alegría a mi corazón: eras tú... o por lo menos la noticia de que venías en camino. Encargamos la construcción de las cavernas en el Norte, alejándonos de nuestros sabios parientes, pues preferí la seguridad para mi familia. El Bosque era oscuro y peligroso, y los sirvientes de la Oscuridad nos habían seguido pisándonos los talones. La construcción terminó y Wilwarin te tuvo entre las hojas nuevas, pues era primavera cuando naciste, fue ella quien te nombró: Legolas Hoja verde. Pero me dio una alegría y una pena infinita al mismo tiempo, pues muy poco tiempo pude disfrutar a su lado el criarte, lo recuerdo... eras travieso y curioso como el que más, ninguna nodriza podía contigo... Hubo una expedición al Bosque, pues los capitanes serían asignados a las fronteras y Wilwarin deseaba ver de nuevo a unos parientes que vivían cerca al río y al final del Bosque. Mas he aquí la desgracia, pues unos orcos extraviados y malditos nos atacaron con dardos, tu madre te protegió con su cuerpo y la hirieron en el brazo.
      “Los matamos a todos, pero al regresar al palacio me percaté de la palidez grisácea de Wilwarin. Y maldije a los orcos y a toda criatura oscura que se atreviese a entrar en mis dominios. Su frente ardía y no reconocía mi voz, tú eras demasiado pequeño para recordarlo, sólo llorabas la ausencia de tu madre y las nodrizas enloquecían de tristeza cuando no lograban consolarte. Finalmente fue Gandalf, quien atinó a hacernos una visita, el que logró dar con la cura, pero advirtió: Cualquiera que sea el mal que atrapa su visión y sus oídos, no tendrá cura en esta Tierra. Y así logre despertarla, no durará mucho tiempo con vida. Necesita una medicina mayor a la mía y sólo puede ser conseguida en un lugar... en el que tendrá que estar para siempre. Y le pedí que me dijese cuál era tal lugar, pues ella era fuerte y podría viajar a donde fuese con tal de encontrar hojas frescas y permanecer en la Tierra Media. Pero el mago habló de nuevo: Dije que no en esta Tierra, Thranduil rey. Tu esposa debe ir a las Tierras imperecederas y no salir de ahí hasta que Los Mayores decidan lo contrario. Tuve que asentir, y ella despertó. Mucho le dolió saberlo, pero fue valiente y decidió partir. Thranduil, me dijo ella, esperé escondida en el Bosque y con un hijo dentro de mí. Ahora tendré que esperarte lejos, pero mi hijo estará contigo... será como verlo nacer otra vez cuando nos reencontremos, pues sé que vendrás a mí y mi hijo será grande entre los suyos. Prefiero esperar a tener que sufrir estos escasos días sabiendo que nunca más podré verte ni a ti ni a Legolas.
      “Lloré su decisión, pero alabé su sabiduría. Y Gandalf mismo nos acompañó a los puertos, donde Círdan tenía una barca preciosa para ella y algunas doncellas que la acompañarían. Así, con un beso fugaz y miradas tristes, se fue. Pero aún nos espera, a ti y a mí. Mas yo iré primero, pues mi tiempo aquí se terminó, parto en busca de ella. Le diré que todo lo que quiso se hizo realidad: La Oscuridad fue vencida y su hijo es un gran Señor. Más tarde irás tú también llevando a Nimedhel, tu futura esposa. Y serán bendecidos por Arniel Wilwarin, tu sabia y hermosa madre –terminó de hablar Thranduil, pero Legolas estaba mudo. Nunca había escuchado antes una historia semejante, y las noticias de su madre despertaron en él sentimientos encontrados.
-No... no tengo palabras, padre. Ahora sólo siento un gran deseo de embarcarme yo también y partir contigo. Pero me quedaré, pues quiero hacer realidad el deseo de mi madre: Seré un Señor para los míos, y ella no podrá ser más feliz cuando lo sepa –dijo Legolas al fin.
-¿Nunca te dije esto, verdad? –dijo Thranduil.
-¿Qué, padre?
-Tienes sus ojos. Y miras las copas de los árboles cuando hablas pensando en el futuro. Sí, tienes mucho de ella.
-Háblame más. Así podré imaginarla y soñar con ella en tu ausencia, ya que no estarás aquí para hacérmela recordar –dijo Legolas y su padre lo complació. Muchas canciones e historias compartió con su hijo hasta que la noche cayó. Pero cuando ya todo era oscuro, y Legolas invitó a su padre a entrar a su mansión, algo maravilloso sucedió: Thranduil rey siempre había sido, por el don de su raza, un Elfo hermoso, de facciones perfectas, un rostro sin edad. Pero ahora su cabello ya no era de oro, el brillo frío de las estrellas se quedó impregnado a sus cabellos, que ahora eran de plata.
-Ya soy viejo, hasta para nuestra raza. Sí, debo marcharme, pues mi poder no será suficiente para soportar el abandono de mis tierras. Dejo al Bosque a la merced de sus criaturas. Ojalá que los árboles que cuidé tanto tiempo me recuerden cuando el mundo ya no sea el mismo –dijo Thranduil.
-Mucho me temo, padre, que nosotros los Elfos no seamos más que recuerdos o quizá parte de cuentos olvidados cuando los Bosques se vuelvan Ciudades, y cuando las  casas y mansiones desplacen a los árboles. Sin embargo, no pereceremos para aquellos que aún crean en los cuentos cuando la nieve cubra sus cabellos –dijo Legolas.
-Que el Cielo te oiga, hijo.



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